Brisa
En esta sección, voy a narrarte algunos de mis sueños, ya que en ocasiones son historias que me gustaría compartir contigo. Durante mi vida, he experimentado varios tipos de sueños: sueños que son meramente eso, sueños; premoniciones en las que vivo lo que acontecerá en el futuro; y sueños que parecen transmitirme un mensaje sobre mi situación actual. Debes saber que los sueños son simbólicos, todo está envuelto en metáforas que necesitamos descifrar. Espero que disfrutes esta sección y que compartas tus impresiones y comentarios sobre lo que relato aquí.
11/03/2024, CDMX
Estoy sentada en el sillón de la sala. Observo. El mundo ocurre del otro lado del vidrio. El árbol frente a la ventana sostiene una presencia que no termina de revelarse: entre las ramas distingo una cabeza, orejas, un hocico. Es un oso. No lo veo completo, pero sé que está ahí. En el sueño comprendo que lo que no se muestra del todo es lo que más pesa. El oso observa desde lo alto como lo hacen las fuerzas que gobiernan sin exponerse.
La escena cambia y continúo observando.
Trabajo ahora en la Secretaría de Educación Pública. Me encuentro dentro de una oficina dirigida por una mujer que encarna la regla. No sé con precisión cuál es mi función, pero entiendo con claridad aquello que no puedo hacer: no puedo ofrecer a los niños ni a sus padres la experiencia que se les promete. El sueño me muestra que cuando el cuidado se vuelve procedimiento, la experiencia se vacía. Observo que no es mala voluntad, es estructura.
Me doy cuenta de que el problema no son las personas, sino las normas que organizan sin escuchar. Surge en mí el deseo de transformarlas. No desde la confrontación, sino desde el aprendizaje. Pienso que debo especializarme, adquirir herramientas que me permitan cambiar las reglas desde dentro. Por la tarde salgo en busca de un diplomado. Descubro que no existe. El sueño me dice con claridad: no todo lo que necesita cambiar puede certificarse.
Más adelante estoy en una reunión. Una mesa larga. Directores de distintas áreas. Mi esposo me acompaña; observa sin intervenir. Yo también observo. Sé que, en ese momento, quien gobierna es el PAN, pero quien está sentado en la mesa es Peña Nieto, el PRI. El sueño produce un traslape: los partidos se confunden porque el modo de ejercer el poder permanece intacto. Comprendo que no importa quién gobierne si la forma de gobernar no cambia.
Las personas hablan. Observo cómo las palabras circulan sin tocar nada esencial. Nadie propone una transformación real. Entonces un joven se levanta y habla. Expresa su inconformidad con la manera en que se maneja la unidad donde trabajo. Su voz no es técnica, es vivida. Lo apoyo. Me coloco a su lado. El sueño me muestra que no hablo por los otros: hablo con ellos.
Intentamos convencer al presidente. Observo su reacción: molestia, cierre, final abrupto. La junta se termina sin acuerdo. El poder, cuando es cuestionado, interrumpe. Salgo del lugar con la certeza de que hablar no garantiza ser escuchada, pero callar garantiza la repetición.
Camino esperando que mi esposo pase por mí en el auto. No sucede. Quien me recoge es mi hermana. Subo y ella me lleva a casa. El sueño me recuerda que cuando la institución falla, el sostén aparece en los vínculos. No todo lo que sostiene es jerárquico.
Estoy de nuevo en la sala.
Miro otra vez hacia el árbol. El oso sigue ahí. Me asomo a la calle y observo a unos jóvenes jugando fútbol. Representan una vida que continúa sin estar sentada a la mesa del poder. Cuando regreso la mirada al árbol, el oso cae. Su cuerpo pesado se desploma. No ruge. No se defiende. Queda inconsciente en el suelo. El sueño me dice que el poder cae no cuando es atacado, sino cuando se vuelve incapaz de sostenerse.
Observo cómo los jóvenes lo notan. Se acercan. Llaman por teléfono. Se organizan sin saber exactamente qué hacer. El oso ya no observa desde arriba. Ahora es observado. La responsabilidad se desplaza.
En ese momento despierto. Comprendo que el sueño no anuncia una solución, sino un movimiento: del peso concentrado hacia la conciencia compartida. Observar, en este sueño, no es pasividad. Es preparación.
