<<Incontables años le llevaron al universo formarse, se cree que muchos más para que la materia y la energía nazcan, se aglomeren y den así forma a las estrellas y los planetas. E increíblemente, en algún punto de ese tiempo casi infinito que transcurre en una aparente dirección, surgió la vida. Entonces, estos miles de millones de años han sido necesarios para la gestación de la vida tal cual como la conocemos en el planeta Tierra. Desde la que es invisible a los ojos, la vegetal, animal y luego por supuesto, los seres humanos. Y si bien hay diferencias evidentes entre los organismos, cada uno de ellos siguen reglas que parecen prestablecidas para todos por igual>>
<<Nacer, crecer, reproducirse y morir>>
<<Parecerían ser las reglas básicas que la vida encontró para vencer la muerte, trascender, continuar con su linaje y extender su limitada presencia a través del tiempo. Por lo menos así lo creemos, porque aparentemente, todo lo que habita el universo no puede huir de esas condiciones, como, por ejemplo, los cuerpos que denominamos estrellas. Son grandes cantidades de materia transformándose en el tiempo, ocupando un espacio e incluso un propósito, y salvando las distancias, los seres humanos también hacemos eso. Lo cual, nos lleva a la teoría, que podríamos considerarnos hijos de las estrellas, porque hay algo que tenemos en común con estos gigantes del espacio, durante largos períodos transformamos materia en energía y viceversa. Es decir, si se quiere, que tenemos lo que llamamos un ciclo de vida>>
<<Precisamente, ahí es donde se ubica la humanidad. Quien, consciente de estos ciclos y su limitada duración, los utiliza para desarrollar la inteligencia, perpetuando su presencia en el tiempo para finalmente, evolucionar. Logrando así, adaptarse al ambiente que la rodea, dibujando una huella imborrable en la historia de la Tierra. Somos una variante, una forma de vida, que sólo busca persistir en el tiempo, evolucionando a su manera constantemente, y algún día, esa evolución será tan notoria, que ya nada nos pareceremos a nuestros antepasados>>
<< ¿Y cómo se ha asegurado su continuidad? Pues mi teoría es que con la seguridad del grupo. Ya desde los orígenes, cuándo un sujeto conoció al otro y juntos decidieron aliarse, crearon primitivas sociedades. Aquellas que un día, les sirvió para defenderse de los animales salvajes, valiéndose de la tranquilidad que brindaban formar grandes comunidades. Estos inconvenientes incluso, pueden llegar hasta el mismísimo presente, pero ya no son los mismos, han cambiado de forma. Nuestros problemas han cambiado y se han modificado de acuerdo a nuestros avances, si antes el problema eran los grandes depredadores, las comunidades y posteriores ciudades llegaron a solucionar esa inseguridad. Así, una vez arreglado ese inconveniente, aumentamos nuestra esperanza de vida, pero otros agentes no tardaron en comenzar a mermarnos, atacando desde las sombras y de maneras más sofisticadas, como las enfermedades, por ejemplo. Entonces surgieron los primeros individuos que dedicaron su vida a intentar de combatirlas, dando génesis a la medicina, gracias a la cual, extendimos significativamente nuestras expectativas de vida. Porque una vez que logramos vencer de cierta manera a la muerte, y prolongamos nuestra existencia, tuvimos más tiempo para comenzar a preguntarnos qué hay más allá de la vida, más allá de ese fatídico momento>>
<<Llevándonos a convivir con los hechos inexplicables, los no comunes, que justificados desde la vista de las religiones han encontrado pálidas respuestas, aunque la infinita curiosidad del hombre traspasó los límites del tiempo llevándolo a explorar más allá de su entorno y a utilizar herramientas que se conocen como tecnología>>
—Mucho muy interesante —dijo Ramiro, mientras se levantaba de la cama y dejaba encendido el televisor. Era un hombre el que estaba escuchando y viendo por la tele, este exponía o discutía sus ideas con el presentador del programa matutino. El tópico del momento era hablar sobre el posible origen de la vida. Y si bien podía ser un tema de interés para el muchacho, la realidad es que, a esas horas, estaba mirando porque no podía dormir de los nervios, tenía una obligación que cumplir junto a una larga jornada. Así que, antes de salir de su habitación, levantó la única cortina de su única ventana, para dejar ingresar los primeros rayos de luz. Luego se acercó a la tele, y antes de apagarla, le volvió a hablar al hombre, como si este lo escuchara.
—Pero debo irme señor, sus teorías, no me van a dar de comer.
