Entonces, los dos voltearon en dirección de donde había venido el dardo, suponiendo que la ayuda provino de uno de los guardianes, pero se equivocaron. En lugar de eso, vieron que, a varios metros de distancia, una mujer sostenía con firmeza su arco, era una ínfera. Llevaba en la cabeza una capucha gris, fina y corta, la cual cubría parcialmente su rostro y acababa sobre los hombros. Tenía una camisa de mangas largas similar en corte y color a la de los muchachos, aunque arremangada por sobre los codos. La señorita comenzó a caminar hacia ellos a paso acelerado, quitándose la capucha mientras se acercaba y revelaba su femenino rostro. Sorprendiendo gratamente, a ambos testigos, no sólo por la conveniente ayuda, sino también por la belleza de la guerrera.
Parecía ser una joven como ellos, era apenas más baja de estatura que Matías, tenía orejas pequeñas, nariz redondeada y algunas pecas en los cachetes. Sus ojos marrones aún centellaban con el brillo de su partícula interior y tenía una hermosa cabellera larga de igual tono que sus pupilas. Acababa sus vestimentas con los mismos pantalones que Ramiro y Matías, con un cinto negro de una enorme hebilla en la cintura, y también botas negras, aunque estas eran más altas que la de los muchachos, cubriendo casi hasta las rodillas de la dama. El conjunto en general era ligeramente distinto al de los muchachos y dejaba en evidencia que pertenecía a un grupo diferente de combate. Sus habilidades y conocimientos provenían del guardián Rafael, quien es el encargado de entrenar y formar a los arqueros en Inferania. Sin embargo, esta chica poseía una rareza a la vista, porque en uno de sus muslos, el derecho, llevaba también una espada pequeña, similar a una daga. Y en el izquierdo, una fina botellita con agua, de unos 10cm de largo, aferrada a la pierna con dos cintas de cuero marrón y diminutas hebillas plateadas en los extremos.
Si bien la forma de vestir y el equipamiento era inaudito para los muchachos, no pudieron dejar pasar el hecho que esta joven guerrera, poseía un alto nivel y manejo de partícula, dado que transcurrieron varios segundos desde el lanzamiento y la flecha permanecía brillante, cargada de energía, lista a ser utilizada de nuevo, quemando la carne del índome.
Mientras la desconocida se acercaba a recuperar su proyectil, se presentó ante los dos amigos.
—Soy Gabriela, y vengo a llevarlos de vuelta a Inferania. Ustedes deberían saber muy bien por órdenes estrictas de los guardianes, que no pueden abandonar el perímetro seguro ¡No pueden ni deben salir!
—Gabriela —se excusa Matías, intentando respirar y recuperándose con dificultad —Lo sabemos, y fue mi culpa, es que —le costaba hablar y todo comenzó a darle vueltas.
—Mati ¿qué te sucede? — Ramiro ve que a su amigo se le giran los ojos hacia adentro y desvanece sobre sus piernas, prácticamente cae de rodillas, en silencio. Él se apura y lo sostiene para que no acabe con la nariz aplastada contra el suelo.
—Ha perdido mucha sangre, debemos cerrar esa herida cuanto antes —Aconseja Gabriela. Luego se acerca unos pasos y agacha para observar el brazo con detenimiento.
Acto seguido, desabrocha una de las cintas de su pierna y toma la botellita. Posteriormente le quita el tapón y la envuelve con las palmas cerradas. Luego se arrodilla al lado de Matías extendiendo los brazos hasta dejar la boquilla justo sobre la lesión y cierra los ojos.
— ¿Qué haces?
—Los índomes andan cerca y somos presa fácil con él. Guarda silencio. Está grave, y debo concentrarme. Tú solo mantén la herida abierta alineada con el pico de la botella.
En efecto, Gabriela tenía razón. Porque si bien poseía la habilidad, aun no la dominaba por completo y requería cierto grado de enfoque. Llevaba en su partícula, una capacidad innata, que no todos los ínferas poseen, ni siquiera los guardianes más experimentados son capaces de hacerlo. La posibilidad de sanar.
Lo que había en la botella, era Aguamantio, el mismo que se usa para recuperar los cuerpos, haciéndolos emerger en Inferania. Este fluido tan singular, reacciona de variadas maneras al estimularse. Y al ser contenido entre las dos manos de la joven, las propiedades curativas del líquido afloraron, gracias a que ella transfirió su partícula para activarlas. Utilizaba un principio similar al enseñado por los guardianes, quienes, a lo largo de meses de entrenamiento, les han guiado para hacerlo con las armas. Aunque en este caso, el objetivo es mucho más puro y altruista, curar a alguien, no matar. El preciado fluido comenzó a brillar con un tono celeste muy suave, hasta tornarse verde aguamarina.
—Está listo ¿Cómo te llamas?
—Ramiro.
—Bueno Ramiro, necesito que lo sostengas firme y fuerte porque no sé si tengo el agua necesaria para curarlo, y temo que no alcance. Mira, lo que vamos a hacer es volcar pequeñas porciones sobre las heridas abiertas para curarlo, y cuánto más cantidad toque su piel, mejor sanará.
El ínfera acató la orden. Sostuvo el brazo de su amigo en alto mientras la chica dejaba caer el Aguamantio a lo largo y ancho de los cortes. Como eran cuatro, fue cuidadosa y repartió lo más equitativamente que pudo. Afortunadamente, el efecto fue instantáneo, dado que al mínimo contacto, la sangre dejó de brotar, la piel comenzó a cerrarse y Matías abrió los ojos, sorprendido por lo que estaba ocurriendo.
—Qué extraña sensación. Puedo sentir cómo los tejidos se expanden. Es un hormigueo intenso, aunque sin dolor —dijo, mientras observaba cómo su brazo se regeneraba. Luego de unos segundos, se sentó en el suelo, abriendo y cerrando el bíceps, chequeando la movilidad.
