Una tragedia, un comienzo amoroso

Por Sofía Flores Rueda

14/02/2024

Rondaba el verano de 1980 cuando los padres de Claudia fallecieron trágicamente en un atentado de la Guerra Civil. Un vacío enorme despertó en la chica de unos 15 aproximadamente años quien fue obligada a ir a un orfanato lejos de su ciudad natal, lejos de su mundo.

Después de diez horas de viaje en tren, llegó a un orfanato perdido entre los estrechas calles de un pueblo desconocido para ella. Nada más entrar, vio que el lugar estaba muy poco cuidado, lleno de insectos correteando por el suelo, en busca de algo de alimento. Había sábanas sucias tiradas por el suelo, sillas tiradas… En resumen, un horror. Cuando abrió la puerta del lugar una señora no muy amable le dio paso, le enseñó cuál iba a ser su próximo hogar y la dejó sola para que ella misma descubriese lo que se le antojase.

Claudia llevaba días sin comer y varias horas sin beber nada así que, hambrienta y también sedienta se decidió por ir a la cocina a buscar alimento. Recorrió algunos pasillos perdida, conoció a algunos otros huérfanos, quienes le parecieron muy amables y le guiaron a donde ella quería ir. Al entrar allí divisó algo de pan sobre la mesa y se apresuró a cogerlo para acto seguido devorarlo tomando agua de una botellita de plástico pero ella no se dio cuenta de quién le estaba observando. En una esquina entre las sombras, se encontraba un muchacho que al verla se dirigió hacia ella y se paró en frente de ella. El chico debía rondar los 16 años de edad, tenía una cabellera de color oscuro no muy bien peinada, una amplia sonrisa y unos ojos azules que le recordaron al agua del mar en pleno verano en los cuales podía distinguir cierta tristeza, nada más verlo se quedó sorprendida de la belleza de aquel chico preguntándose cuál era su historia. El chaval se acercó y con toda la confianza del mundo inició una conversación.

-No te recomiendo que comas eso, no está en buen estado y puede que enfermes-, le confesó acercándose bastante a ella.

Acto seguido Claudia se apresuró a escupir lo que tenía en la boca.

-Gracias -contestó ella- acabo de llegar y no conozco el lugar, mis padres han fallecido debido debido a la guerra y hace mucho tiempo que no he probado bocado, debido a esto he venido a ver que encontraba.

-Me lo imagino, toma esto-. Le dijo dándole una manzana de un cuenco con frutas escondido debajo de una gran olla.

-¿Qué hace esto ahí?- preguntó extrañada.

-Es mi comida, la reservo para comer algo, si no lo haces, morirás de hambre ya que aquí ni medicinas te ofrecen, te dejan morir sin remordimientos.

Claudia se quedó perpleja.

-Yo llevo aquí más de un año-,siguió el chico- a mis padres los asesinaron sin piedad y sin razón alguna, desde entonces no he tenido una muestra de afecto ni cariño.

-Qué triste, lo siento-, respondió la chica.

-No te preocupes, ya la tengo asimilado, tampoco me trataban bien y la verdad, es que no me importó, me has caído bien, ¿cómo te llamas?- se interesó el chico.

-Mi nombre es Claudia, me alegro conocerte, ¿y el tuyo?

-Yo me llamo Mateo, ¿quieres que te enseñe el orfanato y así nos vamos conociendo más?- le propuso el chico.

-Vale, me parece genial-. le dijo la chica.

A continuación amos se marcharon entre risas y más bromas.

Se pasaron las próximas dos horas viendo el orfanato, conociendo a gente y sobretodo a ellos mismos. Después de eso, se hicieron tan buenos amigos que Claudia pensaba que lo conocía más de lo que había conocido a nadie más en la vida y le había transmitido mucha confianza, más de la que le gustaría. Deseaba pasar el resto de su vida con él, era un chico muy apuesto, amable y siempre estaba muy pendiente de ella. Demasiado para ser amigos.

Transcurrieron los días y su vinculo aumentó, se confiaban secretos, se veían a cada rato, se traficaban comida y se cuidaban entre sí.

Un día Claudia enfermó y no salió de su minúscula habitación en todo el día, al saberlo, Mateo corrió en su busca, entró a su habitación, le dio comida, medicinas robadas y le llevó un par de gruesas mantas para combatir el frío invernal. ¿Por qué lo haría? ¿por qué se preocuparía tanto? Ella misma se daba cuenta de que el muchacho quería algo más, actitud que no lo disgustaba para nada. ¿Le confesaría algún día su amor? No lo sabía, pero se conformaba con mantener esa relación.