En el mundo hay dos clases de personas (Texto adaptado)
MARIA NICOLAU
10 NOV 2023
El mundo se divide en dos clases de personas, las que tiran a la basura el bote de salsa de tomate a los dos días de verlo abierto y dando vueltas por la nevera y las que creen que la existencia misma de las fechas de caducidad es un mito y que la comida está buena hasta que no lo está; las que palpan y voltean todos los melocotones de la cesta para comerse el que está más maduro y es más susceptible de estropearse antes, y las que eligen el primero que pillan sin mirar; las que tienen dispensadores a juego para jabones y detergentes y los mantienen siempre relucientes, llenos y con los pitorros bien enjuagados, limpios de rebabas resecas, y las que simplemente dejan la botella verde acabada de comprar al lado de la pica, junto a la vieja, que reposa bocabajo, apoyada contra el cesto de los estropajos, esperando a ser llenada con un chorrito de agua y sacudida para apurar las últimas gotas. Unos tienden siempre la bayeta, limpia y bien desplegada, en el escurridor, para que se seque entre uso y uso, otros la dejan apretujada, goteando, babosa, hecha un ovillo, encajada entre el grifo y la pared.
Los hay que parecen ser capaces de perseguir durante horas y con alevosía las últimas cuatro lentejas del plato dando golpecitos insistentes con la cuchara contra la loza, otros dejan el plato limpio sin que nadie se haya podido dar cuenta siquiera de que han comido; algunos se ensañan con el tarro de cristal del yogur con tal fervor que el repiqueteo suena a las noventa y ocho campanas del carrillón de la Catedral de San Romualdo, otros tiran el tarro a la basura sin mirar después de la tercera cucharada sopera, dejando la mitad de yogur en el envase. Al echar sal, los hay que parece que asusten moscas y mueven la mano compulsivamente para terminar soltándola toda en un pequeño montoncito en el centro de la tostada; hacen lo mismo con las aceiteras. Otros, en cambio, parecen tener la virtud de repartir los aliños a la perfección mediante una sola grácil pasada o, en cualquier caso, de no preocuparse demasiado por esto.
Medio mundo guarda en el armario rinconero del extremo de la cocina todas y cada una de las sartenes viejas, abolladas, ralladas, maltrechas, que ha tenido a lo largo de su vida, por si un día viene la guerra y les pilla con sartenes nuevas y ninguna vieja; el otro medio se rige por el dogma de la ligereza estricta de Robert de Niro en Heat, y no se ata a nada que no pueda dejar atrás en menos de treinta segundos cuando la poli te pisa los talones. Unos viven colmados de cacharros, compran cada nuevo artilugio culinario electrónico que sale al mercado y renuevan el ajuar de cacerolas y la goma de la cafetera cada seis meses; otros llevan toda una vida alimentándose guardando una sola sartén en el horno y, en el primer cajón, poco más que una puntilla oxidada, dos bolígrafos promocionales secos, un amasijo de gomas de pollo, migas de pan, un par de pinzas de tender y tres cuchillos de sierra desparejados; baten las claras a punto de nieve con un tenedor en un plato hondo, y los pasteles les salen bien.
Para algunas personas, la ley que prohíbe empezar el segundo piso de galletas de una caja antes de haber terminado con las del primero es sagrada; para otros, la vida es abrir la caja, coger las que más les apetezcan, y preocuparse por cosas importantes, y no por nimiedades. Los primeros suelen dejar su parte favorita de un plato para el final; los segundos no encuentran ninguna razón que justifique postergar un placer que tienen al alcance de la mano.
Hay gente que sale de casa con la idea de comprar cuatro plátanos, que va al mercado, coge sus cuatro plátanos, los paga, y se marcha. Otros van a por plátanos, pero al ver unas ciruelas vistosas y jugosas al lado de unos plátanos demasiado negros, cambian de parecer. Los hay quienes planifican cada viaje de la mesa a la cocina y de la cocina a la mesa con tal de aprovecharlo y, de una tacada, llevar todo lo necesario. Otros van y vienen cien veces, ahora a por el cucharón de servir, ahora a por el pan, ahora a por el agua fresca.
Yo me siento incapaz de abordar grandes conflictos mundiales. Mi compromiso para con el mañana es no irritarme por sandeces o, al menos, por una sandez menos que hoy.
(Texto adaptado)
SOBRE LA FIRMA
Maria Nicolau
Es cocinera de oficio y por vocación. Durante más de veinticinco años ha trabajado en restaurantes de España y Francia. Autora del libro ‘Cocina o Barbarie’, prologado por Joan Roca en catalán y Dabiz Muñoz en castellano. Actualmente vive en Vilanova de Sau, Osona, donde ha conducido el restaurante de cocina catalana El Ferrer de Tall.