Siete de la mañana de un cálido noveno día de marzo. Este joven argentino fue directo a la ducha, se escabulló vestido en ropa interior, corriendo en puntas de pie a través del pasillo que conectaba el resto de las habitaciones con el baño. Cerró la puerta con suavidad, sin hacer ruido para que su hermano y padres no despertaran, se lavó los dientes y comenzó a ducharse. Un gran día le esperaba por delante y el sol, fiel testigo de ello, sería el encargado de darle inicio, irradiando tímidamente, sus primeros rayos de luz. Bañando con su energía, a todos los seres que se dignen a apreciar su titánico trabajo y compromiso fundamental con la vida en la Tierra. Ramiro, al igual que la mayoría de los humanos, no era alguien que dedicara su tiempo a admirar una bola de fuego en el cielo, más bien, era un joven como millones que hay en el mundo, con dieciocho años cumplidos recientemente, ya bastante adulto para ser considerado chico, y un poco chico para ser adulto. No obstante, ahí estaba, rebosante de ganas de vivir la vida, cubriendo de agua y jabón su cuerpo, cercano al metro ochenta y ligeramente gordito, de pelo oscuro y corto, ojos marrones, nariz y labios grandes rosados, los cuales más de una vez le valieron burlas en la escuela por partes de sus amigos. Sin embargo, no eran más que bromas, estos siempre valoraron su gran habilidad para manejar la tecnología y porque siempre ayudaba en los trabajos escolares. Pero como toda persona, Ramiro tenía sus puntos débiles, y uno que siempre le molestaba era su floja o nula capacidad para hablar con las mujeres. Debido principalmente, a su gran timidez, evidenciada en sus pálidas mejillas, las cuales no dudaban ni un segundo en ruborizarse ante situaciones vergonzosas.
Una vez duchado y limpio, volvió a salir del baño y atravesó a toda velocidad el pasillo. Al otro lado de la casa, podía escuchar a su madre en la cocina. La mujer ya se había despertado y seguramente, preparaba el agua caliente para unos mates. Ramiro estaba de nuevo en su habitación, y mientras se vestía con una camisa blanca junto a un pantalón negro, recordaba las palabras que su madre mencionó antes de despedirse.
<< “Mañana haremos el mismo ritual que con tu hermano el año pasado”>> dijo ella, la noche anterior.
<< “Debes levantarte temprano, así compartimos unos buenos mates llenos de energía positiva, sólo tú y yo, madre e hijo” >>
El muchacho sonrió. Varias veces compartieron comidas, bebidas o cafés, pero mate, eso muy pocas la verdad. Volviéndolo un ritual muy interesante, dado que desconocía la metodología y le generaba curiosidad. Mientras Ramiro se acercaba a la cocina ya vestido, pudo oler en el ambiente el rico aroma a pan tostado.
—Ya está el primer mate —dijo ella, cuándo vio entrar a su hijo —el ritual dice que debes tomar el primero, pero antes de sentarte ven a saludarme, dame un abrazo.
El chico extendió el brazo para alcanzar la mano de su madre y ella le dio la bebida caliente, luego se fundieron en un tierno apretón, el cual la mujer, se aseguró que su hijo lo sintiera y le hizo al oído una tierna pregunta, mientras le daba palmadas en la espalda.
— ¿Cuándo es que mis pequeños se han vuelto tan grandes? Ya eres todo un hombre ahora. Si recuerdo que apenas ayer, los despertaba para ir a la escuela, e íbamos repasando el abecedario junto a las tablas de multiplicar todo el camino. Los llevaba por la calle tomados de las manos, y cuándo los abrazaba podía cargarlos entre mis brazos porque eran livianitos y flaquitos.
Eleonora, la mamá de Ramiro, era una mujer amable, protectora con sus hijos, los cuales ya eran dos hombres adultos. Sin embargo, eso no la detenía en su trato diario para con ellos, siendo muy cariñosa, e incluso, ya teniendo cuarenta y ocho años de edad, se preocupaba por ellos como si aún fueran infantes, ya que, como buena madre, siempre quiere lo mejor. No era alta, más bien de contextura media, tenía un metro sesenta y sus “niños”, ya la habían pasado en altura. Una orgullosa mujer de pelo oscuro bien negro, con muy pocas canas, las cuales siempre hacía alarde que se podían contar con los dedos de las manos. Agradecida por su genética envidiable, porque, según sus comentarios, era una herencia familiar transmitida de abuelas a madres. Le gustaba llevarlo un poco largo, apenas lo suficiente para que le rozara los hombros, a veces con flequillo, otras veces no, dependía de sus ánimos. De rasgos faciales muy afables, ojos redonditos pequeños color café, nariz chiquita y terminada en punta, adornaban un rostro de forma redondeada. Y cuándo sonreía, tres hermosos pliegues como arcos, se le formaban a cada lado de los labios, aceptándolos, esbozando grandes muecas que denotaban su madurez y completamente amigada con su edad. Temprano, todos los días por la mañana, lo más común era verla vestida con una larga bata rosa o blanca, exhibiendo un nudo en la cintura con forma de moño. Su manera de hablar era calmada y tierna, especialmente cuándo se dirigía a sus hijos o esposo. Aunque si la situación lo ameritaba, como, por ejemplo, retar a sus muchachos, gritaba hablando muy rápido y con un tono de voz grave.