—Está perfecto, un poco caliente y raro al principio. Pude sentir cómo la piel se estiraba y tensaba, para luego relajarse, como si alguien les hiciera masajes a los músculos debajo. Eso ha sido increíble, gracias por sanarme.
Ramiro suspiro de alivio —Tuvimos suerte Mati, ella nos salvó del índome y además curó tu brazo, es asombrosa, no sabía que podíamos llegar a hacer todo eso.
—No todos pueden —dijo la chica, mientras le ponía el tapón a la botellita —en realidad es muy difícil manipular el Aguamantio. Ni siquiera sabía si lo lograría hasta probar —se excusó.
Matías se puso de pie en un salto, prácticamente haciendo un burpee —Para mí ha sido un éxito y te estaré siempre agradecido, he recuperado mi brazo y me siento lleno de energía. Ahora podemos seguir peleando.
—¿Seguir peleando dices? —El rostro serio en la joven, aunque angelical y misericordioso hasta ese momento, se transformó —¡Mírate, mírense! No pueden ni debemos estar acá, es demasiado peligroso —su tono de voz era reprochador, se oía enfadada, pero ligeramente benévola, como el reto de una hermana mayor.
— ¿No comprendes la gravedad de tu situación? —les dice, señalando con el índice derecho al cadáver del índome —Si hubiera llegado diez segundos más tarde, ustedes estarían dentro de la panza de aquella bestia. Además, sigo sin entender qué hacen aquí, con un nivel tan bajo, sin protección y sin armas.
La mujer se puso de pie. Y mientras abrochaba de nuevo el arnés con la botellita en su muslo, los jóvenes le explicaron toda la situación vivida entre los índomes y los guerreros, haciendo énfasis en la teoría de la emboscada.
—Gabriela hay más de los nuestros en peligro —advertía Ramiro —debemos ayudarlos.
—Lo sé. Yo también creo que aún están vivos, puedo intuir cómo peligran sus partículas. Pero en estos momentos, tengo la misma sensación con ustedes, deben irse, vuelvan ya mismo a Inferania y no miren para atrás, sin importar lo que puedan oír.
El día nublado y con viento no había cambiado, ya era pleno mediodía. Sin embargo, los nubarrones oscuros seguían dando la imagen de una tarde sombría, acompañados por un leve goteo, pesado, pero constante a su propio ritmo. Gabriela caminó hacia el cuerpo y extrajo la flecha de un rápido tirón. La partícula residual ya se había extinguido y estaba lista para ser usada de nuevo, por lo que la guerrera, con uno de sus pies, ejerció presión aplastando la cabeza del índome. Para luego tomar el proyectil por la fuerza con su mano derecha y guardarla en su carcaj.
—Estoy listo para ayudar a quien lo necesite —Dijo Ramiro.
— ¡No! Te equivocas. No estás listo ni tendrías que estar aquí, vuelve de inmediato —contestó Gabriela ásperamente —lo único que harás es que te maten a ti o al ínfera que quiera ayudarte. Grábatelo en la cabeza, si no puedes controlar tu partícula, eres una presa fácil y nos pones en peligro. Sé que lo sabes, porque es la primera regla que nos enseñan.
—No me importa si muero, les ayudaré en lo que pueda y además....
Ramiro es interrumpido. Unos nuevos gritos, provenientes de la espesura del bosque, rompieron la insólita calma que los rodeaba. Los dueños de estas voces parecían ser humanas, y aparentemente eran los sobrevivientes de ese grupo, quienes seguían luchando por su vida. Los jóvenes comenzaron a mirar en todas las direcciones, era difícil saber el paradero exacto de los guerreros, asimismo, podían ser oídos a la distancia mientras que estas voces eran mezcladas y cubiertas por los rugidos de las bestias.
— ¡Gabriela! —Clamó Matías —Son nuestros ínferas los que están muriendo. No podemos esperar a que lleguen más guerreros, alguien debe ir urgente.
—Tienes toda la razón —afirmó ella —regresen, no se los pienso repetir —agregó inclemente. Luego se volteó y dio la espalda a los ínferas.
Esas fueron sus últimas e innegociables palabras, mientras se cubría la cabeza con la capucha. Seguidamente tomó la bandana verde que colgaba en su cuello y la subió hasta ocultar la mitad del rostro, incluyendo nariz. Estaba preparada, y a continuación, se alejó corriendo a toda velocidad sin despedirse de los muchachos.
<<Perdónenme chicos. Tal vez mañana, tal vez la otra semana, sé que van a despertar su partícula para ser formidables guerreros. Por eso, no puedo dejar que mueran hoy, no sería lo correcto. Algún día van a lograrlo>> Pensaba la mujer, mientras se alejaba.
Ambos guerreros se miraron perplejos, superados por la situación, no sabían qué hacer dado que jamás habían vivido algo así. Comenzaba a llover. Estaban lejos de Inferania. Una compañera los había dejado solos para irse a combatir contra quien sabe cuántas bestias. A una distancia considerable, yacía el cuerpo de un ínfera caído en combate, como muestra de lo peligroso que era el bosque. Y debajo de ellos, a dos metros nada más, descansaba el cadáver de un índome.
—Rami, no importa lo que nos haya dicho, no podemos dejarla sola.
—Vamos, a mí tampoco me importa, le debemos el favor por salvarnos, y si se lo tengo que devolver con mi sangre, lo haré.
Los amigos estaban decididos, irían al combate. Enfrentarían los problemas como hombres, cometiendo actos de locura, pero siempre bordeando los límites de lo racional. Así que Ramiro tomó la espada por la empuñadura, y tiró con fuerza para quitarla de adentro del cuerpo del índome. Luego la limpió con un rápido sacudón, fuerte y hacia abajo, para quitar los fluidos de la criatura muerta.
—Por fin la despertaste ¿verdad?
Ante el gesto negativo de su amigo, Matías se sorprendió.
