Neobatllismo. Ideología

LA IDEOLOGIA NEOBATLLISTA

El proceso de industrialización no fue un fenómeno aislado en la evolución del Uruguay de postguerra, sino que se desenvolvió en medio de agudas controversias y enfrentamientos entre las distintas fuerzas económico-sociales que conformaban la realidad nacional.

Desde el punto de vista social el desarrollo industrial se tradujo en el acrecentamiento y consolidación del sector empresarial y de las clases obrera y media, las que a pesar de sus diferencias y antagonismos, coincidieron en una política de defensa de la industria nacional.

Frente a ellas los sectores agrarios fueron acentuando su oposición al modelo de desarrollo, oposición que cobrará intensidad a fines de la década de 1950.

En esa problemática interna incidieron las expectativas que a nivel mundial se vivieron como consecuencia de la finalización de la guerra y la reestructuración del mundo, temas en torno a los cuales se desencade­naron intensas polémicas ideológicas.

Cambios internos e internacionales de indiscutible trascendencia exigieron una interpretación y una respuesta de los distintos sectores de la sociedad, tanto en la práctica como en las definiciones ideológicas. [...] consideramos indispensable desarrollar algunos de los aspectos fundamentales de la ideología de la fuerza política gobernante, a través del pensamiento de su líder, Luis Batlle Berres.

Dentro de la tipología de los movimientos políticos que se desarro­llaron en América Latina como consecuencia de la mencionada coyuntura internacional, a los que los sociólogos definen como populismos, las refe­rencias al Uruguay son escasas y laterales.

Sin embargo, en la literatura política y sociológica nacional, se ha manifestado una tendencia creciente en cuanto a calificar al movimiento político orientado por Luis Batlle como un tipo de populismo, sin que se haya realizado un análisis sistemático de los caracteres del mismo que sirva de fundamento a esa calificación. No es nuestra intención entrar a un estudio que llene ese vacío y permita fundamentar la inclusión o no de ese movimiento dentro de la citada tipología. Nos limitaremos a destacar sus rasgos esenciales, en algunos de los cuales hay visibles similitudes con movimientos populistas contemporáneos, aunque en otros aparecen claras diferencias que lo excluyen de toda posible ubicación dentro de esa califi­cación.

Movimiento de integración policlasista, expresó una alianza tácita entre la burguesía industrial, la pequeña burguesía y la clase obrera, sin que existiera una integración orgánica de ésta en el movimiento. Es indu­dable que mientras la burguesía industrial y en buena medida la pequeña burguesía, participaron e influyeron en el seno mismo del movimiento, la clase obrera gravitó desde afuera con el peso de sus organizaciones gremiales y con la importancia numérica que su voto tenía en las solucio­nes electorales.

La ideología del movimiento se conformó con elementos heterogéneos, como resultado de las ideas e intereses distintos y aun contrapues­tos de las fuerzas sociales que procuró expresar. A partir del concepto de la necesaria implantación de una sociedad industrial, en cuyo desarrollo el estatismo, el dirigismo, la conciliación de clases adquieren una importancia fundamental, su ideología se proyectó en un amplio concepto de las relaciones entre pueblo y gobierno, instrumentadas con la vigencia de la democracia y la libertad.

[...]

En el análisis de la evolución política definiremos algunos de los caracteres de la personalidad de Luis Batlle y de las orientaciones que imprimió a su obra de gobierno. [...]

a) La revolución de nuestro tiempo

Uno de los aspectos fundamentales del pensamiento de Luis Batlle lo constituye su ubicación frente a las transformaciones que en ese momento sacudieron al mundo y que él calificó de revolucionarias.

Su discurso al asumir la presidencia, contiene una definición medular de esas transformaciones y sus inevitables repercusiones en la realidad nacional, así como de la filosofía política que orientará su acción:

“...no es posible desatender el hecho de que la humanidad está viviendo una violenta revolución social y política que convulsiona a todos los pueblos. Nadie puede pretender que nos pongamos al margen de ese movimiento para abominarlo y apedrearlo; sino que, lo que la hora exige, es entrar y formar parte de esa inmensa columna para orientar el movimiento, para dirigir las fuerzas aunque para ello sea necesario acelerar la evolución. Nosotros los que fuimos formados en los últimos aleteos de la filosofía liberal del siglo pasado y dimos los primeros pasos hacia la socialización de ciertas actividades del organismo social, comprendemos que tenemos que continuar para encauzarlo por las vías normales. Apresurarse a ser justos, es asegurar la tranquilidad; es brindarle al ciudadano los elementos principales y básicos para que tenga la felicidad de vivir y hasta él lleguen los benefi­cies del progreso y de la riqueza. Apresurarse a ser justos, es luchar por el orden y es asegurar el orden”.

