Junko Tabei

Junko Tabei, la mujer en la cima del mundo

Junko Tabei, no fue solo la primera mujer que miró el mundo desde la cima del Everest, también fue la primera en mirar de igual a igual a sus compañeros alpinistas y, al hacerlo, abrió el camino a muchas otras mujeres. Fue un ejemplo y un orgullo para quienes tuvieron que soportar los prejuicios machistas por su amor a las montañas. El pasado jueves murió a los 77 años, dejando un legado impecable.

A principios de los 70 ser mujer y alpinista era algo muy duro. Ellas, a diferencia de sus compañeros, no cargaban solo con pesadas mochilas cuando salían a la montaña, también con un buen montón de prejuicios machistas. A pesar de que las mujeres hubieran dado sobradas muestras de capacidad en las montañas durante décadas, muchos escaladores, e incluso clubes, consideraban que para ellas el alpinismo no debía pasar de la curiosidad adolescente; sostenían que el sitio de una mujer “de verdad” no estaba en las montañas, sino en su casa.

Apenas diez años más tarde, esa realidad había cambiado mucho. Seguía existiendo demasiado prejuicio, por supuesto (aún hoy los hay), pero ya no era tan fácil mirar por encima del hombro a las mujeres alpinistas. Ellas habían escalado el Everest, habían abierto un sietemil virgen (el Gasherbrum III), habían coronado los Annapurnas I y III… ellas tenían a Wanda Rutkievicz, a Arlene Blum, a Vera Komarkova, a Alison Chadwick-Onyszkiewicz y a muchas otras. Y es que los años 70 habían supuesto una revolución para el alpinismo femenino. Una revolución casi silenciosa, pero implacable en su afán de demostrar que las mujeres alpinistas valían tanto como cualquiera de sus compañeros. Una revolución que comenzó desde lo más alto, la cima del Everest, con una mujer, Junko Tabei.

Una mujer inconformistaA Junko Tabei (Miharu, Fukushima, 1939) siempre le molestó la actitud de los hombres hacia su afición por la montaña. En la tradicional sociedad Japonesa de postguerra se esperaba que las mujeres se hicieran cargo de la casa. Y punto. “Incluso las que tenían trabajos se veían obligadas a servir el té a sus compañeros. Para ellas era imposible beneficiarse de una promoción en su trabajo”, reflexionaba Tabei años después. En cuanto a la montaña, “la mayoría pensaba que las chicas ingresaban en los clubes para encontrar un marido”. Harta de esa actitud —algunos compañeros incluso se negaron a escalar con ella — en 1969 Tabei tuvo una idea genial: fundaría su propio club y, además, sería exclusivamente femenino.

Por si alguien dudaba de sus ambiciones, desde el principio el Ladies Climbing Club se fijó como objetivo organizar una expedición femenina al Himalaya. Eran un grupo de mujeres fuertes y decididas y encontraron en el desafío machista una fuente de motivación, así que no tardaron en alcanzar esa primera meta. Tan solo un año después de la fundación del club, Hiroko Hirakawa y Junko Tabei hicieron cima en el Annapurna III (7.555 metros).

Objetivo, el Everest

Después de este primer éxito y llenas de optimismo, decidieron subir el listón; concretamente hasta lo más alto: la cumbre del Everest. Según Tabei, no escogieron la montaña más alta del mundo por su simbología, sino porque, después de estudiar todos los ochomiles detenidamente, concluyeron que el Everest era de los que presentaban menos dificultades por encima de los 8.000 metros. Al parecer, el escalón Hillary no les pareció gran cosa.

Obviamente, muy pocos creyeron en su proyecto. La búsqueda de financiación se convirtió en un vía crucis plagado de decepciones. “Una y otra vez nos dijeron que deberíamos quedarnos en casa criando a nuestros hijos en lugar de ir a escalar”, recordaría Tabei años después. Pero ellas perseveraron. “En mi mente no había duda alguna de que quería escalar esa montaña sin importar lo que me dijeran”. Sus esfuerzos se vieron finalmente recompensados cuando un periódico y una cadena de televisión decidieron apoyar la expedición. Aun así, el coste total iba a ser mucho mayor que el monto de la subvención, por lo que cada una de las expedicionarias (15 en total) debió hacer malabarismos con los números. Utilizando fundas de asiento de coche para fabricarse mochilas y cubrebotas estancos e importando plumón de china para fabricarse sus propios sacos, finalmente consiguieron reunir todo lo necesario para partir hacia el techo del mundo.