—Mientes. Juraría que vi un destello de energía en la hoja, además nunca habrías podido atravesar el cuero del índome, es muy grueso, no funciona así.
Ramiro se encoje de hombros para responder, con sincera congoja —Es que no era mía ¿Ves ese cuerpo que está allá? ¿Tendido en la hierba? Cuando terminemos con esto, quiero volver y darle sepultura. Ese hombre me acaba de mostrar lo que es ser un ínfera de verdad, lo que es ser íntegro dándolo todo hasta el final. Me dio su espada, su voluntad, incluso su propia partícula, para que yo pudiera defenderme. Lo vi en sus ojos Mati, él estaba vivo, y comprendí que su último gesto como camarada, hombre, ínfera, fue regalarme su aliento y honor como guerrero.
—Entonces Ramiro, honremos esa voluntad, peleemos juntos, cuidemos nuestras espaldas y ayudemos a Gabriela. Vamos a demostrarle nuestra valía como ínferas —El muchacho sonreía al escucharlo, sus pupilas brillaban de emoción.
Los dos amigos estrecharon las manos con fuerza, mirándose a los ojos cómplices, mientras sus brazos temblaban de la presión que se estaban ejerciendo. Labios sonrientes, bíceps explotando, antebrazos de acero.
—¿Qué pasa sinvergüenza? ¿Eso es lo más fuerte que puedes apretar? —Matías provoca a su amigo.
—No te sobre esfuerces —contesta Ramiro —Es que me daría lástima destrozarte la mano, serías comida fácil para los índomes.
Ambos eran conscientes sobre sus limitaciones y el riesgo de muerte. Pero también eran dueños de sus propias decisiones y, ya estando metidos en el baile, sólo restaba bailar. Así que corrieron en dirección adonde había ido Gabriela, adentrándose en la espesa arboleda.
Con extrema precaución se adentraron en el bosque, siguiendo los pasos de la mujer. Y si bien ninguno de los tres conocía el lugar, al principio se guiaban por los sonidos de las batallas, hasta que inevitablemente sobrevino el silencio, un mortal y desesperante silencio. Los jóvenes temiendo lo peor, se apresuraron por encontrar sobrevivientes y llegaron a un claro donde lentamente disminuía la población de árboles. Sólo quedaban unos pocos y vegetación de poca estatura en lo que parecía ser el medio del bosque. Gabriela estaba ahí también, escondida detrás de un singular tronco muerto de gran diámetro, el cual parecía haber sido gran un árbol que el pasado, enorme e imponente. Los muchachos se acercaron hasta quedar Matías delante de ella, y Ramiro atrás, la chica al verlos, se mostró claramente molesta con su presencia. Aunque en el fondo también sintió alivio por la compañía.
—No pueden ser más testarudos. Me cuesta saber si son valientes o unos inconscientes.
—Gabriela, míranos, somos hombres ¿qué esperabas? Pero podemos ser mucho más. Somos ínferas, queremos ayudar a los nuestros, incluso si debemos morir en el intento. Así es como llegamos hasta acá.
La fémina al escuchar a Ramiro, sonríe —Pues, ese es el espíritu. Ya lo van comprendiendo.
Los ínferas permanecieron ocultos y se asomaron lentamente, pudiendo ver con terror que, a escasos metros de distancia, estaban los cuerpos inertes de sus camaradas, y por supuesto, muchos centinelas también. La imagen era por demás impactante, dado que la sangre de ambos grupos se esparcía por todo el terreno tiñendo de escarlata el verde follaje. Delante de ellos se exhibía la cruda representación de una verdadera batalla a muerte como nunca habían presenciado, aunque también, se asemejaba a una sanguinaria masacre con vencedores vencidos.
—Voy a entrar —Matías quiso avanzar, pero Gabriela lo detuvo, agarrándole el mismo brazo que le había curado.
— ¡Espera! No seas tan impulsivo. Intuyo que hay más de lo que vemos, miren bien a su alrededor y a nuestras espaldas, parece algo armado. Hecho a propósito.
La inferina tomó una rama y la arrojó encima de un centinela con intención de golpearlo, sin embargo, no hubo acto reflejo ni movimiento.
—Puedes cubrirme desde lejos Gabriela, yo me acercaré a ver. Si algo se mueve y no llego a golpearlo, dispárale sin dudarlo.
—Ve despacio —Le respondió ella —Si algo extraño sucede, debes arrojarte al suelo para darme un tiro limpio. No lo olvides, o podría matarte sin querer.
—Está bien —Matías se adentró dando pasos suaves, cuidándose de no emitir ruido alguno y concentrando levemente su energía en los guantes.
Así hizo, hasta acercarse a uno de los desafortunados guerreros, luego se agachó con intención de tomarle el pulso, pero comprobó amargamente que estaba muerto, pues yacía tendido boca abajo, sobre un inmenso charco de sangre. Tanta y fresca era, que aún la tierra no la había absorbido.
Ramiro no había cambiado de posición, y permanecía atrás, vigilando la espalda de Gabriela. Igualmente, eso no le impidió escuchar cómo esta murmuraba cosas mientras apuntaba.
—Desgraciados, esas eran buenas personas. Prometo que los mataré a todos —Decía, con evidente impotencia.
Mientras el infer de los guantes examinaba los cuerpos de los demás, creyó oír un ruido como si de un ronquido o un ronroneo se tratara, aunque no lograba identificar de dónde provenía. Luego caminó hacia otro de los camaradas caídos, muerto también, sin embargo, esa leve resonancia parecía intensificarse y casualmente, lo hacía cuándo se encontraba muy cerca de uno de los índomes abatidos. En ese momento, miró a su alrededor y se percató de su delicada posición, de lo que estaba ocurriendo en realidad, por lo que el corazón le comenzó a latir a toda velocidad. Su ritmo cardíaco se elevó tanto de un segundo a otro que podía sentirlo en la boca de la garganta, disparando inyecciones de adrenalina al cerebro y preparándolo para lo que se venía.