—Tiene un sabor rico, hasta mentolado —dijo Ramiro saboreándolo, luego de la primera cebada —Pero hay más ¿cierto? ¿qué le has puesto?
—Me alegra que te guste, tiene hierbas especiales para atraer fortuna y buena suerte. Hay más de las que puedo recordar, pero te diré algunas. Tiene manzanilla, burrito, cedrón, canela, hasta coco rallado, en fin, un poco de todo. Lo he preparado yo misma, y usando los mismos ingredientes que con tu hermano el año pasado. Haremos lo siguiente mira, primero ve a sentarte y lleva el mate contigo, que yo termino de preparar estas tostadas con dulce de leche y voy con el termo. Una vez que nos sentemos, voy a cebar mientras tu comes y encendemos el televisor, la idea es que hablemos y opinemos sobre lo que sea que estén charlando en ese momento. Te prometo que te sacará los nervios y quién te dice, todo lo que digamos te vaya a servir en la reunión. A tu hermano le funcionó, empatizó tan bien con el gerente durante su entrevista, que es al día de hoy que sigue trabajando y encima, se volvieron amigos ¿Te parece bien? Nos tomamos unos mates, charlamos, y cuándo sea la hora, te vas, y créeme, que cuando vuelvas, ya no serás el mismo.
Ramiro ni lo dudó, lo había convencido en su totalidad y, mate en mano, tomó asiento. El dulce sabor del agua bajando por su garganta, seguida de la cálida sensación en su estómago, le transmitían regocijo, erradicando con apenas una cebada, todos los nervios que sentía hasta ese momento, y ni siquiera habían charlado de nada aún. Junto a las sabias palabras de su madre, la magia parecía aflorar, así que decidieron continuar con el rito encendiendo la pantalla del televisor. Casualmente, estaba sintonizado el mismo canal que el muchacho había mirado antes de ir a bañarse, aunque el tema de conversación había avanzado, puesto que, junto al presentador, se encontraba una mujer, sentada y cruzada de piernas. Vestida muy casual, con una camisa amarilla de mangas largas, arremangadas hasta los codos y jeans azules. No pasaba desapercibida, de unos aparentes treinta años de edad, tenía el pelo largo de color castaño muy claro, casi rubia, nariz pequeña ligeramente redondeada en la punta y los labios pintados de rojo, apenas más fuerte que el natural. El volumen estaba muy bajo como para oírla, sin embargo, en el subtítulo del programa decía que era una neuróloga/parapsicóloga, y un renglón más abajo, el tema del día, escrito en letras mayúsculas y con signos de pregunta. Se podía leer “¿Adónde vamos luego de morir?”
A la chica se la veía muy animada, hacia gestos, trazando dibujos con las manos en el aire mientras hablaba. La camisa tenía varios botones, y los últimos tres de arriba, los llevaba desabrochados dando énfasis a su escote. Pero, cuándo la cámara se enfocaba en su rostro y ella a la vez, se inclinaba hacia adelante, emergía de su cuello una preciosa y delicada cadenita color ámbar. Coronada por un dije de un gatito dorado sentado de perfil, con patitas negritas y un corazón de plata en el centro.
—A ver Rami, puede ser interesante. Súbele así escuchamos mejor, creo que tenemos nuestro tema —dijo Eleonora, al mismo tiempo que untaba una tostada.
El joven hizo caso, tomó el control remoto, y a medida que el sonido se volvía nítido, pudieron escuchar la voz de la mujer que exponía sus pensamientos junto al entrevistador.
—Simultáneamente los seres humanos poseemos un espectacular potencial en nuestros cerebros. Yace oculto la mayor parte de nuestra existencia y es ignorado por todos, capaz de darle el sentido a decenas de eventos extraordinarios y paranormales. Está muy dentro, escondido, esperando a ser explotado y descubierto. Pero no ha sido casual, creo que hechos desconocidos en la historia de la Tierra han afectado a la humanidad, estimulando y desarrollando nuestras capacidades. No tengo dudas que han dejado una huella, así que dedico mi vida a seguirlas para finalmente, descubrir de lo que somos capaces.
