La campaña del tajo (verano de 1809)

Incursión de junio de Venegas en la Mancha

En la Mancha y asperezas de Sierra-Morena, despues que Venégas tomó el mando de aquel ejército, se habian aumentado sus filas, ascendiendo el número de hombres, á principios de Junio, á unos 19.000 infantes y 3.000 caballos. Para no permanecer ocioso y foguear su gente, resolvió Venégas salir en 14 del mismo mes de las estrechuras de la Sierra y sus cercanías, y recorrer las llanuras de

la Mancha. Alcanzaron sus partidas de guerrilla algunas ventajas, y el 28 de Junio, la division de vanguardia, regida por D. Luis Lacy, escarmentó con gloria al enemigo en el pueblo de Torralba.

La repentina marcha de Venégas asustó en Madrid á José, ya inquieto, segun henos dicho, con la entrada de Blake en Aragon. Así fué que, al paso que ordenó á Mortier que se aproximase por el lado de Castillala Vieja á las sierras de Guadarrama, previno al mariscal Victor que poniéndose sobre Talavera, le enviase una division de infantería y caballería ligera. Agregada esta fuerza á sus guardias y reserva, se metió José desde Toledo en la Mancha, y uniéndose con el cuarto cuerpo, del mando de Sebastiani, avanzó hasta Ciudad-Real. Venégas, que por entónces no pensaba comprometer sus huestes, replegóse á tiempo, y ordenadamente tomó á Santa Elena. Penetró el rey intruso hasta Almagro, y no osando arriscarse más adentro, se restituyó á Madrid, devolviendo al mariscal Victor las tropas que de su cuerpo de ejército habia entresacado. Tales fueron las marchas y correrías que precedieron en Extremadura y Mancha á la campaña llamada de Talavera, la cual, siendo de la mayor

importancia, exige que ántes de entrar en la relacion de sus complicados sucesos contemos las fuerzas que para ella pusieron en juego las diversas partes beligerantes.

Despliegue de grandes fuerzas

De los ocho cuerpos en que Napoleon distribuyó su ejército al hacer, en Octubre de 1808, su segunda y terrible invasion, incorporóse más tarde el de Junot con los otros, reduciéndose, por consiguiente, á siete el número de todos ellos. Cinco fueron los que casi en su totalidad coadyuvaron á la campaña de Talavera. Tres, el segundo, quinto y sexto, acantonados en Julio en Valladolid, Salamanca y tierra de Astorga, bajo el mando supremo del mariscal Soult, y el primero y cuarto, alojados por el mismo tiempo en la Mancha y orillas del Tajo hácia Extremadura. Concurrió tambien de Madrid la reserva y guardia de José, pudiéndose calcular que el conjunto de todas estas tropas rayaba en 100.000 hombres.

De los españoles vinieron sobre aquellos puntos los ejércitos de Extremadura y Mancha, el primero de 36.000 combatientes, el segundo de unos 24.000. La fuerza de Wellesley, acampada en Abrántes despues de su vuelta de Galicia, aunque engrosada con 5.000 hombres, no excedia de 22.000, menguada con los muertos y enfermos. Pasaban de 4.000 portugueses y españoles los que regia el bizarro sir Roberto Wilson; de los últimos dos batallones habian sido destacados del ejército de Cuesta.

Ademas, 15.000 de los primeros, que disciplinaba el general Beresford, desde el Águeda se trasladaron despues hácia Castello-Branco. Por manera que el número de hombres llamado á lidiar ó á cooperar en la campaña era, de parte de los franceses, segun acabamos de decir, de unos100.000, y de casi otro tanto la de los aliados, con la diferencia de ser aquéllos homogéneos y aguerridos, y éstos de vária naturaleza y en su mayor parte noveles y poco ejercitados en las armas.

El general Wellesley, aunque al desembarcar en Lisboa habia conceptuado como más importante la destruccion del mariscal Victor, empezó, sin embargo, conforme relatamos, por arrojar á Soult de Portugal para caer despues más desembarazadamente sobre el primero. Así se lo habia ofrecido al gobierno español al ir á Oporto, rogando que en el intermedio evitasen los generales españoles de Extremadura y Mancha todo serio reencuentro con los franceses. Cumplióse por ambas partes lo prometido; vióse forzado Soult á evacuar á Portugal, y Wellesley, despues de haber dado descanso y respiro á sus tropas en Abrántes, salió de allí el 27 de Junio, poniéndose en marcha hácia la frontera de Extremadura.

Andaban los franceses divididos acerca del plan que convendria adoptar en aquellas circunstancias. José deseaba conservar lo conquistado, y sobre todo no abandonar á Madrid, pensando, quizá con razon, que la evacuacion de la capital imprimiria en los ánimos errados sentimientos, en ocasion en que áun se mostraba viva la campaña de Austria. El mariscal Soult, ateniéndose á reglas de la más elevada estrategia,prescindia de la posesion de más ó ménos territorios, y opinaba que se obrase en dos grandes cuerpos ó masas, cuyos centros se establecerian, uno en Toro, donde él estaba, y otro donde José residia. Despues de la vuelta de Soult á Castilla nada de particular habia ocurrido allí, esforzándose solamente dicho mariscal por arreglar y reconcentrar los tres cuerpos que el Emperador habia puesto á su cuidado.