Gabriela, quien mantenía el arco apuntando y con un ojo cerrado, abrió ambos bien grandes, abandonando la pose de ataque y bajando el arco para ver mejor lo que tenía adelante. Dado que comenzó a comprender el panorama al verlo desde lejos.
—No puede ser —Murmuró la joven. Súbitamente se le secó la garganta y el corazón, pareció detenerse por unos segundos ante la cruda verdad.
—Gabriela ¿qué sucede? —preguntó Ramiro alarmado. Aunque él también, rápidamente comprendió lo que pasaba — No, no puede ser.
Matías, quien era el más comprometido, miró a su alrededor con los ojos bien abiertos, pupilas dilatadas, y a medida que tomaba consciencia, respiración acelerada, entendiendo finalmente lo que era —No lo puedo creer —dijo, sonriendo nerviosamente.
Y era cierto, las alarmas estaban sonando, esas que se escuchan sólo en el cuerpo, en la intuición cuándo toda lógica falla, pues debían creer en las señales que disparaban sus sentidos, gritándoles que huyan de aquel lugar cuanto antes. Dado lo que, en un principio, parecía ser un ronquido tenue e inocente, en realidad era la respiración de los índomes que los rodeaban por completo y permanecían recostados simulando su muerte. Desgraciadamente una vez alcanzado ese punto, ya no había tiempo para correr, porque cuando los ínferas acabaron por darse cuenta, todos los centinelas se levantaron al unísono.
Además, uno de los más grandes, acababa de incorporarse bloqueando el paso de Matías, impidiendo que este pudiera escapar en dirección a sus amigos. Era sencillamente aterrador, las piernas de los jóvenes no reaccionaban ante la emboscada porque fue todo tan rápido, que se les congelaron las piernas.
— ¡Sal de ahí! —Le quiso advertir su amigo, pero era tarde. A ellos también los estaban rodeando desde atrás, costados y al frente. Ninguno de los tres podría ir a ningún lado corriendo, sólo tenían una opción, enfrentar a las bestias.
— ¡Matías! —Exclamó Gabriela, al mismo tiempo que sus brazos se iluminaban con partícula hasta llegar a la punta de la flecha. Su voz tronó como el disparo de una pistola, marcando el inicio de una carrera. Había llegado la hora de reaccionar y luchar.
El joven la entendió, y recordando la indicación de su compañera, se dejó caer de pecho al suelo mientras el proyectil de la ínfera surcaba el aire, hasta alcanzar al índome que tenía frente a él, eliminándolo al instante. Acto seguido, el de los guantes realizó una potente flexión de brazos, que lo elevó hasta quedar de pie nuevamente, permitiéndole entrar en combate y cargar contra una segunda bestia que se le acercaba. El ataque de Matías fue tan contundente y rápido, que la fiera acabó con los huesos del esternón hechos pedazos, iniciándose así, la extrema lucha por sobrevivir entre índomes e ínferas. Gabriela no era menos, dado que se abría camino, disparando sus proyectiles para alcanzar a su compañero mientras cuidaba de Ramiro, quien, a su vez, le protegía la espalda. Igualmente, tenía un problema, se le agotaban rápidamente las flechas, dado que eran demasiados enemigos y ella no había salido con tantas en su bolsa.
El combate recrudecía y de igual manera que sucedió con sus predecesores más experimentados, en cuestión de segundos, los ínferas se vieron acorralados, superados en número mientras más centinelas emergían de entre los árboles o llegaban desde el cielo.
A pesar de sus esfuerzos, tanto en conjunto como por separado, la situación se tornaba oscura, similar al color del cielo nublado que amenazaba a los jóvenes, ya que eran superados dos a uno en número y debían adoptar una posición defensiva. Los índomes lentamente, ejercían presión obligándolos a retroceder y juntarse, algo que tampoco habían acordado entre ellos. Pero Gabriela junto a Ramiro y Matías, hicieron, con el fin de reunirse y protegerse las espaldas mutuamente.
La mujer logró causar algunas bajas en las filas enemigas, casi agotando sus flechas. Ramiro caminaba un paso a la vez junto a ella, usando la espada del ínfera caído. Aunque seguía siendo incapaz de proveerle su partícula, lanzando débiles e inferiores ataques, los cuales no alcanzaban para matar a sus oponentes, sólo los mantenía lejos, apenas aturdiéndolos con sus embates. En cuanto a Matías, el sí había logrado conectar buenos golpes, dejando fuera de combate a varios oponentes y haciendo gala de su valentía junto a un buen poder ofensivo, para finalmente, reducir la distancia alcanzando a sus camaradas. Y así, luego de un breve, pequeño y peligroso trabajo en equipo, los tres jóvenes lograron reunirse para colocarse cada uno a la espalda del otro. Sabiendo por supuesto que, a ese ritmo, las posibilidades de ganar se reducían con cada índome que arribaba.
— ¡Son demasiados! —Gritó la guerrera, al verse cercada.
Era evidente, ya no podía disparar a su antojo pues había agotado sus flechas, entonces abandonó su arco, dejándolo caer al suelo, y desenfundó la daga que tenía en su muslo izquierdo — ¡Debemos buscar la manera de huir!
Ramiro también había peleado valientemente, pero era incapaz de herir de gravedad a sus enemigos. Cada vez que los lastimaba en su dura piel, esta parecía resistirse al daño y tolerarlo porque el ataque no contenía la preciada partícula. Siendo su arma una espada común esta era incapaz de lastimar a los Índomes y las agresiones que les causaba en ese estado apenas alcanzaba para mantenerlos a raya. Si bien Ramiro se defendía de manera efectiva, gracias a su habilidad adquirida con entrenamiento, se desesperaba al ver que aquellos índomes golpeados por él, caían al suelo y se levantaban enteros.
