Los dos arcángeles de San Miguel

Quizá la más valiosa de las imágenes del patrono de la parroquia de la plaza de la Virgen Blanca ha estado 40 años oculta en una sacristía. Ésta es su historia

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Los dos San MIguel. A la izquierda, el de Anchieta. A la derecha, el que está en la parroquia, de Gregorio Fernández.Hay descubrimientos capaces de remover todo lo que se se conocía hasta la fecha sobre el arte en Vitoria y Álava. Durante más de 400 años, las piezas de un puzzle inacabado, un retablo que nunca se terminó, han estado escondidas o usadas fuera de su contexto. El Museo de Arte Sacro de la catedral nueva nos muestra esta extraña aventura en el tiempo y nos enseña que nada es lo que parece a través de su pequeña exposición ‘Piezas de una traça’. Varios relieves y figuras del gran Juan de Anchieta nos cuentan una historia muy desconocida que tiene por protagonista al arcángel San Miguel, a quien se dedicó una de las principales parroquias de la ciudad.

Hasta 1974 los vitorianos tenían un ángel de la guarda que los observaba con orgullo de héroe desde la peana del mainel de la portada de la iglesia de San Miguel, uno de esos templos en los que se ha guardado la esencia y el alma de la ciudad. Todo el que entraba en la iglesia podía sentirlo en su poderío, con la lanzada sobre el diablo. Era una escultura de madera de nogal, hermosa y muy bien tallada de una calidad excepcional que había sido repintada en color piedra para que no destacara sobre el fondo gris del tímpano.

Los sacerdotes de la parroquia decidieron guardarla en la sacristía donde estuvo hasta 2010, fecha en la que es restaurada e incorporada al museo de la catedral nueva, como una de sus joyas. Hasta que fue expuesta de nuevo, Vitoria se quedó sin ángel guardián que acompañara a la Virgen Blanca que ocupaba el sitio destinado a la patrona de la ciudad en la hornacina de la balconada. En la girola del gran templo gótico se muestra ahora el San Miguel en su plenitud. La restauración le ha devuelto su aspecto de siempre, un estilo romanista y su acabado a lo Juan de Anchieta, aunque hay algún autor que duda de su autoría. Las historiadoras del museo, Aintzane Erkizia e Itziar Aguinagalde, no lo dudan y defienden y argumentan que este personaje vestido de legionario romano en su calidad de jefe de todos los ejércitos cristianos fue esculpido por Juan de Anchieta. Es la única gran obra del autor guipuzcoano en Álava.

Así, Vitoria pone en el lugar que le corresponde y para el disfrute de todo el mundo un tesoro que llevaba medio escondido cuarenta años en una sacristía. El arte rescata del baúl del tiempo una obra cumbre del romanismo, el estilo escultórico ideado por Miguel Ángel, y la escultura renacentista del siglo XVI.

Los contratos

Pero vayamos por partes. San Miguel siempre fue la parroquia de las élites vitorianas (junto a San Pedro). Su nombre está en el fuero que otorga partida de bautismo a la ciudad concedido por el rey navarro Sancho VI el Sabio. La advocación de uno de los arcángeles estaba muy extendida en la Edad Media. Se presenta como el que dirige los ejércitos cristianos en un tiempo en el que el dominio árabe de la península estaba muy presente. Los feligreses de San Miguel representan la flor y nata de la ciudad y quieren, como era costumbre en la época, que su retablo, que por cierto sustituye a otro anterior del que no conocemos nada, esté hecho por el mejor escultor. No importan los gastos.

La historia de los contratos es un verdadero culebrón. En 1575 se firma el primero con Esteban de Velasco y Juan de Anchieta. No debieron trabajar apenas y comenzó un pleito. Velasco reclamaba que le pagaran para empezar la obra; la parroquia le exigía que entregara el retablo porque le habían pagado una parte del dinero pero él no lo hizo. El pleito tuvo lugar en Valladolid y ocurrió porque Anchieta abandonó la obra -Velasco le había dado dinero para que se marchara- y la parroquia no lo aceptó. Pasaron varios años pleiteando hasta que Velasco abandona todo y se firma un segundo contrato en 1578, esta vez con Anchieta y Lope de Larrea. Es ahora cuando sí trabajan un poco.

El retablo se contrata en octubre. La primera parte de la obra la tenían que entregar en septiembre de 1579 (el día de San Miguel, exactamente), pero resulta que en julio se cae la torre de la iglesia y a la parroquia le urge su reconstrucción. El día de San Miguel de 1579, los escultores entregan la parte de obra y cobran algo de dinero, pero no todo lo correspondiente a la primera entrega, por lo que seguramente no entregaron toda la parte baja del retablo, sino lo que queda hoy en día: el San Miguel, y los relieves de la Flagelación, Coronación, Moisés y David. El San Pablo es posterior. La magistral factura de los relieves denota la gubia de Anchieta que se inspiró para el de la Flagelación en un dibujo de Miguel Angel para Sebastiano del Piombo conservado en el castillo de Windsor. El conjunto se puede ver en el museo de arte sacro.

El proyecto museológico ha sido ideado por Itziar Aguinagalde y Aintzane Erkizia. José Luis Catón se ha encargado del diseño arquitectónico, el Servicio de Restauraciones de la rehabilitación de las tallas. ‘Piezas de una traça’ es un ejemplo de puesta en valor de un patrimonio olvidado. “Este trabajo ha sido el fruto de una amplia y profunda investigación histórico-artística. Somos herederas de toda la labor investigadora de otros historiadores del Arte como Micaela Portilla, García Gainza, Fernando Tabar, Salvador Andrés Ordax. Nosotras hemos atribuido la talla de San Pablo al taller de Esteban de Velasco y lo hemos fechado en el último cuarto del siglo XVI. Además hemos rescatado documentación histórica inédita que arroja luz sobre la historia de este malogrado retablo, como el documento de 1601 que confirma que las piezas estuvieron provisionalmente montadas en la cabecera”.