Encontró en ello estorbos, así en algunas providencias de José, que habia, segun se dijo, llamado hácia Guadarrama á Mortier, y así en la mal dispuesta voluntad del mariscal Ney, quien picado de la preferencia dada por el Emperador á su compañero, queria separarse, so pretexto de enfermedad, del mando del sexto cuerpo. Embarazaban tambien escaseces de varios efectos, y sobre todo el carecer de artillería el segundo cuerpo, abandonada á su salida de Portugal. Para remover tales obstáculos, pedir auxilios y predicar en favor de su plan, envió Soult á Madrid al general Foy, que en posta partió el 19 de Julio. Tornó éste el 24 del mismo, y aunque se remediaron las necesidades más urgentes y se compusieron hasta cierto punto las desavenencias entre Ney y Soult, no se accedió

al plan de campaña que el último proponia, atento solamente José á conjurar el nublado que le amenazaba del lado del Tajo.

Los planes aliados

Manteníase en Extremadura tranquilo D. Gregorio de la Cuesta, en espera del movimiento del general Wellesley, no habiendo emprendido, aunque bien á su pesar, accion alguna de gravedad. Hubo solamente choques parciales, y honró á los armas españolas el que sustuvo en Aljucen D. José de Zayas, y otro que con no menor dicha trabó en Medellin el brigadier Rivas. Forzoso lo era al anciano general reprimir su impaciencia, pues tal órden tenia de la Junta Central. Limitábase á avanzar siempre que los franceses retrocedian, y al situarse en Plasencia el mariscal Victor el 19 de Junio, sentó Cuesta, el 20 del mismo, sus cuarteles en las Casas del Puerto, orilla izquierda del Tajo. Allí aguardó á que adelantasen los ingleses, enviando al comisionado de esta nacion, coronel Bourke, á proponer á su general el plan que le parecia más oportuno para abrir la campaña.

Sir Arturo Wellesley, despues de levantar el 27 de Junio su campo de Abrántes, prosiguió su marcha, y estableció el 8 de Julio su cuartel general en Plasencia, pasando el 10 á avistarse con Cuesta en las Casas del Puerto. Conferenciaron entre sí largamente ambos generales, y propuestos varios planes, se adoptó al fin el siguiente, como preferible y más acomodado. Sir Roberto Wilson, con la fuerza de su mando y dos batallones que Cuesta le proporcionaria, habia de marchar el 16 por la vera de Plasencia con direccion al Alberche, ocupando hasta Escalona los pueblos de la orilla derecha; el 18 cruzaria el ejército británico por la Bazagona el Tiétar, en que se habia echado un puente provisional, y dirigiéndose por Majadas y Centenilla á Oropesa y al Casar, habia de extender

su izquierda hasta San Roman y ponerse en contacto con la division de Wilson. El ejército español de Cuesta, cruzando el 19 el Tajo por Almaraz y Puente del Arzobispo, habia de seguir el camino real de Talavera, y ocupar el frente del enemigo desde el Casar hasta el puente de tablas que hay sobre el Tajo en aquella ciudad, mas procurando en su marcha no embarazar la del ejército aliado. Tambien se acordó que Venégas, cuyo cuartel general estaba entónces en Santa Cruz de Mudela, y que dependia, hasta cierto punto, de Cuesta, avanzase si la fuerza del general Sebastiani no era superior á la suya, y que, pasando el Tajo por Fuentidueña, se pusiese sobre Madrid, debiendo retroceder á la Sierra por Tarancon y Torrejoncillo, en caso que acudiesen contra él tropas numerosas. Agradó este plan por lo respectivo al movimiento de Cuesta y de los ingleses; no pareció tan atinado en lo tocante á Venégas, cuyo ejército, alejándose demasiado del centro de operaciones, ni podia fácilmente darse la mano con los aliados en cualquiera mudanza de plan que hubiese, ni era posible acudir con prontitud en su auxilio si aceleradamente caian, reforzados, sobre él los enemigos.

Problemas de abastecimiento

Acordes Cuesta y Wellesley, volvió el último á Plasencia, e impensa damente escribió el 16 al ayudante general D. Tomas Odonojú, diciéndole que, si bien estaba pronto á ejecutar el plan convenido, desprovisto su ejército de muchos artículos, y sobre todo de transportes, podrian quizá presentarse dificultades inesperadas; y despues añadia con tono más acerbo que en todo país en que se abre una campaña, debiendo los naturales proveer de medios de subsistencia, si en este caso no se proporcionaban, tendria España que pasarse sin la ayuda de los aliados. Tal fué la primera queja que de este género se suscitó. Habia la Junta Central ofrecido suministrar cuantos auxilios estuviesen en su mano, y en efecto, expidió órdenes premiosas á las juntas de Badajoz, Plasencia y Ciudad-Rodrigo, para hacer abundantes acopios de todos los artículos precisos á la subsistencia del ejército británico, escogiendo, ademas, á D. Juan Lozano de Torres, con los correspondientes comisarios de guerra, para que lo saliesen á recibir á la frontera de España. Semejantes resoluciones pudieran haber bastado en tiempos ordinarios; ahora no, mayormente estando para ejecutarlas el Lozano de Torres, hombre ántes embrollador que prudente y activo. Las escaseces fueron reales; mas, agriándose las contestaciones, se trataron con injusticia unos y otros, dando ocasion, segun verémos, á enojos y desabrimientos.