El hombre, un reconocido conductor de televisión, con cincuenta años de edad y varias décadas de carrera, escuchaba atentamente. Tenía el pelo corto, rizado y apenas entrecano. Ojos con iris marrones, labios, orejas y nariz grandes, poseía, además, una sonrisa muy cómplice que transmitía confianza en sus entrevistados. Se ubicaba frente a la doctora, sentado, cruzado de piernas y sostenía unas hojas. Llevaba puesto un saco y pantalón azul marino, camisa blanca, chaleco negro de cuatro botones y corbata azul también. Sus zapatos negros brillantes, completaban el outfit de showman. Sin embargo, a pesar de su espectacular apariencia, mantenía una expresión sobria y respetuosa con su invitada, dado que el tema a tratar, se volvía cada vez más oscuro y sensible. Este hombre, luego de escuchar las palabras de la médica, asiente con la cabeza, mira las notas que tiene entre sus manos y las lee. Luego hace una mínima pausa, y pregunta.
—Erica, te has convertido en una exitosa neuróloga. Tus estudios con pacientes en coma han sido reconocidos por toda la comunidad científica, e incluso, has devuelto a la vida a muchos de ellos. También eres reconocida a nivel nacional e internacional por tus avances y trabajos en el campo. Entonces ¿por qué te has desviado a la parapsicología? ¿Acaso no arriesgas tu carrera y reputación, por algo que no está alabado científicamente?
La mujer lo mira fijo a los ojos, no pestañea, está elaborando su respuesta y calculando todos los escenarios posibles. Finalmente, luego de unos segundos, contesta parsimoniosa.
—Por ahora, es muy difícil de explicar y demostrar Martín. Pero justamente como tú has dicho, le he devuelto la vida a los pacientes ¿y sabes una cosa? Ha sido utilizando un poco de ambos mundos, y cuándo consiga las pruebas que necesito, publicaré todos los resultados. Tengo un solo objetivo en mi vida, hacer que los demás puedan vivir la suya.
—Entiendo —dice el conductor, y agrega —No sé si la cámara lo aprecia, pero a mi público me debo, así que seré sincero. Cuando esta mujer aquí presente ingresó al estudio, trajo consigo un aura distinta, cambiando el ambiente para mejor, sin mencionarles, que cuándo habla y me mira, puedo ver un brillo muy especial en sus ojos. Es increíble lo que les voy a decir, porque no nos conocemos y nunca la había entrevistado hasta ahora, sin embargo, me da mucha confianza y tranquilidad. Como pueden ver, no estoy enfermo, e igualmente me hace sentir bien, transmite paz. Simplemente, no puedo imaginarme, y me emociona mucho, pensar lo que eres capaz de hacerle con tu luz, a alguien que está sufriendo. A alguien que atraviesa un duro momento en su vida.
Erica sonríe, la cámara enfoca su rostro y en efecto, puede apreciarse lo que destacaba el hombre en cuestión. Ella tenía hermosos ojos redondos grandes, con las pupilas dilatadas, de un marrón claro puro, muy femeninas. Casi que hablaban por sí mismas, casi no pudiendo contener su alocada pasión por hacer lo que le más gusta, sabiendo que, en el fondo, hace lo correcto. Imposibilitada de ocultar sus sentimientos, se le veían los ojos vidriosos, vaticinando lo que vendría a continuación.
—Es lo que siento y lo que soy Martín —explica ella, al mismo tiempo que sus párpados inferiores se saturan y dejan caer unas lágrimas —Tengo mucha pasión por lo que hago, y amor a las personas.
Martin asiente al escucharla —Seguramente es la misma sensación que viven tus pacientes, o los familiares cuándo te conocen ¿verdad? ¿Hay algún caso que te haya marcado en tu vida profesional o paciente que recuerdes?
—Sí —contesta con rapidez. Luego suspira, mira hacia abajo y con su mano derecha sostiene la medallita de gato —Hay uno muy especial.
— ¿Puedes contarnos? ¿Sientes que nos ayudaría a responder la pregunta que nos hacemos hoy?
Erica vuelve a hacer una pausa, respira más tranquila, aunque se puede apreciar que aún está sensible —Dos mellizas. Fueron unos de mis primeros casos luego de mi egreso de la facultad, y me cambiaron la forma de ver la vida para siempre. Ambas sufrieron un accidente hace unos años, y fue durante esa investigación que conseguí una respuesta. Sin embargo, aquí en la tele tenemos poco tiempo y es una historia larga. Ellas se merecen que la cuente bien.