Ya en Nepal, intentaron llevar hasta sus últimas consecuencias la idea de formar una expedición totalmente femenina, pero la sociedad nepalí era incluso más tradicional que la japonesa y allí no encontraron, ni siquiera entre las mujeres, la más mínima voluntad de romper el orden establecido. Así pues, se vieron obligadas a contratar guías masculinos.

A principios de mayo, las quince alpinistas japonesas y sus seis guías nepalíes ya habían comenzado a equipar la ruta y todo iba bien. Fue entonces cuando la montaña les puso de verdad a prueba. Una noche, mientras dormían a 6.300 metros, una avalancha sepultó sus tiendas por completo. Tabei permaneció enterrada e inconsciente durante casi seis minutos antes de que uno de los sherpas lograra rescatarla.

Junko Tabei había visto la muerte muy de cerca, pero sabía que si se rendía ahora, ni siquiera una experiencia tan extrema sería suficiente para justificar su fracaso. Un hombre hubiera podido renunciar después de quedar sepultado e inconsciente, una mujer no. Habían ido al Everest no solo para hacer cima, sino para demostrar algo, así que el único camino posible era hacia arriba.

Sólo doce días después de haber sido sepultada por la avalancha, Junko Tabei y el sherpa Ang Tshering alcanzaban la cima sur del Everest, a 8.763 metros. Nada más llegar, a Tabei se le cayó el alma a los pies. Ante ella tenía una arista fina como el filo de una navaja; a la izquierda un precipicio de 5.000 metros hacia China, a la derecha una caída de 6.400 metros hacia Nepal y, al final de la cresta, el escalón Hillary. ¿Dónde había quedado aquello de que no había dificultades por encima de 8.000 metros? Curiosamente, lo que aterrorizó a Tabei no fue el escalón, sino la arista “Creo que no he pasado más miedo en mi vida”, diría después.

Junko Tabei afrontó la arista cimera entre aterrorizada y enfurecida con todos aquellos que, al describirle la vía, habían olvidado hablarle de aquel paso. Poco a poco, con la parte superior del cuerpo en el lado chino y los pies en el lado nepalí, Tabei y Ang Chering avanzaron por la cresta hasta alcanzar la base del escalón. No mucho más tarde, Junko Tabei emergió en la parte alta y caminó los últimos metros hasta alcanzar el techo del mundo. No sintió felicidad, “sólo alivio”. Era el 16 de mayo de 1975.

Una vida de montañas

Aquel 1975 fue todo un hito para el himalayismo femenino. En agosto, la gran Wanda Rutkievicz y Alison Chadwick-Onyszkiewicz hiceron cumbre en el hasta entonces virgen Gasherbrum III (7.952 metros). Fueron criticadas por el hecho de que algunos compatriotas que se dirigían al Gasherbrum II les hubieran echado una mano con los campos de altura. Rutkievicz tomaría a partir de entonces el testigo de Tabei impulsando varias expediciones femeninas y acabaría convirtiéndose en la mejor alpinista del siglo XX. Antes de que acabase la década, en 1978, Arlene Blum dirigiría con éxito la primera expedición 100% femenina al Annapurna. Las mujeres llegaron así a 1980 habiéndose ganado el respeto de sus colegas montañeros, excepto, por supuesto, el de los más ignorantes.

Entretanto, Junko Tabei siguió alimentando su pasión por las montañas. En 1992 se convirtió en la primera mujer en lograr las 7 cimas, es decir, la cumbre más alta de cada continente, y en total escaló en más de 70 países a lo largo de su vida. Murió el jueves pasado, a los 77 años, y será recordada no solo por las cimas que alcanzó, sino también por las barreras que rompió.