La abuela siempre se sentaba en un rincón de la galería, en una silla petisa, que la habían cortado para que le quedara a la altura del brasero de hierro de tres patas. Para ella, al agua del mate había que calentarla con brasas de leña, solía decir: "la brasa de carbón no sirve para el agua del mate, la pasma, le quita el gusto. El humo que larga me hace mal, me recuerda la revolución, me hace recordar a mi finado José". Después de quejarse así, todos los amaneceres cargaba el brasero con brasas rojas y grandes.
A mediamañana volvía a hacerlo y comenzaba la segunda ronda de mates amargos. A esa hora su biznieto Pepito, hacia su aparición por la galería, lo llamaba así para no confundirlo con José, su difunto esposo.
Pepito tenía cinco años, como su bisabuela siempre repetía el mismo ritual mañanero: "la bendición abuela Virgilia, ya vino José a visitarte, ¿ que te dijo ?". Doña Virgilia invariablemente le contestaba: "ya te he dicho que José murió, sólo te repito lo último que dijo "QUIERO QUE SIEMPRE CUIDEN MI MAIZAL, QUIERO QUE LA TIERRA SE CONVIERTA EN UN GRAN MAIZAL".
Todos en la casa se reían al escuchar cada mañana lo mismo. Pepito en cambio se quedaba muy serio mirando a su bisabuela y después miraba el maizal. Volvía a la carga a repreguntar a Doña Virgilia: "¿ Cuando va a volver José ?". La bisabuela entrediente repetía "Ya te he dicho que..."
Un día la bisabuela no se levantó más, y Pepito siguió preguntando a cualquiera de la casa:"¿Cuando va a volver José?".
©Mario Antonio Herrero Machado
A El Cabeza