El retablo fallido estaba hecho con el espíritu del Concilio de Trento. Las tallas romanistas quieren representar a héroes y gigantes de la religión cristiana, por lo que sus prototipos presentan anatomías hercúleas independientes de la edad o el sexo, cabellos y barbas ensortijadas, fieras expresiones, actitudes grandilocuentes y pesadas indumentarias. Es el caso de San Miguel, una talla de casi dos metros sumando el brazo extendido.

El otro arcángel

Una vez que los feligreses de San Miguel, la iglesia donde juraban sus cargos las autoridades vitorianas, restauraron su torre volvieron a exigir el mejor retablo y no dudaron en encargarlo a otro de los grandes escultores del momento, aunque ya se había pasado el umbral barroco. Se contrató a Gregorio Fernández que talla entre 1624 y 1632 el retablo que podemos ver en la parroquia. Sin duda uno de los mejores de Vitoria. De extraordinaria imaginería ocupa la parte central la figura de San Miguel. De estructura renacentista, un barroco incipiente se abre en su decoración.

El retablo de San Miguel es de traza clasicista y tiene semejanzas con el del Escorial, que marcó la pauta. Con relieves e imágenes naturalístas de Gregorio Fernández es la obra más importante de la escultura barroca de Alava, comparable a los más importantes del maestro (catedral de Plasencia o los Santos Juanes de Nava del rey). Los parroquianos acudieron en 1623 se acude a Gregorio Fernández que había dejado huella en los retablos del convento de San Antonio (La Concepción). Se le pide un retablo "tan bueno y con bentaxa en bondad y perfección" que el del convento. Visitó la parroquia, presentó la traza y firmó el contrato en Valladolid en 1624 obligándose a terminar en tres años, aunque no asentó la obra hasta 1632.

El monumental retablo está presidido por las imágenes de la Inmaculada en el primer cuerpo y San Miguel en el segundo. A sus dos lados están San Sebastián y San Felipe y en los extremos dos episodios con la leyenda del monte Gargano. Este San Miguel victorioso sobre el demonio, de rostro calmado, concentra su dinamismo en las movidas telas de su indumentaria. “Es magnífico el ‘San Miguel’ barroco, pero el romanista,el de Anchieta es una joya. Una escultura muy rara en Álava”, señalan Aguinagalde y Erkizia.

El autor

Juan de Anchieta nació en Azpeitia hacia 1533 presumiblemente y destacó en el panorama artístico del siglo XVI español. Su obra se extiende por el norte de Castilla, Aragón, el País Vasco, Navarra y Burgos, e incluso viajó a El Escorial casi al final de sus días. Murió en 1588. Destacó como escultor de imágenes y de relieves, con unas capacidades extraordinarias para el dibujo, el grafismo y trabajar las proporciones en todos los materiales. Anchieta, que falleció en Pamplona, ciudad en la que instaló su taller tras una vida itinerante, desarrolló su obra tras el Concilio de Trento. En él, la Iglesia Católica «pidió a los obispos que enseñen con imágenes, con un arte digno, decoroso y que se lea y se entienda bien». Asimismo, fue el introductor de un arte nuevo, el Romanismo, de tendencias modernas, llegando a dominar la anatomía, el desnudo y el cuerpo humano en movimiento.De su importante obra se conserva el retablo de Zumaia; las imágenes y relieves de San Miguel de Vitoria y el Calvario que se conserva en el museo de Bellas Artes de Bilbao. Del trabajo en Navarra, donde abrió su taller, se estudian los retablos de Cáseda, Añorbe, Aoiz y el de Santa María de Tafalla, así como las esculturas para la catedral de Pamplona o el convento de Recoletas, las imágenes de Obanos, y el Santo Cristo del Miserere.

Juan de Anchieta, como escultor del Renacimiento, dominó la anatomía, el desnudo, la proporción y el cuerpo humano en movimiento y en escorzo, bien aislado o dentro de complejas composiciones. A lo largo de su carrera se inspiró en lo que hacía Miguel Ángel. Sus grandes retablos, algunos de ellos verdaderas obras maestras, constituyen una elaboración personal de múltiples referencias arquitectónicas, ornamentales y escultóricas que gozaron de un gran éxito entre sus discípulos y numerosos seguidores.

De Briviesca a Burgos

Entre las obras de este escultor figuran, por orden cronológico, el retablo de Astorga, en el que participó; su retablo de Briviesca, en el que culminó su arte; el sepulcro Belguer de la catedral de Jaca o el retablo de la Trinidad en este templo; el retablo de Zumaia; el retablo de las Huelgas y varios grupos del retablo mayor de la Catedral en Burgos, así como el banco del retablo de Moneo o varias obras en La Rioja.

La profesora Gaínza ejemplifica su éxito y la fama que adquirió en su carrera recordando que el borgoñón Juan de Juni decía que se trataba de «uno de los más importantes» escultores del Renacimiento. En 1583, fecha de la ejecución del sagrario de Tafalla, que incluye el Cristo del Miserere de Tafalla, «uno de los mejores crucificados que hay en la escultura española del Renacimiento», el escultor de Azpeitia fue llamado a tasar las esculturas de piedra de la portada de El Escorial: «Treinta días a caballo, cuatro días tasando de parte del rey y treinta días de regreso. El hecho revela su consideración como escultor», apunta García Gaínza.