Milagrosamente, el dolor de ser asesinado por un índome, jamás llegó. Ese rugido ensordecedor fue razado abruptamente por un silbido que cortó el aire, explosivo, seco, contundente y muy oportuno.
Cuando el chico abrió los ojos, vio cómo la bestia se desviaba de su trayectoria original y caía a su lado, con una flecha en el cráneo atravesándolo de punta a punta y que apenas llevaba un rastro de energía inferina. Por fortuna, alcanzó para detener las funciones del cerebrales al instante, acabando con todos sus signos vitales y abatiéndolo antes que lastimara a Ramiro. La responsable del proyectil no era otra más que Gabriela, quien, empleando su último recurso, le devolvió el favor a su compañero salvándolo de una muerte segura.
Finalmente se había acabado, ya no quedaban índomes a la vista, sólo ecos de unos combates verdaderamente sanguinarios, y los únicos testigos eran ellos. Aunque muy mal heridos los tres, esa condición no detendría a los guardianes en la severidad de su penitencia. Puesto que, como eran los únicos sobrevivientes a la masacre, tenían que dar rigurosas explicaciones sobre lo sucedido en las afueras de Inferania.
Matías descansaba recostado en la hierba, sintiendo cómo la tenue lluvia comenzaba a caer sobre sus agotadas humanidades. Tenía los ojos cerrados, pero esbozaba una gran sonrisa.
<<No sé de qué carajos me río, si respirar, e incluso las gotas que caen, me hacen doler la piel>> Pensaba risueño.
Tenía el cuerpo maltrecho y era verdad, le dolían hasta las uñas de los pies. Lo mismo con Gabriela, sin embargo, la chica hizo un enorme esfuerzo y comenzó a caminar hacia Ramiro, no pudiendo evitar cojear, porque la fuerte constricción a la que fue sometida, le causó daños en todo su físico, incluidas las piernas, que le dolían horrores.
En cuanto al ínfera de la espada y su despertar milagroso, el corazón todavía le latía a cientos de pulsaciones, dándole la sensación que estallaría en cualquier momento. Así que no hizo otra cosa más que dejarse caer sentado, sumamente mareado, todo le daba vueltas. Ramiro intentó respirar profundo y calmar su cuerpo buscando un momento de paz interior, recordando que alguna vez, sus amigos Matías y Chrys le habían advertido que estos síntomas aparecerían. Dándole algunas pistas para poder controlarlo, e incluso Ezequiel les había compartido unos consejos sobre cómo reaccionar en el despertar de la partícula. Igualmente, hasta no vivirlo en carne propia, jamás sabría cómo actuar de forma correcta, era similar a caminar, nadar o aprender a montar bicicleta. Nadie te lo puede explicar al cien por ciento, debes vivirlo.
Ya con la cabeza ligeramente más calma, recordó su accionar, notó que se vio envuelto en un frenético ataque, en el que había logrado usar su propia partícula a pleno. Sin embargo, esto traía un costo altísimo para su organismo que desconocía, puesto que sus músculos estaban por acalambrarse y las manos le temblaban. Imparable y sanguinario en sus movimientos e influenciado por la energía de la partícula, sobrecargó tanto su humanidad, que este se sentía dolorosamente afectado. Su cerebro procesaba toda la información a su máxima capacidad y comprendió, mientras respiraba agitado, que al desesperarse y ver que no podía ayudar a sus compañeros, finalmente había encontrado la motivación que tanto ansiaba. Preso de una situación estresante, había hallado los sentimientos que necesitaba para lograr la manifestación. A diferencia de otros despertares más dóciles y controlados, tuvo que pasar por una angustia muy grande para “activar” su partícula dormida y a causa de eso, apenas podía mantenerse despierto por el agotamiento. Mientras respiraba de forma entrecortada y sobreponiéndose al dolor, el muchacho miraba a Gabriela quien se acercaba como podía, hasta que llegó a su lado y sentó. Esto para los jóvenes representaba un enorme triunfo y exhalaron cómplices, aliviados, porque gracias a la ayuda que se habían brindado entre todos, lograron eludir la amenaza sin perder la vida.
Lo logramos —suspiró Gabriela —Logramos vencer y vivimos para contarlo, te felicito. Sé que les dije que volvieran a Inferania, pero no sabes cuánto me alegra que no me hayan hecho caso.
La chica notó que Ramiro tenía problemas para volver a la normalidad. Parecía estar envuelto en un trance frenético, como si fuese a estallar en cualquier momento, acabando con todo a su paso, debido a que no soltaba la espada, y esta, aún ardía bañada en sangre indómita.
—Hey, todo acabó — le dijo calmadamente, abriendo las palmas de las manos —El combate ha terminado, somos tú y yo, no hay enemigos, intenta serenarte. Controla tus sentimientos y apaga esa partícula, si no, eres como un arma cargada.
El muchacho soltó la espada haciéndole caso a la chica, y de esa forma, se evaporaron los últimos restos de partícula que habitaban en la misma. Precisamente, se “evaporaron” porque rodeaban la hoja con movimientos ondulantes, similares a flamas. Exhaustos y agobiados, se detuvieron unos instantes para recuperarse, permanecieron sentados en el suelo verde, mirándose frente a frente, aún agitados y bajo la influencia de la adrenalina. Con cada segundo que pasaba, lentamente comenzaban a dibujar una tenue sonrisa en sus rostros, al percatarse sobre lo increíble y peligroso de su hazaña, porque claramente podrían haber muerto en más de una ocasión. Sin embargo, no podían negar la enorme cuota de suerte que tuvieron para sobrevivir, incluyendo, además, el violento despertar de la partícula de Ramiro. Así estuvieron unos dos minutos, a merced de la lluvia que comenzaba a caer sobre sus deteriorados cuerpos, mirándose a la cara sin decir nada, hasta que finalmente un grupo de rescate apareció y se acercó a ellos.
Este equipo era comprendido por varios infers, muchos más que el grupo enviado a investigar, parecían ser el doble de individuos. Todos llevaban ropas similares a los primeros guerreros, con gruesas capas grises que les cubrían la cabeza, aunque en ocasiones, permitía ver que sus rostros no eran tan juveniles. Denotando seguramente, que eran soldados con más años de experiencia. Los cuales, en cuestión de segundos, formaron un cerco perimetral de seguridad alrededor de los tres jóvenes, para cerciorarse que estuvieran bien y fuera de peligro, pero con un detalle muy particular que los distinguía de todos. Sus túnicas eran más gruesas, y debajo de esas pesadas prendas, se equipaban con piezas de metal que cubrían cada una de sus extremidades, todas de color plata. Gabriela y Ramiro se dieron cuenta enseguida, que no eran ínferas normales, parecían soldados o una tropa de élite.
