La campaña de Espinosa de los monteros

Napoleón viene a España

Empezaban ya entónces á tener cumplida ejecucion las providencias que habia acordado para sujetar y domeñar en poco tiempo la altiva España. Sus tropas acudian de todas partes á la frontera, y variando por decreto de Setiembre la forma que tenía el ejército de José, le incorporó al que iba á reforzarle, dividiendo su conjunto en ocho diversos cuerpos, á las órdenes de señalados caudillos, cuyos nombres y distribucion nos parece conveniente especificar.

1.er cuerpo. Mariscal Victor, duque de Bellune.

2.º cuerpo. Mariscal Bessières, duque de Istria.

3.er cuerpo. Mariscal Moncey, duque de Cornegliano.

4.º cuerpo. Mariscal Lefebvre, duque de Dantzick.

5.º cuerpo. Mariscal Mortier, duque de Treviso.

6.º cuerpo. Mariscal Ney, duque de Elchingen.

7.º cuerpo. El general Saint-Cyr.

8.º cuerpo. El general Junot, duque de Abrántes.

A veces, segun irémos viendo, se sustituyeron nuevos jefes en lugarde los nombrados. El total de hombres, sin contar enfermos y demas bajas, ascendia á 250.000 combatientes, pasando de 50.000 los caballos. De estos cuerpos, el 7.°estaba destinado á Cataluña, el 5.º y 8.º llegaron más tarde. Los otros en su mayor parte aguardaban ya á su emperador para inundar, á manera de raudal arrebatado, las provincias españolas.

Napoleon cruzó el Bidasoa el 8 de Noviembre, acompañado de los mariscales Soult y Lannes, duques de Dalmacia y de Montebello. Llegó el mismo dia á Vitoria, donde estaba José y el cuartel general. Las tropas francesas habian conservado del lado de Navarra y Castilla casi las mismas posiciones que ocuparon despues de las jornadas de Lerin y Logroño. No así por el de Vizcaya. Inquieto el mariscal Lefebvre, sucesor del general Merlin, de los movimientos del ejército de D. Joaquin Blake, habia pensado con el 4.º cuerpo arrojarle de Zornoza.

Batalla de Zornoza (31 octubre de 1809)

Firme el general español desde el 25 de Octubre en conservar aquel sitio, celebró en 28 un consejo de guerra. Los más prudentes estuvieron por replegarse; hubo quien opinó por acometer sin dilacion al enemigo. Andaba indeciso el General en jefe, no pareciéndole acertado el último dictámen, y receloso de abrazar el primero en una sazon en que los pueblos tildaban de traidor al general que los dejaba con su retirada á merced del enemigo. Entre dudas llegó el 31 de Octubre, dia en que el mariscal Lefebvre atacó á los españoles. La fuerza que éste tenía era de 26.000 hombres; la nuestra de 16.500. Habia tambien contado Blake con que apoyaria su derecha la division de Martinengo, con algunos caballos mandados por el Marqués de Malespina, y una de Astúrias, gobernada por D. Vicente María de Acevedo. Mas avanzando ambas hasta Villaró y Dima, se vieron separadas del cuerpo principal del ejército por fragosas sierras y caminos intransitables. Grande inadvertencia ordenar

un movimiento sin cabal noticia del terreno.

El mariscal Lefebvre, al amanecer del 31, empezó su embestida á favor de una densa niebla. Las vanguardias de ambos ejércitos estaban á un lado y otro de la hondonada que forma el monte de San Martin y la altura arbolada de Bernagoitia, por donde atraviesa el camino real.