Comienzan las operaciones

Comenzó, no obstante, al tiempo convenido la marcha de los ejércitos aliados, haciendo sólo en ella los españoles una corta variacion, por falta de agua, en el camino de Talavera. El 21 de Julio se alojaban ambos entre Oropesa y Velada; prosiguieron el 22 su camino, encontrándose la vanguardia, regida por D. José de Zayas, con fuerza enemiga, capitaneada por el capitan Latour-Maubourg. Las escaramuzas duraron parte del dia, portándose nuestros soldados bizarramente, y con eso, y aparecer los ingleses, cruzaron los enemigos el Alberche, estando en Cazalegas el cuartel general del mariscal Victor. Las divisiones de Villatte y Lapisse formaban sobre su derecha en altozanos que dominan la campaña, y la de Ruffin cubria sobre la izquierda, tocando al Tajo, el puente del Alberche, larguísimo y de tablas, amparado, ademas, su desembocadero con 14 piezas de artillería. Ascendian sus fuerzas á 25.000 hombres, y permanecieron en sus puestos los dias 22 y 23.

Victor se retira en dirección Toledo

Acercáronse allí por su lado los ejércitos aliados, y sir Arturo Wellesley propuso á D. Gregorio de la Cuesta atacar á los enemigos sin tardanza el mismo 23, mas el general español pidió que se difiriese hasta la madrugada siguiente. Fútiles fueron las razones que despues alegó para tal dilacion, contrastando el detenimiento de ahora con el prurito que tuvo siempre, y renovó luégo, de combatir á todo trance. Aseguran algunos extranjeros que se negó por ser domingo; mas ni Cuesta pecaba de tan nimio, ni en España prevalecia semejante preocupacion. Ha habido ingleses que han tachado á cierto oficial del estado mayor de Cuesta de la nota de entenderse con los enemigos. Ignoramos el fundamento de sus sospechas. Lo cierto es que los franceses, ya en situacion apurada, decamparon en la noche del 23 al 24, y en lugar de seguir el camino de Madrid, tomaron por Torrijos el de Toledo. Falló así destruir al mariscal Victor á la sazon que sus fuerzas eran inferiores á las aliadas, y falló

por la inoportuna prudencia de Cuesta, prenda nunca ántes notada entre las de este general.

Incomodado por ello Wellesley, receloso de que continuasen escaseando las subsistencias, y pareciéndole quizá arriesgado internarse más ántes de estar cierto de lo que pasaba en Castilla la Vieja, declaró formalmente que no daria un paso más allá del Alberche, á no afianzársele la manutencion de sus tropas. Cuesta, que el 23 se remoloneaba para atacar, impelido ahora por aviesa mano, ó renaciendo en su ambicioso ánimo el deseo de entrar ántes que ninguno en Madrid, marchó solo y sin los ingleses, y llegó el 24 al Bravo y Cebolla, y adelantándose el 25 á Santa Olalla y Torrijos, hubo de costar cara su loca temeridad. Los franceses no se retiraban sino para reconcentrarse y engrosar sus fuerzas. José, despues de dejar en Madrid una corta guarnicion, habia salido con su guardia y reserva, uniéndose á Victor el 25, por Vargas y orilla izquierda del Guadarrama. Otro tanto hizo Sebastiani, que observaba á Venégas en la Mancha, cerca de Daimiel, cuando se le mandó acudir al Tajo. Con esta union, los franceses, que poco ántes tenian, para oponerse á los aliados, sólo unos 25.000 hombres, contaban ahora sobre 50.000, alojados á corta distancia de Cuesta, detras del rio Guadarrama.

La división Lacy del ejército de Venegas se aproxima a Toledo

Venégas, sabedor de la marcha de Sebastiani, envió en pos de él y hácia Toledo una division, al mando de D. Luis Lacy, aproximándose en persona á Aranjuez con lo restante de su ejército. No por eso dividieron los franceses sus fuerzas, ni tampoco por otros movimientos de sir Roberto Wilson, quien, extendiéndose con sus tropas por Escalona y la Villa del Prado, se habia el 25 metido hasta Navalcarnero, distante cinco leguasde Madrid, cuyo suceso hubo de causar en la capital un levantamiento.

Combates en Torrijos del 26 de julio de 1809

Aunque juntos los cuerpos de Victor y Sebastiani con la reserva y guardia de José, no pensaban los franceses empeñarse en accion campal, aguardando á que el mariscal Soult, con los tres cuerpos que capitaneaba en Salamanca, viniese sobre la espalda de los aliados, por las sierras que dividen aquellas provincias de la de Extremadura. Plan sabio,de que habia sido portador, desde Madrid, el general Foy, y cuyas resultas hubieran podido ser funestísimas para el ejército combinado. La impaciencia de los franceses malogró en el campo lo que prudentemente se habia determinado en el consejo.