CDMX, 21/12/2025
La chispa divina de mi hermana me envuelve en una despedida de luz
Les quería contar esto desde hace unos días, pero ayer fue un día complicado.
Soñé con Clau. Iba caminando por un bosque con varios árboles; no eran pinos, me viene a la cabeza que eran encinos, aunque no estoy segura. Había otros árboles también, era un bosque muy lindo.
Caminaba y llegaba a un edificio grande, de paredes de ladrillo, como de un rojo quemado. Desde afuera no se veían ventanas, pero al entrar estaba todo luminoso. Había rampas con barandales, no había escaleras; parecía una casa diseñada por Barragán. Yo iba sin dudar: subía, bajaba, miraba todo con mucha atención. La luz era muy hermosa, porque las ventanas —aunque por fuera sólo se veían muros— dejaban ver cielos azules con nubes de algodón.
Después de ir y venir llegué a una puerta. La abría y ahí estaba Clau, ya saben, sentada, un poco lanzada hacia adelante y con su gran sonrisa, esa que le hacía sonreír también con los ojos.
Me decía:
—¡Hola!
Y yo le respondía:
—Vamos a pasear.
—Sí —me contestaba.
Se tomó de mi brazo y nos fuimos caminando por una rampa hacia el bosque. Fue un sueño muy padre, me dejó mucha paz.
Siento que vino a decirme que está bien y que quería que yo también la acompañara en su despedida.
CDMX, 05/12/2025.
Dios es nuestra fuerza
Estaba en una ciudad desconocida pero luminosa, junto a mi familia, algunos amigos cercanos y nuestras mascotas. Todo transcurría con normalidad, comíamos, reíamos, discutíamos.
En otra escena caminaba con mi hermano por una calle curva, de muros altos y antiguos, como si estuviéramos dentro de un laberinto hecho de piedra. Había gente caminando con calma, rostros serenos, conversaciones suaves. Una paz cotidiana, sin sobresaltos.
Pero de pronto, sin aviso, la atmósfera cambió.
Algo invisible se rompió en el aire. Comenzaron a aparecer unos seres extraños, monstruos de formas cambiantes, oscuros, deformes, imposibles de describir sin sentir un escalofrío. Lo más terrible no era su presencia en sí, sino que se escondían detrás de los rostros que más amabas. Tu hermano, tu hijo, tu padre, tu madre… los mirabas a los ojos, confiada, y de pronto ¡pum!, como un trueno, sus rostros se deshacían y aparecía el monstruo, como saliendo de su interior, revelando su verdadera forma.
El pánico se apoderó de todos.
Comenzamos a correr. El miedo era absoluto, antiguo, como si viniera desde las raíces mismas de la humanidad. Nadie podía confiar en nadie. Dudábamos los unos de los otros. Nadie sabía si la persona que tenía al lado era real o un disfraz más del horror. Estábamos temblando, solos, quebrados por dentro.
Me vi a mí misma agazapada en un rincón, sin saber qué hacer. Y entonces los vi: cuatro monstruos venían hacia mí. Los vi con claridad, sus ojos como brasas apagadas, sus cuerpos oscilando entre la materia y la sombra.
Sentí que ya no podía correr.
Así que hice lo único que me brotó del alma: levanté las dos manos frente a mí, las extendí como quien pone un límite firme entre el caos y mi corazón, y dije con una voz que no parecía mía:
"Dios es mi fuerza.
Por medio de esa fuerza, te detengo."
Y se detuvieron.
No sólo ellos: el miedo también se detuvo. Fue como si una ola invisible hubiera barrido la desesperación. Me puse de pie. La gente que había presenciado la escena me miraba, asombrada. Y entonces uno, luego otra, y después muchos más comenzaron a levantar también sus manos y a repetir:
“¡Dios es nuestra fuerza!”
El terror retrocedió. Los monstruos empezaron a deshacerse, como sombras disipadas por la luz del amanecer. En sus rostros aún quedaba una huella de furia, pero no podían avanzar. Habíamos encontrado la clave: no era correr, no era dudar, no era el combate… era invocar, recordar, confiar.
Y así, de un paisaje de horror emergió una fuerza compartida: la fe.
