Fray Tomás, hay una serie de expresiones que son parecidas... alegría, gozo, deleite, placer... ¿nos puede explicar algo de esto?
Hay que partir del hecho de que los seres humanos tenemos sensibilidad. Y por eso, cuando alcanzamos algo que hace a nuestra perfección, experimentamos un afecto positivo, que llamamos placer o deleite (o delectación, siguiendo la palabra tal como la puse en mi Suma Teológica, en latín: "delectatio"). Es una plenitud del cuerpo y del alma que sigue a una acción acabada, perfecta, de nuestra parte.
Uno quisiera que esos momentos lindos duren para siempre...
Es que lo perfecto debería durar para siempre. Pero la experiencia nos enseña que el placer sensible es momentáneo, porque es pasajero y no hace a la perfección total de nuestro ser: ¡no olvidemos que no somos solamente cuerpo! Por eso, más que el placer, debemos buscar el gozo: cuando contemplamos la verdad, cuando se une nuestra alma con la del amigo por el amor, cuando alcanzamos un destello del ser y del amor de Dios, se produce en nosotros una verdadera alegría (o gozo del alma).
Pero a la gente la mueve más el placer sensible, a pocos parecen interesarles esas alegrías espirituales...
¡Claro! Somos seres corporales y por eso los bienes sensibles nos mueven más directamente. Además, en los placeres va más involucrado el cuerpo; y, aparte, buscamos el placer como remedio inmediato de la tristeza. Pero, si lo pensamos bien, los gozos del alma son más profundos y duraderos, porque se refieren a bienes más grandes. Por eso en todos los tiempos, aún fuera del ámbito cristiano, hubo personas que se abstuvieron de ciertos placeres para conservar los mayores bienes, como el propio honor o la virtud.
¿Y todos los placeres sensibles son iguales?
No. Los del tacto y el gusto son los más fuertes, porque se refieren a bienes que son más útiles e imprescindibles para la vida humana, como la alimentación y la procreación. Por eso necesitan ser regulados por una virtud especial: la virtud de la templanza.
Pero algunos dicen que los placeres son naturales, y por lo tanto son siempre buenos...
También puede haber algunos placeres que sean contrarios a nuestra naturaleza. Eso sucede cuando alguien se ha habituado, por algún vicio moral, a alguna acción o deseo contrario a la razón. No obstante, esos placeres siempre tendrán una base natural.
¿Cuáles son las causas del placer o del gozo?
Pueden ser muchas: dije en mi Suma Teológica que el obrar o hacer algo es causa del placer, y eso lo podemos ver cuando hacemos deporte, por ejemplo; la esperanza y el recuerdo de las cosas buenas también causan gusto; el habernos liberado de algún mal; el bien que hacemos nosotros o los otros; el hacer bien a los demás; la admiración por algún bien extraño o maravilloso.
Es bueno entonces sentir placer...
Algunos dijeron que todos los placeres eran malos, pero esa nunca fue mi posición ni la de los pensadores cristianos. El placer o el gozo son buenos en la medida en que responden al orden de la razón. Y son malos en la medida en que van contra ella. Por eso debemos discernir con nuestra razón y con la virtud de la templanza si un placer determinado, en circunstancias concretas, me ayuda a alcanzar mi fin como persona y a ser mejor. Y así podré saber si es bueno o no. Por eso, también se equivocan quienes piensan que lo bueno equivale a lo placentero: porque está claro que hay placeres que no son buenos para el fin que el hombre debe alcanzar.
Y el mayor placer y gozo está en el conocimiento y el amor de Dios, el más perfecto de los bienes y el único que llena de verdad el deseo de nuestra alma.
¡Gracias! ¡Hasta la próxima!
Suma Teológica, I-II, cuestiones 31-34.