Posiblemente sea el evento más importante para una persona luego de emerger en el nuevo mundo. Incluso más que haber trascendido a un plano diferente de existencia. Porque ser humano es una condición válida para la Tierra, pero en Harte, para vivir en Inferania, se necesita algo más. Así como saber jugar a la pelota, no te transforma en futbolista profesional, o saber manejar un automóvil, no te vuelve piloto de carreras, traer la partícula en la sangre no te convierte en ínfera. Debes poder activarla, hacer uso de ella a gusto, cuándo la situación lo requiera. Se debe atravesar un arduo entrenamiento, junto a una serie de ejercicios que lleven al cerebro y su propio cuerpo, a hacer un óptimo uso de sus nuevas facultades.
Justamente, el trabajo de los guardianes es acompañar al hombre o mujer en cuestión, brindando sus preciados conocimientos en el uso de la partícula, para que despierten ese poder oculto, y lograr de esa manera, utilizarlo en combate. Lo que llamaremos de ahora en adelante un “despertar” no es otra cosa más que la sumatoria de varios factores, aunados en un solo momento explosivo de revelación. Ese maravilloso instante en el que un ser humano accede a su verdadero potencial, llegando a tocar y conectar su propia fibra con la partícula. Ese momento tan ansiado, que finalmente logra la simbiosis necesaria entre humano, cuerpo, consciencia y partícula, adquiriendo la tan ansiada condición de ínfera.
Se estima que el entrenamiento físico es muy importante para llevar a cabo esa proeza, como lo es para un ave aprender a volar. Y al igual que el joven pichón ya posee las alas, más no la fuerza es sus músculos ni la experiencia para usarlas, el humano emergido con una partícula corriendo por sus venas, es exactamente igual. Continuando con la analogía de las alas y la partícula, el guardián, al igual que un padre o madre, le enseña al futuro ínfera que reconozca sus alas, le enseña a moverlas, le muestra cómo se usan. Le explica para qué son y adónde lo podrían llevar, de esa manera, cuándo el ínfera alcanza cierto nivel de conocimiento o experiencia, ocurre el despertar. Ese momento inigualable, más sólo equiparable, al del pichón que se arroja de su nido o ramita al vacío, extendiendo y batiendo sus alas, descubriendo que ya es capaz de volar con su propia fuerza de voluntad.
En el caso de las partículas y su utilización, necesita un factor extra para ser activada por primera vez, aquel que reside en la mente, el factor emocional. Para muchos, se activa gracias a un pensamiento negativo, como lo es un momento de desesperación, de tristeza o malestar. Para otros, lo es un sentimiento positivo, de refuerzo, de anhelo o búsqueda de superación. Cualquiera que sea o fuere la emoción, es válida si con eso activa la manifestación de la partícula, gracias a eso, el ínfera en cuestión, aprende a traerla, a materializarla sin la necesidad de sobre pensar algo más adelante, porque se podría decir que ya la “encontró”. El cerebro ha descubierto el camino que debe recorrer para hacerla aparecer y usarla, ya ha establecido las conexiones entre las neuronas, ya ha unido las terminaciones nerviosas y ha allanado el sendero de la partícula, para así llevarla a cada rincón del cuerpo, músculo u órgano que la necesite.
Una tarde, antes de terminar las prácticas, los muchachos se hallaban muy animados y concentrados. Ramiro llevaba ventaja sobre Chrysantos, ejerciendo presión hacia adelante, un paso a la vez, logrando que este último retrocediera hasta arrinconarlo contra un árbol. Uno de los tantos que había en el enorme campo de entrenamiento. El estadounidense al verse acorralado, comenzó a desesperarse, por su mente pasaban recuerdos de las miles de horas practicando en la Tierra. Todas y cada una de ellas, desperdiciadas por culpa de su falta de compromiso y las condenadas adicciones. Las imágenes que asaltaban su mente y le traían recuerdos de la vida anterior, de alguna manera convergieron hasta llegar a hoy. Una segunda oportunidad de ser alguien, de hacer algo por los demás, de acabar por destacarse y romper con sus propias cadenas opresoras de vida. Y allí estaba, nuevamente, envuelto en un ciclo de cientos de horas que llevaban entrenando, luchando codo a codo, persiguiendo un objetivo en común y siempre terminaban en empate. Ambos sabían que el único camino posible era hacer uso de la partícula, la cual se mostraba esquiva a manifestarse en ellos, pero esta vez, Chrys pudo sentirlo, algo estaba cambiando dentro de él.
