Segundo sitio de Zaragoza

Las defensas de Zaragoza

Esta ciudad, si bien ilustró su nombre en el primer sitio, ahora le engrandeció en el segundo, perpetuándole con nuevas proezas y con su imperturbable constancia, en medio de padecimientos y angustias. Situada no léjos de la frontera de Francia, temióse contra ella ya en Setiembre un nuevo y más terrible acometimiento. Palafox, como general advertido, aprestóse á repelerle, fortificando con esmero y en cuanto se podia poblacion tan extensa y descubierta. Encargó la direccion de las obras á D. Antonio San Genis, ya célebre por lo que trabajó en el primer sitio.

El tiempo y los medios no permitian convertir á Zaragoza en plaza respetable. Hubo varios planes para fortalecerla: adoptóse como más fácil el de una fortificacion provisional, aprovechándose de los edificios que habia en su recinto. Por la márgen derecha del Ebro se recompuso y mejoró el castillo de la Aljafería, estableciendo comunicacion con el Portillo por medio de una doble caponera, y asegurando bastantemente la defensa, hasta la puerta de Sancho. Del otro lado del castillo hasta el puente de Huerba, se habian fortificado los conventos intermedios, se habia levantado un terraplen, revestido de piedra, abierto en partes un foso y construido en el mismo puente un reducto que se denominó del Pilar. De allí un atrincheramiento doble se extendia al monasterio de Santa Engracia, cuyas ruinas se habian grandemente fortalecido. En seguida y hasta el Ebro defendian la ciudad várias obras y baterías, no habiéndose descuidado fortificar el convento de San José, que situado á la derecha de Huerba, descubria los ataques del enemigo y protegia las salidas de los sitiados. En el monte Torrero sólo se levantó un atrincheramiento, no creyendo el puesto susceptible de larga resistencia. Por la ribera izquierda del Ebro se resguardó el arrabal con reductos y flechas, revestidos de ladrillo ó adobe, haciendo ademas cortaduras en las calles y aspillerando las casas. Otro tanto se practicó en la ciudad, tapiando los pisos bajos, atronerando los otros y abriendo comunicaciones por las paredes medianeras. Las quintas y edificios, los jardines y los árboles que en derredor del recinto quedaban aún en pié despues de los destrozos del primer sitio, se arrasaron para despejar los contornos. Todos los moradores, á porfía y con afanado ahinco, coadyuvaron á la pronta conclusion de lostrabajos emprendidos.

La artillería no era en general de grueso calibre. Habia unas 60 piezas de á 16 y 24, sacadas por la mayor parte del canal, en donde los franceses las habian arrojado; apénas se hizo uso de los morteros, por falta de bombas. Se reservaban en los almacenes provisiones suficientes para alimentar 15.000 hombres durante seis meses; cada vecino tenía un acopio particular para su casa, y los conventos muchas y considerables vituallas. En un principio no se contaba para la defensa sino con 14 ó 15.000 hombres; aumentáronse hasta 28.000 con los dispersos de Tudela, que se incorporaron á la guarnicion. Era segundo de Palafox D. Felipe Saint-March; mandaba la artillería el general Villalba, y los ingenieros el coronel San Genis. Componíase la caballería de 1.400 hombres, á las órdenes del general Butrón.

Las fuerzas francesas

Los franceses, despues de la batalla de Tudela, tambien se preparaban por su parte á comenzar el sitio, reuniendo en Alagon las tropas y medios necesarios. El mariscal Moncey aguardaba allí, con el 3.er cuerpo, la llegada del 5.º, que mandaba el mariscal Mortier, destinados ambos á aquel objeto, y ascendiendo sus fuerzas reunidas á 35.000 hombres, sin contar con seis compañías de artillería, ocho de zapadores y tres de minadores que se agregaron. Mandaba la primera el general Dedon, y los ingenieros el general Lacoste. A todos y en jefe debia capitanear el mariscal Lannes, que por indisposicion se detuvo algunos dias en Tudela.

