Canción para un invierno

Mi tierra no es de azúcar,

ni tiene mariposas en invierno,

ni montañas con risas de clavel,

ni arrecifes dorados.

Y no es de miel

ni tampoco de espuma.

Es arcilla, sierra cortada

y té por los collados.

Estamento de piedra y de ciprés,

campanas que enlazan

el pueblo y la masada alguna tarde

llamando a funerales.

Y yo sellaré eternos surcos de cartón.

No es canto de trompetas, ni timbales

sólo tambores.

Curtida piedra a golpes

fuerza y redobles.

El verano es la cuna

y el invierno la muerte de la oliva.

Granos de primavera

endulzan a la viña .

Espliegos y romeros

y tardes amarillas.

¿Quién segará la mies

cuando falte la lluvia?

Mi tierra es una tumba

parda y blanca por fuera,

y roja dentro.

Negras minas de hierro y de carbón

forman sus huesos.

Sus gentes son,

viviendo en la penumbra,

gente con soledad por corazón

y por recuerdos.

Metralla hirviendo

en gritos de estupor.

Un viento fuerte ha de llegar

por las colinas,

que barrera del polvo

tantas horas perdidas,

epitafios de versos y palabras vacías.

Dejando en el paisaje

su esperanza extendida.

Un viento limpio ha de llenar,

ha de llenar, la umbría,

levantando del polvo tanta casa caída.

Abrirán nuestras puertas

de golpe al mediodía

para empezar de nuevo

con más fuerza la vida.

Joaquín Carbonell