<< ¡Por favor! Mi partícula, si realmente está ahí ¡Necesito que aparezca ya!>> Sus pensamientos se volvían angustiosamente negativos y cargados de estrés. La desesperanza inundaba su corazón al sentirse un inútil, y aumentaba aún más, al no poder ayudar a sus colegas. Se veía como una carga.
El joven tenía miedo, estaba aterrado. Adonde mirara había índomes, hacia la izquierda, a la derecha y al frente, no quedaba un hueco para escapar, así que intentaba mantenerse firme, con la frente en alto y agarrando con todas sus fuerzas, la empuñadura de la espada. En esos momentos llegó a creer que debían considerarse muertos por su imprudencia, por dejarse emboscar de esa manera, y si llegaban a zafar, luego le echaría la culpa a Matías por haber cruzado los portones sin permiso. Todos, y principalmente Ezequiel, les habían advertido que jamás salieran de la Inferania, pero allí estaban, a punto de pagar el precio de la ignorancia y la desobediencia. Sus amigos mientras tanto, peleaban aguerrida y desesperadamente por sus vidas, pero él, con su incapacidad, no dejaba de pensar que los estaba arrastrando a una muerte segura
Estos sentimientos no hicieron más que aumentar la exasperación e impotencia en Ramiro, llevando su estrés a niveles insoportables. Mucho más aún, luego de ver cómo un centinela se arrojaba encima de Gabriela, rompiendo la tríada inferal y alejándola de ellos. Otras bestias quisieron hacer lo mismo atacando a los muchachos, pero este índome los detuvo con sus rugidos, parecía controlarlos, o al menos someterlos a su voluntad, como si de un macho alfa se tratara, y nadie podía acercarse a su presa. Todos parecían seguirle y respetarle, porque se frenaron a menos de un metro de los muchachos, conteniéndose y reprimiendo sus deseos por atacar.
Desgraciadamente, la presa de este espécimen particular, era Gabriela, quien no podía zafarse de su atacante, y a pesar de haberle clavado la daga en el pecho, acabó inmovilizada en el aire, sostenida abierta de los brazos y superada ampliamente en fuerza por la bestia. Aquel índome era distinto, su tamaño y peso excedía al de los demás, dando la impresión que no tendría ni un problema en destrozar a propios y extraños, con tal de satisfacer su hambre de carne. Un deseo que, al parecer, recientemente había satisfecho, porque al rugir, se apreciaban las fauces teñidas de rojo. Gabriela fue la primera en darse cuenta de esto, ya que, al estar cara a cara, no sólo lo vio, sino que también pudo olor el aliento rancio que desprendía como un vapor tóxico. Ramiro era el más cercano, y sin dudarlo, quiso ir en ayuda de su compañera, pero un nuevo monstruo se interpuso entre ellos. El joven mantuvo la distancia con su espada apuntando hacia adelante, y aprovechó para espiar por sobre el hombro de su enemigo para saber si Matías estaba en condiciones de socorrer a la chica. Comprobando penosamente, que entre dos índomes y luego un tercero también, habían rodeado al peleador, poniendo en peligro, a quien que creyó no volver a ver y con el que ahora combatía codo a codo. Un hermano de la vida.
La diferencia numérica era abismal en favor de los índomes, y a pesar de eso, Matías reía, le sonreía a la muerte, mirándola con orgullo a la cara —No será fácil, ni será suave, se los garantizo —les dijo amenazante y soberbio, apretando los puños y exhibiéndolos en alto.
Las bestias miraron a su alfa, y este no les devolvió ningún gesto o sonido. Al parecer tenían luz verde para atacar, por lo que comenzaron un furioso intercambio de golpes, garras y manos. Se lastimaron un poco sí, pero el ínfera no era el más fuerte de los oponentes en ese momento, y acabó reducido, absorbiendo gran daño de parte de los tres. Sin embargo, no le dieron muerte al instante y en cambio, comenzaron a castigarlo a golpes en el suelo, torturándolo, obligándolo ponerse en posición fetal, obligado a usar las manos para cubrirse la cabeza. Luego de unos eternos segundos para el chico, los índomes cesaron, casi no hubo pelea, el orgullo del ínfera estaba destrozado y podían rematarlo cuándo ellos quisieran.
Lo habían castigado tanto, que la cara del joven comenzó a hincharse, la nariz era el doble de su tamaño normal, y los párpados caídos, nublaban la visión del joven guerrero. Luego este, aún en el suelo, arrodillado y con los nudillos de ambas manos sobre la tierra, abrió la boca para hablar. No sin antes toser y escupir una terrible, depravada cantidad de sangre. Le brotaba como si hubiera la hubiera bebido antes, como si hubiese tragado un buche para luego expulsarla de una sola vez, inundando su paladar con un color rojo muy fuerte. Tanto, que, de un momento al otro, formó un pequeño charco entre sus manos.
Matías elevó su cara para verlos a los ojos, y mientras continuaba sonriendo, la sangre que emanaba de sus labios, descendía por la quijada hasta cubrir el cuello. Él sentía en carne propia cómo su plasma caliente a más treinta y siete grados lo recorría, entonces, extasiado por el momento y dibujando una mueca irónicamente desafiante, les dijo:
— ¿Eso es lo mejor que pueden hacer, cagones? —Acto seguido, escupió un chorro inacabable de saliva sangrienta, en dirección a las patas de las bestias. Incluso, llegó a salpicar a una de estas.
No hubo una respuesta vocal para esa pregunta. Sólo una física, la que mejor manejan los centinelas, porque luego de eso, un aluvión de golpes cayó indiscriminadamente sobre la espalda del ínfera, castigándolo por su insolencia. Eran tres contra uno, y si bien nunca atinó a levantarse, mantuvo firme la espalda, recibiendo con valentía todos y cada uno de los ataques contra su humanidad. En su inacabable orgullo, quería los índomes se rompieran las garras en el intento —Les juro que no será bonito pegarme, se los juro.