La idea de la “revolución en el orden” constituye un aspecto impor­tante de su pensamiento y marca la distancia con los movimientos populistas que no desdeñaban el recurso de la violencia.

“... lo sabio es continuar por ese camino saliéndole al encuentro a los justos reclamos que haga el pueblo para darles solución a través de la ley conscientemente estudiada, sin esperar reacciones violentas de quienes se sientan desatendidos u olvidados”.

Como veremos más adelante, la justicia social será, por razones que van desde la existencia de un pensamiento definido respecto al destino del país, a las motivaciones meramente electoralistas, uno de los pilares de su ideología.

[...]

Las ideas del progreso y la justicia social, realizables en el marco de la democracia y la libertad, constituyen una constante en el pensamiento de Luis Batlle. Son reiteradas sus referencias a la revolución que conmueve al mundo, su disposición a aceptar el proceso incorporándose a él y la nece­sidad de una estrategia que permita conducirlo evitando la violencia.

“Nuestro movimiento es de reforma de sentimiento revolucionario... el orden es fundamental para alcanzar el progreso por el cual vamos luchan­do”.

No desconoce en ningún momento la importancia de los reclamos populares aunque es constante su preocupación por controlar sus inquie­tudes:

“... los pueblos en la calle es una verdad; reclamando y con urgencia, también es una verdad; la revolución en el mundo entero también es una verdad. Locura sería querer detenerla; prudente es no dejarla tomar dema­siada velocidad. Pero repito que dirigentes y gobernantes tienen que entrar en ella”.

Consecuente con esos conceptos es el slogan que toma para su movi­miento: “Renovación y Reforma”, que expresa el carácter moderado y ordenado de una actitud de permanente cambio. Innumerables editoriales del diario “Acción”, de su propiedad y fiel vocero de sus ideas, lo expre­sarán en forma constante.

b) Democracia y libertad

Contrariamente a los movimientos populistas, el neobatllismo pone permanentemente el acento en la idea de democracia y libertad y práctica­mente en todos los discursos de Luis Batlle se hace referencia a estos conceptos, que constituyen el aspecto medular de su pensamiento.

Esos principios esenciales de la democracia liberal los completará con una dimensión social:

“La democracia no es sólo libertad... los pueblos están reclamando algo más. La democracia no tiene por qué suponer necesariamente una evolución lenta en su marcha y discusión prolongada para atreverse a dar un paso por el progreso y la justicia social”.

“Los pueblos deben palpar los beneficios de la existencia de la Demo­cracia; los poderosos gozando de la libertad y de la justicia y los necesi­tados, de la libertad, igualmente, pero también de la justicia, que ha de llegar hasta ellos sin demora, dando alimento al necesitado y trabajo al obrero y tierras al hombre de campo y bienestar a todos. Con esto no proclamamos la guerra, luchamos por la paz y exigimos orden y respeto y lealtad a la ley; no sometemos al hombre, lo ayudamos en su libertad; no somos clasistas ni formamos castas y sólo queremos el bienestar de todos y aspiramos a que los «pobres sean menos pobres aunque los ricos tengan que ser menos ricos»”.

Se conjugan en el planteamiento los grandes temas del mundo en la inmediata postguerra en torno a las libertades democráticas reforzadas con soluciones de justicia social, junto a una invocación al Batllismo inicial con la reproducción de la conocida frase de José Batlle y Ordóñez. Con ello afirmó la continuidad de un pensamiento orientador de esa fuerza política que propugnaba la superación de las manifestaciones sociales más negativas del capitalismo, sin llegar a una condena del sistema.

[...]

Los sucesivos planteamientos reflejan una coherente manifestación de su ideología, en la que los conceptos de libertad, democracia, orden, paz social, pueblo —como una totalidad nacional— aparecen idealmente inte­grados.

