El cañón Dragón

El cañón Dragón, un símbolo de la resistencia

El Museo del Ejército conserva una de las piezas importantes que participaron en la Batalla de Vitoria

Un cañón es un arma horrible. Sus bombas matan, amputan, destruyen, desgarran, hieren, hacen daño. Se idearon para eso y desde que entraron en la historia de la guerra, esta nunca fue igual. Solo un ejemplo. Los castillos se convirtieron en defensas inservibles. Durante la Guerra de la Independencia, los franceses utilizaron la artillería como su arma fundamental. Se daban dos circunstancias. El emperador era artillero y apostó por el arma hasta transformarla en la espina dorsal del ejército. Las usaba en masa para debilitar las formaciones enemigas antes del ataque de la infantería o la caballería y añadía baterías a cada división de infantería.

Valga el comentario porque vamos a recordar un cañón utilizado en la Batalla de Vitoria que se convirtió en leyenda, en símbolo de la resistencia de los vitorianos y que desgraciadamente no se conserva en el Museo de Armería ni en la ciudad sino en el Museo del Ejército, sito en El Alcázar de Toledo.

Encuentran el Dragón

Dentro de la gran tragedia ocurrida el 21 de junio de 1813, y de la que conmemoramos su bicentenario, se trata de una anécdota que pasó como leyenda popular de generación en generación. Uno de los grandes cronistas vitorianos, Ladislao de Velasco, lo cuenta así: “En la tarde del 22 de junio de 1813 –un día después de la contienda- algunos muchachos, los más escapados del Hospicio, encontraron en una heredad inmediata un cañón abandonado con su cureña o carro, que no vieran sin duda los aliados que recogieron los demás. Entre todos ellos lo arrastraron y llevaron en triunfo a la plaza Nueva, donde los ministros o alguaciles se apoderaron de él. Ese cañón que llevaba el nombre de Dragón, sirvió después para hacer salvas en las grandes solemnidades y se gravó en el bronce estos versos: ‘Soy el terrible Dragón, a quien libraron con gloria, los jóvenes de Vitoria, del poder de Napoleón’”. “Este cañón que he conocido”, prosigue Velasco, “fue la base de la batería rodada que formaron los voluntarios realistas en 1824 y sacaron de Vitoria en la primera guerra carlista , teniéndolo oculto cerca de Oñate. Desde la conclusión de dicha guerra desapareció completamente el famoso Dragón y es muy sensible por el gran suceso que simboliza”.

Existe una carta del general Álava en la que éste contesta a la petición del Ayuntamiento, deseoso en aquella época de poseer un recuerdo de la victoriosa batalla y que había pedido a Lord Wellignton la cesión del liberado Dragón.

La respuesta es positiva. Y así lo comunica al procurador general de Vitoria.

“El duque de Ciudad Rodrigo, condescendiendo, con los deseos que esa ciudad ha manifestado por medio de V.S. ha dado la orden para que se entregue a su disposición el cañón denominado el Dragón que fue uno de los cogidos en la memorable batalla de Vitoria por los mozos de esa ciudad, que obligaron a sus conductores a que cortasen los tirantes y lo dejasen abandonado”. (Parece que desde el principio la leyenda superó a la realidad).

S. E. (Wellington) desea que se conserve como un monumento de la fidelidad de sus habitantes, y como un recuerdo de aquel memorable acontecimiento a quien se debe la libertad de la Península y en gran parte la de toda Europa.

También se ha mandado se entregue a V.S. para ponerlos a disposición de la ciudad los dos pedreros (cañones de menor calibre) cuyo nombre he olvidado pero se ha prevenido al comisario de la Artillería inglesa de esa ciudad, se vea con V.S (el procurador) y le entregue los que designe”. La carta está fechada en San Juan de Luz el 24 de diciembre de 1813, seis meses después de la batalla.

El Ayuntamiento recibió el regalo de las tropas aliadas acantonadas aún en Vitoria y ordenó grabar en la caña de la pieza el escudo de Vitoria, la leyenda, ‘Hace est victoria quae vincit’ y debajo los versos: “Soy el famoso Dragón, a quien libraron con gloria, los jóvenes de Vitoria del poder de Napoleón”. Y la fecha de la batalla. El escudo y las letras están hechos con incrustaciones de plata. Canuto de Aguirre fue en 1821 el pirotécnico encargado de dispararlo 36 veces el día del Corpus y el 21 de junio. Cobraba 400 reales por su estruendosa actuación, según recoge Santiago Arina.

Pieza estrella

Sin embargo, después de las guerras civiles, el cañón fue ingresado primero en el parque de artillería de Santoña y de allí al antiguo Museo de Artillería en 1852, incorporado como una de las piezas estrellas de la colección artillera, con guía didáctica incluida. La única vez que volvió a Vitoria fue con motivo de la conmemoración del 150 aniversario de la batalla en 1963. Fue la pieza más relevante de la exposición celebrada en el Portalón. Fue devuelto en enero de 1964.

Técnicamente es un cañón de los llamados ‘de a 12’, según el sistema revolucionario diseñado en 1776 por Jean-Baptiste Vaquette de Gribeauval. Mide 227 centímetros y pesa dos toneladas. Está realizado en bronce con cobre de México y se fundió en la fábrica de armas de Sevilla en 1790. Curiosamente fue el elegido entre 16 en unas prácticas de tiro en Aranjuez dirigidas por el rey Carlos IV en 1791. Otras dos inscripciones lo recuerdan.

“La pieza pasó a ser símbolo de la resistencia popular contra la invasión extranjera, tiene una gran relevancia y mucha popularidad entre las colecciones”, dice el documento que acompaña la historia del cañón.

El PNV reclamó en 1988 a través de Emilio Olabarria en el Parlamento español que fuera devuelto a Vitoria. La respuesta fue negativa “porque representa una de las escasas piezas importantes de la Guerra de la Independencia, vinculado a hechos memorables”. El Museo del Ejército si habla de préstamos para exposiciones pero no de cesiones.

El cañón evoca también un aspecto muy importante de la Batalla de Vitoria. Fue el mayor duelo artillero de la Guerra de la Independencia y uno de los más importantes de todas las guerras napoleónicas. En el monumento de la plaza de la Virgen Blanca hay al menos dos cañones tallados. Los franceses poseían 150 cañones y los aliados 90. Las lomas de Júndiz y Zuazo y los puentes del Zadorra fueron los lugares donde se colocaron las baterías.

Ladislao Velasco narra, al más puro estilo periodístico, lo que muchos años después recordaba un niño que vivió la batalla y el estruendo que llegaba del campo de batalla. Era Martín de Saracíbar: “Viviamos en la calle de la Pintorería. Yo era muy niño. Por la tarde, atrancadas las puertas de las casas, subimos todos al tejado para ver aquel imponente espectáculo. La noche se pasó en continua alarma temiendo a cada momento un saqueo o incendios. En la mañana del 22 pude escaparme de casa y salir a la calle. No había recorrido la mitad y encontraba en el suelo una doblilla vieja de oro, y un martillo: volví corriendo a casa con mi presa”.

Es una posibilidad muy remota que el cañón vuelva de nuevo a Vitoria con ocasión del bicentenario. Sin duda sería una pieza fundamental de la exposición.