La batalla de Tudela

Retrasos del ejército inglés; el ejército del centro primero

En Búrgos dudó algun tanto el Emperador de los franceses si revolveria contra Castaños, ó si, prosiguiendo por la anchurosa Castilla, iria al encuentro del ejército inglés, que presumia se adelantaba á Valladolid. Mas luégo supo que aquél no daba indicio de moverse de los contornos de Salamanca. Habia allí venido desde Lisboa, al mando de sir Juan Moore, sucesor del general Dalrymple, llamado á Lóndres, segun vimos, á dar cuenta de su conducta por la convencion de Cintra. El gobierno inglés, aunque lentamente, habia decidido que 30.000 infantes y 5.000 caballos de su ejército obrarian en el norte de España, para lo cual se desembarcarian de Inglaterra 10.000 hombres, sacándose los otros de los que habia en Portugal, en donde sólo se dejaba una division.

Conforme á lo determinado, y en cumplimiento de órden que se le comunicó en 26 de Octubre, salió de Lisboa el general Moore, y marchando con la principal fuerza sobre Almeida y Ciudad-Rodrigo, llegó á Salamanca el 13 de Noviembre. La mayor parte de la artillería y caballería, con 3.000 infantes, á las órdenes de sir Juan Hope, la envió por la izquierda de Tajo á Badajoz,á causa de la mayor comodidad de los caminos, debiendo despues pasar á unírsele á Castilla. De Inglaterra habia arribado á la Coruña el 13 de Octubre sir David Baird, con los 10.000 hombres indicados; mas aquella junta, insistiendo en no querer su ayuda, impidió que desembarcasen, bajo el pretexto de que necesitaba la vénia de la Central. Con tal ocurrencia, otros motivos que se alegaron y la destruccion de una parte de los ejércitos españoles, no sólo retardaron los ingleses su marcha, sino que tambien apareció que tenian escasa voluntad de internarse en Castilla.

Napoleon, penetrando, pues, su pensamiento, hizo correr la tierra llana por 8.000 caballos, así para tener en respeto al inglés como para aterrar á los habitantes, y resolvió destruir al ejército español del centro ántes de avanzar á Madrid.

Problemas en el mando español

No era dado á dicho ejército, ni por su calidad ni por su fuerza, competir con las aguerridas y numerosas tropas del enemigo. Sus filas solamente se habian reforzado con una parte de la primera y tercera division de Andalucía y algunos reclutas, empeorándose su situacion con interiores desavenencias. Porque, censurado su jefe D. Francisco Javier Castaños de lento y sobradamente circunspecto, los que no eran parciales suyos, y áun los que anhelaban por mayor diligencia sin atender á las dificultades, procuraron y consiguieron que se enviasen á su lado personas que le moviesen y aguijasen. Recayó la eleccion en D. Francisco de Palafox, hermano del capitan general de Aragon é individuo de la Junta Central, autorizado con poderes extensos, y á quien acompañaban el Marqués de Coupigny y el Conde de Montijo. Siendo el Palafox hombre estimable, pero de poco valer; Coupigny, extranjero y mal avenido desde Bailén con Castaños; y el del Montijo, más inclinado á meter zizaña que á concertar ánimos, claro era que con los comisionados, en vez de alcanzarse el objeto deseado, sólo se aumentarian tropiezos y embarazos. Todos juntos en 5 de Noviembre, agregándoseles otros generales y D. José Palafox, que vino de Zaragoza, celebraron consejo de guerra, en el que se acordó, no muy á gusto de Castaños, atacar al enemigo, á pesar de lo desprovisto y no muy bien ordenado del ejército español. Disputas y nuevos altercados dilataron la ejecucion, hasta que del todo se suspendió con las noticias infaustas que empezaron á recibirse del lado de Blake.

Proyectáronse otros planes sin resulta; y agriados muchos contra Castaños, alcanzaron que la Junta Central diese el mando de su ejército al Marqués de la Romana, á quien ántes se habia conferido el de la izquierda. Y en ello se ve cuán á ciegas y atribulada andaba entónces la autoridad suprema, no pudiéndose llevar á efecto su resolucion por la lejanía en que estaba el Marqués, y la priesa que se dió el enemigo á acometer y dispersar nuestros ejércitos.