El final estaba cerca. Ramiro se hallaba paralizado del miedo, no podía moverse, el cuerpo le pesaba, sin embargo, sus ojos funcionaban, transmitiéndole a su bloqueada mente, todo lo que estaba sucediendo alrededor. Tal vez, de esa manera, a través de la vista, podría despertar sus poderes ocultos, su corazón latía fuerte e intenso, porque morir le aterraba, pero ver que molían a golpes a su amigo hasta la muerte, eso, le provocaba desesperación e impotencia. Sentimientos extremadamente potentes, nocivos y puros, genuinamente reales, capaces de provocar las reacciones más increíbles en el fuego interior del ser humano. Gabriela era incapaz de zafarse y el índome, aburrido de sostenerla, comenzaba a estrangularla, mientras que Matías continuaba siendo vapuleado a golpes. El destino, desalmado, despiadado e irónico parecía jugarles una mala pasada a los jóvenes, otra vez, maltratándolos con la certeza de enfrentar un vulgar deceso, a manos de unas criaturas más nefastas aún. Y fue justamente, bajo esa presión, bajo ese coqueteo con la muerte, que los sentimientos de Ramiro estallaron. Imposibles de ser contenidos por un cuerpo humano y revolviéndose en su interior, arremolinándose como vientos formando un huracán, estos comenzaron a salir, atravesando la piel y llevando los nervios al máximo que una persona podría soportar. Estos tenían nombre propio, el ser humano siempre se ha encargado de dárselos a todos y muchas veces parecen escaparse a los términos que les imponemos, como, por ejemplo, los límites de la razón y la moral.
Sin embargo, en el corazón de Ramiro había otros más crudos y radicales. Llevados por la terrible situación que estaban viviendo, el enojo, la desesperanza, la incertidumbre y el miedo a perder un ser querido, afloraron sacando lo mejor y lo peor del muchacho.
Todas aquellas sensaciones horribles lo llevaban al borde de la locura, aguijoneado por la impotencia de no poder ayudar a sus compañeros. Sabía que debía hacer algo, pero la impotencia de no saber el cómo, era lo que más le molestaba. Ya no tenía miedo, porque dejó que los sentimientos bloqueadores mutaran a algo más, descubrió que el temor a lo desconocido, puede ser llevado a los terrenos de la locura, a veces, más fáciles de alcanzar para las almas perturbadas. Ya había muerto una vez, ya conocía el frío del silencio eterno y esa vez no peleó, no pudo o no lo dejaron, no obstante, esta vez podría ser diferente. No más sumisión, justamente, por hacer caso a lo que siempre le dijeron que hiciera bien, era que había llegado hasta ahí, a un callejón sin salida, destinado a perecer en manos de los más fuertes, los que hacen más y piensan menos. Era hora de hacer ruido, de romper sin pensar en el dolor ajeno, era momento de abrazar la furia. Simplemente, para llegar a ese punto, primero debía quebrar algo en su interior, anulando las barreras que nos autoimponemos para controlarnos, esas que nos hacen ser humanos conscientes y menos animales.
— ¡Ya basta! —gritó embravecido. No pudo contenerlo, simplemente dejó que todo saliera, exteriorizándolo agresiva y explosivamente. Bordeando el límite de sus cuerdas vocales, casi desgarrándolas en el proceso.
La exclamación fue corta, pero por demás robusta e intensa. Tan así fue, que los índomes detuvieron la golpiza a Matías para observar lo que sucedía. Y el otro restante, soltó a Gabriela, dejándola caer semi inconsciente al pasto, sólo para detenerse y no permanecer ajeno a lo que sucedía con Ramiro. Los centinelas eran animales muy desarrollados y depredadores natos, jamás se dejarían impresionar por el grito de un ser humano, a menos que tuviera algo más, algo especial que deseaban mucho por sobre todas las cosas. Lo que en realidad los sorprendía y atraía con pasión, era el impulso por consumir carne o sangre empapada de partícula. Hasta ese momento se habían concentrado en Matías y Gabriela, porque estos jóvenes emitían partícula de manera seductora y consistente, siendo Ramiro el menos atractivo, dada su debilidad aparente, pero eso acababa de cambiar. Ellos lo estaban viendo, lo olían con la nariz y sentían en la piel, era imposible de ignorar y se les hacía agua la boca al sentirlo. Nunca antes habían vivido una explosión de partícula tan intensa como la que tenían delante, era una manifestación tan profunda y pura, que no podían ignorarlo. La mesa estaba servida, el manjar inferal sería una delicia para los sentidos y se harían un festín con ese humano, así que rápidamente comenzaron a rodear a Ramiro, acechándolo.
—Quería que se fueran. Que no vuelvan nunca más—Les dijo con voz grave, fría y densa, intentado de contener sus exaltadas emociones.
—Pero ahora... —El muchacho aún no se había percatado que, luego de ese grito, sus ojos brillaban, emanando un resplandor tan abrumador, que podría enceguecer a quien se atreviera a mirarlo. La espada en su mano derecha brillaba radiante, totalmente impregnada con su propia energía — ... quiero que se queden.
Todavía no era consciente del alcance, del tamaño de lo que estaba haciendo, dado que se encontraba sumergido en un trance muy especial. Al fin lo había logrado, era un ínfera completo, aunque de una manera inesperada e impredecible, porque no podía controlarla a voluntad, simplemente había aparecido. Y así como llegó, también surgieron las consecuencias para su físico, porque comenzó a respirar agitadamente y sentía cómo le faltaba el aire. Su corazón le quemaba a la vez que latía tan fuerte, que podía sentirlo golpeando su pecho desde adentro, provocándole dolor hasta en los huesos del esternón. Afortunadamente, apretar la empuñadura de la espada le daba alivio, comprendiendo así, que había cierta simbiosis entre arma y guerrero, dado que funcionaba como un canalizador. Liberando la presión que representaba para el físico humano, manifestar esa partícula. Entendió que una de las principales razones de porqué es tan difícil lograr ese nivel, se debe al mecanismo de autopreservación del cuerpo, el cual bloquea de manera inconsciente, toda experiencia que puede transmitirnos dolor.
