El orden de la caridad
El orden de la caridad
Fray Tomás, le planteo un problema. Gracias a Dios, hay mucha gente que tiene una gran capacidad de amar. Pero eso le causa problemas. Por ejemplo, el marido le dice a la mujer: "Vos amás más a tus hijos que a mí"; la mujer le dice al marido: "Parece que amás más a tu mamá, que a mí, que soy tu esposa"; los hijos a los padres: "Amás más a mi hermano que a mí"; y así sucesivamente... ¿Debe haber un orden en la caridad?
¡Claro que sí! Dios es el origen del amor; Él es el que lo produce en nuestros corazones, dándonos su amistad. Por eso, debe haber un orden en el amor, y ese orden tiene un criterio: la relación con el principio primero de ese amor, que es Dios. Pues la amistad de la caridad se basa en la comunicación del amor divino. Él es la fuente del amor: ¡Él debe ser amado por encima de todas las cosas!
Pero es más fácil amar lo que se ve... ¿el amor al prójimo no sería entonces lo primero?
Ciertamente, el amor empieza por el conocimiento, por la "vista", pero eso no significa que lo más amable sea lo más visible, sino que es lo primero que se nos ofrece para amar. Y es por eso que el apóstol Juan dice en su primera carta: "Quien no ama a su hermano, a quien ve, ¿cómo puede amar a Dios, a quien no ve?" (1 Jn 4, 20).
Pero, ¿no sería el principio de todo el amor que nos tenemos a nosotros mismos? Después de todo, la Biblia dice: "ama a tu prójimo como a ti mismo". Entonces, lo primero sería amarse a uno mismo
Sí, pero el amor de Dios es el origen de todo y Dios el mismo Bien que la voluntad del hombre anhela. Por eso, incluso en el ámbito del amor natural, el amor más grande es el amor de Dios, incluso mayor que el amor de nosotros mismos. El amor no es otra cosa que una participación de su propia vida en nosotros, y por eso naturalmente tendemos hacia Él, aunque no lo hagamos conscientemente. Lo que nuestra voluntad busca al amar no es otra cosa que Dios mismo, aunque no lo sepamos.
¿Y hay que amar al prójimo más que a uno mismo?
Depende: el amor al prójimo no puede ir por encima del bien de la propia alma; no podemos amarlo de tal manera que eso nos lleve a pecar. Pero en cuanto a los demás bienes, sobre todo los del cuerpo, debemos amar al prójimo aún más que a nosotros mismos. Jesús nos dijo que no hay amor más grande que dar la vida por los amigos, y en la historia de la Iglesia tenemos el ejemplo de tantos santos que así lo hicieron.
Y entonces, ¿cuál es el orden que debemos tener en el amor al prójimo?
En primer lugar, hay que decir que debemos amar más a quienes más necesitan de nuestros beneficios. Pero a la vez, como es claro, debemos amar más a quienes están más unidos a nosotros por razón de la naturaleza, y de la virtud. El amor a nuestros consanguíneos surge de una comunidad natural; el amor a los conciudadanos, de los lazos de la vida civil. Otros vínculos pueden generar otros tipos de amor: cuando más fuertes y sólidos sean, debemos poner más empeño en el amor a esas personas.
¿Y que respondería a los cuestionamientos que hice al principio?
Cada amor es especial y por eso la respuesta debe ser matizada en cada caso. Por ejemplo, por razón de habernos dado la vida, deberíamos amar más a nuestros padres que a nuestros hijos; pero, por razón de su origen, de su necesidad y de la dependencia que tienen de nosotros, deberíamos amar más a los hijos que a los padres. A los padres se les debe mayor respeto y amor en tanto que ellos nos han dado la vida; pero a la esposa o esposo se debe amar más intensamente, porque los esposos se hacen "una sola carne" (Mt 19, 6; cfr. Ef 5, 28-29). Amamos con más agradecimiento a los que nos hacen el bien; pero amamos con más fuerza a aquellos a los que nosotros hacemos el bien, porque al hacerles el bien, de alguna manera les comunicamos vida y ser.
¿Y este orden del amor permanecerá en el cielo?
En cierta forma sí, y en cierta forma no. No, en tanto que en el cielo el amor de Dios lo envolverá todo, y ciertos amores humanos quedarán relativizados... el mismo Jesús dijo que en el cielo no habrá matrimonio. Pero sí, en tanto que todo amor recto que hayamos tenido en la vida, quedará purificado y perfeccionado por el amor infinito y eterno de Dios.
¡Gracias! ¡Hasta la próxima!
Suma Teológica II-II, cuestión 26.