La virtud de la caridad (2)
La virtud de la caridad (2)
¡Buenos días, fray Tomas! ¿Seguimos hablando de la caridad? Comúnmente se dice que el amor es un sentimiento...
Sí. Yo consideré al amor como la primera de las pasiones (o afectos) del alma. Pero también es cierto que, a un nivel superior, la caridad está en la voluntad, pues ella no se dirige a bienes pasajeros, como los que captamos con nuestros sentidos, sino al supremo Bien, que es Dios mismo. Para amar a Dios hace falta entonces una entrega, un compromiso desde la voluntad, que supera el mero sentimiento.
¿Y se puede de verdad amar a Dios así, con todo el corazón, con toda el alma?
San Pablo nos dice que "el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rm 5, 5). Es decir, que sí es posible amar a Dios porque Él nos ha dado la capacidad de amarlo. Por eso decimos que la caridad es una virtud "infusa", es decir, infundida en nosotros por la gracia divina, de acuerdo con la libre disposición de la voluntad amorosa de Dios.
¿La caridad puede crecer?
¡Claro que sí! Pero no crece como las cosas materiales, que aumentan de tamaño, sino que crece cuando nos acercamos a Dios con el afecto de nuestra alma. Ciertamente, la caridad crece en esta vida, mientras estamos en el camino de nuestra vida, antes de la muerte (o estado de viadores, como lo llamé en mis escritos). Cuando llegamos al cielo, ya no crece más.
¿Y cómo la hacemos crecer?
Con nuestras buenas acciones. Pero no con cualquier tipo de obras buenas, porque si las hacemos con tibieza o sin poner nuestro corazón en ellas, no haremos crecer el hábito interior de la caridad. Y, en esta vida, la caridad siempre puede crecer, porque, como dice san Pablo, no hemos llegado aún a la meta (Flp 3, 12). Pasa algo muy hermoso: nuestro corazón, por la gracia de Dios, siempre se puede dilatar, y así somos capaz de amar más y más...
Pero, también la caridad se puede perder...
Sí, por el pecado mortal. En esta vida no vemos a Dios cara a cara, y por eso podemos ser engañados respecto a la naturaleza de nuestro verdadero bien. El pecado mortal es directamente contrario a la caridad; pero recordemos que, para que se dé un pecado mortal es preciso que haya materia grave, plena consentimiento y voluntad deliberada.
¡Muchas gracias! ¡Hasta la próxima!
Suma Teológica II-II, cuestión 24.