Ramiro, ajeno a los sentimientos que se arremolinaban en su oponente, continuaba feroz, lanzando estocadas, las cuales Chrys hábilmente desviaba hacia un lado, con un detalle no menor. Tenía los ojos cerrados, y de alguna manera estaba presente, pero a la vez, ausente, envuelto un trance, completamente ajeno a lo que ocurría. Sin embargo, en ese contacto, sintieron que hubo algo diferente, hubo una estática, una ligera sensación eléctrica en las espadas de madera que se transmitió a las manos de los muchachos. Era similar a un temblor que se extendía arriba hasta el codo. Y si bien ambos lo sintieron, como nunca lo habían experimentado en carne propia, no supieron quién de los dos estaba despertando su partícula. Chrys abrió los ojos, Ramiro se detuvo un instante y retrocedió un paso, dado que la mirada del chico parecía perdida. Sus pupilas danzaban enloquecidas sin un rumbo fijo, mirando a cualquier lado.
— ¡Ezequiel! ¡Debe ver esto, venga! —Advirtió el muchacho.
El hombre estaba a unos metros de distancia con otros alumnos y hasta ese momento, no los había mirado. Pero como buen guardián de la partícula, supo, presintió, que un despertar se aproximaba. Uno de los dos emergería como ínfera, así que se volteó para ver quién era, e hizo que los demás estudiantes detuvieran sus actividades y prestaran atención al momento.
En cuanto a los chicos, Chrysantos parecía haber vuelto en sí. Primero miraba al suelo, luego elevó la vista y adoptó su postura de combate. Sus ojos brillaban y latían de emoción, parecía que finalmente lo había encontrado, su cuerpo reaccionaba, estaba preparado para lo que vendría.
— ¿Listo Ramiro? —Lo desafió.
Dispuestos a dejarse llevar por el fervor del combate, y el éxtasis de estar alcanzando el objetivo máximo, se alejaron uno del otro, alistándose para lo que vendría. El argentino contestó el desafío con una sonrisa cómplice, preparándose para lanzar un fendiente a dos manos. Sentía que algo en su compañero había cambiado, y estaba dispuesto a ayudarlo a descubrirlo. Entonces, sabía que, al concluir su duelo, ocurriría una de las dos alternativas posibles, si lo atacaba de esa manera, con esa potencia, Chrys terminaría con la espada destrozada. O, por el contrario, sería él mismo quien saldría lastimado ante un eventual choque de partículas. Por su parte, el norteamericano captó la intención de atacar de su oponente, así que decidió permanecer en el lugar y sostener con fuerza su arma, anteponiéndola a tiempo, para protegerse y rechazar cualquier ataque.
El desafío estaba en el aire, Ramiro cargó a toda velocidad contra su oponente hasta que ambas espadas chocaron, las hojas de madera se tocaron reaccionando entre sí con un espectacular impacto de luz y energía inferal. La respuesta finalmente llegó para todos, porque uno de los muchachos cayó hacia atrás, su arma explotada, hecha añicos. Mientras que la otra continuó íntegra, brillante, flamante, cargada de partícula y exhibiendo un tenue resplandor dorado, saludando orgullosa a su nuevo portador, quien permanecía de pie victorioso. Un nuevo ínfera había nacido, y se llamaba Chrysantos.
Justo en ese último intento, el norteamericano encontró la respuesta a sus interrogantes, y la tan ansiada partícula afloró. Precisamente, como Ezequiel les había dicho que ocurriría y se esperaba que lo hicieran, basándose en los sentimientos más profundos y ocultos de sus mentes. Esto se debía principalmente, a que el guardián fungía de mentor, compartiendo sus conocimientos, enseñándoles un camino, pero sus consejos tenían límites.
<< “Yo estoy para acompañarlos hasta la puerta, dependerá de ustedes atravesarla”>> Les repetía todos los días, antes de comenzar y a finalizar cada entrenamiento.