El hombre se inclina hacia adelante, está intrigado —Me encantaría que me contaras, pero la producción no nos cuidó. Bien como tú dices, los tiempos en la tele son malvados. Tal vez sea en otro programa Erica, me avisan por el comunicador que nos quedan 3 minutos y que debemos cerrar. Pero ¿al menos podrías decirnos algo? Una opinión final.
—Claro que puedo —contesta firme —Y lo haré con las mismas palabras que me dijo una de las mellizas, justo después que su hermana falleciera. La chica necesitaba privacidad, quería despedirse de su hermana en el velorio y les pidió a sus familiares que se retiraran. Ella....
Erica se quiebra, mientras las palabras salían de su boca, su respiración parecía hacerse pesada y cada sílaba era una tortura a su alma.
Martín quiso decir algo, pero sintió que el silencio era lo mejor, así que se levantó de su silla y se sentó a la derecha de Erica, pasó su brazo izquierdo por detrás de ella hasta tomarle con gentileza el hombro y con su mano derecha le dio un pañuelo.
—Si no puedes o no quieres, ya está —le susurró Martín al oído.
La doctora movió la cabeza de lado a lado, tomó el pañuelo y agradeció los segundos que le daba para que se recompusiera. Gracias a ese tiempo, Erica controló su respiración, se secó las lágrimas con el paño y continuó.
—Me quería junto a su hermana para despedirse. No pidió a nadie más, me consideraba una persona de confianza mucho más allá de sus padres, porque incluso cuándo estaban en coma, y ellos descansaban, yo estuve ahí, día y noche, haciendo todo lo posible para traerlas de vuelta. Y ella lo sabía, porque sintió nuestra conexión. Siempre dijo que despertó porque escuchaba mi voz en sus sueños, que estaba perdida y mi voz la guio como una vela en la oscuridad, llevándola a un lugar distinto, como si fuera una puerta. Y que yo le había mostrado el camino, brindándole luz, a través de un eterno y larguísimo pasillo de oscuridad. Entonces, cuándo estábamos ahí, frente a su difunta hermana, dijo algo, una frase, unas palabras que jamás voy a olvidar, y son el motor de mis investigaciones.
—La escuchamos doctora.
—Estábamos solas en la habitación, llorando alrededor del féretro con los ojos cerrados, sosteniéndonos las manos, las tres, conectadas y dijo “Mi hermana sigue viva, tal vez no aquí, porque se fue a un lugar distinto, a estar con otras personas. Ellos le enseñan cosas, como acá, como una escuela. Ella vive, lo vi y lo sentí mientras dormía, lo siento en mi corazón ahora, la siento cuándo sueño. Erica, hay más en este mundo de lo que podemos ver”.
La mujer se quebró y no pudo seguir, el pañuelo estaba saturado. Bajó la vista y gruesas lágrimas comenzaron a mojar su pantalón. La cámara salió del encuadre centrándose en Martín, el conductor del ciclo. A él también se lo veía afligido, tenía años de carrera delante de las luces y era alguien experimentado en la televisión, sin embargo, mientras intentaba cerrar el programa, le temblaba el mentón.
—Gracias doctora, nos ha dejado a todos con las emociones a flor de piel aquí en el piso. Porque lo que dijo esa chica, sus palabras, y más siendo tan unidas como lo son dos mellizas, nos deja a todos pensando, pasmados, con piel de gallina.
El hombre se levanta y camina hacia el centro del escenario, desviando la atención sobre la mujer que llora, procediendo con el cierre de la emisión. La cámara se fija en él.
—Nuevamente depende de ustedes ahí en su casa, ustedes eligen en qué creer y qué pensar. Por mi parte, estos testimonios me dan tristeza, como a todos, pero hay algo más allí, en el fondo es lo que nos mantiene humanos. La esperanza. Una que jamás resignamos todos aquellos que conocemos la sensación y vivimos la muerte de un ser amado. Simplemente, es impresionante creer que existe una conexión con nuestros seres queridos, que puede superar o incluso, ir más allá de los límites de la vida y la muerte. Yo soy Martín, y los espero mañana, a la misma hora para levantarnos juntos y arrancar el día nuevamente, cada vez mejor, con esperanza y fe en la vida. Hasta mañana, los quiero mucho.
La música suena y el canal continúa con su programación, Ramiro disminuye el volumen y se gira hacia su madre para devolverle el mate frío, habían tomado sólo uno porque, sin querer, prestó tanta atención al testimonio de la doctora, que había olvidado devolvérselo. Entonces la ve, sosteniendo una tostada con dulce de leche, lloraba en silencio.