El plan francés

En esto corrió el tiempo hasta el 19 de Noviembre, en que, por los movimientos de los franceses, sospechó el general Castaños ser peligrosa y crítica su situacion. No se engañaba. El mariscal Lannes, duque de Montebello, á quien una caida de caballo habia detenido en Vitoria, ya restablecido, se adelantaba, encargado por Napoleon de capitanear en jefe las tropas de los generales Lagrange y Colbert, del sexto cuerpo, en union con las del tercero, del mando del mariscal Moncey, á las que debia agregarse la division del general Maurice Mathieu, recien llegado de Francia, y componiendo en todo 30.000 hombres de infantería, 5.000 de caballería y 60 cañones. Se juntaron estas fuerzas desde el 20 al 22 en Lodosa y sus cercanías. Con su movimiento habia de darse la mano otro del cuerpo de Ney, que constaba de más de 20.000 hombres, cuyo jefe, destrozado que fué el ejército de Extremadura, avanzaba desde Aranda de Duero y el Burgo de Osma a Soria, donde entró el 21. De esta manera trataban los franceses, no sólo de impedir al ejército del centro su retirada hácia Madrid, sino también de sorprenderle por su flanco y envolverle.

Consejo de guerra español

Don Francisco Javier Castaños conservó hasta el 19 su cuartel general en Cintruénigo y la posicion de Calahorra, que habia tomado después de las desgracias de Lerin y Logroño. Juzgó entónces prudente replegarse y ocupar una línea desde Tarazona á Tudela, extendiéndose por las márgenes del Queiles y apoyando su derecha en el Ebro. Sus fuerzas, si se unian con las de Aragon, escasamente ascendian á 41.000 hombres, entre ellos 3.700 de caballería. De las últimas estaba la mayor parte en Caparroso, y rehusaban incorporarse sin expresa órden del general Palafox. Felizmente llegó éste á Tudela el 22, y con anuencia suya se aproximaron, celebrándose por la noche en dicha ciudad un consejo de guerra. Los Palafoxes opinaron por defender á Aragon, sosteniendo que de ello pendia la seguridad de España. Con mejor acuerdo discurria Castaños en querer arrimarse á las provincias marítimas y meridionales, de cuantiosos recursos; no cifrándose la defensa del reino en la de una parte suya interior, y por tanto, más difícil de ser socorrida. Nada estaba resuelto, segun acontece en tales consejos, cuando temprano en la mañana hubo aviso de que se descubrian los enemigos del lado de Alfaro.

Despliegue español

Apresuradamente tomáronse algunas disposiciones para recibirlos. Don Juan O-Neil, que con los aragoneses acampaba desde la víspera al otro lado de Tudela, empezó en la madrugada á pasar el puente, ignorándose hasta ahora por qué dejó aquella operacion para tan tarde. Aunque sus batallones tenian obstruidas las calles de la ciudad, poco á poco las evacuaron y se colocaron fuera ordenadamente. Estaba tambien allí la quinta division, regida por D. Pedro Roca y compuesta de valencianos y murcianos. Se colocó ésta en las inmediaciones y altura de Santa Bárbara, situada enfrente de Tudela yendo á Alfaro. Por la misma parte, y siguiendo la orilla del Ebro, se extendieron algunos aragoneses, pero el mayor número de éstos tiró á la izquierda y hácia el espacioso llano de olivos que termina en el arranque de colinas que van á Cascante. Ambas fuerzas reunidas constaban de 20.000 hombres. En el pueblo que acabamos de nombrar estaba, ademas, la cuarta division de Andalucía, con su jefe La Peña, y en Tarazona la segunda, del mando de Grimarest, con la parte que habia de la primera y tercera. De suerte, que la totalidad del ejército se derramaba por el espacio de cuatro leguas, que media entre la última ciudad y la de Tudela.

