El trote inglés, lo iba maltratando, no podía distraerse ni un segundo. Las entrepiernas le ardían, quemadas por el calor de los pantalones de montar. Su deseo de estirar los dedos le hizo odiar las botas inglesas.
Marcelino miró las nubes, reventaban de blancura, parecían el penacho que lanzan las locomotoras. No sintió la incomoda montura, ni las cuatro riendas del freno. Comenzó un galope tendido, en vez de camino veía dos vías, era el maquinista.
Se detuvo frente al muro de su casa. "Marcelino, vas a matar a ese caballo", la voz de Don Patricio Rovira, su padre, lo despertó. El caballo temblaba envuelto en la espuma del sudor. "Si padre, voy a hacerlo lavar".
De camino a las caballerizas, Marcelino volvió a soñar, cuando llegará el día en que pueda viajar en tren, desde su hacienda a la capital. Sin darse cuenta iba braceando como si fuera una máquina. Los sirvientes rieron por dentro al escucharlo decir "chuc - chuc - chuc".
Era solo un joven inberbe, pero aquel día tomó una determinación, "yo traeré las máquinas a vapor, los telares, los molinos y los trenes. Mi padre no podrá entonces reírse de mis sueños".
©Mario Antonio Herrero Machado
A El Cabeza