El resto depende de cada ínfera, como Chrysantos, quien sólo necesitó de un empujoncito, un sentimiento encontrado, un detonante que rompiera sus límites y los llevara al máximo. Las pupilas se encendieron, su energía avanzó desde el mismísimo corazón, viajando a través de la sangre y canalizándose en las manos hasta cubrir la hoja de la espada y esta, brilló radiante, como si estuviera viva. Desde mucho antes, Chrys había dejado de ser un humano ordinario, para convertirse en un aprendiz de ínfera, y ahora, manifestando su partícula, se había realizado como guerrero, convirtiendo simple un trozo de madera afilada, en la espada definitiva. Rechazando así, de manera espectacular a un derrotado Ramiro, incapaz de mover los brazos a causa del entumecimiento del contacto. Un Ramiro alucinado y desconcertado, que presenciaba el éxito de su compañero, bajo una insólita mezcla de alegría y decepción.
Por un lado, de todo corazón, sentía orgullo y felicidad que su camarada lograra despertar su partícula, para ser finalmente considerado un guerrero ínfera. Y a su vez, le dolía en el alma, sintiendo un poco de envidia, porque aún le faltaba alcanzar ese momento glorioso y satisfactorio.
El joven norteamericano le sonrió desafiante y orgulloso ante las sorprendentes pruebas, dado que, a partir de ese momento, la diferencia de poder entre ambos ya no era nula. Comenzaba a agrandarse, y nada sería lo mismo, porque bien como Ezequiel les había demostrado, la habilidad era importante, pero no bastaba para vencer a un ínfera.
Los aprendices rodearon a los muchachos, con palabras de aliento y felicitaciones. Lo mismo con el guardián, quien también se acercó y mostró muy alegre con ellos por igual. Felicitando a ambos por el progreso que llevaban, tanto por el que acababa de activar su partícula, como con el otro, quien lejos de desmerecerlo, destacó que aprendía a una velocidad increíble. Destacando, además, que en cuestión de días sus novatos se estaban convirtiendo en guerreros diestros en el control de la partícula. Y si bien era una realidad que a muchos les faltaba manifestarla, él estaba seguro de que lo lograrían y entre esos estaba Ramiro. Su camino al descubrimiento se había vuelto más largo y complicado que el de los demás, pero el guardián siempre se encargaba de tranquilizarlo. Cálidamente, les brindaba esperanzas a aquellos que no cumplían las expectativas aún, alentándolos a no rendirse jamás, por más difícil que pareciera.
Un ejemplo de desesperación e impotencia
<< ¡Por favor! Mi partícula, si realmente está ahí ¡Necesito que aparezca ya!>> Sus pensamientos se volvían angustiosamente negativos y cargados de estrés. La desesperanza inundaba su corazón al sentirse un inútil, y aumentaba aún más, al no poder ayudar a sus colegas. Se veía como una carga.
El joven tenía miedo, estaba aterrado. Adonde mirara había índomes, hacia la izquierda, a la derecha y al frente, no quedaba un hueco para escapar, así que intentaba mantenerse firme, con la frente en alto y agarrando con todas sus fuerzas, la empuñadura de la espada. En esos momentos llegó a creer que debían considerarse muertos por su imprudencia, por dejarse emboscar de esa manera, y si llegaban a zafar, luego le echaría la culpa a Matías por haber cruzado los portones sin permiso. Todos, y principalmente Ezequiel, les habían advertido que jamás salieran de la Inferania, pero allí estaban, a punto de pagar el precio de la ignorancia y la desobediencia. Sus amigos mientras tanto, peleaban aguerrida y desesperadamente por sus vidas, pero él, con su incapacidad, no dejaba de pensar que los estaba arrastrando a una muerte segura
Estos sentimientos no hicieron más que aumentar la exasperación e impotencia en Ramiro, llevando su estrés a niveles insoportables. Mucho más aún, luego de ver cómo un centinela se arrojaba encima de Gabriela, rompiendo la tríada inferal y alejándola de ellos. Otras bestias quisieron hacer lo mismo atacando a los muchachos, pero este índome los detuvo con sus rugidos, parecía controlarlos, o al menos someterlos a su voluntad, como si de un macho alfa se tratara, y nadie podía acercarse a su presa. Todos parecían seguirle y respetarle, porque se frenaron a menos de un metro de los muchachos, conteniéndose y reprimiendo sus deseos por atacar.
