Bañados por las aguas del Mar Báltico, a caballo entre las culturas escandinava y europea, los Países Bálticos están compuestos por tres países de tamaño modesto: Estonia, Letonia y Lituania. Desde la medieval Tallin hasta la cosmopolita Vilna (Vilnius) y el paraíso de los festivales de Riga, viajar a los Países Bálticos supone descubrir una vibrante variedad de atracciones históricas, paisajes vírgenes y pueblos antiguos medievales, ofreciendo al viajero una experiencia de viaje muy diferente en comparación con otros destinos europeos reconocidos para una escapada urbana.
Las Repúblicas bálticas eran las tres repúblicas soviéticas de Lituania, Letonia y Estonia en el período en el que pertenecieron a la Unión Soviética.
Los tres países fueron soberanos entre 1918 y 1940, año en el que fueron anexados a la Unión Soviética tras un período de ocupación alemana entre 1941 y 1945. Los tres citados recuperaron su independencia en 1991, a raíz de la denominada Revolución Cantada, y en la actualidad se los conoce como Estados bálticos.
En esta oportunidad queremos presentarles una opción de destinos que pueden combinarse con facilidad, conociendo las capitales bálticas y la pluralidad de atractivos que allí se ponen a disposición del turista.
La capital lituana, Vilna, conserva su casco antiguo, su ciudad amurallada y bellos edificios barrocos que compagina a la perfección con una arquitectura moderna. Considerada como un exponente no tradicional del arte barroco por la calidad de sus edificios, resulta casi imposible no dejarse llevar por su encanto, perdiéndose por sus callejuelas y visitando los patios de estas construcciones.
Imperdible visitar la Torre de Gediminas, la Catedral de Santa Ana de estilo barroco y el Castillo de Trakai, construido por el Gran Duque en el siglo XIV de estilo renacentista y restaurado por los soviéticos. Tampoco saltearse las construcciones medievales, erigidas por la Orden Teutónica, castillos de color rojo muy peculiares que hoy pueden disfrutarse a lo largo del territorio.
Su marcada influencia alemana, rusa y polaca en la gastronomía dan como resultado una cocina peculiar que atrae visitantes a sus tentadores bares y restaurantes. Los Cepelinai, el plato nacional de Lituania, acompañados de una cerveza fría se posicionan entonces como el infaltable de cualquier comida al paso.
Si bien la ciudad de Vilna no es conocida por sus atractivos naturales, el territorio lituano cuenta con una belleza paisajística de ensueño. El Parque Nacional del Kursiu Nerija muestra en cada estación un escenario distinto. Con el deshielo de los ríos, la primavera es perfecta para el rafting; en otoño, los bosques son maravillosos y en invierno debes ir preparado para contemplar paisajes de postal y decidido a pisar nieve.
Además, existe la posibilidad de recorrer la Ruta del Ámbar donde conoceremos su historia y origen, cómo se extrae y por qué no, adquirir algún objeto o joya cómo recuerdo.
Hacia el norte, en Letonia nos encontramos con Riga, una ciudad tranquila que contrasta con la agitación de las grandes ciudades del oeste de Europa.
Magnífica por su arquitectura y sus fachadas animadas por una estrambótica colección de gárgolas demoníacas y bestias míticas, el art nouveau, protegido por la UNESCO, es el alma de la capital letona (cuenta con más de 750 edificios de dicho estilo) que, a pesar de su apariencia tranquila y reservada, ha ligado las casas de madera de sus barrios más antiguos con modernos bares y centros de arte contemporáneo. También es mucho más medieval que Vilnius y se puede ver con cada paso que damos en la ciudad.
La mejor manera de explorar las intrincadas y adoquinadas calles del centro medieval de Riga es paseando sin rumbo. La mayor parte del casco antiguo es peatonal y una vez se hayan perdido en este dédalo de callejones y gabletes empezarán a descubrir un asombroso paisaje de catedrales y agujas de iglesia que apuntan al cielo, grandes plazas y muros de castillos en ruinas. Todo en torno a una ciudad amurallada. Lo más turístico está en torno a la Ratslaukums o plaza del ayuntamiento, que quedó destruido durante la II Guerra Mundial y fue reconstruido por completo en el 2003.
Para empaparse del espíritu de Riga es recomendable visitar la animada Livu Laukums, plaza con varias cervecerías al aire libre en verano y bordeada por una hilera de coloridos edificios del siglo XVIII, en su mayor parte convertidos en restaurantes. Aquí encontramos uno de los símbolos de la ciudad, la Casa de los Gatos, un edificio art nouveau adornado por unos asustados felinos negros en las torretas.
El distrito art nouveau (llamado Centro Tranquilo) rivaliza con el casco antiguo por ser el barrio más bonito de la capital. Su calle principal, Alberta ieia, parece un cuadro que podríamos observar durante horas, descubriendo a cada momento nuevos detalles.
Los letones gustan de los festivales y son numerosos en cualquier época. Siempre tienen algún motivo para celebrar!
Tallín la capital de Estonia es magnífica por ser báltica ciento por ciento. Fusionando lo moderno y lo medieval hasta conseguir un ambiente con estilo propio y muy atractivo, combina en su paisaje urbano antiguos pináculos de iglesia y palacios barrocos con rascacielos de cristal, cafés en plazas soleadas y rutas ciclistas hasta cercanas playas y bosques, todo ello aderezado con reliquias soviéticas.
Sin dudas la joya de esta ciudad es su casco antiguo (Vanalinn), protegido por la Unesco, un dédalo de torretas, agujas y callejas sinuosas que datan de los siglos XIV y XV. Se considera uno de los recintos medievales con más encanto de Europa, sobre todo alrededor de la Raekoja plats, plaza dominada por un ayuntamiento gótico, al que se puede subir para tener unas buenas vistas de la ciudad. Es un mágico laberinto que suele llenarse de turistas que provienen de varios cruceros el mismo día.
En la plaza del ayuntamiento podemos encontrar la Taberna Antigua, un viaje inmersivo al medioevo. Tanto la decoración del lugar como las personas que trabajan en él, parecen elementos extraídos de la antigüedad. Un dato curioso, no tienen luz eléctrica, solo se iluminan con velas y métodos antiguos.
Aunque los principales puntos de interés estén dentro del casco medieval, Tallin cuenta con atracciones algo más apartadas, como Kalamaja, un enclave de desmoronadas casas de madera y fábricas en ruinas que se ha transformado en uno de los barrios más interesantes de la ciudad. La enorme prisión de Patarei ha sufrido una extraordinaria transformación durante los últimos años, albergando un impresionante museo alrededor del cual hipsters locales abrieron bares y cafés en tiendas y almacenes abandonados. O Kadriorg, la zona verde preferida de los habitantes de Tallin, a dos kilómetros al este del casco antiguo, donde están el parque y el palacio barroco de Kadriorg.
A diferencia de las grandes ciudades de Europa, estos países son más económicos con precios muy interesantes. Al haber ingresado a la Comunidad Europea utilizan el Euro como moneda, pertenecen a la zona Schengen.
Las distancias para visitar estos tres países son cortas, aproximadamente 5 hs entre capital y capital, lo que hace muy llevadero el viaje, además de poder combinarse muy fácilmente en cualquier itinerario del este europeo.
Es ideal para recorrerlos en auto, tren o autobuses, tienen muy buenas carreteras y los servicios son excelentes. Por supuesto se puede optar por el avión, los aeropuertos si bien no nos grandes están equipados con todas las comodidades y el confort que un pasajero necesita.
Una alternativa distinta para no dejar de ilusionarse...
Hasta el próximo destino!