El valle de las sorpresas

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Aquellos - que somos muchos - que compartimos el gusto de pasear a pie, sobre ruedas o a caballo por el valle que forma el Magro aguas abajo de San Blas estamos acostumbrados a sus sorpresas. A veces es el vuelo majestuoso de una garza y otras una sonora familia de ánades, la tortuga esperando su presa o, si estamos de suerte, el ulular del búho al crepúsculo.

Tras el gran esfuerzo realizado durante años por cientos de personas para recuperar nuestro río, a estas alturas algunos ya confiábamos en no volver a encontrar nunca más sobre este escenario nuevas señales de la necedad humana. Pero, para desgracia de todos, recientemente uno de nuestros vecinos no ha hallado mejor forma de exaltar sus sentimientos que realizando pintadas sobre el más completo de los ecosistemas que rodean nuestra ciudad. Estúpido acto que la naturaleza, por sí misma, no podrá reparar, pues la mayor de sus pintadas se halla bien protegida del sol y la lluvia en el interior de la cueva del azud, el mismo escondite al que solíamos trepar de jóvenes para merendar o - los mejor acompañados - entregarse al amor, limitándose a besos, caricias, flores y cartas - como toda la vida.

Ojalá que la publicación de estas líneas remueva la conciencia de nuestro estólido vecino amante de la pintura y, con el mismo entusiasmo con el que se aferró al bote de spray, tome ahora el estropajo para dejar el lugar tal como y lo encontró. (Aunque, a tenor de sus actos, mucho nos tememos que quizá sea esto demasiado esperar).