Expulsión de partícula y la tan ansiada manifestación en Ramiro Capítulo 1.10 "Gabriela"
El final estaba cerca. Ramiro se hallaba paralizado del miedo, no podía moverse, el cuerpo le pesaba, sin embargo, sus ojos funcionaban, transmitiéndole a su bloqueada mente, todo lo que estaba sucediendo alrededor. Tal vez, de esa manera, a través de la vista, podría despertar sus poderes ocultos, su corazón latía fuerte e intenso, porque morir le aterraba, pero ver que molían a golpes a su amigo hasta la muerte, eso, le provocaba desesperación e impotencia. Sentimientos extremadamente potentes, nocivos y puros, genuinamente reales, capaces de provocar las reacciones más increíbles en el fuego interior del ser humano. Gabriela era incapaz de zafarse y el índome, aburrido de sostenerla, comenzaba a estrangularla, mientras que Matías continuaba siendo vapuleado a golpes. El destino, desalmado, despiadado e irónico parecía jugarles una mala pasada a los jóvenes, otra vez, maltratándolos con la certeza de enfrentar un vulgar deceso, a manos de unas criaturas más nefastas aún. Y fue justamente, bajo esa presión, bajo ese coqueteo con la muerte, que los sentimientos de Ramiro estallaron. Imposibles de ser contenidos por un cuerpo humano y revolviéndose en su interior, arremolinándose como vientos formando un huracán, estos comenzaron a salir, atravesando la piel y llevando los nervios al máximo que una persona podría soportar. Estos tenían nombre propio, el ser humano siempre se ha encargado de dárselos a todos y muchas veces parecen escaparse a los términos que les imponemos, como, por ejemplo, los límites de la razón y la moral.
Sin embargo, en el corazón de Ramiro había otros más crudos y radicales. Llevados por la terrible situación que estaban viviendo, el enojo, la desesperanza, la incertidumbre y el miedo a perder un ser querido, afloraron sacando lo mejor y lo peor del muchacho.
Todas aquellas sensaciones horribles lo llevaban al borde de la locura, aguijoneado por la impotencia de no poder ayudar a sus compañeros. Sabía que debía hacer algo, pero la impotencia de no saber el cómo, era lo que más le molestaba. Ya no tenía miedo, porque dejó que los sentimientos bloqueadores mutaran a algo más, descubrió que el temor a lo desconocido, puede ser llevado a los terrenos de la locura, a veces, más fáciles de alcanzar para las almas perturbadas. Ya había muerto una vez, ya conocía el frío del silencio eterno y esa vez no peleó, no pudo o no lo dejaron, no obstante, esta vez podría ser diferente. No más sumisión, justamente, por hacer caso a lo que siempre le dijeron que hiciera bien, era que había llegado hasta ahí, a un callejón sin salida, destinado a perecer en manos de los más fuertes, los que hacen más y piensan menos. Era hora de hacer ruido, de romper sin pensar en el dolor ajeno, era momento de abrazar la furia. Simplemente, para llegar a ese punto, primero debía quebrar algo en su interior, anulando las barreras que nos autoimponemos para controlarnos, esas que nos hacen ser humanos conscientes y menos animales.
— ¡Ya basta! —gritó embravecido. No pudo contenerlo, simplemente dejó que todo saliera, exteriorizándolo agresiva y explosivamente. Bordeando el límite de sus cuerdas vocales, casi desgarrándolas en el proceso.