Uno de los sujetos se acercó a Matías para examinarlo. En reserva y silencio total, el tipo tenía la mitad de la cara cubierta con una máscara metálica con forma de pico, esta era de color negra y si bien no era tan pronunciada hacia adelante, le daba un aspecto muy intimidante. El chico sólo pudo verle los grandes ojos de iris marrones, nada más, no pudo saber si era un barbijo como los que usan los médicos, o una máscara táctica de combate. Tampoco llegaba a deducir si era alguien que lo ayudaría o lo dejaría tirado allí.
<<O tal vez, sea ambas>> Pensó confundido.
Todavía sin articular una palabra, el sujeto revisó al chico en el suelo, lo examinó unos instantes, seguramente buscando heridas de gravedad. Entonces Matías, cansado de ese incómodo mutis, rompió el silencio.
—Me molieron a golpes y me duele todo ¿podrías levantarme?
El hombre tomó al muchacho con suavidad, y luego lo giró levemente para recostarlo boca arriba —Estoy aquí para ayudarte —le contestó amablemente, arrodillado junto a él y aún “escondido” detrás de la máscara.
Matías notó que las protecciones metálicas, responsables de cubrir los antebrazos y pantorrillas, llevaban delicados diseños ornamentales. Así como también, el dibujo tallado de un gran corazón y en el centro de estos, una serpiente envolviendo una vara. Y si bien eran muy pequeñas como para ver a la primera vez, en el interior de la vara se leía las letras “infr”. Casualmente, las mismas letras como en la espada que había utilizado Ramiro. Aunque hasta ese momento, Matías aún no sabía qué significaba.
Una vez que lo tuvo en esa posición, el muchacho apreció que este se quitaba hacia atrás una parte de la capa, y descubría una especie de mochila en su cintura, la cual era sostenida por una correa que cruzaba por su hombro, pecho y espalda. Al verla bien, notó que, en realidad, era una bandolera negra de cuero. Bandolera, que, hasta ese instante, no había visto, porque la llevaba oculta debajo de su largo atuendo. El tipo desabrochó una hebilla y la abrió, para a continuación, extraer una botellita, muy parecida a la que tenía Gabriela antes, con ciertas diferencias. Era más grande, parecía cargar mayor capacidad de líquido, y al primer contacto con la mano del misterioso hombre, comenzó a emitir luz pulsante, amarilla, cálida y tenue. Un gran detalle que el joven no pudo dejar pasar y lo sorprendió mucho, fue que, las serpientes que adornaban sus protecciones en brazos y piernas, brillaron al ritmo de la partícula del sujeto.
<<Ese líquido no va a alcanzar para todo mi cuerpo>> Pensó Matías.
El ínfera, luego de destapar y entregarle la botella al chico, se bajó la máscara y desplazó la capucha hacia atrás, descubriendo su cara. Hasta ese instante, el joven se había sentido intimidado por su accionar, incluso vulnerable dada su condición, pero en cuánto vio el rostro de la persona debajo de aquella máscara, sus temores se desvanecieron.
—Bébelo, no preguntes —le dijo este, con voz grave y seria, pero transmitiendo mucha calma.
En efecto, con sólo verlo ya lo había convencido. Tenía rasgos afables, cara redondeada y amplia con una sonrisa conciliadora, hasta cómplice. Nariz y orejas grandes, mandíbula y frente anchas, con el pelo corto, marrón oscuro casi negro, peinado hacia atrás.
Luego agregó, casi como si adivinara lo que estaba pensando Matías —Esto es Aguamantio, seguramente ya lo conoces, te hará bien. Y si todavía puedes, enciende tu partícula mientras la tomas. Y diciéndote eso, te lo estoy ordenando amablemente, porque tu vida podría depender de ello, acelera el efecto de curación. Concéntrate en el corazón, siempre en tu corazón, como si le quisieras dar una orden solo a él, para que, de esa manera, distribuya la partícula a cada rincón de tu cuerpo.
El joven le hizo caso, se concentró como pudo, dado que estaba malherido y cansado. Afortunadamente todavía le quedaban restos, y sin saber bien de dónde o cómo, logró el impacto deseado, sospechando y sabiendo que el Aguamantio ayudó en el proceso. Al principio sintió que su corazón se aceleraba como antes de iniciar un combate, sus pupilas también se agrandaron, con la partícula potenciando cada uno de sus músculos y sentidos, preparados para atacar y defenderse. Sin embargo, a los pocos segundos de beber el agua, todo fue calma y relajación. Comenzó a sentir cómo su cuerpo liberaba sensaciones de bienestar y en no más de un minuto, pudo pararse. Lento, con renguera y dificultad, volvería a Inferania caminando.
— Gracias ¿Cómo le has hecho? ¿Quién eres?
—Chico, no pensarás que la partícula sólo sirve para atacar y matar ¿cierto?
—Pues, hasta ahora sí.
—Déjame decirte que hay más usos razonables. Soy un Inférico enviado por los guardianes, me encargo de cuidar a ínferas como tú —El hombre pasó el brazo izquierdo de Matías por sobre su espalda, sirviéndole de apoyo para sostenerse.
—¿Así que un Inférico eh? —pregunta el joven, mientras el tipo lo levantaba y ayudaba a caminar de regreso a casa —No sabía que existían, pero ya veo lo importante que son.
—¿Cómo te llamas guerrero?
—Matías ¿Y tú, médico?
El hombre sonríe antes de contestar —Me llamo Renato. En otra vida fui médico, con mis conocimientos ayudé a que las personas vivieran más, y luego de tantos años, aquí me encuentro, sirviendo a un gran propósito. He descubierto que podía seguir haciéndolo después de la muerte también. Y si bien al principio he sido reclutado para sanar, al final de todo esto, cuándo acabe mi tiempo aquí, me gustaría ser recordado como un docente, como alguien que enseñó. Por eso me dedico a investigar con entrega, y aprender sobre la partícula todos los días de mi vida se ha vuelto una pasión. Es por ello, que al principio me enojé cuándo vinimos a buscarlos, porque son tan jóvenes, que no miden las consecuencias de sus acciones. Mira, desconozco las razones de por qué o cómo han acabado aquí, pero no pueden darse el lujo de desperdiciar la vida de esta manera. Ya la han perdido una vez ¿realmente quieren tirar a la basura otra más?
