Siempre me descubro, y comprendo que todo lo que me ocurre es una nube de mentiras tejida por mi miedo a Dios.
Cuando reaccionamos, nos enfrentamos a una realidad que tememos, nos aferramos, y no logramos despertar en la casa de nuestro Padre.
La muerte no existe: somos eternos. Es solo el disfraz del ego, que teme desaparecer cuando volvamos al hogar.
Morir es despertar: en otro sueño, en otra narración, con otros actores, o los mismos en nuevos papeles. O vivir al fin, porque elevamos nuestra energía y abrimos la puerta de nuestro verdadero hogar.
El perdón y el amor ya cumplieron su misión. Se disolvieron en nosotros, y nos transformamos en amor, uniéndonos al gozo eterno del universo.
Los otros existen, no son imaginación. Pero lo que percibimos de ellos es nuestro propio sueño de miedo. No los vemos como realmente son, sino como sombras. Y, por Dios, somos hermanos de luz.
Padre, perdóname por el miedo, por el miedo a creer en ti y a ver mi sueño como la realidad.
Perdóname por permitir que el miedo infiltre realidades de desesperanza.
Dame luz y paz, Señor, para mirar a mis hermanos sanos y felices.
Dame sabiduría, Señor, para no aceptar pensamientos de dolor.
Ven a mí padre, permite que tu luz ilumine el corazón de mi hermano para que se levante y sea muestra de tu misericordia.
Sana su mente para que sane su cuerpo y regrese a los brazos de su familia.
Permite que tu gloria se presente en mi hermano, que seamos testigos de tu amor y tu bondad.
Gracias Padre por escucharnos, nos hemos unido en esta súplica porque tú nos has prometido que donde hay dos rezando tú estarás presente.
Gracias Padre misericordioso, gracias por escucharnos, gracias por estar aquí presente.
Amén.
27/03/2025, CDMX