La vanguardia española, regida por el brigadier don Gabriel de Mendizábal, enseñoreaba la última posicion de las nombradas, que fué acometida primeramente por la division del general Villate. Apoyaron y siguieron á éste las divisiones de los generales Sebastiani y Leval, y empeñada toda nuestra vanguardia, peleó largo rato esforzadamente. Causábale gran daño la artillería enemiga, sin que á sus fuegos pudiera responder, careciendo de igual arma. Rota al fin, se recogió al amparo de la 1.ª y 4.ª division, apostadas en el monte de San Miguel. La 1.ª, del mando de D. Genaro Figueroa, oficial sabio y bizarro, repelió con su vivo y acertado fuego al enemigo, impidiéndole apoderarse de un mogote que ocupaba en dicho monte; pero la 4.ª, falta de cañones, como lo demas del ejército, fué arrollada, habiendo el enemigo avanzado su artillería por el camino real, y sosteniéndola con infantería y caballería. Entónces Blake, conociendo su desventaja, determinó retirarse, para lo que, poniéndose á la cabeza de los granaderos provinciales, y siguiéndole la reserva, mandada por D. Nicolas Mahy, contuvo al enemigo y dió lugar á que todas las fuerzas, reuniéndose en las faldas del monte de Santa Cruz de Bizcargui, emprendiesen la retirada. La 3.ª division, al mando de D. Francisco Riquelme, estuvo alejada de las otras y en la orilla opuesta del rio, en donde, sosteniendo un choque del enemigo, se replegó separadamente, no siéndole dado unirse al grueso del ejército. Los franceses, atentos á la aspereza de la tierra y á que los nuestros se retiraban en bastante buen órden, dejaron de perseguirlos de cerca y molestarlos.

La pérdida fué corta de ambas partes; quizá la victoria hubiera sido más dudosa si el general español no se hubiera de antemano despojado de la artillería, enviándola camino de Bilbao. Ha habido quien le disculpe con el propósito que tenía de retirarse, pero ciertamente fué descuido quedarse del todo desprovisto de tan necesaria ayuda enfrente de un enemigo activo y emprendedor. Blake continuó por la noche su marcha, y sin detenerse en Bilbao más que para acopiar algunas vituallas, uniéndose despues con Riquelme, tomaron juntos la vuelta de Balmaseda. El mariscal Lefebvre los siguió de léjos hasta Güeñes, en donde habiendo dejado, para observarlos, el general Villatte con 7.000 hombres, retrocedió á Bilbao.

Ficha de la Batalla:

    • Mandos:

Españoles: Blake

Franceses: Lefebvre

    • Efectivos:

Españoles: 19000

Franceses: 21300

    • Bajas:

Españoles: ¿?

Franceses: ¿?

Batalla de Valmaseda

José, aunque desaprobaba como precipitada la tentativa de aquel mariscal, no siendo ya dueño de evitarla, mandó de Vitoria que una division del primer cuerpo del mariscal Victor se extendiese por el valle de Orduña para favorecer los movimientos de Lefebvre, y que otra del segundo cuerpo se dirigiese á Berberena, ya para unirse con la primera, ó ya para perseguir á Blake si se retiraba del lado de Villarcayo. La del valle de Orduña se encontró en su marcha con los generales Acevedo y Martinengo, que vimos separados del ejército en Villaró. Inciertos estos jefes de la suerte de Blake, é informados tarde y confusamente de la accion de Zornoza, creyeron arriesgada su posicion y trataron de alejarse por Oquendo, Miravalles y Llodio. En el camino, y cerca de Menagaray, fué su encuentro con la division francesa. Presentáronle los nuestros firme rostro, é imaginándose los contrarios haber tropezado con todo el ejército de Blake, no insistieron en atacar, y se replegaron á Orduña.

Los españoles entónces mejoraron su posicion, colocándose en una altura agria cerca de Orrantia. Blake el 3 de Noviembre se habia reconcentrado en la Nava, dos leguas más allá de Balmaseda yendo de Bilbao. Poco ántes se le incorporó la mayor parte de la fuerza que habia venido de Dinamarca y que estaba á las órdenes del Conde de San Roman, y en el mismo Nava otra division de Astúrias, á las de D. Gregorio Quirós, componiendo en todo los que se reunieron de 8 á 9.000 hombres. La caballería venida del Norte, hallándose desmontada, habia partido al mediodía de España para proveerse de caballos. Reforzado así el ejército de Blake, y enterado éste del aprieto de Acevedo y Martinengo, sin tardanza determinó librarlos. Movióse, pues, hácia Balmaseda, cuyo punto debia acometer la cuarta division, ahora mandada por D. Estéban Porlier, en tanto que la de San Roman se dirigia al Berron, una legua distante; la tercera y la asturiana de Quirós á Arciniega, y lo demas de la fuerza á Orrantia, en donde era de presumir permaneciesen las divisiones comprometidas. No se engañaron, encontrándose luégo unos y otros con inexplicable gozo.