Matías no decía nada, escuchaba. El hombre tenía razón en su pensamiento, se oía conciso y legítimo. Además, en el fondo, él opinaba igual, a pesar de no haber dado el ejemplo cuándo salió de la fortaleza sin permiso.
Renato continuaba hablando —Han pecado de ignorantes e inmaduros. Hay tanto que deben saber antes de escaparse como lo han hecho ¿Conoces la frase que dice “para poder correr, primero hay que saber caminar”?
—Si, la he escuchado.
—Bien, yo agregué una más. “Para volar, primero debes saber caminar, correr y trepar”
—Esa no la escuché, pero imagino adónde vas —El muchacho sonríe mirando al suelo, estaba avergonzado, pero debía aprender.
—En este caso, ustedes pichoncitos —su tono de voz se volvió grave y tenso, como el de un padre regañando a su hijo —pensaron que, como les salieron las primeras plumas, saltarían y volarían. Grave error, están muy equivocados, incluso si sus intenciones fueron buenas, ahora les espera un castigo por parte de los guardianes. Sinceramente, no sé qué van a hacer con ustedes. Tuvieron suerte chico, demasiada. En todo mi tiempo aquí, nunca he rescatado novatos vivos, y creo que lo de ustedes hoy, no tiene precedentes.
Matías caminaba con renguera, miraba de lado al hombre que le deba apoyo mientras hablaba, le llamó la atención el rostro de este. Porque tenía la frente arrugada y los ojos no se enfocaban en el camino al frente, tenía una expresión que se podría describir como una mezclade alegría con desconcierto.
—Tampoco sé si han medido el riesgo que tomaron al salir, es que simplemente, deberían estar muertos.
Las palabras del ínfera sanador le caían como un balde de agua fría a Matías, principalmente, porque siempre fue alguien orgulloso y seguro de sí mismo, pero esta vez, sabía en su interior que se merecía el castigo que le caería. Se sentía un idiota, debido a que no sólo arriesgó su vida al salir, también llevó a su amigo a lo que claramente era una muerte segura. Decidió callar, sabía que no estaba en posición de contestar, era momento de tragar saliva y enfrentar como un ínfera las consecuencias de sus actos.
Ramiro y Gabriela iban caminando algunos metros por delante de ellos, también acompañados por inféricos, y así, la mitad del escuadrón regresaba a la fortaleza. El resto del equipo se quedó atrás buscando sobrevivientes a la masacre, mientras que las nubes en el cielo ya no podían contenerse más, y desataban el poder del agua sobre los ínferas.
En todo el trayecto de regreso, ninguno de los soldados habló con los tres ni les hicieron preguntas, sólo se limitaron a vigilarlos y escoltarlos apurando el paso, manteniendo el silencio. Matías no dejaba de pensar en la manera que habían logrado sobrevivir, sin lugar a dudas pudieron haber muerto como los demás ante la ferocidad de la emboscada, sin embargo, allí estaban. Como había dicho Renato, fueron muy afortunados, tal vez, gracias a los entrenamientos y enseñanzas de los guardianes, tal vez, por algo más, algo que no estaba planeado en ninguna práctica.
Surgió un pensamiento en el joven, algo que hasta ese momento podría haber sido evidente, pero nadie más que ellos habían atestiguado, el violento despertar de la partícula de Ramiro. No se parecía en nada a lo que habían visto en los entrenamientos, ya que, en un marcadísimo estado de inconsciencia temporal, encontró su partícula, volviéndose directamente, la principal razón por la cual sobrevivieron al ataque. Y como solamente ellos presenciaron este hecho, eran los únicos que sabían la verdad, y vivieron para contarla.
<<Su energía, se sentía tan poderosa. Aunque estuvo descontrolado y atacaba por instinto como si fuese una bestia asesina, necesito hablar con él>> Pensó mientras cruzaban los enormes portones, devuelta en casa.
Eso preocupaba al joven peleador y si bien sabía que con práctica lograría manejarla, había algo más que le llamaba la atención. Porque la manifestación de la partícula de Ramiro fue muy distinta en comparación a otros despertares que él había presenciado. Incluida la propia, dado que nadie comenzaba con un nivel tan alto, y tal vez por esa razón parecía como si Ramiro se hubiese vuelto loco. No obstante, una parte de Matías se sentía alegre y orgulloso por él, minimizando ligeramente las preocupaciones.
En cuanto a Gabriela, ella también respiraba aliviada y agradecida por haber contado con ayuda en el momento justo. Como no tuvieron tiempo, ninguno de los tres llegó a charlarlo o admitirlo en voz alta, pero pensaron lo mismo, todo lo que ocurrió en esa batalla fue demasiado intenso. Era la primera vez desde que emergieron y comenzaron con los entrenamientos, que su vida estuvo en juego. Necesitaban digerirlo y asimilarlo como algo normal o de lo contrario, los torturaría, los acecharía llevándolos por el camino del miedo, impidiéndoles crecer y ser más fuertes como lo venían haciendo hasta ahora. Ninguno había cruzado los muros, jamás, y sólo Gabriela había hecho contacto, una vez. En aquel momento, en sus inicios como ínfera, efectuó un disparo, ubicada sobre una de las torres de vigilancia, hiriendo y repeliendo el acercamiento de un explorador. Esa situación se había dado durante una de sus guardias y bajo la supervisión de otros ínferas más experimentados, en un ambiente seguro y controlado. Precisamente fue durante esa noche, que se destacó demostrando un talento nato, dada la lejanía y dificultad del tiro. Sin embargo, lo visceral de la reciente experiencia, era que nunca estuvo tan cerca de un índome, como para sentir el olor y el calor que estos seres emanan. Ni hablar de la terrible fuerza que poseen y lo implacables que son a la hora de atacar, convirtiendo cada encuentro, en una verdadera lucha por sobrevivir. Recordó ese aterrador momento y se le estremeció la piel. En su mente recreaba las sensaciones de agobio y desesperación que vivió cuándo el centinela la sostuvo en el aire, apretándole con titánica fuerza los brazos. Jamás había sentido una presión tan grande en el cuerpo, como aquella, capaz de hacerla sentir como una hormiga frente a un león. Fue una demostración tan abismal de potencia sobre la suya, que ni con toda su partícula pudo doblegar a la bestia.