Pérdida del monte Torrero

Unidos en Alagon el 19 de Diciembre los mencionados 3.º y 5.º cuerpo,presentáronse el 20 delante de Zaragoza, uno por la ribera derecha del Ebro, otro por la izquierda. Antes de formalizar el sitio, pensó el mariscal Moncey, general en jefe por ausencia de Lannes, en apoderarse del monte Torrero, que resguardaba con 5.000 hombres D. Felipe Saint-March. Para ello, al amanecer del 21 coronaron sus tropas las alturas que dominan aquel sitio, al mismo tiempo que distrayendo la atencion por nuestra izquierda, se enseñorearon por la derecha del puente de la Muela y de la Casa-Blanca. Desde allí flanquearon la batería de BuenaVista, en la que volándose un repuesto de granadas con una arrojada por los enemigos, causó desórden y obligó á los nuestros á abandonar el puesto. Entónces Saint-March, descubierto por su derecha, pegó fuego en Torrero al puente de América, y se replegó al reducto del Pilar, en donde, repelidos los enemigos, tuvieron que hacer alto. De mal pronóstico era para la defensa de Zaragoza la pérdida de Torrero: en el anterior sitio igual hecho habia costado la vida al general Falcó; en el actual avínole bien á Saint-March, para no ser perseguido, la particular proteccion de Palafox.

Ataque al Arrabal

Compensóse en algo este golpe con lo acaecido en el arrabal el mismo dia. Queriendo tomarle el general Gazan, empezó por acometer á los suizos del ejército español, que estaban en el camino de Villamayor: superior en número, los obligó á retirarse á la torre del Arzobispo, en donde, si bien se defendieron con el mayor valor, dándoles ejemplo su jefe D. Adriano Walker, quedaron allí los más muertos ó prisioneros. Animados los franceses, embistieron tres de las baterías del arrabal, en cuyo paraje mandaba D. José Manso. Durante cinco horas persistieron en sus acometidas. Infructuosamente llegaron algunos hasta el pié de los cañones del Rastro y el Tejar. El coronel de artillería D. Manuel Velasco, que dirigía los fuegos, cubrióse aquel dia de gloria por su acierto y bizarra serenidad. Mucho, igualmente, influyó con su presencia D. José de Palafox, que acudia adonde mayor peligro amagaba. El éxito fué muy feliz para los españoles, y el haber sido rechazado el enemigo, así en éste como en otros puntos, comunicó aliento á los aragoneses, y convenció al frances que tampoco en esta ocasion sería ganada de rebate la ciudad de Zaragoza.

Se comienzan a abrir trincheras

Por eso recurrió igualmente el mariscal Moncey á la vía de la negociacion; mas Palafox desechó su propuesta con ánimo levantado Los franceses trataron entónces de establecer un riguroso bloqueo. Del lado del arrabal el general Gazan inundó el terreno para impedir las salidas de los sitiados, los cuales, el 25, al mando de D. Juan Oneille, desalojaron á los enemigos del soto de Mezquita, obligándolos á retirarse hasta las alturas de San Gregorio. Por la derecha del rio propuso el general Lacoste tres ataques, uno contra la Aljafería, y los otros dos contra el puente de Huerba y convento de San José, punto que mirabanlos enemigos como más flaco por no haber detras en el recinto de la plaza muro terraplenado. Empezaron á abrir la trinchera en la noche del 29 al 30 de Diciembre.

Salida del Brigadier Butrón

Notando los españoles que avanzaban los trabajos de los sitiadores, se dispusieron el 31 á hacer una salida, mandada por el brigadier D. Fernando Gomez de Butron. Fingióse un ataque en todo lo largo de la linea, enderezándose nuestra gente á acometer la izquierda enemiga; mas advertido Butron de que por la llanura que se extiende delante de la puerta de Sancho se adelantaba una columna francesa, prontamente revolvió sobre ella, y dándole una carga con la caballería, la arrolló y cogió 200 prisioneros. Palafox, para estimular á la demas tropa, y borrar la funesta impresion que pudieran causar las tristes noticias del resto de España, recompensó á los soldados de Butron con el distintivo de una cruz encarnada.

Junot sustituye a Moncey; Mortier parte para Calatayud

El 1.º de Enero reemplazó en el mando en jefe al mariscal Moncey el general Junot, duque de Abrántes. En aquel dia los sitiadores, para adelantarse,salieron de las paralelas de derecha y centro, perdiendo mucha gente, y el mariscal Mortier, disgustado del nombramiento de Junot, partió para Calatayud con la division del general Suchet, lo cual disminuyó momentáneamente las fuerzas de los franceses.