—Mamá ¿estás bien?
Ella le enseña una tímida sonrisa, melancólica —Si, tranquilo, es como dijeron recién, cuándo experimentas la muerte de cerca, este tipo de cosas te afecta un poco más. Extraño mucho a tus abuelos, y el hecho de pensar que tal vez, andan por ahí, en otro lugar, me da esperanzas.
El muchacho la escucha con atención, sin embargo, no le afecta de la misma manera. No la comprende porque él aún no ha vivido ese tipo de experiencias, dado que sus abuelos habían fallecido antes que tuviera uso de razón. No los recordaba y, por lo tanto, no tenía un lazo formado, aunque por supuesto, ver llorar a su mamá le afectaba.
Eleonora se seca las lágrimas con la manga de la bata, luego le pasa la tostada y se ceba un mate ella — ¿Aún hay tiempo? El ritual debe continuar, antes que te vayas, tenemos que intercambiar opiniones.
—Tenemos —contesta el joven, mientras mastica y saborea —Lo lamento mamá, pero como no recuerdo a la abuela y al abuelo, no puedo llorar como tú, no lo siento así.
— ¿Y de la vida después de la muerte? ¿Qué sientes, qué opinas?
—Para mí, somos esto que vemos, nada más. Somos un cerebro atrapado en un cuerpo que vive muriendo, luchando por sobrevivir, y que cuando este se apaga, se acabó. Me gusta creer que hacemos las cosas porque queremos y la forma de trascender la muerte es dejando algo en este mundo, no creo en eso de ir a otro lado.
—O sea que el testimonio de la doctora te pareció un cuento Rami.
—Me cuesta creerle la verdad. Yo la entiendo si se emociona por una paciente que falleció, es su profesión, pero desde ahí, creerle al sueño de una niña. No sé.
Ramiro toma un sorbo de la infusión y ante el silencio de su madre, continúa —Los artistas sobreviven a la muerte, los escritores, los arquitectos con sus edificios, las....
—Las madres con sus hijos —agrega Eleonora, interrumpiéndolo.
El chico sonríe —Claro, las madres con sus hijos, así la vida sigue ¿Y en tu caso mamá? ¿Qué piensas sobre todo eso?
—Tal vez no me entiendas, pero lo intentaré de todas formas. Creo que tenemos lo que buscaba que te lleves hoy contigo. Mira, opino como tú, que hay un cerebro y hay un cuerpo, sí, pero llegamos hasta ese punto en común nada más. Para mí dentro de nuestros cuerpos hay una energía muy especial, que una vez fallecidos, sigue, continúa, trasciende y se mueve a otro plano. Pienso que todo lo que somos y pensamos, es información que se almacena y guarda en nuestra esencia, convirtiéndose en una energía diferente, la cual vive en nuestros cuerpos, y a la hora de morir, se va a otro lugar. Supongo que, a un plano más elevado de la existencia, siento que aquí en la Tierra, los seres humanos y los animales, venimos a aprender de la vida, venimos incluso a lavar culpas o malas decisiones que tomamos en otra vida ¿me sigues?
—Un poco sí —responde incrédulo el joven, mientras recibe otro mate de su madre.
—También siento, que antes de nacer, elegimos quienes van a ser nuestros padres y familiares, los cuales nos van a marcar por el resto de la vida, sea para bien o para mal. Y que todas esas experiencias, son para ir aprendiendo, para acumular sabiduría hasta que, finalmente, un día podemos marcharnos de este plano, para trascender como energía en el universo y reunirnos con aquellos que ya han logrado ese mismo nivel. Por ahí en otra Tierra, o en otra dimensión, o aquí mismo, vibrando a una frecuencia diferente, una que nuestros sentidos básicos no pueden comprender, pero que algún día, alcanzaremos. Fíjate que, sin querer, y sin conocernos, mis pensamientos se ajustan a lo que esa chica le dijo a la doctora ¿recuerdas? Le dijo que su hermana se había ido a otro lugar, y que le enseñaban cosas, como en una escuela Rami. La escuela de la vida, esa chica murió, pero sólo acabó lo que vino a cumplir aquí, porque ahora se fue para continuar aprendiendo y evolucionando como consciencia. Ella eligió a su hermana, para enseñarle algo muy especial, para irse primero, realizando un sacrificio, pero dejándole la huella que debe seguir gracias a la conexión que las une por ser mellizas.
Ramiro escucha a su madre, luego mira el mate y le dice irónico — ¿qué le has puesto a la yerba? Estás delirando o tienes una imaginación tremenda.