Los tres jóvenes ingresaron custodiados por los ínferas que se interponían entre ellos, aislados uno del otro. En general se encontraban bien, tenían dolores, pero nada de gravedad, gracias a que habían bebido el Aguamantio que los inféricos les proporcionaron, sus heridas parecían sanar a gran velocidad. Sólo Matías continuó caminando junto a Renato y charlaron algunos detalles todo el camino de vuelta, sólo hasta cierto punto, porque una vez que cruzaron los portones, el joven se sintió mejor como para caminar por sus propios medios. Y si bien todavía no habían podido hablar entre sí con sus camaradas, lentamente, sin querer y al mismo tiempo, comenzaban a percatarse sobre lo delicada que fue su situación. El mundo exterior era muy distinto a lo que conocían, y todo lo que les contaron en sus meses de entrenamiento, no alcanzaba para darse una idea, no había comparación. Simplemente, porque no se puede explicar con palabras, lo que significa enfrentar un índome cara a cara. Esta sutil diferencia que a veces se da en la vida, entre que les cuenten algo, a vivirlo, les enseñó lo vulnerables que son como seres humanos ante los peligros más allá de los muros. Y si no se preparaban como los guardianes les indicaban, tarde o temprano, acabarían muertos.
El trio de sobrevivientes finalmente era escoltado a salvo dentro de Inferania. Era la primera vez que salían, y la primera en volver, por lo que se sintieron realmente a salvo cuándo atravesaron los muros hacia el interior. Era como volver a casa, podían respirar tranquilos, relajar el cuerpo y dejarse absorber por la seguridad que brinda el grupo. Matías y Ramiro no se habían dado cuenta del nivel de protección que gozaban y vivieron hasta ese día, quienes, además, nunca habían tomado conocimiento sobre la enormidad y majestuosidad del lugar. Para ellos, era la primera vez que podían verlo desde afuera, comenzando por esos interminables muros de piedras naturales, que se alzaban varios metros de altura y rodeaban todo el perímetro. Un perímetro de alrededor de quinientos metros cuadrados, fuertemente armado y custodiado por una docena de torres de considerable estatura, ocupadas por ínferas vigías. Y en el núcleo de ese monte, decenas de metros al interior, pudieron apreciar cómo se erigía una imponente estructura similar a un castillo medieval. Simplemente era gigante, con capacidad para albergar y proteger a un centenar de individuos, incluso, miles de ínferas. Rodeado e integrado a su vez, por otros edificios apenas más pequeños, interconectados por caminos y galerías, distribuidos en un perímetro de cientos de metros cuadrados de campo. Estos campos eran justamente, los que utilizaban los guardianes para entrenar a sus tropas.
Inferania era prácticamente una ciudadela, muy similar a una fortaleza medieval, hecha principalmente, por rocas perfectamente talladas y encajadas entre sí. Como si alguien le hubiera dado a propósito, forma de ladrillos. Sus paredes poseían un intenso color gris oscuro, mezclado al mismo tiempo, con un hermoso marmoleado rojo, acabando sus techos con puntas pronunciadas. Las aberturas que adornaban las habitaciones de los ínferas, eran de dimensiones generosas, daban paso a la luz o al viento, teniendo un muy marcado diseño gótico. Es que no sólo era el hogar de lo que podría considerarse un ejército, además, cumplía otras funciones muy importantes dada su enorme capacidad y habitabilidad. También era un cuartel, y gracias a su diseño, fungía de academia militar o entrenamiento. La estructura principal era una fortaleza, la que, a su vez, estaba rodeada por otro imponente muro interior de dos metros de altura.
Este, encerraba en el centro, lo que era el patio principal o de instrucción junto al castillo. El patio central era muy difícil de calcular el tamaño para los guerreros, pero estimaban que tenía alrededor de trescientos metros de ancho y largo. Convirtiéndose en un lugar óptimo, para entrenar a cientos de individuos al mismo tiempo.
—Es increíble, cuando salimos no pensé que nos habíamos alejado tanto —Le comentaba Matías a Renato, luego de cruzar este segundo paredón y acercarse lentamente a la entrada del castillo — ¿Tanto caminamos?
—Ni que lo digas. Imagínate nuestra desesperación, cuándo los vigías nos alertaron que los exploradores estaban en peligro. Y para empeorar las cosas, unos recién emergidos habían cruzado los portones sin permiso. Te juro por la partícula que nos ilumina, que estos metros, se me hicieron eternos. Pocas veces corrimos tanto como hoy, aunque como inférico, me da alivio regresar, y que al menos ustedes vuelvan sanos y salvos. Ese mi objetivo y razón de ser Matías, siempre que hagamos triunfar la vida sobre la muerte, estaré realizado.
—Si... — Contestó cabizbajo, casi susurrando. De repente el joven sintió un vacío, y seguidamente, una fuerte sensación de moralidad, la cual podría interpretarse como un signo de madurez. Ya no era el mismo tipo que había salido por la mañana. Otro ser volvió del bosque, alguien que, de ahora en adelante, mediría mejor los riesgos y las consecuencias de sus actos. Porque nunca medimos el alcance de estos, ni sabemos a cuánta gente afectamos con nuestras decisiones, o el daño que causamos al tomarlas.
El resto del camino hasta ingresar a Inferania, Matías se mantuvo en silencio, pensativo, dado que las palabras habían alcanzado su punto máximo. Le tocaba a él reconsiderar lo que había hecho, aceptar la responsabilidad completa por salir sin permiso, y por supuesto, asumir la culpa por exponer a Ramiro. Ese camino finalmente los condujo a la parte superior del castillo, luego de recorrer galerías, subir escaleras y atravesar toda la fortaleza, ya no había más lugares por ir. Renato los estaba llevando directamente a la sala Inferal, un cuarto dedicado a las reuniones especiales entre los guardianes, donde discutían y tomaban todas las decisiones importantes o delicadas respecto a los ínferas. Alcanzada esa altura, los escoltas que acompañaron a Ramiro y Gabriela se detuvieron unos pasillos antes, en la sala magna, y volvieron a sus puestos, dejando sólo a Renato como guía, mientras que los tres ínferas lo seguían formando una fila.