Comienza el bombardeo; asalto al convento de San José y al reducto del Pilar

Éstos, habiendo establecido el 9 ocho baterías, empezaron en la mañana del 10 el bombardeo y á batir en brecha el reducto del Pilar y el convento de San José, que aunque bien defendido por D. Mariano Renovales, no podia resistir largo tiempo. Era edificio antiguo, con paredes de poco espesor, y que desplomándose, en vez de cubrir, dañaban con su caida á los defensores. Hiciéronse, sin embargo, notables esfuerzos, sobresaliendo en bizarría una mujer llamada Manuela Sancho, de edad de veinticuatro años, natural de Plenas, en la serranía. El 11 dieron los franceses el asalto, teniendo que emplear en su toma las mismas precauciones que para una obra de primer órden. Alojados en aquel convento, fueron dueños de la hondonada de Huerba, pero no podían avanzar al recinto de la plaza sin enseñorearse del reducto del Pilar, cuyos fuegos los incomodaban por su izquierda.

El 11 tambien este punto habia sido atacado con empeño, sin que los franceses alcanzasen su objeto. Mandaba D. Domingo la Ripa, y se señaló con sus acertadas providencias, así como el oficial de ingenieros D. Márcos Simonó y el comandante de la batería D. Francisco Betbezé. Por la noche hicieron los nuestros una salida, que difundió el terror en el campo enemigo, hasta que su ejército, vuelto en sí y puesto sobre las armas, obligó á la retirada. Arrasado el 15 el reducto, quedando sólo escombros, y muertos los más de los oficiales que le defendian, fué abandonado entre ocho y nueve de la noche, volando al mismo tiempo el puente de Huerba, en que se apoyaba su gola.

Entre éste y el Ebro, del lado de San José, no restaba ya á Zaragoza otra defensa sino su débil recinto y las paredes de sus casas; pero habitadas éstas por hombres resueltos á pelear de muerte, allí empezó la resistencia más vigorosa, más tenaz y sangrienta. De la determinacion de defender las casas nació la necesidad de abandonarlas y de que se agolpase parte de la poblacion á los barrios más lejanos del ataque, con lo cual crecieron en ellos los apuros y angustias. El bombardeo era espantoso desde el 10, y para guarecerse de él, amontonándose las familias en los sótanos, inficionaban el aire con el aliento de tantos, con la falta de ventilacion y el continuado arder de luces y leña. De ello provinieron enfermedades, que á poco se trasformaron en horroroso contagio. Contribuyeron á su propagacion los malos y no renovados alimentos, la zozobra, el temor, la no interrumpida agitacion, las dolorosas nuevas de la muerte del padre, del esposo, del amigo; trabajos que á cada paso martillaban el corazon.

Continua el asedio; combate de Alcañiz

Los franceses continuaron sus obras, concluyendo el 21 la tercera paralela de la derecha, y entónces fijaron el emplazamiento de contrabaterías y baterías de brecha del recinto de la plaza. Procuraban los españoles por su parte molestar al enemigo con salidas, y ejecutando acciones arrojadas, largas de referir.

No sólo padecían los franceses con el daño que de dentro de Zaragoza se les hacia, sino que tambien andaban alterados con el temor de que de fuera los atacasen cuadrillas numerosas; y se confirmaron en ello con lo acaecido en Alcañiz. Por aquella parte y camino de Tortosa habian destacado, para acopiar víveres, al general Vathier con 600 caballos y 1.200 infantes. En su ruta fué éste molestado por los paisanos y algunos soldados sueltos, en términos que, deseoso de destruirlos, los acosó hasta Alcañiz, en cuyas calles los perseguidos y los moradores defendiéronse con tal denuedo, que para enseñorearse de la poblacion perdieron los franceses, más de 400 hombres.

Llega el mariscal Lannes

Acrecentóse su desasosiego con las voces esparcidas de que el Marqués de Lazan y D. Francisco Palafox venian al socorro de Zaragoza; voces entónces falsas, pues Lazan estaba léjos, en Cataluña, y su hermano D. Francisco, si bien habia pasado á Cuenca á implorar la ayuda del Duque del Infantado, no le fué á éste lícito condescender con lo que pedía. Daba ocasion al engaño una corta division de 4 á 5.000 hombres que D. Felipe Perena, saliendo de Zaragoza, reunió fuera de sus muros, y la cual, ocupando á Villafranca, Leciñena y Zuera, recorria la comarca.

