Las gotas parecían brotar del musgo, eran como lágrimas. José estaba sentado junto al manantial, su mirada iba persiguiendo cada gota hasta verla estallar en el agua. Los círculos de las ondas lo tenían atrapado. Hacía tiempo que estaba así, sin pensamientos, sin figuras en su cabeza, solo lo acompañaba ese fuerte dolor adentro.
Las noticias que trajo Javierito habían derrumbado su tranquilidad. Desde niño creía que todos los hombres vivían igual, es más, estaba convencido que como él todos hablaban con Malú, que todos amaban el maizal; y que por las noches iban y venían en los sueños.
Parecía que Malú esta vez no iba a decir nada, seguía llorando en la piedra sin parar. La tarde comenzó a caer, José metió las manos en el agua, su corazón comenzó a gemir:"¿ Malú, Malú, porqué no te escucho ?".
Malú estaba ahí, lo sintió en su cara al mojarse, pero callaba. Ese silencio, lo lleno. Se levantó, ahora sus ojos eran musgo.
El sendero temblaba bajo sus pies, con pasos inseguros desandaba el camino. Un relámpago estalló en su cabeza y escuchó el trueno en su corazón, Malú habló: " Estoy triste, muy triste, si desaparece el maizal, ya no volveré con las nubes".
José se detuvo, respiró hondo, se secó los ojos. Una música brotó adentro, los vio reunidos junto al fuego, eran sus compadres, repetían una y otra vez: "Quiero que la tierra se convierta en un gran maizal".
El olor fresco de la barba de choclo, lo invadio, por fin estaba de vuelta en su maizal.
©Mario Antonio Herrero Machado
A El Cabeza