La exclamación fue corta, pero por demás robusta e intensa. Tan así fue, que los índomes detuvieron la golpiza a Matías para observar lo que sucedía. Y el otro restante, soltó a Gabriela, dejándola caer semi inconsciente al pasto, sólo para detenerse y no permanecer ajeno a lo que sucedía con Ramiro. Los centinelas eran animales muy desarrollados y depredadores natos, jamás se dejarían impresionar por el grito de un ser humano, a menos que tuviera algo más, algo especial que deseaban mucho por sobre todas las cosas. Lo que en realidad los sorprendía y atraía con pasión, era el impulso por consumir carne o sangre empapada de partícula. Hasta ese momento se habían concentrado en Matías y Gabriela, porque estos jóvenes emitían partícula de manera seductora y consistente, siendo Ramiro el menos atractivo, dada su debilidad aparente, pero eso acababa de cambiar. Ellos lo estaban viendo, lo olían con la nariz y sentían en la piel, era imposible de ignorar y se les hacía agua la boca al sentirlo. Nunca antes habían vivido una explosión de partícula tan intensa como la que tenían delante, era una manifestación tan profunda y pura, que no podían ignorarlo. La mesa estaba servida, el manjar inferal sería una delicia para los sentidos y se harían un festín con ese humano, así que rápidamente comenzaron a rodear a Ramiro, acechándolo.
—Quería que se fueran. Que no vuelvan nunca más—Les dijo con voz grave, fría y densa, intentado de contener sus exaltadas emociones.
—Pero ahora... —El muchacho aún no se había percatado que, luego de ese grito, sus ojos brillaban, emanando un resplandor tan abrumador, que podría enceguecer a quien se atreviera a mirarlo. La espada en su mano derecha brillaba radiante, totalmente impregnada con su propia energía — … quiero que se queden.
Todavía no era consciente del alcance, del tamaño de lo que estaba haciendo, dado que se encontraba sumergido en un trance muy especial. Al fin lo había logrado, era un ínfera completo, aunque de una manera inesperada e impredecible, porque no podía controlarla a voluntad, simplemente había aparecido. Y así como llegó, también surgieron las consecuencias para su físico, porque comenzó a respirar agitadamente y sentía cómo le faltaba el aire. Su corazón le quemaba a la vez que latía tan fuerte, que podía sentirlo golpeando su pecho desde adentro, provocándole dolor hasta en los huesos del esternón. Afortunadamente, apretar la empuñadura de la espada le daba alivio, comprendiendo así, que había cierta simbiosis entre arma y guerrero, dado que funcionaba como un canalizador. Liberando la presión que representaba para el físico humano, manifestar esa partícula. Entendió que una de las principales razones de porqué es tan difícil lograr ese nivel, se debe al mecanismo de autopreservación del cuerpo, el cual bloquea de manera inconsciente, toda experiencia que puede transmitirnos dolor.
<<Ahora lo sé, más complicada que activarla, es mantenerla>> Pensó, mientras intentaba despejar su mente, haciendo un gran esfuerzo por no sucumbir ante el punzante aguijón de la partícula despertada. Siendo una de las cosas más difíciles que jamás tuvo que hacer, porque controlar esa potencia que se desbordaba de cada uno de los músculos, era extremadamente doloroso.
Para el reino de los seres vivos, incluidos los humanos, el dolor es de carácter universal. Convivimos con la posibilidad de experimentarlo desde que nacemos, y a lo largo de nuestras vidas, lo evitamos a toda costa. E intentar aliviarlo por supuesto, es un titánico trabajo, que demanda muchas veces, grandes cantidades de tiempo y energía. No lo queremos, lo rechazamos, y estamos dispuesto a pagar casi lo que sea, con tal de evitarlo o sesgarlo. Pero aquellos que conviven con una aflicción las veinticuatro horas del día, los trescientos sesenta y cinco días del año, deben decidir qué hacer con ese sentimiento tan abrumador, es una elección de blanco o negro, no hay matices, no existen los grises en el intenso combate de la vida. Algunos deciden sucumbir, acabar con su existencia, otros, mitigarlo con potentes calmantes recurriendo a las medicinas comunes o alternativos. Pero otros, los más testarudos, los más duros, eligen llevarlo como estandarte, deciden canalizarlo y utilizarlo como fuego sagrado, como el combustible de la vida, para lograr actos increíbles. Decenas de personas, históricamente, han roto las cadenas de lo verosímil, de lo fácil, utilizando una dolencia, en esencia, con carácter de condena, para ir adonde nadie ha ido jamás. Porque abrir nuevos caminos duele, porque ser el que va adelante cuesta, y marcar nuevos rumbos, poniendo el pecho cuándo sopla viento en contra, puede ser un suplicio, que muy pocos están dispuestos a padecer. Una reducida cantidad de personas en la historia, han conseguido llevar las capacidades físicas y mentales a nuevos niveles, acercando los límites de lo imposible hasta los bordes de lo posible. Utilizando sus propias experiencias, sus propios sacrificios, con tal de enseñarle al mundo entero, que se puede, que somos nuestros propios dioses, en un mundo plagado de falsos profetas, que sólo conocen el camino fácil e indoloro.
