El olor al maiz recién explotado, empañó la mirada de José, con el puño de la camisa, secó dos lágrimas que viajaban por su nariz.
A su alrededor el campamento despertaba. En el puñado de rosetas blancas lo vió a Fidel. Siempre sentado en la misma piedra, con el cuenco de madera sobre su piernas. Como pájaros los niños se arremolinan tendiendo sus manos. A cada uno Fidel les da un puñado de rosetas con sal.
José comenzó a comer, el cric crac en su boca le destapó el oido, entrecerró los ojos y escuchó a Fidel: "Mira José, este granito no explotó al calentarlo, ahora no sirve, ni para comerlo, ni para sembrarlo. Este en cambio explotó sin miedo, ahora es comida, y aunque parezca extraño también es semilla, se mete por tu boca para ayudarte a vivir". José solo veía los labios de Fidel, cuarteados y firmes, cada palabra que decía, se le iba grabando. Los ojos de Fidel se hicieron pequeños como mirando lejos. Con truenos lejanos dijo: "En el maizal esta la vida, ya sea que lo entierres en tu panza o en la tierra. Toma te has ganado otro puñado por escuchar."
"José adonde vamos", dijo Javierito.
-"No se compadre, habrá que escuchar los pájaros, esta mañana están inquietos."
©Mario Antonio Herrero Machado
A El Cabeza