La sala o aula magna, era enorme, con capacidad para decenas de ínferas reunidos. Colosales columnas cuadradas de un metro de ancho en cada cara, dispersas por todo el lugar, adornaban y daban soporte a tamaño lugar. Poseía, además, extraordinarias aberturas coronadas con arcos superiores, las cuales acompañaban el diseño del castillo, siendo las más imponentes, de tres metros de ancho por cuatro o cinco de alto, con muchos vidrios, dejando pasar la luz exterior e iluminando perfectamente todo el ambiente. Precisamente, en tiempos de guerra, era utilizada para hacer los comunicados especiales, desde los guardianes, a los capitanes, inféricos y demás rangos. Ramiro, Matías y Gabriela nunca habían estado allí, y no pudieron disimular su asombro, dado que caminaban torpemente, con los ojos bien abiertos y la cabeza mirando en todas direcciones, mayormente al techo. Así fueron, hasta que se chocaron entre sí, todos al mismo tiempo.
Renato escuchó el tumulto y se giró hacia ellos —Impresionante ¿cierto? Todo hecho de piedra, tallada a la perfección, sin fisuras, perfectas. Ni siquiera los guardianes saben quién o quiénes construyeron todo esto. No hay diarios, libros, tablas o registros. Cuando emergieron aquí, y comenzaron a crear el ejército de ínferas, estaba casi todo igual, abandonado, pero en perfecto estado.
—No puedo creer que exista algo tan imponente y hermoso —acotó Gabriela.
Los chicos no dijeron nada, estaban fascinados. Además, las palabras de la mujer eran perfectas, no había manera de salir del asombro ante tal magnífica estructura.
—Inferas, sigamos. Nos están esperando.
Renato era claro, el trio lo siguió y continuaron un poco más, tomando una de las salidas del aula, hasta cruzar un umbral, el cual comunicaba con un pasillo ancho de cuatro metros y unos diez de largo, que incluso al final, tenía una docena de escalones, alcanzando el pico más alto de Inferania.
—Descansen y aguarden aquí —dijo el Inférico, mientras señalaba, e invitaba a que tomaran asiento en unas sillas.
Parecía ser una sala de espera, tenía el mismo ancho que el pasillo, pero sólo la mitad de profundidad o largo. Porque los asientos se disponían contra las paredes alrededor de la habitación, en total había seis, tres a cada lado y, por último, unas puertas dobles en el centro de uno de los muros. Dicho muro, era el que se topaban de frente al acabar las escaleras. Estas puertas eran distintas, completamente ciegas, de madera maciza, y color marrón natural intenso. Con dos grandes pomos negros gemelos, enfrentados entre sí en el medio. El de la derecha, orientado hacia la izquierda, y el otro viceversa. Ambas hojas eran de dos metros y medio de alto, por un metro cincuenta de ancho cada una, sumando una impactante entrada total de tres metros. Coronada por un arco superior, con la palabra “ínferas” tallada exactamente en el centro del mismo.
<<Son enormes ¿A quién esperaban que pasara por allí? >> Pensaba Ramiro, al contemplarlas.
El hombre abrió sólo una de estas, ingresó y la cerró detrás de él, dejando a los jóvenes esperando a ser atendidos. Los amigos se sentaron uno al lado del otro para charlar un rato sobre lo sucedido, y Gabriela caminó hacia la única ventana que había. Desde aquella abertura, la vista era increíble, se podía ver completa el área que pertenecía a Inferania y mucho más, incluso la densa arboleda que lo rodeaba todo, cubriendo de verde cada metro cuadrado a la redonda.
— ¿Qué será lo que quieren de nosotros? —preguntó la chica, sin quitar la mirada al horizonte.
—Supongo que retarnos e imponernos un castigo ejemplar —Matías le contestó rápido, y agregó —Renato, el hombre que me curó, dijo eso. Aunque no fue muy claro con los detalles, en realidad, no sabía muy bien. Sólo que era una falta grave ponernos en peligro, saliendo al exterior de la manera que lo hicimos.
—Entiendo —dijo ella, pensativa.
Matías entonces, se dirigió a su amigo —Perdóname por todo lo que te hice pasar hoy. Nunca medí, o pensé en lo arriesgado que era todo esto, y si ella o tú hubieran muerto esta mañana por mi culpa, creo que no me lo podría perdonar jamás.
Ramiro le dio unas palmadas en la espalda —Tranquilo, ya somos adultos y debemos aceptar nuestras responsabilidades. Tú las tuyas, y yo las mías. Mira, creo que tuvimos suerte, mucha, pero...
— ¿Pero? —Interrumpe el muchacho.
—También creo que esto nos sucede por algo, y que nos hace madurar a gran velocidad. Ahora sé lo que es el despertar de la partícula, y quiero entrenar, quiero mejorarla para que esto no nos ocurra nunca más, y podamos proteger con nuestro poder a aquellos que nos necesiten. Porque hoy sobrevivimos, muchas veces pudieron asesinarnos y siempre algo nos salvó las papas calientes. Pienso que la vida a su manera, nos dio otra oportunidad, y lo que no te mata...
—Te hace más fuerte —completa Matías —Gracias Rami, pienso igual, a partir de hoy ya no somos los mismos, somos y seremos más fuertes. Entrenaremos para ser los mejores.
Mientras los amigos hablaban y se subían la moral, la chica se había acercado, estaba de pie frente a ellos y los escuchaba atentamente.
—Gabriela, a ti también te debo una disculpa —Dijo Matías, visiblemente apenado —Y un enorme “gracias”, por ayudarnos y brindarnos tu protección, sin ti, no lo hubiéramos logrado jamás.
—Tranquilo guerrero, está todo bien entre nosotros. Además, veo que, sin querer, nos parecemos bastante.
— ¿Y eso cómo sería? —Pregunta Ramiro.
— Y si, al Igual que ustedes, yo salí porque no podía quedarme de brazos cruzados. Era la más cercana a los portones luego que se cerraron y ninguno de los vigías se dignó a salir, me dio tanta rabia e impotencia su cobardía o falta de interés, que ni vacilé. En cuanto a ellos, no sé a qué le temen más, si a los índomes o a romper una regla de los guardianes.