<<Ahora lo sé, más complicada que activarla, es mantenerla>> Pensó, mientras intentaba despejar su mente, haciendo un gran esfuerzo por no sucumbir ante el punzante aguijón de la partícula despertada. Siendo una de las cosas más difíciles que jamás tuvo que hacer, porque controlar esa potencia que se desbordaba de cada uno de los músculos, era extremadamente doloroso.
Para el reino de los seres vivos, incluidos los humanos, el dolor es de carácter universal. Convivimos con la posibilidad de experimentarlo desde que nacemos, y a lo largo de nuestras vidas, lo evitamos a toda costa. E intentar aliviarlo por supuesto, es un titánico trabajo, que demanda muchas veces, grandes cantidades de tiempo y energía. No lo queremos, lo rechazamos, y estamos dispuesto a pagar casi lo que sea, con tal de evitarlo o sesgarlo. Pero aquellos que conviven con una aflicción las veinticuatro horas del día, los trescientos sesenta y cinco días del año, deben decidir qué hacer con ese sentimiento tan abrumador, es una elección de blanco o negro, no hay matices, no existen los grises en el intenso combate de la vida. Algunos deciden sucumbir, acabar con su existencia, otros, mitigarlo con potentes calmantes recurriendo a las medicinas comunes o alternativos. Pero otros, los más testarudos, los más duros, eligen llevarlo como estandarte, deciden canalizarlo y utilizarlo como fuego sagrado, como el combustible de la vida, para lograr actos increíbles. Decenas de personas, históricamente, han roto las cadenas de lo verosímil, de lo fácil, utilizando una dolencia, en esencia, con carácter de condena, para ir adonde nadie ha ido jamás. Porque abrir nuevos caminos duele, porque ser el que va adelante cuesta, y marcar nuevos rumbos, poniendo el pecho cuándo sopla viento en contra, puede ser un suplicio, que muy pocos están dispuestos a padecer. Una reducida cantidad de personas en la historia, han conseguido llevar las capacidades físicas y mentales a nuevos niveles, acercando los límites de lo imposible hasta los bordes de lo posible. Utilizando sus propias experiencias, sus propios sacrificios, con tal de enseñarle al mundo entero, que se puede, que somos nuestros propios dioses, en un mundo plagado de falsos profetas, que sólo conocen el camino fácil e indoloro.
Ramiro finalmente lo comprendió. Estaba parado en el umbral de lo que sería un antes y después en su vida, adquiriendo el dolor y experiencias necesarios para ser un ínfera completo, bien cómo les había dicho Ezequiel. Él solo podía enseñarles la puerta, dependía de cada uno de ellos, atravesarla y descubrir lo que hay al otro lado. Y afortunadamente, estaba listo para dar ese paso tan importante. Por eso, lo segundo que atinó a hacer, fue levantar la vista para encarar a los índomes, ya no podía darse el lujo de perder más tiempo, era necesario actuar y defenderse de quienes lo habían rodeado. Eran los mismos tres que asaltaron a Matías, y en cuánto al otro, este permanecía lejos, atento, observando los movimientos del muchacho. Un muchacho que, espada en mano y cubierta en su totalidad por una partícula rojiza, se lanzó al ataque, actuando instintivamente, dejando que fluyeran las enseñanzas de Ezequiel. Alcanzando tal equilibrio entre dolor y consciencia, que, con extrema facilidad, decapitó al primero de los indomes que le cerraban el paso sin siquiera inmutarse. Esto sorprendió y paralizó a los demás, quienes retrocedieron dubitativos, ante tamaña demostración de poder.
—Acábalos —Murmuró Matías.
El joven malherido, testigo fiel de aquel combate, no pudo contener la alegría de ver a su amigo luchando como un verdadero ínfera. Sorprendido por la facilidad que se había deshecho de un centinela, cuándo minutos antes, casi mueren peleado contra uno solo.
<<La diferencia de este Ramiro con el anterior es abismal, no lo puedo creer ¡Y qué brillo! Por momentos parece la espada de un guardián.
Aún cegado por la furia, el miedo y la desesperación, Ramiro entendió que, para asesinar a su oponente, tuvo que mantener forzosamente esas ideas, aguijonado por el dolor, como si el secreto de su despertar, se encontrara en aquella conmoción extrema. No se enorgullecía de aquello, pero en ese momento, las necesitaba, convirtiendo su propia partícula, en un reflejo de sus sentimientos. En un volcán de emociones a flor de piel.
Siendo así, que tanto índomes como ínferas por igual, fueron testigos de este hecho tan esperado y milagroso, contemplándolo en primera persona.
El cuerpo del joven le temblaba de pies a cabeza, involuntariamente, y le costaba mucho trabajo permanecer quieto, pero casi a consciencia, sabía lo que debía hacer y cómo hacerlo. Ezequiel les había hablado mucho, pero ni con todas las palabras del mundo, nadie podría contarles cómo era el acto de matar ni cómo se percibe en carne propia el quitar una vida. Sintiendo a su vez, cómo el metal de la espada atraviesa la carne, dividiendo las fibras a su paso. Pero allí estaba justo delante de él, el tiempo de dar el movimiento siguiente había llegado y aparecía cubierto bajo un velo muy delicado, el de lo correcto frente a lo necesario. Una encrucijada cuasi divina, frente a la cual nunca se hubiera imaginado estar, aquel dilema que suelen enfrentar los depredadores en la naturaleza, matar o morir. Este no era otro que un sinónimo del instinto de asesinar para defenderse, por supuesto, no comería jamás carne de índome. Pero dadas las circunstancias, había muchas vidas en juego que dependían de su accionar, por lo que, sencillamente, debía eliminar a sus adversarios para sobrevivir. Aunque Ramiro se sentía amenazado y sabía que los índomes estaban por matarlos a los tres, todavía dudaba en su corazón, si era lo correcto reprimir las emociones violentas, o dejar libres sus instintos de matar. No obstante, la forma en que las dos bestias se arrojaron contra él, lo forzaron a defenderse sin medir las consecuencias, por lo que respondió al ataque de forma despiadada, contraatacando salvajemente, pensando que las criaturas se lo merecían por obligarlo a llegar a ese extremo.