Por escasas que fueran semejantes fuerzas, instaba á los franceses destruirlas; cuando no, podian servir de núcleo á la organizacion de otras mayores. Favoreció á su intento la llegada, el 22 de Enero, del mariscal Lannes. Restablecido de su indisposicion, acudia éste á tomar el mando supremo del 3.º y 5.º cuerpo, que mandados separadamente por jefes entre sí desavenidos, no concurrian á la formacion del sitio con la debida union y celeridad. Puesto ahora el poder en una sola mano, notáronse luégo sus efectos. Por de pronto ordenó Lannes al mariscal Mortier que de Calatayud volviese con la division del general Suchet, y que con ella y el apoyo de la de Gazan, que bloqueaba el arrabal, marchase al encuentro de la gente de Perena, que los franceses creian ser D. Francisco de Palafox. Aquel oficial, dejando hácia Zuera alguna fuerza, replegóso con el resto desde Perdiguera, donde estaba, á Nuestra Señorade Magallon. Gente la suya nueva y allegadiza, ahuyentáronla fácilmente los franceses de las cercanías de Zaragoza, y pudieron continuar el sitio sin molestia ni diversion de afuera.

Se construyen dos puentes sobre el Huerba

Redoblando, pues, su furia contra la ciudad, abrieron espaciosa brecha en su recinto, y ya no les quedaba sino pasar el Huerba para intentar el asalto; construyeron dos puentes, y en la orilla izquierda dos plazas de armas, donde se reuniese la gente necesaria al efecto. Los nuestros, sin dejar de defender algunos puntos aislados que les quedaban fuera, perfeccionaban tambien sus atrincheramientos interiores.

El asalto a las brechas

El 27 determinaron los enemigos dar el asalto. Dos brechas practicables se les ofrecian; una enfrente del convento de San José y otra más á la derecha, cerca de un molino de aceite que ocupaban. En el ataque del centro habian tambien abierto una brecha en el convento de Santa Engracia, y por ella y las otras dos corrieron al asalto en aquel dia á las doce de la mañana. La campana de la Torre Nueva avisó á los sitiados del peligro. Todos, á su tañido, se atropellaron á las brechas.

Por la del molino embistieron los franceses, y se encaramaron, sin que los detuvieran dos hornillos á que se prendió fuego; mas un atrincheramiento interior y una granizada de balas, metralla y granadas los forzaron á retirarse, limitándose á coronar con dificultad lo alto de la brecha por medio de un alojamiento.

Enfrente de San José, rechazados repetidas veces, consiguieron al fin meterse desde la brecha en una casa contigua, y hubieran pasado adelante á no haberlos contenido la intrepidez de los sitiados.

El ataque contra Santa Engracia, si bien al principio ventajoso al enemigo, salióle despues más caro que los otros. Tomaron, en efecto, sus soldados aquel monasterio, enseñoreáronse del convento inmediato de las Descalzas, y enfilando desde él la larga cortina que iba de Santa Engracia al puente de Huerba, obligaron á los españoles á abandonarla. Alentados los franceses con la victoria, se extendieron hasta la puerta del Cármen, y llevados de igual ardor los que de ellos guardaban la paralela del centro, acometieron por la izquierda, y se hicieron dueños del convento de Trinitarios Descalzos, y ya avanzaban á la Misericordia cuando se vieron abrasados por el fuego de dos cañones y el daño que recibían de calles y casas. Los nuestros, persiguiéndolos, hicieron una salida, y hasta se metieron en el convento de Trinitarios, que fuera otra vez suyo sin el pronto socorro que trajo á los contrarios el general Morlot. Murieron de los franceses 800 hombres, en cuyo número se contaron varios oficiales de ingenieros.

Pero de esta clase tuvieron los españoles que llorar al siguiente dia la dolorosa pérdida del comandante D. Antonio San Genis, que fué muerto en la batería llamada Palafox, á tiempo que desde ella observaba los movimientos del enemigo. Tenía cuarenta y tres años de edad, y amábanle todos por ser oficial valiente, experimentado y entendido. Y aunque de condicion aflable, era tal su entereza, que desde el primer sitio habia dicho: «No se me llame á consejo si se trata de capitular, porque nunca será mi opinión que no podamos defendernos".