Viendo el 26 de Julio la indiscreta marcha de Cuesta, quisieron escarmentarle. Así, arrollaron aquel dia sus puestos avanzados, y áun acometieron á la vanguardia. El comandante de ésta, D. José de Zayas, avanzó á las llanuras que se extienden delante de Torrijos, en donde lidió largo rato, tratando sólo de retirarse al noticiarle que mayor número de gente venía á su encuentro. Comenzó entónces ordenadamente su movimiento retrógado; pero arredrados los infantes con ver que no podia maniobrar el regimiento de caballería de Villaviciosa, metido entre unos vallados, retrocedieron en desorden á Alcabon, adonde corrió en su amparo el Duque de Alburquerque, asistido de una division de 3.000 caballos.

Dióse con esto tiempo á que la vanguardia se recogiese al grueso del ejército, que teniendo á su cabeza al general Cuesta, caminaba, no con el mejor concierto, á abrigarse del ejército inglés. La vanguardia de éste ocupaba á Cazalegas, y su comandante, el general Sherbrooke, hizo ademan de resistir á los enemigos, que se detuvieron en su marcha. Parecia que con tal leccion se ablandaria la tenacidad del general Cuesta; mas desentendiéndose, de las justas reflexiones de sir Arturo Wellesley, á duras penas consintió repasar el Alberche.

Batalla de Talavera (28 de julio de 1809)

Anunciaba la union y marcha de los enemigos la proximidad de una batalla, y se preparó á recibirla el general inglés. En consecuencia, mandó á Wilson que de Navalcarnero volviese á Escalona, y no dejó tropa alguna á la izquierda del Alberche, resuelto á ocupar una posicion ventajosa en la márgen opuesta. Escogió como tal el terreno que se dilata desde Talavera de la Reina hasta más allá del cerro de Medellin, y que abraza en su extension unos tres cuartos de legua. Alojábase á la derecha, y tocando al Tajo, el ejército español; ocupaba el inglés la izquierda y centro. Era como sigue la

fuerza y distribucion de entrambos. Componíase el de los españoles de cinco divisiones de infantería y dos de caballería, sin contar la reserva y vanguardia. Mandaban las últimas D. Juan Berfhuy y D. José de Zayas. De las divisiones de caballería, guiaba la primera D. Juan de Henestrosa, la segunda el Duque de Alburquerque. Regian las de infantería, segun el órden de su numeracion, el Marqués de Zayas, D. Vicente Iglesias, el Marqués de Portago, D. Rafael Manglano y D. Luis Alexandro Bassecourt. El total de tropas españolas, deducidas pérdidas, destacamentos y extravíos, no llegaba á 34.000 hombres; de ellos, cerca de 6.000 de caballería. Contaban allí los ingleses más de 16.000 infantes y 3.000 jinetes, repartidos en cuatro divisiones, á las órdenes de los generales Sherbrooke, Hill, Mackenzie y Campbell.

La derecha, que formaban los españoles, se extendia delante de Talavera y detras de un vallado que hay á la salida. Colocóse enfrente de la suntuosa ermita de Nuestra Señora del Prado una fuerte batería, con cuyos fuegos se enfilaba el camino real que conduce al puente del Alberche. Por el siniestro costado de los españoles, y en un intermedio que habia entre ellos y los ingleses, empezóse á construir en un altozano un reducto, que no se acabó; viniendo despues é inmediatamente la division de Campbell, á la que seguia la de Sherbrooke, cubriendo con la suya la izquierda del general Hill. Permaneció apostada cerca del Alberche la division del general Mackenzie, con órden de colocarse en segunda línea y detras de Sherbrooke al trabarse la refriega. Era la llave de la posicion el cerro en donde se alojaba Hill, llamado de Medellin, cuya falda baña por delante y defiende con hondo cauce el arroyo Portiña, separándole una cañada por el siniestro lado de los peñascales de la Atalaya é hijuelas de la sierra de Segurilla.

Al amanecer del 27 de Julio, poniendo José desde Santa Olalla sus columnas en movimiento, llegaron aquéllas á la una del dia á las alturas de Salinas, izquierda del Alberche. Sus jefes no podian ni áun de allí descubrir distintamente las maniobras del ejército combinado, plantado el terreno de olivos y moreras. Mas, escuchando José al mariscal Victor, que conocia aquel país, tomó, en su consecuencia, las convenientes disposiciones. Dirigió el cuarto cuerpo, del mando de Sebastiani, contra la derecha, que guardaban los españoles, y el primero, del cargo de Victor,

contra la izquierda, al mismo tiempo que amenazaba el centro la caballería.

Cruzado el Alberche, siguió el cuarto cuerpo con la reserva y guardia de José, que le sostenia, el camino real de Talavera, y el primero, que vino por el vado, cayó tan de repente sobre la torre llamada de Salinas, en donde estaba apostado el general Mackenzie, que causó algun desórden en su division, y estuvo para ser cogido prisionero sir Arturo Wellesley, que observaba desde aquel punto los movimientos del enemigo. Pudieron, al fin, todos, aunque con trabajo, recogerse al cuerpo principal del ejército aliado.