Son esos caracteres, concretados en una forma de vida colectiva, los que hacen del Uruguay un país de excepción:

“Todos nosotros, sin distinción alguna, gobernados y gobernantes, forma­mos una férrea unidad en nuestro deseo vivo de trabajar por engrandecer la Nación, por luchar en favor de su permanente progreso, salvando dificul­tades, corrigiendo injusticias, deseosos de que sea una verdad poderosa el sentimiento de honra y satisfacción de sentirnos ciudadanos de este pequeño y prestigioso país “.

Y esa idealización lo lleva a sostener que:

“Es el nuestro un pequeño gran país. Si alguna vez se le pudo llamar con verdad laboratorio de experimentación del derecho laboral, hoy se le puede calificar, con igual razón de pequeño oasis de paz, libertad y justicia en un mundo perturbado por trágicas realidades o comprometedoras pers­pectivas...” “Tengamos clara conciencia de que el Uruguay es un país de excepción”.

Tan importante como la democracia e íntimamente ligada a ésta porque constituye un elemento integrante de la misma, es la libertad:

“Tenemos que preocupamos en primer termino de asegurar la libertad de los ciudadanos y conquistar un régimen social que les permita vivir con dignidad y sentir el goce, la satisfacción y la necesidad de defender el régimen político en que actúan”.

Definiéndose en torno al principio de la libertad, acentúa sus dife­rencias con los movimientos populistas que asumían formas autoritarias. Sostiene que “nada hay más necesario al hombre que la libertad” ... “que lo fundamental para toda organización social, es que se cimento sobre la libertad”, porque “la libertad es el elemento principal para la vida colectiva y cualquier régimen que niegue el principio de libertad, es malo por eso mismo”, y que “la libertad no se alcanza sino a través del régimen de la democracia”.

Frente a aquellos regímenes que ponen el acento en la seguridad económica, afirmará que “la seguridad sin libertad es opresión en lo social y dictadura en lo político”, que “no hay régimen para el hombre trabaja­dor, como la democracia. Porque el hombre trabajador lo que necesita es la libertad y en la libertad de hombres trabajadores podrán conquistar todos sus derechos”, ... dado que “sin libertad los obreros no podrán alcanzar ninguna conquista económica”.

[...]

Esa filosofía liberal lo ubica en abierta discrepancia con el comunismo, doctrina a la que considera negadora de la libertad, a la que enfrenta en el plano de las ideas y entiende se le debe vencer con la realización de la justicia social: “en este país, cuando se hace buen Batllismo el comunismo no tiene función ni tiene nada que hacer”.

En tal forma democracia y libertad constituyen dos conceptos insepa­rables dentro de la ideología neobatllista, conceptos vitales que hay que afirmados en una actitud militante: “... la democracia hay que afirmarla con el voto. La democracia hay que afirmarla en la calle. Hay que asegurarla con el fusil si es necesario”.

Es por ello que el destino del país aparece integrado en los valores que encierran ambos conceptos: “sin libertad política, sin libertad de prensa, sin leyes que aseguren la tranquilidad económica y el desarrollo de nuestras familias será imposible que podamos andar el camino que nos hemos trazado para cumplir con nuestras obligaciones, porque la garantía de los derechos humanos y la defensa de las libertades nos obliga a que vivamos en regímenes de democracias ciertas y reales... es el único camino para alejar el peligro de las infiltraciones totalitarias que encuentran su mejor caldo de cultivo allí donde se niegan las libertades y se violan los principios democrá­ticos”.

c) Industrialización

Una de las ideas básicas del neobatllismo es la industrialización.

Hemos destacado cómo ese movimiento se definía por la elaboración de un “modelo” industrial para el desarrollo del país, y cómo interpretaba y satisfacía las expectativas de las diversas clases que conformaban la alianza en que se apoyaba.

En los discursos de Luis Batlle y en los editoriales del diario “Acción”, se puso el acento en la necesidad de industrializar el país promoviendo la expansión de las industrias existentes y la creación de otras nuevas, desarrollando un intenso proteccionismo basado fundamentalmente en la ­política cambiaria. En tal forma la actividad privada se transformó en el centro de la expansión económica al amparo de la protección que le dispensó el Estado.

En esa orientación fue visible la concordancia entre las ideas del gobierno y las que sostuvieron los industriales respecto al destino del Uruguay y la política necesaria para realizar el modelo de desarrollo que se proponían.

Ya al asumir el mando en 1947 Luis Batlle hizo referencia en su discurso al desarrollo de la industria: “Esta actividad de trabajo y estos salarios han creado un mejor standard de vida y han facilitado una evolución económica y social que se hace de absoluta necesidad mantener y defender y el gobierno ha de organizar todos los esfuerzos que están a su alcance para afirmar esa riqueza”.

