César COLOMA PORCARI
Presidente del Instituto Latinoamericano de Cultura y Desarrollo
Ahora que han convertido al centro histórico de Arequipa en un inmenso “chifa” por los colorines que le han aplicado a las fachadas de sillar, debemos recordar nuevamente que lo único que se estucaba y pintaba eran las habitaciones interiores, y así lo afirma Antonio Pereyra y Ruiz en su “Noticia de la muy noble y muy leal ciudad de Arequipa en el reino del Perú”, escrita en 1816.
Dicha obra, que se mantuvo inédita, fue rescatada y publicada por el Dr. Enrique Carrión Odóñez, con el título de “La lengua en un texto de la ilustración”, Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, Talleres gráficos P. L. Villanueva, S.A., 1983), aunque lamentablemente no incluyó las láminas que contiene el manuscrito original.
El Dr. Carrión hace un estudio minucioso y sumamente valioso sobre la “Noticia”, presentando un análisis sobre la filología, gramática y léxico, además de un riquísimo vocabulario de arequipeñismos.
En la “Noticia” Pereyra nos informa que en la ciudad de Arequipa, “Las casas son de cal y piedra labrada, con bóveda de cantería o de ladrillo; todas bajas por la causa de los movimientos de tierra, y aunque algunas tienen sus altos, no habitan en ellos: pero tienen bastante capacidad, y aunque su escultura por lo exterior no ofrece ningún gusto, pero están por adentro generalmente bien pintadas al temple y al óleo, y estucadas todas ellas” (Idem, página 371).
Pereyra nos ofrece también una breve descripción del interior de las habitaciones de las casas de Arequipa y de la pintura mural de las mismas, que acompaña una lámina de su obra, con el título de “Frontis de lo interior de una Sala” (sic).
Allí el autor explica que “Como las casas son todas de cal y canto, y de bóveda, se usa estucar las paredes, y luego pintarlas o bien al óleo, o al temple. Ponen sobre la cornisa un óvalo y en él el retrato del Rey, o algún jeroglífico” (Idem, página 440).
Es obvio que se refiere a las habitaciones abovedadas interiores, precisando que en los extremos de las mismas, en el espacio que existe entre el arco de la bóveda y la cornisa horizontal (que llamaríamos tímpano), la pintura mural es más notoria, con decoración diversa, a la que llama “jeroglífico”, además del retrato del Rey.
Hay que tener presente que el estilo de la decoración mural ha variado con el tiempo, de acuerdo a las tendencias vigentes en determinada época. Además, se podría suponer que se pintaba al Rey reinante en el momento.
Estudiando estos últimos elementos, es posible fechar, aproximadamente, una pintura mural. Pero cuando el color es plano o llano y sin ninguna decoración, el fechado es imposible, porque puede ser pintura de ayer o de hace cinco, veinte, cincuenta o cien años.
Pereyra, además, se refiere al mobiliario interior, indicando que en cuanto a pinturas u óleos, “Usan pocas o ninguna lámina, solo al frente ponen una gran guarnición de plata al martillo y en ella una imagen” (Idem, página 440).
También afirma que “El cortinaje de todas las piezas es de olán”. El Dr. Carrión explica que este tejido, llamada también “holán”, es “cierta tela de hilo”, como la batista y la popelina (Idem, páginas 253, 440).
Por último, Pereyra señala que “El suelo es de ladrillo, y lo cubren con una buena alfombra tejida en el país” (Idem, página 440). Estos datos son muy importantes, ya que prueban que los pisos de las habitaciones no eran de madera sino de ladrillo, y que las alfombras que se utilizaban no eran extranjeras sino tejidas aquí, y de buena calidad.
Pereyra afirma también que “No habiendo tenido en este país en el bello arte de la Arquitectura otros Maestros que los Jesuitas llevaban desde Europa, el gusto de esta en todas las obras es concerniente al de aquellos tiempos. Así es que tanto la vista exterior de los Templos, como sus retablos, y adornos interiores, aunque bien ejecutados en aquel orden, tallados con el mayor esmero y trabajo, son en el día feos y de ningún gusto” (sic) (Idem, página 400).
Como vemos, a Pereyra le disgustaba el estilo barroco que tanto apreciamos hoy, llegando al colmo de alabar a don Matías Maestro, el fraile que destruyó casi todos los retablos valiosos de Lima, a fines del siglo XVIII, reemplazándolos con mamotretos de un estilo neoclásico pobrísimo y repelente.
Debemos agregar que Pereyra incluye dos partituras, de “El Gallinacito” y “El Moro” (esta última con su respectiva letra), que registra como bailes de Arequipa. Hay que rescatarlos del olvido (Idem, páginas 424-426).
El Dr. Enrique Carrión Ordóñez hizo un notable trabajo de investigación sobre Arequipa al estudiar la obra de Pereyra. Ojalá que todos los interesados en estos temas puedan consultar su valioso libro, que les brindará mucha luz sobre el pasado de la ciudad de piedra, monumental y eterna.
(Publicado en “Arequipa al Día”, Arequipa, jueves 6 de abril de 2006, páginas 1, 3.