Iba, pues, á empeñarse una batalla general. Los franceses, avanzando, empezaron ántes de anochecer su ataque con un fuerte cañoneo y una carga de caballería sobre la derecha, que defendian los españoles, de los que ciaron los cuerpos de Trujillo y Badajoz de línea y leales de Fernando VII, y áun hubo fugitivos que esparcieron la consternacion hasta Oropesa, yendo envueltos con ellos y no menos aterrados algunos ingleses. No fué, sin embargo, más allá el desórden, contenido el enemigo por el fuego acertado de la artillería y de los otros cuerpos, y tambien por ser su principal objeto caer sobre la izquierda, en que se alojaba el general Hill.

Dirigieron contra ella las divisiones de los generales Ruffin y Villatte, y encaramáronse al cerro, á pesar de ser la subida áspera y empinada, con la dificultad tambien de tener que cruzar el cauce del Portiña. Atropellándolo todo con su impetuosidad, tocaron á la cima, de donde precipitadamente descendieron los ingleses por la ladera opuesta. El general Hill, aunque herido su caballo, y á riesgo de caer prisionero, volvió á la carga, y con la mayor bizarría recuperó la altura.

Ya bien entrada la noche, insistieron los franceses en su ataque, extendiéndole por la izquierda de ellos el general Lapisse contra otra de las divisiones inglesas. Viva fué la refriega y larga, sin fruto para los enemigos. Pasadas las doce de la misma noche, un arma falsa, esparcida entre los españoles, dió ocasion á un fuego graneado, que duró algun tiempo, y causó cierto desórden, que afortunadamente no cundió á toda la línea.

Al amanecer del 28 renovaron los franceses sus tentativas, acometiendo el general Ruffin el cerro de Medellin por su frente y la cañada de la izquierda; sostúvole en su empresa el general Villatte. La pelea fué porfiada, repetidos los ataques, ya en masa, ya en pelotones, la pérdida grande de ambas partes. Herido el general Hill, dudoso el éxito en ocasiones, hasta que los franceses, tornando á sus primeros puestos, abrigados de formidable artillería, suspendieron el combate.

Falto el ejército británico de cañones de grueso calibre, pidió el general Wellesley algunos de esta clase á D. Gregorio de la Cuesta, los cuales se colocaron, al mando del capitan Uclés, en el reducto empezado á construir en el altozano interpuesto entre españoles é ingleses. Viendo tambien el general Wellesley el empeño que ponia el enemigo en apoderarse del cerro de Medellin, sintió no haber ántes prolongado su izquierda, y guarnecídola del lado de la cañada; por lo que, para corregir su olvido, colocó allí parte de su caballería, que sostuvo la de Alburquerque, y alcanzó de Cuesta el que destacase la quinta division, del mando de Bassecourt, cuyo jefe se situó cubriendo la cañada, en la falda y peñascales de la Atalaya.

En aquel momento dudo José de si convenia retirarse ó continuar el combate. Victor estaba por lo último, el mariscal Jourdan por lo primero. Vacilante José por algun tiempo, decidióse por la continuacion, habiendo recorrido ántes la línea en todo su largo. En el intermedio hubo un respiro, que duró desde las nueve hasta las doce de la mañana, bajando, sin ofenderse, los soldados de ambos ejércitos á apagar en el arroyo de Portiña la sed ardiente que les causaba lo muy bochornoso del dia.

Por fin los franceses volvieron á proseguir la accion. Vigilaba sus movimientos sir Arturo Wellesley desde el cerro de Medellin. Acometió primero el general Sebastiani el centro, por la parte en que se unian los ingleses y los españoles. Aquí se hallaban de parte de los últimos las divisiones tercera y cuarta, al cuidado ambas de D. Francisco Eguía, formando dos líneas; la primera más avanzada que la inmediata de los ingleses. El frances quiso, sobre todo, apoderarse de la batería del reducto; mas al poner el pié en ella, recibieron sus soldados una descarga á metralla de los cañones puestos allí poco ántes al mando del capitan Uclés, y cayendo los ingleses en seguida sobre sus filas, experimentaron éstas horrorosa carnicería. Replegados en confusion los franceses á su línea, rechazaron á sus contrarios cuando avanzaron. Reiteráronse tales tentativas, hasta que en la última, intentando los enemigos meterse entre los ingleses y los españoles, se vieron flanqueados por la primera

línea de éstos más avanzada, y acribillados por una batería que mandaba D. Santiago Piñeiro, militar aventajado. Repelidos así, y al tiempo que ya flaqueaban, dió sobre ellos asombrosa carga el regimiento español de caballería del Rey, guiado por su coronel D. José María de Lastres, á quien, herido, sustituyó en el acto, con no menor brío, su teniente D. Rafael Valparda. Todo lo atropellaron nuestros jinetes, dando lugar á que se cogieran 10 cañones, de los que cuatro trajo al campo español el mencionado Piñeiro.