Ramiro finalmente lo comprendió. Estaba parado en el umbral de lo que sería un antes y después en su vida, adquiriendo el dolor y experiencias necesarios para ser un ínfera completo, bien cómo les había dicho Ezequiel. Él solo podía enseñarles la puerta, dependía de cada uno de ellos, atravesarla y descubrir lo que hay al otro lado. Y afortunadamente, estaba listo para dar ese paso tan importante. Por eso, lo segundo que atinó a hacer, fue levantar la vista para encarar a los índomes, ya no podía darse el lujo de perder más tiempo, era necesario actuar y defenderse de quienes lo habían rodeado. Eran los mismos tres que asaltaron a Matías, y en cuánto al otro, este permanecía lejos, atento, observando los movimientos del muchacho. Un muchacho que, espada en mano y cubierta en su totalidad por una partícula rojiza, se lanzó al ataque, actuando instintivamente, dejando que fluyeran las enseñanzas de Ezequiel. Alcanzando tal equilibrio entre dolor y consciencia, que, con extrema facilidad, decapitó al primero de los indomes que le cerraban el paso sin siquiera inmutarse. Esto sorprendió y paralizó a los demás, quienes retrocedieron dubitativos, ante tamaña demostración de poder.
—Acábalos —Murmuró Matías.
El joven malherido, testigo fiel de aquel combate, no pudo contener la alegría de ver a su amigo luchando como un verdadero ínfera. Sorprendido por la facilidad que se había deshecho de un centinela, cuándo minutos antes, casi mueren peleado contra uno solo.
<<La diferencia de este Ramiro con el anterior es abismal, no lo puedo creer ¡Y qué brillo! Por momentos parece la espada de un guardián.
Aún cegado por la furia, el miedo y la desesperación, Ramiro entendió que, para asesinar a su oponente, tuvo que mantener forzosamente esas ideas, aguijonado por el dolor, como si el secreto de su despertar, se encontrara en aquella conmoción extrema. No se enorgullecía de aquello, pero en ese momento, las necesitaba, convirtiendo su propia partícula, en un reflejo de sus sentimientos. En un volcán de emociones a flor de piel.
Siendo así, que tanto índomes como ínferas por igual, fueron testigos de este hecho tan esperado y milagroso, contemplándolo en primera persona.
El cuerpo del joven le temblaba de pies a cabeza, involuntariamente, y le costaba mucho trabajo permanecer quieto, pero casi a consciencia, sabía lo que debía hacer y cómo hacerlo. Ezequiel les había hablado mucho, pero ni con todas las palabras del mundo, nadie podría contarles cómo era el acto de matar ni cómo se percibe en carne propia el quitar una vida. Sintiendo a su vez, cómo el metal de la espada atraviesa la carne, dividiendo las fibras a su paso. Pero allí estaba justo delante de él, el tiempo de dar el movimiento siguiente había llegado y aparecía cubierto bajo un velo muy delicado, el de lo correcto frente a lo necesario. Una encrucijada cuasi divina, frente a la cual nunca se hubiera imaginado estar, aquel dilema que suelen enfrentar los depredadores en la naturaleza, matar o morir. Este no era otro que un sinónimo del instinto de asesinar para defenderse, por supuesto, no comería jamás carne de índome. Pero dadas las circunstancias, había muchas vidas en juego que dependían de su accionar, por lo que, sencillamente, debía eliminar a sus adversarios para sobrevivir. Aunque Ramiro se sentía amenazado y sabía que los índomes estaban por matarlos a los tres, todavía dudaba en su corazón, si era lo correcto reprimir las emociones violentas, o dejar libres sus instintos de matar. No obstante, la forma en que las dos bestias se arrojaron contra él, lo forzaron a defenderse sin medir las consecuencias, por lo que respondió al ataque de forma despiadada, contraatacando salvajemente, pensando que las criaturas se lo merecían por obligarlo a llegar a ese extremo.