Comienza la batalla

Aquí se trabó la accion principal con la quinta division y los aragoneses. Los que de éstos habian ido por la orilla del rio repelieron al principio al enemigo, quien luégo arremetió contra los del llano, conceptuado centro del ejército español, por formar su izquierda las divisiones citadas de Cascante y Tarazona. Los atacó el general Maurice Mathieu, sostenido por la caballería de Lefebvre Desnouttes. Los enemigos, subiendo abrigados del olivar á una de las colinas en que el centro español se apoyaba, flanqueáronle; pero acudiendo, por órden de Castaños, D. Juan O-Neil á desalojarlos, y prolongando por detras de la altura ocupada un batallon de guardias españolas, se vieron los franceses obligados á retirarse precipitadamente, siguiendo los nuestros el alcance. Eran las tres de la tarde y la suerte nos era favorable, á la sazon que el general Morlot, rechazando á los aragoneses de la derecha, avanzó orilla del rio hasta Tudela, con lo que la quinta division, para no ser envuelta, abandonó la altura á inmediaciones de Santa Bárbara. También entónces, reparándose el general Maurice Mathieu y cargando de nuevo, comenzó á flaquear nuestro centro, contra el que, dando en aquella ocasion una acometida la caballería de Lefebvre, penetró por medio, le desordenó, y áun acabó de desconcertar la derecha, revolviendo contra ella. Castaños á la misma hora pensó en dirigirse adonde estaba La Peña; pero envuelto en el desórden y casi atropellado, se recogió á Borja, punto en que se encontraron varios generales, excepto D. José Palafox, que de mañana se habia ido á Zaragoza.

El final de la batalla

En tanto que se veia así atacada y deshecha la mitad del ejército español, acometió á la division de La Peña junto á Cascante el general Lagrange; trabóse vivo choque, y tal, que herido el último, cejó su caballería. Creíanse los españoles victoriosos; pero acudiendo gran golpe de infantería, rehiciéronse los jinetes enemigos y fué á su vez rechazado La Peña y forzado á meterse en Cascante. Como espectadoras se habian en Tarazona mantenido las otras fuerzas de Andalucía, y no sabemos á qué achacar la morosidad y tardanza del general Grimarest, quien, á pesar de haber para ello recibido temprano órden de Castaños, no se aproximó á Cascante hasta de noche. Todas estas divisiones andaluzas pudieron, sin embargo, retirarse ordenadamente hácia Borja, conservando su artillería.

Excitó solamente algun desasosiego el volarse en una ermita un repuesto de pólvora, recelándose que eran enemigos. Fué gran dicha que no viniera de Soria el mariscal Ney. Deteniéndose allí éste tres dias para dar descanso á su gente ó por otras causas, dejó á los nuestros libre y franca la retirada.

Perdiéronse en Tudela los almacenes y la artillería del centro y derecha del ejército, quedando 2.000 prisioneros y muchos muertos. Pudiera decirse que esta batalla se dividió en dos separadas acciones, la de Tudela y la de Cascante, sin que los españoles se hubieran concertado ni para la defensa ni para el ataque. De lo que resulta grave cargo á los caudillos que mandaban, como tambien de que no se emplease una parte considerable de tropas, fuese culpa suya ó de jefes subalternos que no obedecieron. Igualmente quedó cortada, segun verémos despues, una parte de la vanguardia que guiaba el Conde de Cartaojal. Cúmulo de desventuras que prueba sobrada imprevision y abandono.

Retirada española: combate de Bubierca

Después de la batalla, las reliquias de los aragoneses y casi todos los valencianos y murcianos que de ella escaparon se metieron en Zaragoza, como igualmente los más de sus jefes. Castaños prosiguió á Calatayud, adonde llegó el 25 con el ejército de Andalucía. En persecucion suya entró el mismo dia en Borja el general Maurice Mathieu, y allí se le unió el 26 con su gente el mariscal Ney.

Hasta entónces no se habia encontrado en su retirada el ejército español con los franceses. En Calatayud, recibiendo aviso de la Junta Central de que Napoleon avanzaba á Somosierra, y órden para que Castaños fuese al remedio, juntó éste los jefes de las divisiones, y acordaron salir el 27 via de Sigüenza, debiendo hacer espaldas un cuerpo de 5.000 hombres de infantería ligera, caballería y artillería, al mando del general Venégas. Luégo vino éste á las manos con el enemigo. A dos leguas de Calatayud, cerca de Bubierca, se apostó, segun órden del General en jefe, para defender el paso y dar tiempo á que se alejasen las divisiones. Con dobladas fuerzas asomó el 29 el general Maurice Mathieu, trabándose desde la mañana hasta las cuatro de la tarde un reñido y sangriento choque. Se pararon, de resultas, en su marcha los franceses, y se logró que llegasen salvas á Sigüenza nuestras divisiones. En esta ciudad, destinado el general Castaños á desempeñar otras comisiones, se encargó interinamente del mando del ejército del centro D. Manuel de la Peña. Y por ahora allí le dejarémos, para ocuparnos en referir otros acontecimientos de no menor cuantía.