A la misma sazon, en la izquierda del ejército aliado, trató la division del general Ruffin de rodear por la cañada el cerro de Medellin, amenazando parte de la de Villatte subir á la cima. Colocada la caballería inglesa en dicha cañada, aunque padeció mucho, en especial un regimiento de dragones, logró desconcertar á Ruffin, sosteniendo sus esfuerzos la division de Bassecourt y la caballería de Alburquerque. Tambien sirvió de mucho la oportunidad con que el distinguido oficial D. Miguel de Alava, ayudante del último, condescendiendo con los deseos del general inglés Fane, y sin aguardar, por la premura, el permiso de su jefe, dispuso que obrasen dos cañones, al mando del capitan Entrena, que hicieron en el enemigo grande estrago. Así se ve cómo en ambas alas andaba la refriega favorable á los aliados.

Hubo de comprometerse su éxito durante cierto espacio en el centro. Acometió allí al general Sherbrooke el frances Lapisse, el cual, si bien al principio fué rechazado gallardamente, prosiguiendo los guardias ingleses con sobrado ardor el triunfo, repeliéronlos á su vez los franceses, introduciendo confusion en su línea; momento apurado, pues roto el centro, hubieran los aliados perdido la batalla. Felizmente, al ver Wellesley lo que se empeñaban los guardias, con prevision ordenó desde el cerro donde estaba bajar al regimiento número 48, mandado por el coronel Donellan, cuyo cuerpo se portó con tal denuedo, que conteniendo á los franceses, dió lugar á que los suyos volviesen en si y se rehiciesen. Sucedido lo cual, avanzando de la segunda línea la caballería ligera, á las órdenes de Cotton, y maniobrando por los flancos la artillería, entre la que tambien lució con sus cañones el capitan Entrena, ciaron desordenados los franceses, cayendo mortalmente herido el general Lapisse.

Ya entónces se mostraron por toda la línea victoriosos los aliados. Recogiéronse los franceses á su antigua posicion, cubriendo el movimiento los fuegos de su artillería. El calor y lo seco de la tierra con el tráfago y pisar de aquel dia produjeron poco despues en la hierba y matorrales un fuego, que recorriendo por muchas partes el campo, quemó á muertos y á postrados heridos. Perdieron los ingleses en todo 6.268 hombres, los franceses 7.389, con 17 cañones; murieron de cada parte dos generales. Ascendió la pérdida de los españoles á 1.200 hombres, quedando herido el general Manglano.

De este modo pasó la batalla de Talavera de la Reina, que empezada el 27 de Julio, no concluyó hasta el siguiente dia, y la cual tuvo, por decirlo así, tres pausas ó jornadas. En la última del 28 se comportaron los españoles con valor é intrepidez. A los cuerpos que el 27 flaquearon, nada ménos intentó Cuesta que diezmarlos, como si su falta no proviniese más bien de anterior indisciplina que de cobardía villana. Intercedió el general inglés, y amansó el feroz pecho del español, mas desgraciadamente cuando ya habian sido arcabuceados 50 hombres.

Nombró la Junta Central á sir Arturo Wellesley, capitan general de ejército, y elevóle su gobierno á par de Inglaterra, bajo el título de lord vizconde Wellintong de Talavera, con el cual le distinguirémos en adelante. Dispensó tambien la Central otras gracias á los jefes españoles, condecorando á don Gregorio de la Cuesta con la gran cruz de Cárlos III.

Ficha de la batalla:

    • Fecha: 27-28 de julio de 1809

    • Mandos superiores:

Aliados: Wellesley y Cuesta

Franceses: Jose, Jourdan, Victor, Sebastiani

    • Efectivos:

Aliados: 20641 británicos; 34993 españoles

Franceses: 46138

    • Bajas:

Aliados:5359 británicos, 1200 españoles; generales Hill y Manglano heridos.

Franceses: 7268 franceses; general Lapisse muerto.

Después de Talavera

El 29 de Julio repasaron los franceses el Alberche, apostándose en las alturas de Salinas. Marchó en seguida José con el cuarto cuerpo y la reserva á Santa Olalla, y se colocó el 31 en Illéscas, habiendo ántes destacado una division vuelta de Toledo, á cuya ciudad amenazaba gente de Venégas. El mariscal Victor, recelándose de los movimientos por su flanco de sir Roberto Wilson, cuya fuerza creia superior, se retiró tambien el 1.º de Agosto hácia Maqueda y Santa Cruz del Retamar, creciendo el desacuerdo entre él y el mariscal Jourdan, como acontece en la desgracia.

Lord Wellintong y los españoles se mantuvieron en Talavera, adonde llegó el 29, con 3.000 hombres de refresco, el general Crawfurd, que al ruido de la batalla se apresuró á incorporarse á tiempo, aunque inútilmente, al grueso del ejército. No quiso Wellintong, á pesar del refuerzo, seguir el alcance, ya porque considerase á los franceses más bien repelidos que deshechos, ó ya porque no se fiase en la disciplina y organizacion del ejército español, tolerable en posicion abrigada, pero muy imperfecta para marchas y grandes evoluciones. Otras causas pudieron tambien influir en su determinacion: tal fué el anuncio del armisticio de Znaim, que se publicó en Gaceta extraordinaria de Madrid de 27 de Julio; tal asimismo la marcha progresiva de Soult, de que se iban teniendo avisos más ciertos. Sin embargo, no fundó el general inglés su resolucion en ninguna de tan poderosas é insinuadas razones, fuese que no quisiera ofender á los caudillos españoles, ó que temiera sobresaltar los ánimos con malas nuevas. Disculpóse solamente para no avanzar con la falta de víveres, pareciendo á algunos que si realmente tal escasez afligia al ejército, no era oportuno modo de remediarla permanecer en el lugar en donde más se sentia, cuando yendo adelante se encontrarian países ménos devastados, y ciudades y pueblos que ansiosamente y con entusiasmo

aguardaban á sus libertadores.