Epidemia

El bombardeo, miéntras tanto, continuaba sus estragos, siendo mayores los de la epidemia, de que ya morían 350 personas por dia, y los hubo en que fallecieron 500. Faltaban los medicamentos, estaban henchidos de enfermos los hospitales, costaba una gallina cinco pesos fuertes, carecíase de carne y de casi toda legumbre. Ni habia tiempo ni espacio para sepultar los muertos, cuyos cadáveres, hacinados delante de las iglesias, esparcidos á veces y desgarradas por las bombas, ofrecían á la vista espantoso y lamentable espectáculo.

Confiado el mariscal Lannes de que en tal aprieto se darian á partido los españoles, sobre todo si eran noticiosos de lo que en otras partes ocurría, envió un parlamento comunicando

los desastres de nuestros ejércitos y la retirada de los ingleses. Mas en balde: los zaragozanos nada escucharon; en vez de amilanarse, crecia su valor al par de los apuros. Su caudillo, firme con ellos, repetía: «Defenderé hasta la última tapia.»

Combate casa por casa

Los franceses entónces, yendo adelante con sus embestidas, inútilmente quisieron el 28 y 29 apoderarse por su derecha de los conventos de San Agustin y Santa Mónica. Tampoco pudieron vencer el obstáculo de una casa intermedia que les quedaba para penetrar en la calle de la Puerta Quemada. Lo mismo les sucedió con una manzana contigua á Santa Engracia, empezando entónces á disputarse con encarnizamiento la posesion de cada casa y de cada piso y de cada cuarto.

Siendo muy mortífero para los franceses este desconocido linaje de defensa, resolvieron no acometer á pecho descubierto, y emprendieron por medio de minas una guerra terrible y escondida. Aunque en ella les daban su saber y recursos grandes ventajas, no por eso se abatieron los sitiados; y sosteniéndose entre las ruinas y derribos que causaban las minas enemigas, no sólo procuraban conservar aquellos escombros, sino que tambien querían recuperar los perdidos. Intentáronlo, aunque en vano, con el convento de Trinitarios Descalzos. La lid fué porfiada y sangrienta; quedó herido el general frances Rostoland y muertos muchos de sus oficiales.

Nuestros paisanos y soldados abalanzábanse al peligro como fieras, y sacerdotes piadosos y atrevidos no cesaban de animarlos con su lengua y dar consuelos religiosos á los que caian heridos de muerte, siendo á veces ellos mismos víctimas de su fervor. Augusto entónces y grandioso ministerio, que al paso que desempeñaba sus propias y sagradas obligaciones, cumplia tambien con las que en tales casos y sin excepcion exige la patria de sus hijos.

A fuerza de empeño y trabajos, y valiéndose siempre de sus minas, se apoderaron los franceses el 1.º de Febrero de San Agustin y Santa Mónica y comenzaron a penetrar en el Coso por la calle de la Puerta Quemada; empresa la última que se les malogró, con pérdida de 200 hombres. Dolorosa fué tambien para ellos la toma en aquel dia de algunas casas en la calle de Santa Engracia, cayendo, atravesado de una bala por las sienes, el general Lacoste, célebre ya en otros nombrados sitios. Sucedióle Mr. Rogniat, herido igualmente en el siguiente dia.

Nuevos ataques al Arrabal y a la ciudad

Aunque despacio, y por decirlo así, á palmos, avanzaba el enemigo por los tres puntos principales de su ataque, que acabamos de mencionar. Mas como le costaba tanta sangre, excitáronse murmuraciones y quejas en su ejército, las cuales estimularon al general Lannes á avivar la conclusion de tan fatal sitio, acometiendo el arrabal. Seguía en aquella parte el general Gazan, habiéndose limitado hasta entónces á conservar riguroso bloqueo. Ahora, segun lo dispuesto por Lannes, emprendió los trabajos de sitio. El 7 de Febrero embistieron ya

sus soldados el convento de Franciscanos de Jesus, á la derecha del camino de Barcelona. Tomáronle despues de tres horas de fuego, arrojando de dentro á 200 hombres que le guarnecian; y no pudiendo ir más adelante por la resistencia que los nuestros les opusieron, paráronse allí y se atrincheraron.