CDMX, 24/05/2025
La casa de madera y el jardín de los sueños
Vivía en una pequeña cabaña de madera, situada en un segundo piso. La casa, aunque modesta, era hermosa en su sencillez: toda hecha de madera, desprendía ese calor silencioso que tienen los refugios construidos con amor. Los antiguos dueños —miembros de una ONG que se dedicaba a cuidar y educar a niños abandonados— nos habían vendido esa parte de la propiedad. Y aunque la vivienda era pequeña, al frente nos había quedado un amplio jardín, donde los autos podían estacionarse y el aire parecía correr más libre.
Aquel día —o aquella noche, no podría asegurarlo— llegaba a casa y, al pasar frente a la reja que separaba nuestra casa del de la ONG, vi a un muchacho colgando una maceta. De ella desbordaba una planta exuberante, colmada de flores y hojas que parecían saludar al viento. Era tan bella que no pude evitar acercarme. Los dos, casi sin palabras, compartimos la alegría sencilla de estar ahí, de mirar la planta y comentar su hermosura.
Cuando me despedía, una memoria se encendió dentro de mí: recordé que tiempo atrás había trabajado en esa ONG, dando clases a los niños, hasta que una enfermedad mental —una sombra que me cubrió por entero— me hizo abandonar no sólo mis obligaciones, sino un pedazo de mí misma. Entonces pensé, con un impulso que nacía del corazón: qué hermoso sería volver. Así que volví sobre mis pasos y llegué al lugar donde los niños jugaban y las personas trabajaban. Pedí hablar con la directora y me señalaron dónde estaba.
Ella me reconoció al instante. Su mirada era un espejo de reproches contenidos: me dijo que, por mi culpa, la organización estuvo a punto de quebrar. A pesar de ello, reuní valor y le pedí una segunda oportunidad. Sentía, en el fondo, que no le era del todo antipática, que algo en mí le despertaba afecto. Hablamos largamente, y al final, para mi alivio, aceptó que regresara.
De nuevo en casa, encontré a mi esposo enfrascado en una discusión ardiente con dos personas. Él intentaba explicarles que todo había sido un malentendido, que jamás había tenido la intención de dañar a nadie. El ambiente estaba tan cargado que decidí salir, bajar a visitar a los vecinos del piso inferior. Eran hippies: vestían túnicas livianas, ondeaban banderas de amor y paz, y el aroma de la yerba y de una droga más fuerte flotaba en el aire. Me invitaron a unirme, a compartir el humo y la charla, y así lo hice.
Pero lo que más me asombró de este sueño fue lo que descubrí en medio de él: el recuerdo vivo y nítido de otro sueño anterior. Lo reconocí como algo ya soñado, y esa certeza me dejó una impresión profunda, como si los sueños mismos se tejieran en un tapiz de memorias que no logro desentrañar.
22/06/2025, CDMX.
Era joven. Mis amigas de El Salvador me escriben invitándome a visitarlas, aunque el país estaba en guerra.
Iba y me sentía feliz en ese país tan bonito, tan verde. Caminábamos por una vereda, bajando entre árboles y plantas, cuando nos cruzamos con un retén. Estamos muy asustadas.
Mi amiga pasa primero, da su nombre, y parece que le van a dar el pase. Pero se acercan a mí. Ella voltea y me dice en voz baja que no diga que soy mexicana. Pero se notaba a leguas mi mexicanidad. Total, tengo que decirlo: soy mexicana.
Veo que eso les molesta. Creen que vengo a ayudar a quienes están en su contra. No me dejan hablar, me callan, me miran con furia. Una mujer vestida de revolucionaria —o qué sé yo de qué, pero ya saben: de verde, sombrero y botas— me mira con dureza.
“A nosotros no nos gustan los mexicanos traidores”, dice. “Por eso te vamos a apedrear.” Se voltea y recoge una piedra grande.
Todos comienzan a recoger piedras. Estoy muy triste. Ha de ser horrible que te apedreen. Como siempre, le pido a Dios una salida.
Justo cuando la mujer va a lanzar la primera piedra, llega un general, baja del jeep. Detiene a la mujer y le dice que no. Nos mira a mis amigas y a mí: “Vengan”, dice.
Lo seguimos. Entra a la casa donde habíamos estado. Una casa pequeña de adobe, de techo de palma. Regaña a la dueña. Le reclama por habernos traicionado. “Eso no es moral”, le dice.