(...)

No tan relajado, aunque harto decaido, estaba por el lado opuesto el ejército del centro. El hambre, los combates, el cansancio, voces de traicion, la fuga, el mismo desamparo de los pueblos, uniéndose á porfía y de tropel, habian causado grandes claros en las filas. Cuando le dejamos en Sigüenza estaba reducido su número á 8.000 hombres casi desnudos. Mas, sin embargo, determinaron los jefes cumplir con las órdenes del Gobierno, é ir á reforzar á Somosierra. Emprendió la infantería su ruta por Atienza y Jadraque, y la artillería y caballería, en busca de mejores caminos, tomaron la vuelta de Guadalajara, siguiendo la izquierda del Henáres. No tardaron los primeros en variar de rumbo y caminar por donde los segundos, con el aviso de Castelar recibido en la noche del 1.º al 2 de Diciembre de haber los enemigos forzado el paso de Somosierra.

Continuando, pues, todo el ejército á Guadalajara, la 1.ª y 4.ª division entraron por sus calles en la noche del 2, junto con la artillería y caballería. Casi al propio tiempo llegó á dicha ciudad el Duque del Infantado; y el 3, avistándose con La Peña y celebrando junta de generales, se acordó: 1.º, enviar parte de la artillería á Cartagena, como se verificó; y 2.º, dirigirse con el ejército por los altos de San Torcaz, pueblecito á dos leguas de Alcalá y á su oriente, y extenderse á Arganda para que desde aquel punto, si ser pudiere, se metiese la vanguardia con un convoy de víveres por la puerta de Atocha. En la marcha tuvieron noticia los jefes de la capitulacion de Madrid, y obligados, por tanto, á alejarse, resolvieron cruzar el Tajo por Aranjuez y guarecerse de los montes de Toledo.

Plan demasiadamente arriesgado y que por fortuna estorbó con sus movimientos el enemigo sin gran menoscabo nuestro. Caminaron los españoles el 6 y descansaron en Villarejo de Salvanés. Allí les salió al encuentro D. Pedro de Llamas, encargado por la Central de custodiar con pocos soldados el punto de Aranjuez, que acababa de abandonar, forzado por la superioridad de fuerzas francesas.

Interceptado de este modo el camino, se decidieron los nuestros á retroceder y pasar el Tajo por las barcas de Villamanrique, Fuentidueñas y Estremera, y abrigándose de las sierras de Cuenca, sentar sus reales en aquella ciudad, paraje acomodado para repararse de tantas fatigas y penalidades. Así, y por entónces, se libraron las reliquias del ejército del centro de ser del todo aniquiladas en Aranjuez por el mariscal Victor, y en Guadalajara por la numerosísima caballería de Bessières y el cuerpo de Ney, que entró el 6 viniendo de Aragon. No hubo sino alguno que otro reencuentro, y haber sido acuchillados en Nuevo-Baztan los cansados y zagueros.

A los males enumerados y al encarnizado seguimiento del enemigo, agregáronse en su marcha al ejército del centro discordias y conspiraciones. El 7 de Diciembre, estando en Belinchon el cuartel general, se mandó ir á la villa de Yebra á la primera y cuarta division, que regía entónces el Conde de Villariezo. A mitad del camino, y en Mondéjar, don José Santiago, teniente coronel de artillería, el mismo que en Mayo fué de Sevilla para levantar á Granada, se presentó al general de las divisiones, diciéndole que éstas, en vez de proseguir á Cuenca, querian retroceder á Madrid para pelear con los franceses, y que á él le habian escogido por caudillo; pero que suspendia admitir el encargo hasta ver si el General, aprobando la resolucion, se hacia digno de continuar capitaneándolos. Rehusó Villariezo la inesperada oferta, y reprendiendo al Santiago, encomendóle contener el mal espíritu de la tropa; singular conspirador y singular jefe. La artillería, como era de temer, en vez de apaciguarse, se apostó en el camino de Yebra, y forzó á la otra tropa, que iba á continuar su marcha, á volver atras. Intentó Villariezo arengar á los sublevados, que aparentaron escucharle; mas quiso que de nuevo prosiguiesen su ruta; y gritando unos á Madrid, y otros á Despeñaperros, tuvo que desistir de su empeño y despachar al coronel de Pavía, Príncipe de Anglona, para que informase de lo ocurrido al General en jefe, el cual creyó prudente separar la infantería y alejarla de la caballería y artillería.