Trató Lannes al mismo tiempo de que se diesen la mano con este ataque los de la ciudad, y puso su particular conato en que el de la derecha de San José se extendiese por la universidad y puerta del Sol hasta salir al pretil del rio. Tampoco descuidó el del centro, en donde los sitiados defendieron con tal tenacidad unas barracas que habia junto á las ruinas del hospital, que, segun la expresion de uno de los jefes enemigos, «era menester matarlos para vencerlos.» Allí el sitiador, ayudado de los sótanos del hospital, atravesó la calle de Santa Engracia por medio de una galería, y con la explosion de un hornillo se hizo dueño del convento de San Francisco, hasta que subiendo por la noche al campanario el coronel español Fleury, acompañado de paisanos, agujerearon juntos la bóveda, y causaron tal daño á los franceses desde aquella altura, que huyeron éstos, recobrando despues á duras penas el terreno perdido.

Los combates de todos lados eran continuos, y aunque los sostenian por nuestra parte hombres flacos y macilentos, ensañábanse tanto, que creciendo las quejas del soldado enemigo, exclamaba «que se aguardasen refuerzos, sino se queria que aquellas malhadadas ruinas fuesen su sepulcro.»

Toma de convento de mercedarios de San Lázaro; rendición del Arrabal

Urgia, pues, á Lannes acabar sitio tan extraño y porfiado. El 18 de Febrero volvió á seguirse el ataque del arrabal, y con horroroso fuego,al paso que de un lado se derribaban frágiles casas, flanqueábase del otro el puente del Ebro para estorbar todo socorro, pereciendo, al querer intentarlo, el baron de Versages. A las dos de la tarde, abierta brecha, penetraron los franceses en el convento de Mercedarios llamado de San Lázaro. Fundacion del rey don Jaime el Conquistador, y edificio grandioso, fué defendido con el mayor valor; y en su escalera, de construccion magnífica anduvo la lucha muy reñida; perecieron casi todos los que lo guarnecian. Ocupado el convento por los franceses, quedó á los demas soldados del arrabal cortada la retirada. Imposible fué, excepto á unos cuantos, repasar el puente, siendo tan tremendo el fuego del enemigo, que no parecia sino que, á manera de las del Janto, se habian incendiado las aguas del Ebro. En tamaño aprieto, echaron los más de los nuestros por la orilla del rio, capitaneándolos el comandante de guardias españolas Manso; pero, perseguidos por la caballería francesa, enfermos, fatigados y sin municiones, tuvieron que rendirse. Con el arrabal perdieron los españoles, entre muertos, heridos y prisioneros,2.000 hombres.

Dueños así los franceses de la orilla izquierda del Ebro, colocaron en batería 50 piezas, con cuyo fuego empezaron á arruinar las casas situadas al otro lado en el pretil del rio. Ganaban tambien terreno dentro de la ciudad, extendiéndose por la derecha del Coso; y ocupado el convento de Trinitarios Calzados, se adelantaron á la calle del Sepulcro, procurando de este modo concertar diversos ataques. En tal estado, meditando dar un golpe decisivo, habian formado seis galerías de mina, que atravesaban el Coso, y cargando cada uno de los hornillos con 3.000 libras de pólvora, confiaban en que su explosion, causando terrible espanto en los zaragozanos, los obligaria á rendirse.

Palafox cede el mando

No necesitaron los franceses acudir á medio tan violento. Ménos eran de 4.000 los hombres que en la ciudad podian sustentar las armas, 14.000 estaban postrados en cama, muchos convalecientes, y los demas habian perecido al rigor de la epidemia y de la guerra. Desvanecíanse las esperanzas de socorro; y el mismo general D. José de Palafox, acometido de la enfermedad reinante, tuvo que transmitir sus facultades á una junta que se instaló en la noche del 18 al 19 de Febrero. Componíase ésta de treinta y cuatro individuos, siendo su presidente D. Pedro María Ric, regente de la Audiencia.