Pasaban los minutos y las dudas para el trío se incrementaban. Cada uno tenía un punto de vista, y en efecto, el inférico nunca les aclaró por qué estaban allí arriba. Todo eran teorías y conjeturas sobre por qué o quienes estarían del otro lado. Finalmente, la puerta izquierda se abrió y una voz los invitó a pasar, una voz que sonó muy familiar. Cuando acabaron de ingresar, el sujeto les indicó que cerraran la puerta detrás de ellos y luego de hacerlo, permanecieron de pie, alucinados por cuatro detalles imposibles de ignorar. Uno más espectacular que el otro, siendo los encargados de maravillar a los ínferas en su primera visita a la sala inferal.
El primero fue el espacio, la amplitud. Al ser el torreón más elevado de toda la ciudadela, tenía un tamaño considerable. El ambiente era un rectángulo de cuatro metros de ancho, como la sala de espera. No obstante, se destacaba por el largo, pues tenía alrededor de cinco o seis metros. Y en cuanto al techo, este iba en forma piramidal hacia arriba, acabando en punta y llegando con facilidad a los cuatro metros de altura, íntegramente hecho con madera.
El segundo detalle, era la luz natural, la claridad. Gracias a que en la habitación había una enorme abertura con un vidrio semi transparente, de color ligeramente celeste.
—Me pregunto cómo harán los vidrios —murmuró Gabriela —son preciosos.
Esta ventana enorme, daba hacia un balcón. Desde la cual podía apreciarse el lugar hacia abajo, porque era la torre más alta de Inferania. Todo estaba al alcance de los ojos curiosos, o si se quiere pensar también, el de los creadores de todo eso, ya que seguramente, querían tener una vista privilegiada sobre su obra arquitectónica. Las galerías, los demás edificios que se interconectaban, el patio central y el primer muro interior, absolutamente todo era especial y maravilloso. Seguidos por los campos de entrenamiento, el muro exterior y casi todas las atalayas de vigilancia, que conformaban la seguridad del perímetro hasta llegar al bosque. Nada estaba hecho porque sí, había muchos más detalles de los evidentes, y se merecían ser admirados por horas.
El tercero difícil de ignorar, era más bien un conjunto, una bellísima demostración de talento y dedicación. Dado que, en el centro de la habitación, había una gran mesa con capacidad para siete individuos y sus respectivos asientos acompañándola. Era rectangular, toda hecha en una sola pieza como las rocas de las paredes del castillo, tenía tres patas gruesas con forma de hexágono regular, una en cada extremo y la tercera en el medio, todas perfectamente centradas. El bloque de piedra macizo era de tres metros de largo por uno de ancho, tenía un grosor de veinte centímetros y un marmoleo similar al de las paredes, gris oscuro con rojo.
Las sillas eran de madera con amplios respaldos y asientos, dando la ligera impresión que fueron hechas para sujetos de mayores dimensiones. Sin lugar a dudas, estas sillas también recibieron cariño y dedicación, sus patas y respaldo eran de madera, fuertes y robustas, puesto que compartían el mismo material que los tirantes del techo. Con la diferencia, que presentaban un color mucho más oscuro, similar al marrón, casi llegando al negro.
Precisamente, el cuarto detalle se encontraba impreso en las estructuras de los asientos, y era la simbología. Las patas eran lisas y anchas, sin detalles especiales, salvo que, entre cada una, los travesaños tenían forma de arco, con la curva mirando hacia arriba. Los apoyabrazos eran largos y acababan con una puntera cuadrada, de mayor ancho que estos, los cuales sí tenían un detalle muy particular. Cuando un ínfera se sentaba, y descansaba sus manos, la de la izquierda tenía tallado al frente un círculo con un punto negro grueso en el centro. Y por el lado de la derecha, había una medialuna negra, con las puntas y la curva hacia la izquierda, como si miraran o se dirigieran al círculo del descanso opuesto.
En cuanto al respaldo, este era alto y rectangular, ligeramente inclinado hacia atrás, y acababa en forma de punta de bala. A la altura de la cabeza, justo donde comienzan las líneas curvas para cerrarse, nacían dos barras opuestas, una a cada lado y similares en forma a un alfil de ajedrez. Sin embargo, estas figuras no sobrepasaban la altura total del respaldo.
Y si bien de los tres ínferas, Gabriela era la más atenta y no se le escapaban los detalles, tanto Matías como Ramiro alcanzaron a percatarse de estos, reconociendo su belleza al instante. Básicamente, porque los asientos poseían simbolismos muy notorios y seguramente cargados de información, hechos de forma adrede por sus creadores. Pero, a pesar de poseer tales cualidades estéticas, carecían de elementos para aumentar la comodidad, como un asiento mullido o un apoya cabezas. En su lugar, donde una persona descansaría su área cervical, tenían grabado un escudo en forma de triángulo con punta hacia abajo. Esta figura especial, la cual ocupaba el ancho del respaldo y se ubicaba perfectamente en el centro, tenía los dibujos combinados de los apoya manos. Era la primera vez que los ínferas veían esos símbolos y quedaron maravillados por la calidad del trabajo y el posible significado que enconderían tales formas.
Ramiro se quedó pensativo, tenía una rara sensación de haber visto o vivido algo relacionado —No lo entiendo, qué extraño.
— ¿Qué no entiendes? ¿Estás bien? Son una Luna y un Sol, no le veo nada raro a eso.
—Siento mucha nostalgia y me late fuerte el corazón, como si mi propio cuerpo me quisiera decir algo.
—No pasa nada mi amigo, son asientos llamativos, nada más, y en cuanto a tu cuerpo, debe ser por el despertar que tuviste —le contesta Matías, intentado de calmarlo.
Ocupando dos de los siete lugares disponibles, se encontraban sentados Renato y Belaziel. Quienes, hasta ese momento, habían pasado casi desapercibidos para los jóvenes, y estos, cómplices, sabían que sus presencias corrían a segundo plano, frente a la magnificencia de los detalles habitacionales.
—Por favor tomen asiento, ya es hora —pidió el guardián —René nos han puesto al tanto de lo sucedido —les dijo. Se mostraba calmo, parco, sin mirarlos directamente a la cara en ningún momento, sólo se limitó a señalar los lugares en los cuales debían ubicarse, estirando su mano derecha con la palma abierta hacia arriba.
— ¿René? —exclamó confundido Matías, mientras caminaba hacia una de las sillas y se sentaba —Me dijo que se llama Renato.