Llega Soult

Por tanto creyóse en general que, si bien no abundaban las vituallas, la detencion del ejército inglés pendia principalmente de los movimientos del marical Soult, quien, segun aviso recibido en 30 de Julio, intentaba atravesar el puerto de Baños, defendido por el Marqués del Reino con cuatro batallones, dos destacados anteriormente del ejército de Cuesta, y dos de Béjar. A la primera noticia pidió lord Wellington que tropa española fuese á reforzar el punto amenazado, y dificultosamente recabó de D. Gregorio de la Cuesta que destacase para aquel objeto, en 2 de Agosto, la quinta division, del mando de D. Luis Bassecourt: poca fuerza y tardía, pues no pudiendo el Marqués del Reino resistir á la superioridad del enemigo, se replegó sobre el Tiétar, entrando los franceses en Plasencia el 1.º de Agosto.Cerciorados los generales aliados de tan triste acontecimiento, convinieron en que el ejército británico iria al encuentro de los enemigos, y que los españoles permanecerian en Talavera, para hacer rostro al mariscal Victor en caso de que volviese á avanzar por aquel lado.

Las fuerzas que traian los franceses constaban del quinto, segundo y sexto cuerpo, ascendiendo en su totalidad á unos 50.000 hombres. Precedia á los demas el quinto, á las órdenes del mariscal Mortier; seguíale el segundo, á las inmediatas de Soult, que ademas mandaba á todos en jefe, y cerraba la marcha el sexto, capitaneado por el mariscal Ney. Fué, de consiguiente, Mortier quien arrojó de Baños al Marqués del Reino, extendiéndose ya hácia la venta de la Bazagona por una parte, y por otra hácia Coria, cuando el 3 de Agosto pisó Soult las calles de Plasencia, y cuando Ney cruzaba en el mismo dia los lindes extremeños. Tal y tan repentina avenida de gente asoló aquella tierra, frondosísima en muchas partes, no escasa de cierta industria, y en donde aun quedan rastros y mijeros de una gran calzada romana. El general Beresford, que ántes estaba situado, con unos 15.000 portugueses, detras del Águeda, siguió al ejército frances en una línea paralela, y atravesando el puerto de Perales, llegó á Salvatierra el 17 de Agosto, desde cuyo punto trató de cubrir el camino de Abrántes.

Retirada aliada

Íbanse de esta manera acumulando en el valle ó prolongada cuenca que forma el Tajo desde Aranjuez hasta los confines de Portugal, muchedumbre de soldados, cuyo número, inclusos los ejércitos de Venégas y Beresford, rayaba en el de 200.000 hombres, de muchas y várias naciones. Siendo difícil su mantenimiento en tan limitado terreno, y corto el tiempo que se requeria para reunir las masas, era de conjeturar que unos y otros estaban próximos á empeñar decisivos trances. Pero en aquella ocasion, como en tantas otras, no aconteció lo que parecia más probable.

Lord Wellington, informado de que el mariscal Soult se interponia entre su ejército y el puente de Almaraz, resolvió pasar por el del Arzobispo y establecer su línea de defensa detras del Tajo. Por su parte D. Gregorio de la Cuesta, temeroso tambien de aguardar solo en Talavera á José y Victor, que de nuevo se unian, abandonó la villa y se juntó en Oropesa con la quinta division y el ejército británico. Desazonó á Wellington la determinacion del general español, por parecerle precipitada, y sobre todo por no haber puesto el correspondiente cuidado en salvar los heridos ingleses que habia en Talavera. Desatendió, por tanto, y con justicia, los clamores de D. Gregorio de la Cuesta, que insistia en que se conservase pa posición de Oropesa com o propia para una batalla. Crfuzó pues, Wellington el puente del Arzobispo, y estableció su cuartel general en Deleitosa el 7 de Agosto, poniendo en Mesas de Ibor su retaguardia. Envió tambien por la orilla izquierda de Tajo al general Crawfurd, con una brigada y seis piezas, el cual llegó felizmente á tiempo de cubrir el paso de Almaraz y los vados.