Capitulación

Rodeada de dificultades, convocó la nueva autoridad á los principales jefes militares, quienes, trazando un tristísimo cuadro de los medios que quedaban de defensa, inclinaron los ánimos á capitular. Discutióse, no obstante, largamente la materia; mas pasando á votacion, hubo de los vocales 26 que estuvieron por la rendicion, y sólo 8, entre ellos Ric, se mantuvieron firmes en la negativa. En virtud de la decision de la mayoría envióse al cuartel general enemigo un parlamento á nombre de Palafox, aceptando, con alguna variacion, las ofertas que el mariscal Lannes habia hecho dias ántes; pero éste, por tardía, desechó con indignacion la propuesta.

La Junta entónces pidió por sí misma suspension de hostilidades. Aceptó el mariscal frances, con expresa condicion de que dentro de dos horas se le presentasen sus comisionados á tratar de la capitulacion. Enel pueblo y entre los militares habia un partido numeroso que reciamente se oponía á ella, por lo cual hubo de usarse de precauciones.

Fué nombrado para ir al cuartel general frances D. Pedro María Ric con otros vocales. Recibiólos aquel mariscal con desden y áun desprecio, censurando agriamente y con irritacion la conducta de la ciudad, por no haber escuchado primero sus proposiciones. Amansado algun tanto con prudentes palabras de los comisionados, añadió Lannes: «Respetaránse las mujeres y los niños, con lo que queda el asunto concluido.— Ni áun empezado, replicó prontamente, mas con serenidad y firmeza, D. Pedro Ric: eso sería entregarnos sin condicion á merced del enemigo, y en tal caso continuará Zaragoza defendiéndose, pues áun tiene armas, municiones, y sobre todo puños.»

No queriendo, sin duda, el mariscal Lannes compeler á despecho ánimos tan altivos, reportóse áun más y comenzó á dictar la capitulacion. En vano se esforzó D. Pedro Ric por alterar alguna de sus cláusulas ó introducir otras nuevas. Fueron desatendidas las más de sus reclamaciones. Sin embargo, instando para que por un artículo expreso se permitiese á D. José Palafox ir adonde tuviese por conveniente, replicó Lannes que nunca un individuo podia ser objeto de una capitulacion; pero añadió que empeñaba su palabra de honor de dejar á aquel general entera libertad, así como á todo el que quisiese salir de Zaragoza. Estos pormenores, que es necesario no echar en olvido, fueron publicados en una relacion impresa por el mismo don Pedro María Ric, de cuya boca tambien nosotros se los hemos oido repetidas veces, mereciendo su dicho entera fe, como de magistrado veraz y respetable.

La Junta admitió y firmó el 20 la capitulacion, airándose Lannes de que pidiese nuevas aclaraciones; mas de nada sirvió ni áun lo estipulado. En aquella misma noche la soldadesca francesa saqueó y robó; y si bien pudieran atribuirse tales excesos á la dificultad de contener al soldado despues de tan penoso sitio, no admite igual excusa el quebrantamiento de otros artículos, ni la falta de cumplimiento de la palabra empeñada de dejar ir libre á D. José de Palafox. Moribundo sacáronle de Zaragoza, adonde tuvieron que volverle por el estado de postracion en que se hallaba. Apénas restablecido, lleváronle á Francia, y encerrado en Vincennes, padeció hasta en 1814 durísimo cautiverio.

Fueron áun más allá los enemigos en sus demasías y crueldades. Despojaron á muchos prisioneros, mataron á otros y maltrataron á casi todos. Tres dias despues de la capitulacion, á la una de la noche, llamaron de un cuarto inmediato al de Palafox, donde siempre dormia, á su antiguo maestro el P. D. Basilio Boggiero, y al salir se encontró con el alcalde mayor Solanilla, un capitan frances y un destacamento de granaderos, que le sacaron fuera, sin decirle adónde le llevaban. Tomaron al paso al capellan D. Santiago Sas, que se habia distinguido en el segundo sitio tanto como el anterior, despidieron á Solanilla, y solos los francesesmarcharon con los dos presos al puente de piedra. Allí matáronlos á bayonetazos, arrojando sus cadáveres al rio. Hirieron primero á Sas, y no se oyó de su boca, como tampoco de la de Boggiero, otra voz que la de animarse recíprocamente á muerte tan bárbara é impensada. Contólo así despues y repetidas veces el capitan frances encargado de su ejecucion, añadiendo que el mariscal Lannes le habia ordenado los matase sin hacer ruido. ¡Atrocidad inaudita! A tal punto el vencedor atropelló en Zaragoza las leyes de la guerra y los derechos sagrados de la humanidad.