Fué en aquel mismo instante cuando se rompió el fuego por los que se habian adelantado á Balmaseda, cuyo camino corre al pié de las alturas que ocupaban las divisiones extraviadas. Atacado impensadamente el general frances Villatte, retiróse con demasiada prisa, hasta que volviendo en sí, juntó su gente á la ribera izquierda del Salcedon. Visto lo cual por el general Acevedo, se aproximó con cuatro cañones de montaña á una de las dos eminencias que forman el valle de Balmaseda, y enviando por un rodeo dos batallones para que estrechasen á los franceses por retaguardia, sobrecogió á éstos, que desbaratados huyeron en el mayor desórden hasta Güeñes. Perdieron un cañon, carros de municiones y muchos equipajes, entre los que se contaba el del general Villatte. Debióse principalmente la victoria al acierto y pronta decision de D. Vicente María de Acevedo.

Napoleon supo en Bayona los ataques ocurridos desde el 31, y desagradóle que el mariscal Lefebvre hubiese comenzado á guerrear ántes de su llegada, y áun tambien que José le prestase ayuda; ya porque juz gase expuesto un movimiento parcial y aislado, ó ya más bien porque no quisiese que empezasen triunfos y victorias ántes de que él en persona capitanease su ejército. Sin embargo, temeroso de alguna desgracia, mandó prontamente que el mariscal Lefebvre con el cuarto cuerpo continuase desde Bilbao en perseguir á Blake, y que el mariscal Victor con el primero marchase por Orduña y Amurrio contra Balmaseda, formando un total de 50.000 hombres.

Avanzaban ambos mariscales á la propia sazon que Blake, y queriendo aprovecharse de la ventaja alcanzada en Balmaseda, y reconocer las fuerzas del enemigo, iban el 7 la vuelta de San Pedro de Güeñes. La víspera habia el general español enviado sobre su izquierda á Sopuerta la cuarta division, que no pudiendo reincorporarse al ejército, se retiró por Lanestosa á Santander. El mismo dia, no queriendo tampoco Blake dejar descubierta su derecha, dirigió camino de Villarcayo y de Medina de Pomar al Marqués de Malespina con los 400 caballos que habia, y algunos infantes. Por su lado el General en jefe se encontró con el mariscal Lefebvre, peleando los españoles con bizarría, particularmente la division de Figueroa y el batallon de estudiantes de Santiago, apellidado literario. Al caer la noche hubieron los nuestros de replegarse, vista la superioridad del enemigo, y á pesar de ser el tiempo muy lluvioso, prosiguieron ordenadamente su retirada, ocupando el 8 á Balmaseda y pueblos vecinos.

Batalla de Espinosa de los Monteros

La tarde de dicho dia, agolpándose del lado de Orduña y de Bilbao todas las fuerzas de los mariscales Victor y Lefebvre, que caminaban á unirse, levantaron los nuestros su campo, dirigiéndose á la Nava. Quedaron á la retaguardia, para proteger el movimiento, algunos batallones de la division de Martinengo y asturianos, al mando de D. Nicolas de Llano Ponte, quien poco avisado, dejándose cortar por el enemigo, nunca se volvió a incorporar con el grueso del ejército, yéndose del lado de Santander. Los mariscales franceses se juntaron en Balmaseda, y Blake llegó el 9 en la tarde á Espinosa de los Monteros.