—Así es como le decimos —contestó Belaziel —él se presentó como testigo a favor de ustedes.
El “testigo” llamado como tal, o René, no era otro que el inférico, quien se hallaba sentado y apoyado con ambos codos sobre la mesa, con las manos y los dedos entrecruzados hacia adelante. Su rostro no decía nada.
—Señor, nosotros —Matías quiso tomar la palabra, pero fue interrumpido por el guardián con el mismo tono indiferente que hace unos instantes.
—Por favor, en silencio. Ahora no necesito escucharlos y no están en condiciones de hablar tampoco. Ya actuaron por demás, ahora nos escucharán a los tres —sentenció fríamente el hombre.
— ¿Los tres? —Preguntó Ramiro, imaginando quiénes serían.
—Ezequiel y Rafael ya deben estar viniendo —respondió el guardián, y agregó —No dudamos que los hechos acontecidos hoy fueron desafortunados, pero aquí estamos, para que el sacrificio de sus vidas no haya sido en vano. Porque es nuestro deber seguir luchando ¿entienden? Los soldados que hoy enviamos para asegurar el perímetro fueron entrenados por nosotros durante meses y meses Ramiro. Los vimos emerger, los educamos, los acompañamos cuándo despertaron sus partículas y hoy nos toca sepultarlos. Queremos saber por respeto a sus memorias, qué sucedió y por qué no sobrevivieron.
Belaziel hace una pausa. Bajo esa rústica frialdad, puede sentirse en su voz, que hay sentimientos, se le quiebra y forma un nudo en la garganta —Eran camaradas, amigos, hermanos, ínferas. Confiábamos plenamente es sus facultades para combatir y defenderse ante la amenaza. Jamás enviaríamos inexpertos para ese fin, porque si hay algo que valoramos en este lugar, y nos diferencia de los enemigos, es el aprecio a la vida. Todos poseían un nivel aproximado de tres, un grado más que suficiente para defenderse de los centinelas. Y a pesar de ello, se vieron superados, incluso muriendo sin combatir, masacrados. Esto nunca había pasado, y ahora lamentamos sus pérdidas con nuestra incapacidad de prever.
— ¿Prever qué? —Consulta Gabriela.
—Que los indomes podrían mejorar. Que un día serían más, que un día...—
Ramiro, quien, con sólo recordar los cadáveres, le daba un ataque de ansiedad, se vio en la necesidad de expresarse e interrumpió a Belaziel de golpe.
—Señor no sólo eran más, fue una trampa desde el principio, tampoco iba a hacer la diferencia el nivel. Los rodearon y emboscaron para atacarlos por sorpresa, no hubo una acción directa, no hubo un enfrentamiento, fue una masacre. Vinieron de todas las direcciones y nada pudimos hacer por salvarlos, eran demasiado fuertes —Dijo, con lágrimas en los ojos.
Luego que el muchacho acabó con su descargo y al ver que el guardián permanecía en silencio, Matías tomó la palabra y relató desde su punto de vista.
—Instructor, sé que nunca tendríamos que haber salido, pero por favor, obvie ese detalle y escúchenos lo que tenemos que contarle, nuestro testimonio será de ayuda. Cuando fuimos a revisar los cuerpos en busca de sobrevivientes, había muchos centinelas en el suelo mezclados con los nuestros. Quisimos comprobar que estuvieran muertos, pero nos confiamos y lo hicimos mal porque ellos, los índomes, lo fingieron todo el tiempo rodeándonos y llevándonos a una trampa mortal.
El guardián lo miró extrañado, incluso se rascó la cabeza —No lo comprendo, entonces sí puede ser que hayan evolucionado. Los centinelas no hacen ese tipo de trabajos, jamás tuvieron inteligencia más que para matar, son animales Matías. Lo que me estás contando es difícil de creer y no concuerda con su comportamiento ¿cómo habrán aprendido a tender trampas?
Nadie contestó. Belaziel dejó un momento de silencio entre ellos, porque no tenían la respuesta. Igualmente, no duró demasiado, afuera podían oír a Ezequiel y a Rafael discutiendo entre ellos, sus voces tronaban en los pasillos y se oían cada vez más fuerte, conforme se acercaban.
— ¡Cómo puede ser que no haya sobrevivido nadie! —Gritaba Rafael.
— ¡Nos desobedecieron, se atrevieron a salir sin autorización! —Vociferaba Ezequiel también.
El trío al escucharlos, no pudo evitar tragar saliva. Nunca habían sentido a los guardianes tan enojados y desconocían de lo que eran capaces, o qué métodos de castigo utilizarían con ellos. Cuando se abrieron las puertas, primero entró Ezequiel y luego Rafael, dejándolas completamente abiertas. Ramiro por supuesto, ya conocía a su maestro, sin embargo, al otro no, sólo lo había visto una vez hasta ese momento y desde lejos. A simple vista reconoció que llevaba prendas muy similares a las de Gabriela, diferenciándose de los demás, porque sus ropas eran largas. Vestía un sobretodo que le cubría el cuerpo, hasta alcanzar los tobillos y era de color blanco, al igual que sus camaradas. Sin lugar a dudas, este hombre era el más alto de los tres guardianes, llegando casi a los dos metros.
Se destacaba con facilidad de sus pares, porque aparte de su considerable estatura, como buen arquero profesional, tenía la espalda ancha, grandes hombros y fornidos brazos. Llevaba el pelo largo amarrado con una banda a la altura de la nuca. En cuanto a la barba, esta no se quedaba atrás, siendo de gran longitud también, naciendo en las patillas y llegando a cubrirle el rostro hasta la mitad del cuello. Tanto su melena, como vellos faciales, eran de un color rubio dorado cobrizo. El iris de sus ojos en cambio, era de un marrón muy oscuro, los cuales acompañaban su frente ancha y nariz mediana de gran tabique, dándole un aspecto vikinguesco, como todo un guerrero nórdico.
Incluso con todas estas características a la vista, Ramiro y Matías, se percataron que no tenía seriedad en la mirada como Belaziel. Ni tanta profundidad o reserva como Ezequiel, dado que poseía una mirada bonachona y relajada. Más bien, irradiaba una solemne bondad, amabilidad y serenidad bajo ese imponente físico de guardián.
