José vivía pendiente de los cantaros de la casa, también cuando iba de visita a lo de un vecino, recorría con sus ojos las vasijas.
Todos decían que era un niño muy sediento, siempre estaba tomando agua. Nadie alcanzaba a percibir el gusto que le daba a José cuando tomaba entre sus manos una vasija. Primero la miraba, luego la acariciaba y después despacio la subia e inclinaba de a poco, tomaba un sorbo corto, y la bajaba a la altura de los ojos. Repetía estos gestos unas tres o cuatro veces.
Para José esto era algo muy especial, quería escuchar que le decía MALU desde adentro de la vasija con su lengua de agua.
El alfarero del lugar Jacinto, le había contado que en cada cantaro vive Malu un dios que mantiene fresca y sana el agua. Decía Jacinto "Malu habla a gorgoritos, dice pocas cosas y es muy díficil entenderlo. Quién entienda a Malu, podrá saber si va a llover o habrá sequía, es más, Malu puede señalar donde se esconde el agua en la montaña". Decía Jacinto que muchos de los manantiales de la comarca fueron señalados por Malu.
José escuchaba a Jacinto sin pestañar, iba mirando, sus manos que trabajaban el barro, sus ojos que brillaban mirando lejos en el tiempo, miraba su boca donde se entretejían leyendas y verdades. Continuaba Jacinto, "A Malu se lo escucha mejor con los ojos cerrados, no hay que apretar mucho la vasija, los dedos flojos escucha más a través de ella, sobre todo no hay que tener prisa. Cuando se rompe un cantaro hay que enterrarlo y hacer pronto otro nuevo, a Malu no le gusta quedarse sin su casa".
Con el tiempo José aprendío a escuchar a Malu y de tanto mirar a Jacinto aprendio el viejo oficio del alfarero.
©Mario Antonio Herrero Machado
A El Cabeza