Disminuíase su ejército, teniendo desde el 31 que pelear á la contínua con el enemigo, la lluvia, el frio, el hambre, la desnudez. Rigurosa suerte áun para soldados veteranos y endurecidos; insoportable para bisoños y poco disciplinados. La escasez de víveres fué extrema, viéndose obligados hasta los mismos jefes á mantenerse con mazorcas de maíz y malas frutas. Provenia miseria tanta del mal arreglo en el ramo de hacienda, y de haber contado el General en jefe con ser abastecido por la costa, sin cuidar convenientemente de adoptar otros medios; enseñando la práctica militar, como ya decía Vejecio , «que la penuria más veces que la pelea acaba con un ejército, y que el hambre es más cruel que el hierro del enemigo.»

Acosado nuestro ejército por tantos males, pensábase que el general Blake no se aventuraria á combatir contra un enemigo más numeroso, aguerrido y bien provisto. Esperanzado, sin embargo, de que le asistiese favorable estrella, determinó probar la suerte de una batalla delante de Espinosa de los Monteros.

Es esta villa muy conocida en España por el privilegio de que gozan sus naturales de hacer de noche la guardia al Rey cerca de su cuarto, y cuya concesion, segun cuentan , sube á D. Sancho García, conde de Castilla. Está situada en la ribera izquierda del Trueba; y los españoles, colocándose en el camino que viene de Balmaseda, dejaron á su espalda el rio y la villa. En una altura elevada, de dificil acceso, y á la siniestra parte, pusiéronse los asturianos, capitaneados por los generales Acevedo, Quirós y Valdés. La primera division y la reserva, con sus respectivos jefes D. Genaro Figueroa y D. Nicolas Mahy, seguian en la línea, descendiendo al llano. El general Riquelme y su tercera division ocupó en el valle lo más abierto del terreno, y la vanguardia, al mando de D. Gabriel de Mendizábal, con seis piezas de artillería, dirigidas por el capitan D. Antonio Roselló, se colocó en un altozano á la derecha de Espinosa, desde donde se enfilaban las principales avenidas. Por el mismo lado, y más adelante, en un espeso bosque, y sobre una loma estaba la division del Norte, que gobernaba el Conde de San Roman, quedando no léjos de la artillería, y algo detras por su derecha, la segunda de Martinengo.

La fuerza de los españoles no llegaba á 21.000 combatientes. A la una de la tarde del 10 empezó á avistarse el enemigo, en número de 25.000 hombres, mandados por el mariscal Victor. Se habia éste

juntado con el mariscal Lefebvre en Balmaseda, y separádose en la Nava, dirigiéndose el segundo á Villarcayo, y siguiendo el primero la huella de Blake, con esperanzas ambos de envolverle. Se empeñó la refriega por donde estaban las tropas del Norte, embistiendo el bosque el general Paschod. Durante dos horas le defendieron los nuestros con intrepidez; mas cargando el enemigo en mayor número, fué al fin abandonado. La artillería, manejada con acierto por Roselló, dirigió entónces un fuego sostener á San Roman, la division de Riquelme, se encendió de nuevo la pelea. Cundió por toda la línea, y áun la izquierda de los asturianos avanzó para llamar la atencion del enemigo. La derecha no sólo se mantenia, sino que volviendo á ganar terreno, estaban las tropas del Norte prontas á recuperar el bosque, cuando la oscuridad de la noche impidió la continuacion del combate, glorioso para los españoles, pero con tan poca ventura, que, perdieron dos de sus mejores jefes, el Conde de San Roman y D. Francisco Riquelme, mortalmente heridos.

Los españoles, si bien alentados con haber infundido respeto al enemigo, ya no podian sobrellevar tanto cansancio y trabajos, careciendo áun de las provisiones más preciosas. Malas frutas habian comido aquellos dias, pero ahora apénas les quedaba tan menguado recurso. Sus heridos yacian abandonados, y si algunos eran recogidos, no podia suministrárseles alivio en medio de sus quejidos y lamentos. En balde se esmeraba el General en jefe, en balde sus oficiales, en buscar por Espinosa socorro para su gente. Los vecinos habian huido, espantados con la guerra; la tierra, de suyo escasa, estaba ahora, con aquella ausencia, más empobrecida, aumentándose la confusion y el duelo en medio de la lobreguez de la noche. A su amparo obligó el hambre á muchos soldados á desarrancarse de sus banderas, particularmente á los de la division del Norte, que eran los que más habian padecido.