Eleonora sabe que su hijo no le va a creer todo, sin embargo, la tarea estaba cumplida.
—Rami, es la primera vez que tenemos una conversación más madura como madre e hijo, compartiendo nuestros pensamientos más profundos, y conociéndonos un poco más. Yo no busco cambiarte la manera de pensar, sólo quiero que comprendas que, a lo largo de tus vivencias, te vas a encontrar con miles de personas, y cada una de ellas, tiene en su interior una interpretación de la vida y la muerte.
—Entiendo mamá, las respetaré.
—Recuerda, que cada persona es un mundo y no todas las interpretaciones son correctas. Tampoco todas son incorrectas, en este caso, nadie tiene la razón absoluta, porque todavía nadie se ha ido el tiempo suficiente y ha vuelto para contarnos cómo es, o qué hay del otro lado ¿comprendes? Me encantaría que viniera mi mamá, tu abuela, a contarme cómo está o que anda haciendo, pero desgraciadamente, hasta que no me ocurra, no lo sabré.
—Sí mamá, lo comprendo —el joven hace una pequeña pausa y mira el reloj de pared que estaba sobre la heladera, ya casi era la hora de marcharse —Lo siento si con mi respuesta fui muy directo o te molesté, veo que pensamos muy diferente y no buscaba ofenderte.
Ella le acaricia la mano —No te preocupes, no me ofendes, estoy orgullosa de conocer un poquito más a mi hijo. Estoy contenta que hallamos hablado y conozcamos los pensamientos del otro. Recuerda que, a la hora de compartir opiniones, las de las otras personas con la que hables, tienen tanta validez como la tuya. Recuerda escuchar, mira sus ojos, sus manos, escucha su voz, de esa manera podrás comprender los sentimientos del otro y saber si es alguien con quien vale la pena intercambiar palabras. Sé respetuoso cuándo el que está frente a ti expone sus sentimientos, recuerda, que hay tantas formas de vivir la vida como individuos viviéndola ahora mismo, jamás te creas el dueño de la verdad absoluto. Incluso cuándo sospechas que la tienes, defiéndela con el corazón, con tus palabras, pero nunca aplastando al otro.
—Lo intentaré mamá, escuchar y respetar.
—Y si alguna vez intercambias opiniones y no puedes ponerte de acuerdo, mira a los ojos a esa persona y le aclaras que lo respetas por defender su punto de vista, que simplemente no estás de acuerdo, le saludas y te marchas. Te aseguro que la vida te dará muchas más oportunidades de demostrar tus valores y convicciones.
— ¿Cómo la entrevista que tendré hoy? —intuye Ramiro.
—Claro —asiente la señora, y agrega —Y ni hablar, de todas las chances que tendrás para ponerlas a pruebas, eso te aseguro, que ocurrirá todos los días. Nunca sabes lo que va a ocurrir mañana, así es la vida, aterradora por momentos, pero igual de excitante para ser vivida. Tú eliges, está todo en tu cabeza. Ahora, ven aquí, dame un abrazo fuerte, fuerte, como cuándo eras pequeño y te colgabas del cuello de tu madre.
Ramiro deja el mate, recorre la mesa que los separaba y llega a tiempo para abrazar a su mamá, ella también se había parado y le devolvió el gesto.
—Qué fuerza ¿cuándo fue, que debía agacharme para abrazar a mi niñito y ahora este me supera en altura, envolviéndome con sus largos y fuertes brazos de hombre?
Ambos ríen unos segundos, luego el muchacho, sin soltar a su madre, le contesta al oído —No lo sé, pero no importa cuánto tiempo pase, ni la altura que tengamos, para ti siempre seré ese niño. Y en mi corazón, siempre voy a abrazar a mi mamá.
La mujer lo agarra con fuerza y no puede evitar llorar.
— ¿Estás bien? —pregunta el joven, mientras ambos se sueltan y quedan enfrentados, sosteniéndose los brazos extendidos.
—Sí, no todas las lágrimas son de tristeza. Son de orgullo y mucho amor ¿Ves? ¿Acaso no te dije que a partir de hoy serías alguien distinto? Con tus palabras sinceras me has hecho llorar de una manera que no esperaba, siento que has comenzado a madurar.
La mujer se separa y busca un pañuelo para sonarse la nariz. Ramiro vuelve a la mesa y agarra el termo para cebarse un último mate. Los dos, al mismo tiempo, miran el reloj de pared, ya eran las ocho de la mañana.
—Dime ¿A qué hora acordaron con Mati? —consulta ella.