La capitulacion se publicó en la Gaceta de Madrid de 28 de Febrero , nunca en los papeles franceses, sin duda para que se creyese que se habia entregado Zaragoza á merced del conquistador, y disculpar así los excesos; como si, con capitulacion ó sin ella, pudieran permitirse muchos de los que se cometieron.

Junot sustituye a Lannes

Fué nombrado el general Laval gobernador de Zaragoza. Hizo el 5 de Marzo su entrada solemne Lannes, recibiéndole en la iglesia de Nuestra Señora del Pilar el P. Santander, obispo auxiliar, que, ausente en los dos sitios, volvió á Zaragoza á celebrar el triunfo de los enemigos de su patria. Del joyero de aquel templo se sacaron las más preciosas alhajas, pasando á manos de los principales jefes franceses, bajo el nombre de regalos que hacia la Junta . El mariscal Lannes permaneció en Zaragoza hasta el 14 de Marzo, que partió á Francia, sucediéndole por entónces en el mando el general Junot, duque de Abrántes. Duró el sitio de Zaragoza sesenta y dos dias; y sin la epidemia, principal ayudadora de los franceses, muchos esfuerzos y tiempo hubieran todavía empleado éstos en la conquista. Al capitular, sólo era suya una cuarta parte de la ciudad, el arrabal y trece iglesias ó conventos, y sin embargo, su posesion les habia costado tanto trabajo y la pérdida de más de 8.000 hombres. Murieron de los españoles, en ambos sitios, 53.873 personas ; el mayor número en el último y de la epidemia.

Fueron destruidos con las bombas los más de los edificios. Desapareció, pábulo de las llamas, el antiguo, famoso y escogido archivo de la Diputacion aragonesa; la biblioteca de la universidad, formada con la antigua delos jesuitas, y enriquecida con várias dádivas, entre ellas una del ilustre aragonés D. Ramon de Pignatelli, se voló con una mina. Pereció tambien, al final del sitio, la del convento de dominicos de San Ildefonso, fundada por el Marqués de la Compuesta, secretario de Gracia y Justicia de Felipe V, en la que habia, sin los impresos, más de dos mil curiosos manuscritos. Tan destructora y enemiga de las letras es la guerra, áun hecha por naciones cultas.

Valoración

Muchos han dudado de si fué ó no conveniente defender á Zaragoza; desaprobando otros con más razon el que se hubiesen encerrado tantas tropas en su recinto. Debiérase ciertamente haber acudido al remedio de semejante embarazo, sacando de allí las que se recogieron despues de la rota de Tudela ó cualesquiera otras, con tal que se hubiera limitado su número á los 14 ó 15.000 hombres que ántes habia, y los cuales, unidos al entusiasmado vecindario, bastaban para escarmentar de nuevo al enemigo y detenerle largo tiempo delante de sus muros. Mas por lo que toca á la determinacion de defender la ciudad nos parece que fué acertada y provechosa. Los laureles adquiridos en el primer sitio habian dado al nombre de Zaragoza tan mágico influjo, que su pronta y fácil entrega hubiera causado desmayo en toda la nacion. De otra parte, su resistencia no sólo impidió la ocupacion de algunas provincias, deteniendo el ímpetu de huestes formidables, sino que tambien aquellos mismos hombres que tan bravos é impávidos se mostraban guarecidos de las tapias y las casas, no hubieran, inexpertos y en campo raso, podido sostenerse contra la práctica y disciplina de los franceses, mayormente cuando la impaciencia pública forzaba á aventurar imprudentes batallas.Por varios y encontrados que en este punto hayan sido los dictámenes, nunca discordaron ni discordarán en calificar de gloriosísima y extraordinaria la defensa de Zaragoza. El general frances Rogniat, testigo de vista, nos dice con loable imparcialidad : «La alteza de ánimo que mostraron aquellos moradores fué uno de los más admirables espectáculos que ofrecen los anales de las naciones, despues de los sitios de Sagunto y Numancia.» Fuélo, en efecto, tanto, que en 1814 citóse ya su ejemplo á los pueblos de Francia, como digno de imitarse, por aquel mismo Napoleon, que ántes hubiera querido borrarle de la memoria de los hombres.