En opinión del gobierno la industria es la principal actividad creadora de riqueza y por eso manifiesta continuamente su intención de protegerla de sus enemigos, cualquiera sea su importancia: “Vamos a garantirlos a los pequeños industriales como igualmente a los grandes industriales, el capital necesario para el desenvolvimiento de sus industrias”... “Vamos a crear el Banco Industrial del Estado con cincuenta o sesenta millones de pesos para que sea el Estado el que auxilie y fomente las industrias nacionales, para defender a los industriales, chicos o grandes, del capital extranjero... yo me he defendido siempre de todas las infiltraciones del capital extranjero...”

Con estilo llano y directo, fácilmente comprensible por todos, explica cuáles son las ventajas de una industria nacional: “Al lado de la industria que crea la clase media, al lado de la industria viene el salario bien remunerado del obrero, al lado de la industria viene el capital, al lado de la industria viene toda la organización administrativa bien paga, al lado de la industria se realiza y se hace toda una riqueza que se reparte entre los trabajadores porque la industria lo que necesita son brazos y entonces a los brazos es a donde llega en reparto justo la ganancia que provoca esa industria, y en ese sentido tenemos que hablar can claridad al pueblo: no están haciendo como lo pretenden algunos que falsean la verdad, capita­lismo para los capitalistas, no, están haciendo riqueza para que llegue al pueblo, para que se reparten entre los hombres de trabajo...”

Junto a la idea de la mancomunidad de intereses en la empresa capitalista, que se traduce en la necesaria conciliación de clases, se agrega la de un capitalismo benefactor cuyo objetivo no es la ganancia sino la distribución de riqueza.

Tal vez sea un editorial de “Acción” del año 1951, el que expresa más claramente los fundamentos del industrialismo neobatllista: “Estamos por nuevos impulsos a la industrialización en el país. En esta etapa histórica hay un capitalismo privado, socialmente necesario, socialmente útil, que implica progreso nacional y humano y que debemos impulsar. Así lo hizo desde el principio el Batllismo y fue muy justa tal actitud, procurando fundamental­mente dos cosas: a) que tengamos una industria efectivamente nacional, es decir rescatando para nuestro país, nuestra propia riqueza, muchas veces en manos del empresismo imperialista o creándola nueva; b) favoreciendo y protegiendo el proceso industrializador, la Revolución Industrial del País en condición de que en tal proceso no se olvide un sólo instante el elemento humano que es su principal protagonista, dando buenos salarios, toda clase de compensaciones y ventajas y participación razonable en los beneficios a los trabajadores”.

La necesidad de defender las industrias aparece como una idea madre, máxime cuando ellas fueron combatidas desde el exterior y por algunos sectores nacionales, especialmente los vinculados a la ganadería: ...“Vamos a defender las industrias nacionales con firme resolución porque ese es el trabajo de nuestros hombres. Cuando queremos defender las industrias nacionales no pensamos sólo en el industrial, y nuestro pensamiento está en el país y después en el capital representado por los brazos que trabajen, que son el capital más puro que hay que respetar y luchar por él... Sin duda alguna el capitalista industrial es también un hombre que cree en el país y lucha por él y es de necesidad que ellos sientan que el país los apoya en su trabajo”.

En otro momento idealiza la actividad del empresario industrial y destaca la proyección nacional de la industria: “La industria nacional es la defensora del trabajo nacional. Cometeríamos un tremendo error si pensára­mos que la industria es la defensora del dinero. Si los capitalistas no tuvieran industrias para invertir su dinero lo invertirían en el campo o lo dejarían en los bancos. Por lo tanto la industria del país es la mano de obra del trabajador y también el progreso de la Nación”.

Es evidente el énfasis que en todo momento pone Luis Batlle en la dimensión social que debe tener el desarrollo industrial. Su concepción no se agota con el logro de la expansión económica, sino que sostiene la necesaria participación de los trabajadores en los beneficios que esa expansión aporta. En el planteamiento está implícito el esfuerzo por lograr la conciliación entre el capital y el trabajo, así como la movilización de los trabajadores en apoyo de la política de industrialización.