Una vez que ingresaron los maestros, cerraron la puerta para mantener la privacidad porque detrás de ellos se oían voces de más personas. Luego Rafael, caminó hasta Gabriela y la abrazó, le preguntó en voz baja si estaba bien y le dijo algo más, que sólo ellos pudieron oír. La chica se mostraba aliviada, contenida, movió la cabeza de manera afirmativa y volvió a sentarse. Ambos guardianes tomaron asiento sumándose a la conversación y entonces fue Rafael quién habló primero.
—Jóvenes, discúlpennos por el alboroto de hace un momento, pero no podemos ocultar nuestro enojo, porque este mismo, nace del miedo. Nosotros prácticamente los vemos nacer y crecer ¿saben? El temor que sentimos, es similar al de un padre cuándo ve que su hijo sale a enfrentar el mundo. Y ese miedo, se transforma en dolor, cuándo perdemos vidas valiosas, porque todas lo son, no hay más o menos importantes. Y si bien sabemos que nuestra bronca no debe ser descargada en ustedes, lo que han hecho hoy, por más buenas intenciones que tuvieran, estuvo muy mal. Podrían haber sido quince en vez de doce, y cada una de las muertes nos duele en el alma.
— ¿Entonces? ¿No está enojado porque les desobedecimos? —La chica no lograba comprender y fue Ezequiel quién la ubicó.
—Nuestros sentimientos van más allá de un simple enfado Gabriela, estamos dolidos. Entiendan que hacer emerger, entrenar y educar ínferas, requiere de mucho esfuerzo, sacrificio y compromiso. Si eran asesinados, no solo echaban a perder todos estos meses de trabajos en conjunto, también sus preciadas partículas, la razón de su existir. Además, fueron demasiados los riesgos que tomaron y muy pocas las probabilidades que tenían de vivir, tal vez no se dieron cuenta aún, pero sus nombres, deberían estar junto a los caídos esta mañana.
El guardián hace una pausa y luego desvía la mirada hacia su discípulo.
—En especial tú Ramiro, allí no es el campo de entrenamiento ni son tus camaradas los oponentes ¿comprendes? Porque afuera, lejos de la seguridad de estos muros, estamos hablando de enfrentar índomes. Ellos no tienen dientes de goma, garras de madera redondas, o se van a detener cuándo te golpeen. No sienten dolor o miedo como nosotros, no razonan, no se puede tratar con ellos, no sienten pena o temor, y jamás se detendrán hasta eliminarte, porque ahí afuera, es la vida real. Cruda, fuerte, intensa, sin cuartel, ganar es vivir un día más, perder es morir, no hay grises. Y lo peor de todo, es que pudiste haber arrastrado a tus amigos contigo, al arriesgarte a luchar sin el control de tu partícula. Simplemente, hubieran lanzado a la basura todos estos meses de entrenamiento para nada, y no se puede, no funciona así.
—Ezequiel —Se excusaba el joven estudiante —No pudimos evitar la impotencia al oír los gritos agónicos de los guerreros.
—Fue una emboscada —Agrega Renato —No hubo combate. Los vi, sus cuerpos estaban mutilados como nunca antes. Los destrozaron como si fueran muñecos de trapo.
—Sí —continúa Ramiro con su relato —Ahora que podemos contarlo, sabemos que fue una trampa desde el principio y nosotros estábamos justo allí, tan cerca, que quisimos ayudar, mientras aún seguían con vida. Pero puedo asegurarle, que, en ese momento, ni siquiera ellos sospechaban de esa treta. Ellos no tendrían que haber salido, no al menos en un grupo tan reducido.
—Ramiro —Le contesta Ezequiel, su voz es grave y tensa, ligeramente apretando los dientes, conteniendo su enojo —No eran un grupo reducido, y no eran novatos. Eran ínferas altamente entrenados y piénsalo, eran doce. Sabían trabajar en equipo y conocían el terreno muy bien.
— ¡Pero eso no bastó! —el muchacho golpea la mesa con el puño, de impotencia, recordando el rostro moribundo del guerrero que le dio su espada.
—Muchacho, no estás en condiciones de faltarnos el respeto —le advierte Belaziel.
—Señores, Ramiro, cálmate por favor —toma la palabra Gabriela —Entiendo sus sentimientos, sé que les duele, y por supuesto que aceptaré el castigo que me dicten. Pero compréndannos, que hablo por los tres, cuando les digo que no soportamos la idea de quedarnos de brazos cruzados viendo cómo lastimaban y mataban a los nuestros.
Rafael se encontraba conmovido y su rostro no podía mentir. Como guardián y responsable de cada persona emergida, esta situación le tocaba su fibra más profunda e íntima. Cada pérdida la sentían como la de un padre a un hijo para ellos, pues eran los máximos responsables de todos a lo largo de su vida como Inferas. Desde el primer instante que se emerge, hasta que se lo instruye, enseña a utilizar la partícula y eventualmente, se reencuentran con la muerte.
—Gabriela, que estemos en esta posición, no significa que seamos de piedra. No nos subestimen, no dejen que nuestro comportamiento calmado, en aparente frialdad, los confunda. Nosotros también comprendemos sus sentimientos y créannos que pensamos igual. Sin embargo, les falta mucho por madurar, en el campo de batalla, deben equilibrar el corazón con la inteligencia y la racionalidad, jamás actúen sólo por impulso. Además, quiero que sepan que estamos muy afligidos con lo que ocurrió, por un lado, nuestros corazones laten felices, que ustedes hayan peleado y sobrevivido, pero por el otro, cada latido es una lágrima de lamento. Como guardianes, estamos profundamente adoloridos por los muchachos que hoy perdieron la vida defendiéndonos, porque todos ellos, todos ustedes son muy valiosos.
Se hizo un silencio de varios segundos, en los cuales nadie agregó nada. Porque a veces, las palabras se acaban y es mejor no decir más. Entonces, Belaziel, un poco menos afectado y de corazón más frío que sus compañeros, quiso conocer mejor los detalles sobre lo ocurrido en el campo. Así que le habló directamente a su pupilo, sentado, apoyado bien atrás sobre el respaldo y cruzado de brazos.
—Matías, necesitamos que nos cuentes lo que viste. Quiero tu verdad, dime ya mismo todo lo que ocurrió, sin vueltas.
El muchacho tragó saliva, llevaba meses entrenando con su maestro, y realmente, es esos instantes, no sabía si estaba enojado o qué le pasaba —Está bien, les contaré todo lo que sé.