Siru-siru-siru, el silbido de la contraseña, puso en alerta a José. Entre la niebla apareció su compadre Javierito, se acercó y se puso en cuclillas a su lado.
-"Compadre, esta noche son más de veinte, dos familias completas".
-"Esta bien Javierito, descansamos un pooco o seguimos. En cualquier momento se puede cortar la niebla, mire que esta noche es de luna llena".
-"Mejor seguimos, voy a distribuir las ccargas, tenemos un trecho largo hasta llegar a las mulas".
El olor del aceite de la "amarguita" lo invadió, Javierito como siempre había untado a los fugitivos con ese aceite que Juana sacaba del yuyo amargo. Los perros huían apenas lo olían, era el mejor modo de espantarlos.
Más allá del olor estaba el ruido de los pasos en la noche, pasos lentos pero firmes de ancianos, pasos decididos de hombres, pasos pesados de madres que cargan niños, pasos alegres de niños casi dormidos. Al oido de José llegaron los pasos de una jovencita, venía asustada casi en punta de pies.
-"Compadre, ya estamos listos", dijo Javierito, "vaya al frente, tomele la mano a esta jovencita porque está asustada".
José tomo entre sus manos aquella fría manita, era como un polluelo asustado y perdido. Su dueña había ocultado su cara debajo de la manta que la abrigaba.
El corazón de José iba temblando, que le pasaba, de golpe le vino hambre, tuvo que atender el sendero para no perderse en la noche.
El pajarito asustado y frío se volvio cálido. José aflojo los dedos un poco, estaba apretando demasiado fuerte su mano.
La cara le quemaba los oidos le retumbaban. Deseó que amaneciera quería contemplar el rostro de la jovencita que guiaba.
En menos de media hora llegaron a las mulas, en ese momento salio la luna.
José se acomodó en las ancas, adelante iba la jovencita. Casi sin voz le preguntó: "¨ Como te llamas ?"
Dos nuevos luceros brillaron en la noche, cuando ella volteo su cabeza. José se sumergió en ellos, supo en ese instante que había quedado atrapado para siempre.
Un susurro le contestó: "Me llamo Virgilia, soy la menor de mi familia".
-"Yo soy José, puedes dormirte sii quieres, yo cuido que no te caigas".
-"Vamos compadre, abra la marcha, aproveechemos la luna". La voz de Javierito a su lado lo sacó de los ojos de Virgilia. José taloneó la mula y abrazó fuerte a Virgilia.
Años y años pasaron, ni José ni Virgilia olvidaron nunca cada detalle de esa noche.
José quedó sumergido para siempre en los ojos de Virgilia; ella se sintió abrazada en todo tiempo por José.
©Mario Antonio Herrero Machado
A El Cabeza