—¡Jamás volverán a golpearlo! —Les gritaba mientras cercenaba, mutilaba impiadosamente y reducía a uno de estos, en partes pequeñas.
El infer respiraba agitado, sus músculos le hacían promesas de futuros calambres, por lo que distinguir entre cansancio y dolor, era confuso. Ya había acabado con otro más de los centinelas, que segundos antes, habían vapuleado con facilidad a su amigo en el suelo. Matías seguía de rodillas, a escasos centímetros de sus hombros, caían chorros de plasma indómito, deslizándose por la hoja de la centellante espada y formando un charco en la hierba. Elevó la vista y contempló a su amigo, nunca lo había observado en ese estado, parecía otra persona, no era Ramiro.
<<Si no lo conociera de toda la vida, juraría que es un sádico, un lujurioso de la sangre, pero Ramiro, siempre fuiste tranquilo y dócil>> Pensó con cierto temor y dudaba de él. No sólo por las acciones del joven, sino también por la presión que emanaba la partícula de su amigo, parecía que iba a estallar en cualquier momento.
Más pronto que tarde, dio con el grupo de Matías, quienes practicaban técnicas de combate cuerpo a cuerpo, ínfera contra ínfera. Y mientras que la pelea avanzaba, Belaziel les daba indicaciones en tiempo real. Para el joven fue fácil distinguirlo, ya que además de las túnicas similares como le había dicho Ezequiel, este hombre poseía un físico muy desarrollado e imponía una sobria presencia, ya que, además, cruzado de brazos, exhibía sus grandes músculos. Matías tenía los antebrazos protegidos por una suerte de escudos de madera y sólo se defendía. Su atacante parecía poseer un nivel más avanzado, porque antes de lanzar un golpe, envolvía sus puños con una llama muy similar a la que Ramiro había visto en Ezequiel. Pero esta era menos controlada y mucho más violenta, pues estallaba en cientos de partículas cuándo chocaba con los guantes. Ambos ínferas se veían exhaustos, igualmente continuaban sin cuartel, mientras que de fondo se escuchaban las indicaciones de Belaziel, quien los alentaba a seguir y a no detenerse. En cuanto a Ramiro, sólo contemplaba de lejos tal espectáculo pues comprendió a simple vista, que era muy serio lo que estaba sucediendo.
En un determinado momento, una de las protecciones de Matías, la de su brazo derecho, cedió ante la presión y comenzó a quebrarse. Su gran desventaja radicaba en que, cuando contraatacaba y conectaba buenos golpes, no los cargaba con su energía, por lo que le era casi imposible desarmar a su enemigo y mucho menos lastimarlo. El combate prosiguió unos segundos más hasta que finalmente el otro de los escudos cedió, dejando a Matías desprotegido frente a un guerrero que estaba listo para rematarlo. Inmediatamente, Belaziel se interpuso para detener la contienda y darla por finalizada. Pero ellos quisieron seguir un poco más, querían continuar puesto que aún con las evidentes diferencias, no se demostraba quién ganaba. El hombre se los permitió, con la condición de que no se lastimaran de gravedad, sospechando que Matías acabaría herido si la situación no cambiaba. Y así fue, que una vez que el guardián se hizo a un lado, el combate recrudeció, dado que ambos ínferas comenzaron a golpearse como si fueran rivales mortales. Ramiro se acercó preocupado por su amigo, y muchos otros ínferas también cesaron sus actividades para ver el intenso combate que se desarrollaba, porque si bien estaba en un ambiente controlado, los oponentes jugaban sus cartas muy en serio. Matías tenía que valerse de toda su experiencia previa en la Tierra para hacer la diferencia, ya que, al no tener una protección estable, sólo le restaba atacar con los guantes. Sus ojos comenzaban a cerrarse debido a la hinchazón por los golpes recibidos, y de sus labios salían pequeñas gotitas de sangre. Sabía que debía atacar y ganar rápido, o acabaría sucumbiendo. Pero antes de hacerlo y lanzarse sobre su contrincante, se detuvo por unos segundos, permaneciendo de pie con la mirada fija en el otro ínfera, buscando la máxima concentración posible. Luego cerró fuertemente sus manos y se dejó llevar por la situación, permitiendo que un poder escondido, aflorara desde lo más profundo de su humanidad.
