Por: César COLOMA PORCARI
Presidente del Instituto Latinoamericano de Cultura y Desarrollo
En estos días en que celebramos un nuevo aniversario de la fundación de la Ciudad Blanca, nos referiremos a uno de los más grandes elogios al “sillar”, en la obra de don Jorge Polar (1856-1932), titulada “Arequipa. Descripción y estudio social” (Arequipa, Tipografía Mercantil, 1891, páginas 160, 161, 172, 173).
El autor, al hacer la descripción de su ciudad natal dice que “Sus magníficos templos, sus dos mil casas, sus puentes monumentales, toda ella ha sido construida de la piedra que se conoce en el país con el nombre de sillar, y que, según los geólogos, es tufa traquítica”.
Afirma además que “El ser tan blanca y bella, le da una expresión delicada y hasta tímida; tanto que, de lejos, nadie diría que es lo que es, una ciudad batalladora, orgullosa, de indomables energías”. Obviamente Polar se refiere a que Arequipa era blanca por la piedra en la que había sido construida y no, como lo afirman algunos extremistas trasnochados, hoy día, que lo era por ser sus vecinos de raza blanca.
Polar señala que “Para edificios monumentales, en tierra de gran luz, no hay piedra más hermosa que el sillar. Parece que el sol penetrara mucho en él; parece que penetrara en todos sus poros, introduciendo tibia circulación de luz entre sus moléculas frías, porque con el tiempo las blancas piedras toman un tono cálido, dorado, como si fuera reverberación pálida de vaga y débil combustión interior”.
Esta afirmación de don Jorge Polar es una de las tantas pruebas de que las fachadas de sillar no se pintaron jamás en la Colonia ni a inicios de la República, porque, de lo contrario, cómo las “blancas piedras” hubieran tomado, con el tiempo un “tono cálido, dorado”.
Agrega el autor, además, que “Se verifica entre el sillar y la luz del sol, una compenetración tan íntima, que parece que los granos de la piedra se fundieran lentamente; que los rayos del sol se condensaran en ellos, formando unos y otros un reflejo de luz y piedra fundidos”.
Otro dato importante del autor es que “después de algunos años, el sillar, de tanto beber rayos del sol, se pone algo oscuro, como si reflejara la tristeza que le da a la piedra, a ella, tan inmóvil, el contacto, el beso de los alados rayos del sol. Así se ve, cómo el calor que es el alma del mundo, da expresión hasta a las piedras”.
Al referirse a la talla de esta piedra, afirma que “el sillar es blando al pico, fácil de ser labrado. En efecto, en muchas construcciones, en las antiguas, especialmente, se ve cómo el sillar puede ser labrado y tallado, hasta la delicadeza. No hay ornamentación arquitectónica, desde la más sencilla columna dórica, hasta el complicado capitel corintio, que no pueda labrarse en sillar. En los edificios del tiempo colonial, cuando el gusto churrigueresco dominaba, se ven frontispicios cubiertos de vegetaciones, de eflorescencias, de verdaderos encajes, tallados en la piedra”.
Las fachadas de sillar no se pintaron jamás y es inaceptable que algunos malos “decoradores” insistan en maltratar el centro histórico de Arequipa pintando las fachadas de piedra de todos los colorines imaginables, para convertir a la Ciudad Blanca en un gigantesco “chifa al aire libre”.
(Publicado en “El Comercio”, Lima, martes 25 de agosto de 2009).