En términos coincidentes se decía en “Acción”, el 27 de abril de 1949: “la política del actual gobierno batllista hacia la ocupación plena y producción de bienes —de la que es una definición la campaña pro industria­lización del país— tiende a hacer económicamente más fuerte al Uruguay, pero lleva a la vez como fin, una mejor forma de vida del trabajador uruguayo”.

Y con motivo del proyecto gubernamental que acordaba franquicias para las industrias a instalarse en el país, el mismo periódico expresaba el 3 de abril: “La preocupación que ha guiado la mente del Ejecutivo ha sido la de promover la creación de fuentes de trabajo” ... “Con verdad puede afirmarse que la amplia liberación de gabelas que se acuerda a quienes vengan a establecer en el país una industria nueva, constituye algo equiva­lente a la creación de un verdadero «seguro de rendimiento» para los capitales que pudieran invertirse en empresas de ese carácter”.

Los beneficios que se le asegura a los inversores se extienden a las otras clases: “...la libertad económica del pueblo depende de la industria y nosotros vamos a defender a la industria que paga buenos salarios”.

“Creemos en la necesidad de desarrollar nuestras industrias y sentimos que nuestro deber es imponerlas y para ello hemos de organizar la batalla económica... hemos de buscar los caminos para que esta materia prima que es riqueza nuestra sirva para asegurarle trabajo a nuestros obreros y sea fuente de riqueza y prosperidad para la nación”.

Pero esa responsabilidad no corresponde solamente al gobierno: “fomen­tar esas industries es obligación de todos, el Estado, las fuerzas capitalistas creadoras de ellas y el capital obrero que las hace marchar y progresar”.

No es de extrañar que ese lenguaje obrerista en el que se destaca la importancia del trabajo creador de los obreros y la necesidad de que compartan las beneficios de la industrialización le haya permitido lograr el apoyo de amplios sectores del proletariado.

Si la industrialización del país fue su preocupación fundamental cuando ejerció la Presidencia de la República entre 1947 y 1950, la defensa de la industria frente a los que llama enemigos de afuera y de adentro se convirtió para Luis Batlle en tema central durante el período de Martínez Trueba y cuando ejerció la Presidencia del Consejo de Gobierno en 1955. Ante las dificultades que se presentaron a la industria textil —la industria de mayor significación— y considerando que la acción del gobierno no es lo suficientemente firme en su defensa, insistirá en que ...“defender nues­tras industrias contra los peligros y acechanzas internas y externas, es defender el trabajo de nuestro pueblo, la riqueza del país”.

Y específicamente en relación con la industria citada: “... sería más conveniente para los intereses del país vender la lana trabajada, elaborada por nuestros obreros que es una forma de vender el trabajo de ellos, a estar vendiendo sólo el trabajo de las ovejas... “

Satisfechas las necesidades del mercado interno con la expansión alcanzada por la industria, considera que se abre una etapa exportadora que asegurará la continuidad del desarrollo. En tal sentido es consciente de las dificultades que se presentarán en el plano internacional y de la imprescindible protección del Estado para lograr esos objetivos:

“La segunda etapa de defensa de nuestras industrias es salir con ellas al mundo e imponerlas, que es una forma de imponer el trabajo de nuestras gentes”.

“Nuestra industria nacional ya es exportadora pues con nuestra producción hemos rebasado el mercado interno y tenemos necesidad de buscar mercados internacionales y aquí entramos en un campo de peligrosa competencia con viejos pueblos que vienen trabajando hace muchísimos años”.

“Tendremos que fortificar nuestras industries; hacerlas respetar e impo­nerlas en la gente de adentro y en la gente de afuera” y “la defensa de nuestra industria la tenemos que llevar adelante y en plena lucha porque son muchos los intereses foráneos que quieren ahogarlas”.

En tal sentido, enfrentaba las criticas que se formulaban a la política proteccionista:

“Se ha querido encontrar como fuerza suficiente para esta resistencia el que tenemos que utilizar cambios preferenciales para ayudar la exportación de este trabajo nuestro; pero la oposición y resistencia al uso de los cambios múltiples ya es de la historia, es del pasado, porque todos los pueblos del mundo defienden con subsidios sus productos exportables”.

“Se nos crítica también porque queremos defender la industria a través de medidas que van en su ayuda, que se las ha llamado subsidios, con las que las tonificamos y les permitimos que se desarrollen en ¡a plenitud de sus fuerzas obteniendo ganancias los industriales, pagando buenos jornales a los trabajadores y provocando riquezas para el país”.

