Por: César COLOMA PORCARI
Presidente del Instituto Latinoamericano de Cultura y Desarrollo
La lucha por el agua del río Tambo entre moqueguanos y arequipeños ocurrida en estos días, es algo que debe llevar a reflexionar sobre el futuro del país y a buscar cómo se podría afrontar ese problema de características apocalípticas. Porque el agua es la vida, y a ella se le rindió culto en los tiempos precolombinos en infinidad de templos o santuarios.
El agua, en nuestro territorio, en una época abundaba de tal modo que destruía todo a su paso, y las más veces, escaseaba hasta llegar a niveles alarmantes con la pérdida total de las cosechas, del ganado y aún de vidas humanas.
Por ello los antiguos peruanos tuvieron que dominar la naturaleza y obtener los más grandes beneficios de ella. Además, hay que tener en cuenta que en esos tiempos la población era la justa y suficiente y por ello los beneficios alcanzaban a todos.
Es entonces alarmante que, siglos después, en el Perú de hoy, haya empezado la pelea por el agua, ya que ello no es sino una prueba de que ésta es insuficiente y que con el correr de los años la situación se irá agravando.
El Perú en 1940, tenía una población de siete millones de habitantes, de acuerdo a las cifras obtenidas a través del censo general realizado en dicho año. Este volumen poblacional era el ideal para nuestro territorio y permitía un uso adecuado de los recursos naturales.
Lamentablemente, en los años posteriores a 1940, la población del Perú comenzó a crecer de manera desmesurada, llegándose a la explosión demográfica que padecemos actualmente, habiéndose cuadruplicado la población del país en un lapso de sesenta años.
La paternidad irresponsable y el embarazo juvenil e infantil han traído al mundo infinidad de nuevos pobladores que requieren de todos los servicios del Estado, y por supuesto, del principal: el agua que da la vida.
Por esta razón el agua ya no alcanza y si además le agregamos el grave problema del deshielo creciente de las nieves perpetuas, la situación se torna alarmante.
Hace varias décadas, los hielos de las cumbres andinas alimentaban permanentemente los torrentes que formaban los ríos del Perú. Y aún en tiempo de sequía, fluía el agua, aunque en menor escala, pero siempre estaba presente para socorrer las necesidades más apremiantes.
Pero por razones que la ciencia aún desconoce, esos hielos se están replegando a las más grandes alturas, produciéndose una secuela de problemas inmanejables.
Desafortunadamente, por esta razón y por la gran sobrepoblación, ahora se dan casos de valles en donde al agua simplemente ya no alcanza.
Por ello los ofrecimientos de algunos antiguos políticos profesionales de “teñir de verde el arenal” son una fantasía más remota que la promesa a sus electores de que “las corvinas, sobre las olas, nadarán fritas, con su limón”.
Lo ocurrido con el agua del río Tambo tiene que mirarse “con ojos de ver”, como un producto de la explosión demográfica, y debe tenerse en cuenta que esa situación puede repetirse en otras regiones y llegar a niveles incontrolables.
La situación es tan grave que ojalá que los que fomentan la natalidad desbordada y el embarazo infantil logren, con sus buenos oficios, que nuevamente nos caiga maná del cielo.
(Publicado en “El Comercio”, Lima, jueves 27 de noviembre de 2003, página a-5).