Termina el sueño.
11/13/2025, CDMX.
Un hombre con un cuchillo nos persigue a mí, a mi esposo y a mis hijos. El filo del arma brilla bajo la tenue luz, y su expresión de furia nos llena de terror. Corremos sin mirar atrás, guiados solo por la urgencia de escapar. Cruzamos un río de aguas tranquilas, casi un hilo que serpentea sin fuerza. El cauce apenas nos cubre los pies, pero cada paso parece eterno mientras sentimos su presencia cerca, demasiado cerca. Al otro lado, comenzamos a escalar un cerro empinado, nuestras piernas arden con el esfuerzo. Sabemos que nuestra casa está en la cima y nos aferramos a esa idea como si fuera nuestra salvación.
Finalmente, llegamos. Entramos jadeantes y cerramos la puerta detrás de nosotros. Mis manos tiemblan mientras aseguro la cerradura, aunque sé que no será suficiente. Nos asomamos por la ventana, temerosos. Y ahí está él, el hombre, subiendo lentamente el cerro, cuchillo en mano. El filo ahora está teñido de rojo, y mi corazón se detiene por un momento. Estoy aterrorizada, más de lo que jamás creí posible.
De pronto, la escena cambia. Ahora, dos hombres vestidos de policía están tras el asesino. Corren por la orilla del río, observando con detenimiento cada rincón. Encuentran una balsa abandonada, su vela rota ondeando levemente al compás del viento. La revisan con rapidez, intercambian palabras breves y continúan la persecución río arriba, decididos a atraparlo.
Vuelve a cambiar el escenario. Ahora estoy al otro lado del río. Veo al presidente Bukele de pie junto a su esposa, observando nuestra casa con una gran sonrisa. Nos hace señas con la mano, invitándonos a acercarnos. Dudo por un momento, mi cuerpo aún tembloroso por el miedo, pero me asomo por la ventana y ya no veo al hombre del cuchillo. Con algo de temor, decidimos bajar del cerro. Mi esposo y yo nos dirigimos hacia el presidente, pero noto que los niños ya no están con nosotros.
Cruzamos nuevamente el río. Esta vez el agua parece más fría, más densa, como si quisiera detenernos. Al llegar al otro lado, veo a mi mamá platicando con el presidente. Me saluda con su mano y se aleja. Camina contenta hacia un comal grande donde prepara las pupusas de la fiesta.
Nos acercamos al presidente y lo saludamos. Con un gesto amplio y amable, nos invita a mirar a nuestro alrededor. Es de noche, una gran fiesta se extiende detrás de él: luces parpadeantes, risas y música llenan el ambiente. Hay mucha gente, todos sonrientes y disfrutando del momento. Nos dirigimos hacia mi mamá un aroma cálido nos envuelve.
Nos unimos a la fiesta, nos servimos una pupusa a la que le añadimos curtido. Por primera vez en mucho tiempo, nos sentimos bien. La tensión y el miedo comienzan a disiparse. Estamos contentos, vemos al presidente con su esposa todos integrados en la fiesta.
CDMX, 10/12/2024
Rosa de Lima
Todo comenzó en la Suburbia de Parroquia, donde fui a comprar ropa. Al salir, decidí caminar por los callejones que tanto me gustan. Sin embargo, como es frecuente en mis sueños, me perdí. No me preocupé demasiado, ya que todo era hermoso, similar al centro de la Ciudad de México, con sus imponentes construcciones coloniales.
De repente, vi a una pareja de ancianos caminando hacia donde yo me dirigía. Decidí seguirlos, pensando que ellos también iban hacia Cuauhtémoc, la calle que buscaba. En un momento, los ancianos preguntaron a un policía dónde estaba "Rosa de Lima". El policía les indicó que estaba al final del callejón y ellos, emocionados, comentaron que iban a una fiesta.
Al doblar la esquina detrás de la pareja, me encontré con impresionantes figuras prehispánicas talladas en piedra en el vértice del edificio: 'águilas' y 'pumas' con sus fauces abiertas.