En definitiva, Luis Batlle expresó una ideología contradictoria, en la que se conjugaron la visión del político con su perspectiva de un Uruguay industrializado sobre las bases de las estructuras del sistema capitalista y que, por ende, vio en el sector empresarial la fuerza capaz de realizarlo.

La realización de ese proceso en el marco de una democracia liberal —único camino acorde con su ideología— exigió la participación de los sectores populares como sustento del poder político. Su sensibilidad social facilitó ese planteamiento, dando lugar e una ideología ambivalente expresada en un lenguaje ambiguo, que procuraba una conciliación de las contradicciones de clases —burguesía, proletariado— que el sistema, al desarrollarse, generaba.

d) Estatismo y dirigismo

La alianza de clases en la que se apoyaba la política del neobatllismo exigía la intervención del Estado en la vida económica, en cuanto ve en él el instrumento para promover el desarrollo industrial y el árbitro capaz de resolver las contradictorias demandas de las clases en que se apoyó.

La intervención se caracterizó por un cierto grado de control de la economía para promover e impulsar la actividad privada. Si bien se ratificó como principio la importancia del Estado industrial, heredado del Batllis­mo inicial, fueron limitados los avances en tal sentido.

Al mismo tiempo, el intervencionismo y el dirigismo, proclamados como una política insoslayable, carecieron de la planificación adecuada, lo que se manifestó en las carencias y errores señalados. En este aspecto, parecería que en el político gravitó el temor a facilitar una influencia excesiva de la naciente tecnocracia.

Los alcances de la intervención del Estado aparecen caracterizados en un editorial de “Acción” del 13/12/948: “(la intervención del Estado) en ningún momento ha querido asumir el carácter de una interferencia con actividades que también conceptuamos deben o merecen no ser desplazadas de la órbita particular” a la vez que “el espíritu de empresa del hombre debe ser estimulado”.

Sin embargo, la intervención del Estado debe alcanzar otros niveles en determinadas circunstancias: “En primer término corresponde al Estado asumir la defensa del interés general. Cuando la empresa privada desconoce ese interés y pretende aprovechar la libertad que se le acuerda con fines contrarios al mismo, el intervencionismo estatal será impuesto como un deber primordial. Si un excesivo afán de lucro, configurando incluso las formas del agio o de la especulación abusiva, atenta contra las conveniencias de la colectividad, la intervención del Estado no debe extrañar a quienes la provocan. Corresponde igualmente a esta, suplantar a los particulares allí donde el particular por desidia, indiferencia o falta de capacidad material para hacerlo no puede notoriamente llegar. Es un caso de intervencionismo constructivo y de beneficio común”.

Igualmente destaca la gravitación de las condiciones internacionales sobre las economías como la nuestra y ve en ellas la condicionante que obliga al dirigismo estatal: “Hemos tenido que recurrir a la política del dirigismo impulsados por la situación económica del mundo, en la necesidad de sostener nuestras economías vacilantes, por causas que pueden buscarse en el campo de la economía y el comercio internacional y aquí, los que gravitan, no son precisamente los países débiles” ... “pero mientras la estabilidad de trabajo en nuestro país, la tranquilidad de nuestro pueblo nos exija esta vigilancia, tendremos que seguirla ejerciendo para salvar los obstáculos que se presentan en nuestro camino de desenvolvimiento y progreso”.

Señala el error de “confundir la economía ordenada con el ánimo del gobierno de hacer estatismo”. En este último aspecto proclama la impor­tancia del Estado Industrial:

“...yo soy partidario de la acción industrial del Estado, y además, el magnifico triunfo de la gestión de nuestros institutos oficiales, me dan razón y me prestan las energías necesarias para seguir luchando en favor de la extensión del Estado Industrial”.

“Luchar y extender el Estado industrial con nuevas y justas soluciones, que den solidez a la organización social, y fuerza a la economía del país, es también un deber, pero es también un inmenso gusto espiritual para los que creemos que por ese camino podemos alcanzar una sociedad más justa, con menos privilegios personales y con más beneficios generales”.

Enunciado ese principio general, pone el acento en la intervención del Estado para asegurar una “economía ordenada”, regulando la producción y la distribución: “... mi deber está en atender la producción, en vigilar los precios, en provocar justa distribución y estar junto a los que reclaman con más razón y con más necesidad: las grandes masas, que son las consumi­doras y las que pueden sufrir”.