<<Eso es muchacho, lo estas logrando, continúa así>> Pensó Belaziel.
Esta nueva energía no era otra más que la partícula de Angelo y finalmente reaccionaba con él nutriendo su cuerpo. Ya que al sentirse acorralado e indefenso, Matías encontró una pista hacia el camino que lo llevaría a descubrir su esencia más pura, y no la perdería jamás. Cuando su compañero de prácticas le lanzó un golpe, él hizo lo mismo atrapándolo con la mano desnuda y exhibiendo una estela llameante color esmeralda, alrededor de las manos. Entonces Matías, quién aún tenía su brazo derecho libre, le atacó directamente en la cabeza al otro estudiante. El desprevenido ínfera interpuso su escudo, pero fue incapaz de resistir y este se quebró absorbiendo el impacto. Ante la atónita mirada de los presentes, Matías no perdió el tiempo y lanzó otro golpe exactamente igual dirigido hacia el cráneo de su enemigo. Parecía que iba a ser un impacto directo, sin embargo, detuvo su puño a escasos milímetros de este, provocando una explosión de partículas inusual, dado que no buscaba lastimarlo de gravedad.
Fue a partir de ese momento, que el estudiante se dejó caer al suelo, desorientado, hasta quedar inconsciente. Matías no entendió qué estaba sucediendo, si no le había pegado, incluso se asustó temiendo por la salud de su compañero y rápido de reflejos, lo contuvo entre sus brazos antes que este se lastimara la nariz contra el suelo. Belaziel se acercó y ordenó que se llevaran al ínfera hacia adentro de la fortaleza para revisarlo y posteriormente curarlo. Como contraparte, el joven no salía de su asombro, y a pesar de haber luchado con violencia, sus compañeros lo felicitaban aplaudiendo e incitándolo a continuar con su entrenamiento. Uno que recién empezaba, porque finalmente había despertado su partícula y la manifestó fuertemente durante una pelea.
La clase lentamente llegaba a su fin, pero el maestro, no quería darla por terminada, hasta compartir un consejo más con su gente.
—Ahora que la mayoría está aprendiendo, quiero que recuerden algo muy importante, una regla no escrita que deben saber de memoria y tener presente a cada momento. No usamos nuestra partícula al máximo en las prácticas, y mucho menos contra los nuestros. Es peligroso para ambos porque pueden herirse de gravedad y en el peor de los casos, causarse la muerte. Incluso a ustedes mismos, porque utilizarla mal, trae consigo un gran desgaste de energía. Para eso estamos aquí los guardianes, para ser amigos, profesores y guías.
Ya cuando Ramiro estuvo cerca pudo escuchar todas las indicaciones que daba el maestro a sus alumnos. También al tenerlo próximo, pudo notar que, si bien Belaziel no era más alto que Ezequiel, su apariencia era más musculosa y fornida. De pelo rubio con ojos marrones, emanaba una presencia muy fuerte, se sentía en el aire su poder. Este también utilizaba la misma túnica blanca que Ezequiel, debido a que era un guardián y su rango superior lo demostraban con las prendas y sus conocimientos.
— ¡Ramiro! —Exclamó Matías — ¿Me has visto? ¡Ha sido la primera vez! ¡Se siente increíble usar la partícula, es una experiencia única!
—Sí, te he visto al final cuándo casi le das un golpe a aquel muchacho ¿o sea que ya te encuentras preparado para dominarlo?
—Eso le llevará más tiempo —Lo interrumpió Belaziel —No deben precipitarse, jamás. Ahora, el objetivo principal es dominar los sentimientos para que sea a voluntad y no en una situación límite. Deben saber activarlo naturalmente, como si fuera caminar o respirar, debe ser controlado por uno mismo y cuándo lo hagan aprenderán mucho más sobre ustedes, recuerden que somos y servimos como guerreros que custodian este mundo. Ahora, en cuanto a los demás, necesito que continúen.