—Nos vamos a ver antes de las nueve. La idea es ir con tiempo, así nos encontramos en la esquina del edificio. Como supongo, estaré nervioso, mucho más que ahora, así que él se ofreció para repasar las respuestas de la entrevista.
Matías era un año mayor y el mejor amigo de Ramiro, teniendo tan poca diferencia de edad prácticamente compartieron sus infancias, también ciclos escolares primarios, pero no la secundaria. Sus caminos se separaron cuándo Matías decidió dejar los estudios, no se especializaba en lo académico, sin embargo, todo lo que era deporte y destreza física, especialmente deportes de contacto, se le daba muy bien. En cuanto a Ramiro, la vida en Buenos Aires, en General Pacheco le permitió completar los estudios secundarios, pero necesitaba un trabajo para continuar creciendo y poder ayudar a sus padres en la economía de la casa. Finalmente, un día, luego de mucho insistir tendría una oportunidad de trabajo en una empresa, ubicada en el centro del distrito, en Tigre. Y había acordado con su amigo de siempre, encontrarse antes para que lo acompañara en su primera entrevista, porque no era especialmente hábil sociabilizando, y la falta de confianza causada por su timidez le provocaban muchos nervios. Ramiro, al ser callado, siempre se encontraba analizando situaciones y evaluando las mejores opciones, utilizando más el cerebro. Contrariamente a los impulsos nerviosos de Matías quien, opuestamente, se sentía muy a gusto estando rodeado de gente y siempre se mostró con gran autoestima. Un punto a favor que le confería confianza extra fue su impulso a potenciar su cuerpo, dedicándose al boxeo y al arte de la defensa personal. Un joven de pelo castaño claro corto, combinaba igual con el tono de sus ojos y una altura no más de un metro setenta. Era un gran emprendedor, dado que, a sus diecinueve años, ya daba clases particulares en un club para costear sus entrenamientos. Su sueño era ser reconocido como un deportista de elite y un ejemplo a seguir en cuanto a entrega y sacrificio. Sabiéndose poseedor de un físico privilegiado era más seguro y arrogante que su amigo, pero en el fondo mantenía su respeto y buen corazón con quien considerara buena persona. Como esa mañana tenía libre, la decidió utilizar para acompañar a su hermano de la vida y de paso, poder darle unos consejos para que no estuviera tan nervioso. Al él también le servía, ya que despejaba un poco la mente de tantos entrenamientos.
Ambos acordaron encontrarse en una esquina cerca del edificio donde tendría lugar la entrevista. Esa mañana, Ramiro tenía disponible la motocicleta de su hermano mayor, este mismo le dijo que la llevara, que le daría suerte como a él, porque esa moto era la que lo llevaba al trabajo todos los días y le había permitido ahorrar buen dinero, incluido el mismo que había necesitado para adquirirla. Justamente ese día, el hombre trabajaba por el turno tarde, así que le recomendó a su hermano menor que la utilizara.
La fresca madrugada de marzo, se había convertido en una hermosa y cálida mañana. El sol finalmente lo iluminaba todo y el cielo celeste apenas tenía nubes, era un excelente momento para salir a vivir la vida.
—Se ha hecho la hora, debo irme. Tengo miedo que me pase algo por los nervios, el estrés y me pierda en las calles, o peor aún, no llegar a tiempo para la cita —dijo Ramiro a su mamá, mientras encendía la motocicleta y se ponía el casco. Ya se encontraban los dos afuera de la casa, en la vereda.
—Está bien que los tengas, pero mantente frío, tranquilo, con la frente en alto y atento a todo lo que sucede a tu alrededor. Escucha, me faltó decirte una cosa muy importante, que sé te va a servir. Durante los embarazos antes de ser mamá de tu hermano, y luego de ti, estaba aterrada, llena de nervios y no sabía qué hacer. Pero una vez que los tuve en mis brazos, todo se desvaneció y se convirtieron en lo mejor que me pasó en la vida. Rami, no temas, fuiste hecho para enfrentar tus miedos, sólo debes descubrirlo, hazlo hoy, traspásalos con tu voluntad.
—Gracias mamá, lo haré.
—Vamos, vete y ten mucho cuidado en el tránsito, llegarás bien.
Ese pequeño impulso fue lo último que necesitó para salir. Ya una vez que se integró al tránsito y dejó atrás a su madre, una extraña sensación de calma, salpicada con chispas de nervios, envolvieron sus brazos y piernas. Ahora todo dependía de él, por lo que sólo le restaba conducir prudentemente, recordando las palabras de aliento con gran sabiduría de su madre, y encontrarse con Matías. Quien seguramente, ya estaba en camino.