Al contrario los franceses: bien alimentados, retirados sus heridos, y puestos otros en lugar de los que el dia 10 habian combatido, se disponian á pelear en la mañana siguiente. Hubiera el general español obrado con cordura si, atendiendo á las lástimas y apuros de sus soldados, hubiera á la callada y por la noche alzado el campo, y buscado del lado de Santander ó del de Reinosa bastimentos y alivio á los males. Mas lisonjeándose de que el enemigo se retiraria, y queriendo sacar ventaja del esfuerzo con que sus soldados habian lidiado, se inclinó á permanecer inmoble y exponerse á nuevo combate.

No tuvo que aguardar largo tiempo: desde el amanecer lo renovaron los franceses. Habian en la víspera notado que en la izquierda de los españoles estaban tropas bisoñas, y tambien que la altura que ocupaban, como más elevada, era la llave de la posicion. Así se determinaron á empezar por allí el ataque, siendo el general Maison con su brigada quien primero embistió á los asturianos. Resistieron éstos con denuedo, y á la voz de sus dignos jefes Acevedo, Quirós y Valdés, conserváronse firmes y serenos, no obstante su inexperiencia. Advirtió el general enemigo el influjo de dichos jefes, y sobre todo que uno de ellos, montado en un caballo blanco, corriendo á los puntos más peligrosos, exhortaba á su tropa con la palabra y el gesto. Sin tardanza (segun nos ha contado años adelante en París el mismo general) destacó tiradores diestros, para que apuntando cuidadosamente, disparasen contra los jefes, y en especial contra el del caballo blanco, que era el desgraciado Quirós. La órden

causó grave mal á los españoles, y decidió la accion. Los tiradores, abrigados de lo irregular y quebrado del terreno, esparcidos en diversos sitios, arcabuceaban, por decirlo así, á nuestros oficiales, sin que recibiesen notable daño del fuego cerrado de nuestras columnas. La poca práctica de la guerra y el escasear de soldados hábiles impidió usar del mismo medio que empleaban los enemigos. A poco fué traspasado de dos balazos D. Gregorio Quirós, heridos los generales Acevedo y Valdés, con otros jefes, entre los que se contaron los distinguidos oficiales don Joaquin Escario y D. José Peon. La muerte y heridas de caudillos tan amados sembró profunda afliccion en las filas asturianas, y flaqueando algunos cuerpos, siguióse en todos el mayor desórden. Quiso sostenerlos Blake, enviando á D. Gabriel de Mendizábal para que tomase el mando; mas ya era tarde. La dispersion habia comenzado, y los franceses, posesionándose de la altura, perseguian á los asturianos, cuyo mayor número, huyendo, se enriscó por las asperezas del valle de Pas.

El centro del ejército español y su derecha, que en la noche se habian agrupado al rededor del altozano donde estaba Roselló con la artillería, tan luégo como se dispersó la izquierda, se vieron acometidos por la division francesa de Ruffin. Algun tiempo se mantuvieron nuestros soldados en su puesto, aunque inquietos con la huida de los asturianos; pero en breve, comenzando unos á ciar y otros á desarreglarse, ordenó el general Blake la retirada, sostenida por la reserva de D. Nicolas Mahy y las seis piezas del capitan Roselló, perdidas luégo en el paso del Trueba.