Cuando llegamos al lugar, vimos un enorme portón de cobre de unos cinco metros de alto, adornado con dos círculos. Dos hombres musculosos, vestidos con taparrabos, alpargatas, muñequeras y turbantes de color turquesa, abrieron las puertas corredizas. La pareja entró sonriente y continuó su camino, mientras yo me quedé en la entrada admirando los caminos de piedra y un gran domo de cobre a mi derecha. Después de un momento, decidí regresar a la esquina y observar nuevamente las figuras de piedra.
Seguí caminando y, de repente, me encontré en una oficina. Estaban el papá de mi nieta, su mejor amigo y yo, aparentemente planeando un negocio. Mientras colocaba unos lápices en la lapicera y me levantaba de la mesa, les dije que debía irme, que necesitaba encontrar el camino. Pasé por un largo pasillo lleno de oficinas un tanto desordenadas. Al salir a la calle, me encontré rodeada de enormes iglesias. Alzaba la mirada y veía las torres de una iglesia. Giraba la vista y aparecía la torre de otra. Bajaba la mirada y veía el arco de la entrada de una más. Cada una con una arquitectura más hermosa y sofisticada que la anterior, me invitaban a entrar, pero decidí seguir mi camino.
Bajé la mirada a mi celular y pensé que lo mejor sería pedir un taxi por la aplicación de Uber, ya que realmente lo que quería en ese momento era llegar a Cuauhtémoc.
He estado reflexionando sobre este sueño, y siento que simboliza mi búsqueda del camino de regreso a la casa de nuestro padre creador. Pero, al igual que en la vida real, estoy más ocupada resolviendo lo cotidiano, comprando ropa y perdiéndome en el regreso, olvidándome de mi verdadera búsqueda. En el camino, los ancianos van a una fiesta en 'Rosa de Lima', la primera santa de América, pero en vez de unirme a la fiesta, me quedo en la puerta y regreso para encontrar la calle de Cuauhtémoc, olvidándome de mi verdadera búsqueda. Me paro en el umbral, no me da miedo entrar, pero me olvido por la urgencia de ubicar la calle. Quizá las iglesias están ahí para invitarme a entrar y, en sus recintos, encontrar el camino de regreso a casa.
18/05/2024, CDMX.
Sueño 2
El hotel del árbol
El sueño que experimenté hoy no sigue una narrativa clara como otros; más bien, se destaca por su singularidad. No logro entender completamente su significado, ni creo que sea premonitorio, pero indudablemente fue una experiencia divertida y reconfortante. Te invito a seguir la historia.
Todo comienza con la visión de un documento en el que figuran los nombres de dos empresas. Sin embargo, la letra cursiva dificulta su lectura y no logro discernir los nombres, lo que añade un misterio intrigante a la escena inicial. Pronto me encuentro en otra escena, viajando en una limusina junto a otros miembros de mi generación. Nos dirigimos hacia una empresa famosa que, al fusionarse con la nuestra, nos proporcionaría la publicidad tan necesaria para nuestro negocio, un hotel.
Vale la pena mencionar que este hotel es mucho más que un simple negocio; es una empresa familiar que ha sido cuidadosamente transmitida de generación en generación, desde nuestros abuelos hasta nosotros. Ahora, con el destino de ser heredado por nuestros hijos y nietos, se convierte en un legado que nos llena de orgullo y responsabilidad.
Al llegar a la empresa nadie nos espera, parece que no hay tal junta, que la suspendieron, no sabemos qué pasa, estamos confundidos, quienes nos reciben van y preguntan a sus superiores para saber si la junta se está realizando o se va a realizar, pero no, no hay nada. Investigan más a fondo y descubren que nuestros nietos han cancelado la junta, no quieren que se venda la empresa. Subimos de nuevo a la limosina y vamos a enfrentar la situación con los nietos, les explicamos por qué es importante fusionarnos con esta empresa, logramos convencerlos y se realiza el contrato.
