El motín de Vitoria

El motín de Vitoria: 19 de abril de 1808, un '2 de mayo' sin sangre

Los vitorianos trataron de impedir que el rey Fernando VII abandonara la ciudad de camino a Francia, aun a riesgo de despertar la ira de las tropas napoleónicas

Dibujo de Philippoteaux titulado "Le 9 avril à Vitoria, la foule veut empêcher le depart de Ferdinand pour Bayonne" grabado por A. Pantenier. (la fecha está equivocada)

El 19 de abril de 1808, Vitoria estuvo a punto de convertirse en el trágico Madrid del 2 de mayo de ese mismo año. La delgada línea que hay entre un motín que acaba con muchos nervios pero en paz y otro que termina en un baño de sangre no se cruzó. Se trata de uno de los episodios más desconocidos de la Guerra de la Independencia, pero si hubiera sucedido lo que en algún momento se temió pudo haber cambiado la historia.

Los hechos ocurrieron de esta manera: el 13 de abril de 1808, el ya rey Fernando de Borbón, llegó a Vitoria camino de Bayona. Carlos IV ya había abdicado a favor de su hijo en aquella vergonzosa maniobra de Napoleón Bonaparte que iba a acabar con José I como rey español. Un grupo de los patriotas de entonces, entre los que se encontraban el alcalde de Vitoria Javier de Urbina e Isunza; el diputado general, Pedro de Echevarría; y el exministro Mariano Luis de Urquijo habían urdido un plan para que Fernando se fugase disfrazado hacia Bergara, primero, Durango, después, y Bilbao, finalmente, donde se suponía que estaría seguro.

Casi todo el mundo en Vitoria, menos el propio rey y su séquito, barruntaba que la marcha a Francia del monarca iba a tener nefastas consecuencias, como luego se demostró. Una muchedumbre de vecinos, obreros y menestrales se congregó día y noche ante la Casa Consistorial, lugar donde el rey y su séquito pernoctaban, con el fin de influir en la decisión de que el monarca no tomara el camino a Francia. El general francés Savary y un grupo de políticos españoles encabezados por el cura Ezcoiquiz, los duques del Infantado y de San Carlos, los marqueses de Ayerbe, Feria y Guadalcázar, conde de Villariez y los diplomáticos Labrador y Muzquiz, planearon la marcha a Francia para el día 19 de abril.

Hay que recordar que una nutrida guarnición francesa estaba desde 1807 acuartelada en el convento de San Francisco a la espera de acontecimientos. Muy cerca de donde se desarrollaron los siguientes hechos. En el amanecer del 19 de abril, cientos de vitorianos sacaron sus viejas armas y se concentraron en la calle Mateo Moraza, en la Virgen Blanca y el actual Banco de España, rodeando la Casa Consistorial. Mientras el personal al servicio del rey y los palafraneros enganchaban los carruajes se oyeron gritos pidiendo que no se marchara Fernando VII. Cada vez acudía más gente. En el momento en que el monarca salió del Ayuntamiento por la calle Mateo Moraza y se subió a uno de los carruajes, la multitud se abalanzó sobre el convoy (ver grabado). Concretamente, un alguacil apellidado Rico y un industrial llamado Martín Susaeta llegaron a cortar los tirantes del carro y desengancharon las mulas. El vocerío entonces se hizo ensordecedor, según cuenta en su crónica de aquel acontecimiento Eulogio Serdán en su ‘Historia de Vitoria’.

El general Savary, ante la situación, iba a sacar a los granaderos y a toda la artillería para acabar con el motín, cuando las propias autoridades alavesas llamaron a la calma. Incluso el monarca trató de parar el ímpetu de los vecinos de Vitoria, dispuestos a llevar hasta el final su objetivo de impedir la marcha real. “El Rey está agradecidísimo al extraordinario afecto de su leal pueblo de esta ciudad y provincia de Álava; pero siente que pase de los límites debidos y puede degenerar en falta de respeto con pretexto de guardarle y conservarle, y conociendo que este tierno amor a su real persona y el consiguiente cuidado son los móviles que le animan no puede menos de desengañar a todos y cada uno de sus individuos que no tomaría la resolución importante de su viaje si no estuviese bien cierto de la sincera y cordial amistad de su aliado el emperador de los franceses y de que tendrá las más felices consecuencias. Les manda, pues que se tranquilicen y esperen, que antes de cuatro o seis días darán gracias a Dios y a la pruedencia de Su Majestad de la ausencia que ahora les inquieta”. Este documento fue publicado en la Gaceta de Madrid varios días después.

"Fue un milagro que no hubiera sangre"

Tomás Alfaro Fournier, en su libro 'Vida de la ciudad de Vitoria', subraya que "fue un verdadero milagro que no estallara allí un motín sangriento" y así hubiera seguramente ocurrido sin la intervención conciliadora de las autoridades locales, que condujeron al Rey, hosco, herido en su dignidad, a sus habitaciones. El pueblo, mal convencido por engañosas promesas, se retiró desorientado y decepcionado, sin saber ya donde poner su fe. Al edicto del rey se unió un bando del diputado general que decía así: "De orden del Rey nuestro señor, mando a todos los vecinos, habitantes y moradores de esta provincia que en la salida que está para hacer su majestad a la provincia de Guipúzcoa (manifiesto engaño) guarden la moderación y no interrumpan a ninguno de los que acompañan a su real persona, por convenir esta soberana resolución a su servicio y a la felicidad de la nación. Ya cualquiera que contraviniese a ella directa o indirectamente sufrirá la pena de presidido y demás que haya lugar, según las circunstancias. Llevaba la firma de Pedro de Echevarría, diputado general.

Tranquilizado el pueblo momentáneamente, el motín no fue a más. El rey inició su marcha horas después, escoltado por un escuadrón de franceses y una escolta compuesta por el diputado general y una guardia de honor de caballería alavesa formada por un comandante y 22 guardias, que según Alfaro eran 22 jóvenes pertenecientes a las más "linajudas familias alavesas". Sigue Alfaro diciendo que los vitorianos presenciaron la marcha -esta vez en silencio-, huraños y despreciativos, reprimiendo malamente su rencor para aquellos malos españoles que iban a vender la patria al otro lado de los Pirineos. Llegó Fernando a Bayona y nadie salió a recibirle. Allí se enteró de la sentencia dictada por Napoleón: "Los borbones no reinarán más en España".

Serdán, en su crónica, se queja de que a los cien años de aquel suceso el 19 de abril pasó desapercibido y esperaba que el 21 de junio de 1913, fecha conmemorativa de la batalla de Vitoria, no ocurriera lo mismo. El cronista y alcalde vitoriano compara esos dos hechos con hitos como Bailén, Zaragoza y Gerona y pide que los vitorianos no lo olviden.

Cuenta Serdán que una vez que visitó Vitoria la reina Isabel II en 1865 le presentaron al ya anciano Susaeta, protagonista y héroe de aquellos sucesos. El hombre no pidió nada para él pero sí para su hijo, sacerdote. “Nada, señora”, contestó Susaeta, “pero tengo un hijo sacerdote y a éste desearía que le concediera su protección”. La reina cumplió y nombraron al hijo canónigo de Albarracín, aunque posteriormente renunció para estar en Vitoria junto a su anciano padre. Finalmente le nombraron canónigo de Santa María.