Los peones, dirigiéndose á Illana, debian cruzar el vado y barcas de Maquilon; los jinetes y cañones, con solos dos regimientos de infantería, Ordenes y Lorca, las de Estremera; mandando á los primeros el mismo Villariezo y á los segundos D. Andres de Mendoza. Ciertas precauciones, y la repentina mudanza en la marcha, suspendieron algun tiempo el alboroto; mas el dia 8, al querer salir de Tarancon, encrespóse de nuevo, y sin rebozo se puso Santiago á la cabeza. Pareciéndole al Mendoza que el carácter y respetos del Conde de Miranda, comandante de carabineros reales, que allí se hallaba, eran más acomodados para atajar el mal que los que á su persona asistian, propuso al Conde, y éste aceptó, sustituirle en el mando. Llamado D. José Santiago por el nuevo jefe, retúvole éste junto á su persona; y hubo vagar para que, adoptadas prontas y vigorosas providencias, se continuase, aunque con trabajo, la marcha á Cuenca. El Santiago fué conducido á dicha ciudad, y arcabuceado despues en 12 de Enero, con un sargento y cabo de su cuerpo.

Mas el mal habia echado tan profundas raíces, y andaban las voluntades tan mal avenidas, que para arrancar aquéllas y aunar éstas, juzgó conveniente D. Manuel de la Peña celebrar un consejo de guerra en Alcázar de Huete, y desistiéndose del mando, proponer en su lugar por general en jefe al Duque del Infantado. Admitióse la propuesta, consintió el Duque, y aprobólo despues la Central, con que se legitimaron unos actos que sólo disculpaba lo arduo de las circunstancias.

La mayor parte del ejército entró en Cuenca en 10 de Diciembre. Más remisa estuvo, y llegó en desórden, la segunda division, al mando del general Grimarest, que fué atacada en Santa Cruz de la Zarza en la noche del 8, y ahuyentada por el general Mont-Brun. Y el terror y la indisciplina fueron tales, que casi sin resistencia corrió dicha division precipitadamente y á la primera embestida, camino de Cuenca.

En esta ciudad, reunido el ejército del centro, y abrigado de la fragosa tierra que se extendia á su espalda, terminó su retirada de ochenta y seis leguas, emprendida desde las faldas del Moncayo, memorable, sin duda, aunque costosa; pues al cabo, en medio de tantos tropiezos, reencuentros, marchas y contramarchas, escaseces y sublevaciones, salvóse la artillería y bastante fuerza, para con su apoyo formar un nuevo ejército, que combatiendo al enemigo ó trabajándole, le distrajese de otros puntos y contribuyese al bueno y final éxito de la causa comun.

Descansaban, pues, y se reponian algun tanto aquellos soldados, cuando con asombro vieron el 16 entrar por Cuenca una corta division que se contaba por perdida. Recordará el lector cómo despues del acontecimiento de Logroño, incorporada la gente de Castilla en el ejército de Andalucía, se formó una vanguardia de 4.000 hombres, al mando del Conde de Cartaojal, destinada á maniobrar en la sierra de Cameros. El 22 de Noviembre, segun órden de Castaños, se habia retirado dicho jefe por el lado de Agreda á Borja, y despues de una leve refriega con partidas enemigas, prosiguiendo á Calatayud, se habia allí unido al grueso del ejército, de cuya suerte participó en toda la retirada. Mas de este cuerpo de Cartaojal quedó el 21 en Nalda, separado y como cortado, un trozo, á las órdenes del Conde de Alacha.No desanimándose ni los soldados ni su caudillo, aconsejado de buenos oficiales, al verse rodeados de enemigos, y ellos en tan pequeño número, emprendieron una retirada larga, penosa y atrevida. Por espacio de veinte dias, acampando y marchando á dos y tres leguas del ejército francés, cruzando empinados montes y erizadas breñas, descalzos y casi desnudos en estacion cruda, apénas con alimento, desprovistos de todo consuelo, consiguieron, venciendo obstáculos para otros insuperables, llegar á Cuenca conformes y aun contentos de presentarse, no sólo salvos, sino con el trofeo de algunos prisioneros franceses. Tanta es la constancia, sobriedad é intrepidez del soldado español bien capitaneado.