Fue en este plano en el que mayor énfasis puso para justificar el dirigismo estatal: “Porque la economía dirigida de gobierno tiene como función principal, en primer termino, la custodia y tutela de los grandes intereses económicos de la República y después, la tutela en custodia de los intereses de los pequeños, que no tiene otro ayudante, ni otra tutela, ni otra vigilancia a su lado, ni más honrada que la del gobierno, siempre dispuesto a colaborar con ellos”.

Dado que: “El gobierno no puede olvidar a nadie y menos a los que necesitan de él: las clases pobres, que son las que tienen su amparo en las leyes sociales y económicas, que son las que esperen la tutela justa del Estado”.

En estos planteamientos se encuentran los dos aspectos esenciales que en la ideología del neobatllismo justifican y exigen la intervención del Estado: el económico y el social.

e) Capital y trabajo. La “paz social”

La ideología del neobatllismo en estos temas es ambigua, pues si bien evidencia inquietud frente al problema social y utiliza un lenguaje de tónica obrerista, en lo esencial sostiene el sistema imperante, formulando solamente la distinción entre el buen y el mal uso del capital; rechaza el antagonismo entre el capital y el trabajo sosteniendo la “paz social” en una conciliación de clases, aunque reconoce el derecho de los obreros a luchar por sus reivindicaciones.

En esa filosofía social la intervención del Estado como árbitro y como instrumento para redistribuir la riqueza eliminando ¡as diferencias sociales más agudas, adquiere una importancia primordial.

En este aspecto se dieron notorias diferencias entre la ideología de los industriales y el neobatllismo. Si bien ambos desenvolvieron en forma paralela el concepto de la “paz social” y la mancomunidad de intereses en la empresa, el neobatllismo, tanto por su filosofía social como por razones político-electorales, no podía ignorar las reivindicaciones obreras y buscó procurarles adecuadas soluciones.

En relación con estos temas, en su ya mencionado discurso al asumir la Presidencia en 1947, Luis Batlle señalaba: “La violencia del capital para imponer su quietismo a todo lo que ha conquistado no puede tolerarse; la violencia por parte de quienes quieren andar rápidamente tampoco puede tolerarse”.

En tal sentido el Estado debe contribuir al mantenimiento de la paz social: “Propiciando y fomentando leyes de justicia y buscando las mejores soluciones que intensifiquen el trabajo gestando riqueza; la que ha de ser equitativamente repartida, porque la riqueza producida por todos no es propiedad del capital sino que buena parte de ella es del trabajador, y justo es que se reparta con equidad y llegue hasta todas las clases brindando bienestar a todos los que la han producido”.

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De esas ideas se deduce cuál debe ser la función del Estado para asegurar la paz social: “El gobierno no se mueve para borrar injusticias provocando otras injusticias, sino que él actúa en el deseo de acercar a las fuerzas sociales y económicas que distantes entre ellas y en opinión podrían provocar lucha de violentas perturbaciones y los hechos dicen que las masas populares oprimidas reaccionan fuertemente y la preocupación de los gobernantes debe estar en alejar con mano firme esa opresión para que no estalle esta temida lucha...”

Si bien no acepta el concepto de la lucha de clases, reconoce su existencia y reitera la importancia de la acción del Estado para impedir su desarrollo:

“Creemos que por encima de las clases sociales está el hombre sin distinción de razas, naciones, clases o creencias, que por su sola condición humana tiene derecho a la Libertad Política y a la Seguridad Social”. “Eso no quiere decir no reconocer los conflictos de clases”.

“La lucha de clases nace de la injusticia de clases. Se nutre con el desmedido afán de ganancias de quienes buscan en los factores de desequilibrio de las condiciones económicas, puntal para el logro de mayores beneficios”.

“Combatimos la lucha de clases porque entraña la siembra de odios. Pero lucharemos contra la diferencia de clases, por una igualdad sin trampas monopolistas y una abundancia económica fundamentada en la totalidad del precio del trabajo humano. La Seguridad Social se ha conciliado teórica­mente con la Libertad Política y ese privilegio de la extrema derecha o la mentira pública de la falsa izquierda, son los últimos manotazos del ahogado en las olas de la Revolución de Nuestro Tiempo”.