Con el acuerdo sellado, la escena cambia. Observo una interminable fila de personas que se pierde a lo lejos entre la neblina, formada en la entrada del hotel, ansiosas por hospedarse. Están tranquilas, contentas, esperando pacientemente su turno. Decido entonces explorar el lugar que mis abuelos habían fundado y que aún no conocía. Para mi sorpresa, descubro que las instalaciones están alojadas dentro de un árbol gigantesco. Subo por las escaleras de madera en espiral y me adentro en la primera habitación. Es un cuarto pequeño, ubicado a pocos metros de la base del árbol, y la puerta es un tanto estrecha, más parecida al hueco para una ardilla. Resulta un poco incómoda para acceder, ya que el piso está ligeramente elevado respecto al umbral de la puerta. Me doy cuenta de que estoy vestida con falda y llevo un sombrero. Entro con un pequeño salto y, al levantarme, me encuentro con una habitación encantadora, bañada por la luz del sol. Observo el cuarto de baño frente a mí, la cama perfectamente tendida, un escritorio con su lámpara de pie. Las paredes no son rectas, sino que siguen la forma del árbol, creando un ambiente que percibo como confortable. La vista desde la ventana no es muy amplia, da al jardín del hotel. Me encuentro muy abajo del árbol, a pocos metros de su base, y al asomarme por ella y mirar hacia arriba, me doy cuenta de que las habitaciones superiores deben ofrecer vistas impresionantes, dado el tamaño majestuoso del árbol que se eleva sin fin hacia el cielo.
Cambio de escena y me encuentro en otra parte del hotel. Hay una gran chimenea que alcanza la altura de una persona, mesas y sillones, alfombras y diversos objetos distribuidos en un espacio enorme. Las recamareras y los mozos van sonriendo, vestidos con sus uniformes, mientras se agachan para limpiar la chimenea. Platican alegremente entre ellos, sus rostros iluminados por la felicidad. Están contentos porque tienen un excelente trabajo con buenos sueldos. Comentan entre sí lo felices que están porque tienen un trabajo que les apasiona y que ven florecer. Se respira esperanza en sus vidas desde que la familia aceptó la fusión.
Continúo explorando las instalaciones y noto que predomina la madera, como era de esperarse al estar dentro de un árbol. Entro a la cocina y veo cómo los vapores y los aromas emergen de las ollas para llenar el recinto. Los chefs, con sus característicos sombreros, trabajan en una cocina espaciosa, donde las enormes ollas de barro burbujean sobre las estufas de arcilla y leña. La gente está inmersa en su labor, el ruido de los utensilios y los meseros que gritan órdenes de los comensales llenan el ambiente. Escucho: "¡Cangrejo!", alguien responde: "¡Va!", un poco más lejos alguien dice: "¡Pulpos a la gallega!", y alguien responde: "¡En seguida!". Observo langostas, camarones, paellas, embutidos, cocidos. Todo se antoja y se ve delicioso, y al igual que los meseros y las recamareras, quienes trabajan en la cocina están felices de ser parte de esta empresa.
Vuelvo a encontrarme sentada en la cama de la habitación donde todo comenzó, esa pequeña estancia en la base del árbol que posiblemente representa la unión de mis abuelos. No estoy segura, pero observo a nuestros nietos correr por los pasillos del hotel. Suben y bajan las escaleras de caracol vestidos como personajes de cuentos: niñas con vestidos amplios de lino, adornados con holanes y listones de seda, mangas de aleteo y mandiles; niños con sombreros, pantalones cortos y botines. Al igual que todos los demás, están felices. Entonces, me despierto.
No estoy segura si hay algún simbolismo o mensaje detrás de este sueño. Sin embargo, pienso que podría estar relacionado con mi familia paterna, ya que amanecí con canciones de Serrat en mi cabeza y el contexto era español. Además, la familia de mi mamá no tuvo mucha descendencia y la poca cortamos cualquier relación, por lo que me siento huérfana de esa parte. Aunque mi papá intentó distanciarse de su familia, algo que nunca le perdoné, nunca entendió lo importantes que fueron esos pocos y pequeños viajes a su familia en Jalapa o a la casa de mi tía en Tlalpan. Cuando lo acompañamos mi hermano y yo a despedirse de mi tío Julio, no prestó atención a cómo sentimos al estar en el seno familiar. Corríamos por la casa, jugábamos con los perros y bajábamos al huerto. Aunque mis recuerdos son vagos, sirvieron para que en mi imaginación construyera amistades con todos ellos, especialmente con uno de mis primos, delgado y de cabello largo, a quien recuerdo visitando a mi papá en alguna ocasión y despidiéndose de mí con una sonrisa a lo lejos. Desde ese día lo consideré mi primo favorito, era mi familia y sentía que la recuperaba en mis sueños. Mi papá debería haber entregado ese legado, independientemente de sus opiniones. Mi tía de Tlalpan fue uno de los principales enlaces que nos sostuvo a flote. La recuerdo hermosa y sonriente, trayendo queso y galletas a casa. Lo único que logro pensar sobre mi sueño es que, desde mi perspectiva, mis abuelos dejaron un gran legado que somos todos nosotros, y que sigue fortaleciéndose y creciendo con el tiempo. ¿Qué opinan ustedes? ¿Tendrá algún significado?