—¡Jamás volverán a golpearlo! —Les gritaba mientras cercenaba, mutilaba impiadosamente y reducía a uno de estos, en partes pequeñas.
El infer respiraba agitado, sus músculos le hacían promesas de futuros calambres, por lo que distinguir entre cansancio y dolor, era confuso. Ya había acabado con otro más de los centinelas, que segundos antes, habían vapuleado con facilidad a su amigo en el suelo. Matías seguía de rodillas, a escasos centímetros de sus hombros, caían chorros de plasma indómito, deslizándose por la hoja de la centellante espada y formando un charco en la hierba. Elevó la vista y contempló a su amigo, nunca lo había observado en ese estado, parecía otra persona, no era Ramiro.
<<Si no lo conociera de toda la vida, juraría que es un sádico, un lujurioso de la sangre, pero Ramiro, siempre fuiste tranquilo y dócil>> Pensó con cierto temor y dudaba de él. No sólo por las acciones del joven, sino también por la presión que emanaba la partícula de su amigo, parecía que iba a estallar en cualquier momento.
—Mati —le dijo sin verlo, de pie. Observando fijamente a los índomes restantes —Descansa un poco, prometo que te cuidaré haciéndolos pedazos.
Quedaban dos en pie, uno de ellos era el que había mantenido la distancia, permaneciendo cerca de Gabriela. No obstante, al sentir la explosiva partícula de Ramiro, y la forma en que la utilizaba para matar a los suyos, no dudó en acercarse, ignorando por completo a la chica dado que ya no era peligrosa y dándole la espalda a esta. Dejando a una debilitada y casi desmayada Gabriela, para avanzar y reunirse junto a su camarada, colocándose uno por delante, y otro por detrás del joven guerrero, rodeándolo.
Estos dos indomes, eran los últimos que quedaban, acechando a su inesperado enemigo, demostrando mayor inteligencia que los anteriores. No eran tontos, sabían que quien sostenía la espada embebida en sangre de los suyos, los encaraba desafiante, además, había eliminado a los otros con una peligrosa facilidad. Lo observaban, como un depredador a su presa, aguardando el momento oportuno para atacar, manteniendo la distancia, agitando sus garras, emitiendo escalofriantes aullidos, intentando de amedrentar al joven guerrero.
Ramiro los seguía con la mirada, aguardaba empuñando su espada a dos manos, irradiando una potente partícula y manteniendo la guarnición sobre su hombro derecho. Apuntaba a su enemigo al frente, sin embargo, en esa posición, tampoco le quitaba la vista al índome que tenía a sus espaldas. Estos al percibir tal energía, no pudieron evitar el impulso de atacar, por lo que, enceguecidos, arremetieron contra él al mismo tiempo, como dos animales carroñeros.
Sin embargo, Ramiro, quien jamás había peleado por su vida hasta ese día, instintivamente supo los movimientos que debía realizar, gracias a las decenas de horas de práctica impartidas por su instructor Ezequiel. Y así, haciendo uso de su partícula manifestada a flor de piel, fue al encuentro de las bestias, logrando matar al primero que venía de frente, con una rápida estocada al pecho. Para a continuación, evadir el zarpazo del segundo, el cual venía en el aire desde atrás. Ramiro atinó a agacharse mientras que el otro índome, completamente engañado, cruzaba por arriba de él, llevándose puesto al centinela fallecido. El chico no lo dudó, y cuándo lo tuvo a la distancia adecuada, le dio una puñalada en el centro de la espalda, justo entre las dos alas. El arma blanca ingresó con total limpieza, influida por el terrible poder de la partícula de Ramiro, destrozando huesos y órganos internos a su paso. En cuanto al índome, solo atinó a rugir, pero nada más, ya que duró lo mismo que un suspiro, y luego de eso, se derrumbó abatido. El chico quitó la espada, y como prueba del rigor de su partícula, la herida fue cauterizada al instante, dando por finalizado el combate.
Luego de aquel sorpresivo desenlace, Gabriela vio cómo los protagonistas del enfrentamiento cayeron. Ambos indomes desplomados fatalmente sobre la hierba y Ramiro también, aunque por fortuna, este permaneció arrodillado y sosteniéndose con la espada clavada en el suelo, envolviendo la empuñadura con las dos manos. Respiraba agitado, se le notaba exhausto por el combate y la agobiante sobrecarga que fue utilizar su partícula por primera vez en un encuentro real.
La guerrera pudo incorporarse, y mientras recogía su arco del suelo, vio con horror, que, a espaldas de Ramiro, uno de los índomes se levantaba rugiendo en un agónico aliento, alas extendidas y garras hacia adelante, con las claras intenciones de llevárselo cueste lo que cueste.
El ínfera llegó a mirar por sobre su hombro izquierdo la imponente figura que se erigía, asimismo, se sentía su pesada presencia, pero no podía más, simplemente ya no podía moverse. Aunque quisiera, sus músculos se habían agotado por la sobrecarga y, además, su espada descansaba clavada en el terreno, le pesaba tanto, que tampoco hubiera podido rescatarla de la tierra. Ramiro chistó sonriendo suavemente, luego cerró los ojos con orgullosa resignación, había hecho todo lo que estuvo a su alcance para salvar a sus amigos, pero este, era el fin.