1.Tema:
El sinsentido de enfadarse por las diferencias entre las personas.(10)
2. Resumen:
El mundo se divide en dos tipos de personas: las que tiran los envases a los pocos días de abrirlos y las que no prestan atención a las fechas de caducidad. Las que acumulan enseres viejos de cocina y las que los renuevan constantemente. Algunas no empiezan a consumir el segundo piso de la caja de galletas sin haber terminado el primero, y otras escogen la galleta que les apetece. Las diferencias entre las personas se aprecian en muchos gestos cotidianos. No enfadarse por nimiedades es una acción responsable para el futuro, ya que los conflictos mundiales son inabordables. (99)
3. Tipo de argumentos:Justificación redactada
En el texto de María Nicolau titulado En el mundo hay dos clases de personas destacan dos tipos de argumentos que se van entrelazando, de manera que ocupan el grueso del artículo: el argumento de comparación entre un tipo de persona y otro, y el de ejemplificación. Nicolau hace uso de la ejemplificación mostrándonos muchas acciones cotidianas del ser humano (el consumo de envases de tomate, la compra de plátanos, la acumulación de enseres nuevos o viejos, la previsión de limpiar o no la bayeta o de hacer más o menos viajes a la cocina, etc); y aprovechando los ejemplos nos muestra cómo se comporta cada clase de persona (el consumismo frente al ahorro, la austeridad frente al despilfarro, la tacañería frente al hedonismo, la previsión frente a la precipitación). (“Hay gente que sale de casa con la idea de comprar cuatro plátanos, que va al mercado, coge sus cuatro plátanos, los paga, y se marcha. Otros van a por plátanos, pero al ver unas ciruelas vistosas y jugosas al lado de unos plátanos demasiado negros, cambian de parecer.”)
4. Tipo de estructura: Justificación redactada.
El tipo de estructura de En el mundo hay dos clases de personas es inductiva o sintetizante, ya que se encuentra en el último párrafo del texto. Todo el artículo de Maria Nicolau está compuesto por argumentos de ejemplificación y comparación que nos ayudan a entender que las personas somos diferentes, y que, por tanto, de cara al futuro es importante tratar de no enfadarse por asuntos triviales, puesto que los conflictos internacionales son imposibles de resolver para los ciudadanos de a pie. Ya en el último párrafo, Nicolau nos da a conocer su compromiso de no enfadarse por tonterías, que realmente no son importantes.
5. Funciones del lenguaje predominantes en el texto: Justificación redactada.
La función dominante del texto es la representativa o referencial, ya que María Nicolau expone cómo actúa cada tipo de persona, pero sin mostrar de forma rotunda su punto de vista. Nicolau hace uso de la tercera persona del singular y verbos en indicativo (parecen, enseñan, renuevan,...); y la modalidad oracional enunciativa (“Medio mundo guarda en el armario rinconero del extremo de la cocina todas y cada una de las sartenes viejas”, “Los primeros suelen dejar su parte favorita de un plato para el final”, etc).
A pesar de que el texto tiene una aparente objetividad, es imposible no percibir la ironía de Nicolau. La función expresiva se manifiesta en el uso de esa ironía y el sentido del humor (“las que creen que la existencia misma de las fechas de caducidad es un mito”, “una vida alimentándose guardando una sola sartén en el horno y, en el primer cajón, poco más que una puntilla oxidada, dos bolígrafos promocionales secos, un amasijo de gomas de pollo, migas de pan, un par de pinzas de tender y tres cuchillos de sierra desparejados”,...). Además, las repeticiones y paralelismos sintácticos son rasgos de la subjetividad de la autora (“las que tiran la basura”, “las que guardan”, “las que tienen dispensadores” …). Así como el uso de la primera persona en todo el párrafo final (siento, mi compromiso, irritarme) y el léxico valorativo (sandeces, rebabas resecas, con alevosía, golpecitos insistentes, etc.).
La función secundaria del texto es la apelativa. La autora expone tantos ejemplos y tantas formas de actuar que es imposible que el lector no se identifique con un tipo u otro de persona, y como Nicolau no juzga a ninguna, consigue la complicidad del lector.
6. Sinónimos de las palabras subrayadas.
Mito: ficción, leyenda, cuento
Susceptible: que tiene más posibilidad de…
Alevosía: insidia
Fervor: pasión, entusiasmo, vehemencia
Grácil: delicado
Ligereza: liviandad
Colmados: llenos, rebosantes, abarrotados
Nimiedad: minucia, insignificancia, pequeñez
Postergar: retardar, aplazar, retrasar
Sandez: estupidez, tontería.