Hubiera á los nuestros servido de mucho en aquel trance y en lo demas de la retirada la corta division con 400 caballos que mandaba el Marqués de Malespina, y á los que el general Blake habia ordenado pasar á Villarcayo. Temeroso dicho Marqués de ser envuelto por el mariscal Lefebvre, que iba del mismo lado, en vez de aproximarse á Espinosa, tomó otro rumbo, y su division se unió despues en diversas partidas á distintos y lejanos ejércitos. La pérdida de los españoles en las acciones de Espinosa fué muy considerable, su dispersion casi completa. La de los franceses, cortísima el 11, no dejó la víspera de ser de importancia. Señaló D. Joaquin Blake para reunion de sus tropas la villa de Reinosa, en donde estaba el parque general de artillería y los almacenes. Llegó el 12 con pocas fuerzas, esperando poder rehacerse algun tanto, y dar vida con las provisiones que allí habia á sus hambrientos y desmayados soldados. Pero la activa diligencia del enemigo y las desgracias quese agolparon no le dejaron vagar ni respiro.

(...)

Muerte del general Acevedo

El mariscal Soult, con la natural presteza de su nacion, enviando del lado de Lerma una columna que persiguiese á los españoles, y otra camino de Palencia y Valladolid, salió en persona el mismo 10 hácia Reinosa con intento de interceptar á Blake en su retirada. Inútilmente habia éste confiado en dar en aquella villa descanso á sus tropas, pues noticioso de que por Villarcayo se acercaba el mariscal Lefebvre, ya habia el 13 movido su artillería con direccion á Leon por Aguilar de Campóo. Iban con ella enfermos y heridos, huyendo de un peligro sin pensar en el otro no ménos terrible con que tropezaron. Caminaban, cuando se les anunció la aparicion por su frente de tropas francesas; la artillería, precipitando su marcha y usando de adecuados medios, pudo salvarse, mas de los heridos los hubo que fueron víctima del furor enemigo. En su número se contó al general Acevedo. Encontráronle cazadores franceses del regimiento del coronel Tascher, y sin miramiento á su estado ni á su grado, ni á las sentidas súplicas de su ayudante D. Rafael del Riego, traspasáronle á estocadas. Riego, el mismo que fué despues tan conocido y desgraciado, quedó en aquel lance prisionero.

Blake, acosado, y temiendo no sólo á los que le habian vencido en Espinosa, sino tambien á los mariscales Lefebvre y Soult, que cada uno por su lado venian sobre él; no pudiendo ya ir á Leon por tierra de Castilla, salió de Reinosa en la noche del 13 y se enriscó por montañas y abismos, enderezándose al valle de Cabuérniga. Llegó allí á su colmo la necesidad y miseria. El ánimo de Blake andaba del todo contristado y abatido, mayormente teniendo que entregar á nuevo jefe de un dia á otro y en tan mal estado las pobres reliquias de su ejército, lo cual le era de gran pesadumbre.

La Central habia nombrado general en jefe del ejército de la izquierda al Marqués de la Romana. Noticioso Blake en Zornoza del sucesor, no por eso dejó de continuar el plan de campaña comenzado. Una indisposicion, segun parece, detuvo á Romana en el camino, no uniéndose al ejército sino en Renedo, cuando estaba en completa derrota y dispersion. En tal aprieto, parecióle ser más conveniente dejar á Blake el cuidado de la marcha, ordenándole que se recogiese por la Liébana á Leon, en cuya ciudad y ribera derecha del Esla debia hacer alto y aguardarle.

De su lado los mariscales franceses, ahuyentado Blake, tomaron diversos rumbos. El mariscal Lefebvre, con el cuarto cuerpo, despues de descansar algunos dias, se encaminó por Carrion de los Condes á Valladolid. El primer cuerpo, del mando de Victor, juntóse en Búrgos con Napoleon, marchando Soult con el segundo á Santander, de cuyo puerto hecho dueño, y dejando para guarnecerle la division de Bonnet, persiguió por la costa los dispersos y tropas asturianas que se retiraban á su país natal. Tuvo en San Vicente de la Barquera un choque con 4.000 de ellos, al mando de D. Nicolas Llano Ponte; los deshizo y dispersó, y yendo por la Liébana en busca de Blake, franqueando las angosturas de la Montaña y despejándola de soldados españoles, desembocó rápidamente en las llanuras de tierra de Campo