La conciliación de los opuestos que se traduce en la paz social no puede ser el resultado de una imposición, sino de la justicia social que evita andar por “los caminos de la violencia y el desorden”:

“...Sobre un país pobre o violentado en su economía o en sus finanzas, no se puede afirmar el bienestar colectivo... no se puede afirmar el bienestar colectivo con la presencia de núcleos de pobres de solemnidad frente a la existencia de algunos poderosos y ese desnivel además de arbitrario es peligroso y la ley debe ir con apresuramiento para corregir estas injusticias”.

[...]

En un lenguaje que excedía su tono habitual llegará a sostener que: “...el Gobierno no está para defender a los ricos, sino para defender al pueblo, que es la verdadera fuerza del país... porque es una verdad que no la puedo callar, que los hombres que tienen demasiado y están rodeados por necesitados, me incomodan. Me incomodan y a esos los tengo como enemigos de la sociedad”.

Esos planteamientos en los que no dejan de gravitar las necesidades electorales del político, reflejan sus inquietudes sociales que se manifiestan frente a otros aspectos agudos de la situación social del período, como fueron las huelgas obreras. Si bien rechazó ese medio de lucha de los trabajadores, lo admitió como un hecho social: “Creo que a los huelguistas hay que hacerles sentir que la huelga no es el camino adecuado para encontrar soluciones; pero es necesario que ellos tengan la seguridad de que se les va a oír y se les va a respetar y no se les va a engañar”.

Simultáneamente desarrolló toda una concepción con respecto al capi­talismo —a la que hemos hecho referencia— en la que sin referirse al sistema, que acepta, formula la distinción entre el “capital justo”, digno de ser defendido y el “capital injusto”, que repudia, siendo evidente la imposi­bilidad de establecer los límites que los separan.

“El capital cuando no es injusto, también es trabajador, cuando el capital se pone en actitud de injusticia es arbitrario y quiere darla al capital el poder del capital, entonces ya deja de ser trabajador; pero cuando el capital es invertido en promover trabajo y tiene ánimo de justicia y de respetar los derechos de los trabajadores, el capital no es un enemigo, sino que es un colaborador más en la acción social y en la acción económica del país. Lo que hay que buscar es que el capital no sea injusto, cuando es injusto hay que abatirlo, porque el capital es la riqueza de todos. Lo puede tener una persona determinada, pero lo ha hecho en el país con el trabajo y el esfuerzo de todos”.

“Cuando el capital se constituye en un enemigo, repito hay que abatirlo. Pero debemos tratar de buscar en el capital la fuerza de colaboración que puede tener en beneficio de la sociedad y de la economía del país, haciendo que el capital se transforme entonces en un trabajador más”.

La ideal aspiración de un equilibrio social que ignora la esencia de las contradicciones del sistema y pretende resolverlas con la buena voluntad y comprensión de las partes, aparece nuevamente explicitada cuando sostie­ne que: “El capitalista tiene derecho a los beneficios de su capital invertido; pero el obrero tiene el derecho de su capital trabajo que es igualmente o más respetable que el capital dinero, porque al fin capital trabajo es sudor, es desgaste, es esfuerzo personal y permanente y es lo único que tienen los hombres para poder ir atendiendo y resolviendo sus problemas diarios. Pero se hace imprescindible luchar por la comprensión de ambas partes. El capital dinero cuando es injusto, arbitrario, prepotente, es nocivo a la sociedad; pero el capital trabajo de brazos caídos, a desgano, sin buen rendimiento es también igualmente perjudicial a la sociedad. Ambas cosas son malas y contra ellas habrá que luchar”.

Destacamos nuevamente lo confuso y ambiguo del lenguaje. Capital justo y capital injusto; capital trabajador y capital con poder de capital; capital trabajo del obrero... ¿Deliberada confusión por necesidades políticas que le permiten eludir una definición categórica sobre el sistema capitalista y sus conflictos? ¿Errores conceptuales en torno a categorías sociales y económicas? Muchas imprecisiones pueden ser atribuidas a las circunstancias en que esos temas fueron considerados —actos de propaganda política en los que la disertación improvisada limitó el ajuste conceptual o traicionó el pensamiento— pero nos inclinamos a pensar que esas imprecisiones son el fruto de un esfuerzo dialéctico —dialéctica verbal— para evitar definiciones sobre temas que, por su trascendencia económico-social, hubieran provocado también definiciones de un heterogéneo electorado.

Germán D’ELÍA: “El Uruguay neobatllista. 1946—1958.” Montevideo, 1982, pp. 37-52.