06/04/2024, CDMX.
Sueño 1.
Los personajes en el sueño somos mi esposo, un amigo suyo, su esposa y yo. Somos grandes amigos y vivimos en un lugar hermoso; estamos muy felices. Ellos tienen un hijo de unos seis años, son jóvenes y muy hermosos. Un día, el muchacho me confiesa que realmente no ama a la mujer con la que tiene un hijo, sino que siente un fuerte afecto hacia un chico con quien tuvo una relación anterior. Le escucho y le digo que, si ama a la otra persona, debería regresar con él. Sin embargo, yo pienso que en realidad su verdadero amor es la mujer con la que tiene un hijo y que ese sentimiento por el otro chico es simplemente producto de los problemas que enfrentan en su relación, especialmente en ese momento en que los problemas económicos los agobian. Entonces, le sugiero que tengo una amiga que podría ayudarle a viajar para encontrarse con su amigo, de modo que pueda explorar ese sentimiento que cree tener hacia él y descubrir si realmente está enamorado. Si es así, tendría que buscar la forma de volver con él. Quedamos en ir.
Cambia la escena y nos encontramos en un camino sinuoso y largo, donde había en algunos tramos tiendas de artesanías diversas. Cuando llegamos a la casa de mi amiga, era una especie de tienda bereber del desierto. Levantamos la cortina y entramos a un espacio circular. Ella sienta al joven frente a ella y le ofrece una poción, luego lo envuelve en cobijas dejando solo la cara al descubierto. En el sueño del chico, yo puedo observar la escena, él camina por una ciudad buscando a su amigo. Cuando finalmente lo encuentra, ambos se muestran felices, se abrazan y se besan. Sin embargo, cuando están desnudos, él se da cuenta de que ese placer adicional que le daba este hombre en realidad era un cangrejo que le hacía cosquillas en el estómago. Al percatarse de esto, resuelve que realmente no siente nada por el chico.
Cuando regreso a casa, estoy contenta de haber ayudado al joven a resolver su duda amorosa. Él está radiante y va en busca de su mujer, dispuesto a enfrentar los problemas. Por mi parte, llego a mi departamento. En ese momento, mi marido no está en casa, así que decido meterme a bañar. Estoy feliz de haber podido ayudar a nuestros amigos. Paso un buen rato en el baño, me visto, me peino, todo con gran alegría. Al salir, me doy cuenta de que la puerta de entrada está abierta. Me asomo y veo que la reja también está abierta. Al voltear, me encuentro con que la casa está vacía: han robado todo. Absolutamente todo ha desaparecido: mi bolsa, mi celular, las computadoras, los sillones, la cama... todo. Solo queda el departamento, totalmente blanco y luminoso. Mi corazón late a toda velocidad por el impacto. Exclamo: ¡han robado todo! En ese momento, despierto.
Interpretación: Desde mi perspectiva este sueño me está indicando que, aunque tanto yo como las personas a mi alrededor enfrentamos problemas, he logrado desapegarme de ellos, lo importante es valorar lo que es realmente valioso y real. Dice el 'Un curso de milagros': "Al Cielo se llega con las manos vacías y las mentes abiertas, las cuales llegan sin nada a fin de encontrarlo todo y reivindicarlo como propio. Hoy intentaremos alcanzar este estado dejando a un lado el autoengaño y estando sinceramente dispuestos a valorar únicamente lo que en verdad es valioso y real. Nuestras dos sesiones de práctica largas, de quince minutos cada una, deben comenzar con lo siguiente: No le daré valor a lo que no lo tiene y sólo iré en pos de lo que es valioso, pues eso es lo único que deseo encontrar."
Deseo que tengas un bonito y feliz día. ¡Un abrazo!
11/03/2024, CDMX.