Cleopatra

Resbalando los dedos por el agua,

al pie de su ciudad vieja y caída,

sin esclavos ni antonios, junto al Nilo

vi un día a Cleopatra compungida.

Qué puede hacer un trovador entonces

sino inmediatamente enamorarse,

cantar una canción, hablar un poco,

tratar de hacerse ver: fingir ahogarse.

Por más que quise hacer menos salía;

canté y hablé quizás exagerando,

pero ningún sonido le alzó el rostro

y comprendí lo que estaba pasando.

Sucedía que la reina y el paisaje

que yo creía ver, había sido

la húmeda versión que me dio el río

puesto que me encontraba sumergido.