Forzado, bien á su pesar, el general Cuesta á seguir al ejército inglés, pasó el 5 el puente del Arzobispo, hácia donde con presteza se agolpaban los enemigos. Prosiguió su marcha por la Peraleda de Garbin á Mesas de Ibor, dejando en guarda del puente á la quinta division, del cargo de D. Luis Bassecourt, y por la derecha en Azotan, para atender á los vados, al Duque de Alburquerque, con 3.000 caballos. Mas apénas habia llegado Cuesta á la Peraleda, cuando ya eran dueños los enemigos del puente del Arzobispo. Acercándose allí de todas partes el quinto cuerpo, se habia colocado

su jefe Mortier en la Puebla de Naciados. Estaba á la sazon en Navalmoral el mariscal Ney, y Soult, desde el Gordo, habia destacado caballería camino de Talavera, para ponerse en comunicacion con Victor, de vuelta ya éste el 6 en aquella villa. Así todas las tropas francesas podian ahora darse la mano y obrar de acuerdo.

Reconcentráronse, pues, para forzar el paso del puente del Arzobispo el quinto y segundo cuerpo, al tiempo que Victor, por el puente de tablas de Talavera, debia llamar la atencion de los españoles, y áun acometerlos, siguiendo la izquierda del Tajo. A las dos de la tarde del 8 formalizaron los franceses su ataque contra el paso del Arzobispo; dirigíalo el mariscal Mortier. El calor del dia, y el descuido propio de ejércitos mal disciplinados, hizo que no hubiese de nuestra parte gran vigilancia, por lo cual, en tanto que los enemigos embestian el puente, cruzaron descansadamente un vado 800 caballos suyos, guiados por el general Caulincourt, quedando unos 6.000 al otro lado, prontos á ejecutar lo mismo. Procuraron los españoles impedir el paso del Arzobispo, abriendo un fuego muy vivo de artillería, ajenos de que Caulincourt, pasando el vado, acometeria, como lo hizo, por la espalda. Sólo habia en el puente 300 húsares del regimiento de Extremadura, que contuvieron largo rato los ímpetus de los jinetes enemigos, á quienes hubiera costado caro su arrojo si Alburquerque hubiese llegado á tiempo. Pero los caballos de éste, desensillados y sin bridas, tardaron en prepararse, acudiendo despues atropelladamente, con cuya detencion y falta de órden dióse lugar á que vadease el rio toda la caballería francesa, que, ayudada de algunosy parte á Valdelacasa, perdiéndose cañones y equipajes.

Afortunadamente no prosiguieron los enemigos más adelante, dirigiendo sus fuerzas á otros puntos, por lo que los aliados pudieron mantenerse tranquilos; los ingleses sobre la izquierda hácia Almaraz, con su cuartel general en Jaraicejo, los españoles sobre la derecha, con el suyo en Deleitosa, atentos tambien á proteger la posicion de Mesas de Ibor. Don Gregorio de la Cuesta, abrumado con los años, sinsabores é incomodidades de la campaña, hizo dimision del mando el 12 de Agosto, sucediéndole interinamente, y despues en propiedad, D. Francisco de Eguía.

Puestos los aliados á la orilla izquierda del Tajo, y temiendo José movimientos en Castilla la Vieja, cuyas guarniciones estaban faltas de gente, determinó, siguiendo el parecer de Ney, suspender las operaciones del lado de Extremadura. Así lo tenía, igualmente, insinuado Napoleon desde Schoenbrun, con fecha de 29 de Julio, desaprobando que se empeñasen acciones importantes hasta tanto que llegasen á España nuevos refuerzos, que se disponia á enviar del Norte. Conforme á la resolucion de José, situóse Soult en Plasencia, reemplazó en Talavera al cuerpo de Victor el de Mortier, y retrocedió con el suyo á Salamanca el mariscal Ney.

Combate de Puerto de Baños

Caminaba el último tranquilamente á su destino, sin pensar en enemigos, cuando de repente tropezó en el puerto de Baños con obstinada resistencia. Causábala sir Roberto Wilson, quien, abandonado, y estando el 4 de Agosto en Velada, sin noticia del paradero de los aliados, repasó el Tiétar, y atravesando acelerada é intrépidamente las sierras que parten términos con las provincias de Ávila y Salamanca, fué á caer á Béjar por sitios solitarios y fragosos. Desde allí, queriendo incorporarse con los aliados, contramarchó hácia Plasencia por el puerto de Baños, á la propia sazon que el mariscal Ney revolvia sobre Salamanca. La fuerza de Wilson, de 4.000 hombres, la componian portugueses y españoles. Dos batallones de éstos, avanzados en Aldeanueva, defendieron á palmos

el terreno hasta la altura del desfiladero, en donde se alojaban los portugueses. Sostúvose Wilson en aquel punto durante horas, y no cedió sino á la superioridad del número; segun la relacion de tan digno jefe, sus soldados se portaron con el mayor brío, y al retirarse, los hubo que respondiendo á fusilazos á la intimacion del enemigo de rendirse, se abrieron paso valerosamente.

Excesos en Plasencia

El cuerpo del mariscal Soult, miéntras permaneció en tierra de Plasencia, acostumbrado á vivir de rapiña, taló campos, quemó pueblos y cometió todo género de excesos. Al obispo de Coria D. Juan Álvarez de Castro, anciano de ochenta y cinco años, postrado en una cama, sacáronle de ella violentamente merodeadores franceses, y sin piedad le arcabucearon. Parecida atrocidad cometieron con otros pacíficos y honradosciudadanos.