El Laurel: Dafne y Apolo

En la mitología griega, Dafne es el nombre de una ninfa –un espíritu- de los árboles, protagonista de un desgraciado amor con Apolo. Nos lo cuenta Ovido en el libro I de Las metamorfosis:

Apolo se burló del joven Eros –dios responsable del amor y de la atracción sexual- y de sus flechas: no son comparables a las fuertes armas con las que ellos derriban a sus enemigos. ¿Qué se consigue tratando de irritar la sensibilidad para el amor? Con esas flechas no se puede ni conseguir victorias ni ganar batallas.

Eros, enfurecido y lleno de ira, tomó dos flechas: una de oro que movía al amor, y otra de hierro y plomo que incitaba al odio. Con la flecha de hierro disparó a Dafne, y con la de oro disparó a Apolo en lo más hondo de sus entrañas. A partir de ese momento, Apolo quedó inflamado de pasión por Dafne, y ella, en cambio, lo aborreció.

Apolo ama; Dafne huye. Él la persigue incesantemente, ardiente de amor; apasionado. Todo en ella le parece una gloria. Dafne corre una y otra vez; escapa hábil de su perseguidor; huye más veloz que el viento, que la hace parecer aún más bella. Apolo, empujado por las alas del amor, está ya muy cerca. Dafne le siente rozando las plantas de sus pies, nota su aliento en el cuello, y sus dedos enredados en el pelo. Cansada, ya sin apenas fuerzas, con todas sus energías consumidas por la fatiga, se va viendo vencida. Al borde del agotamiento, invoca Dafne a su padre –dios del río- y le pide auxilio: “mutándola, pierde mi figura”. El padre la escuchó y acudió en su ayuda. Canta Ovidio:

“Apenas la plegaria acabó, un entumecimiento pesado ocupa su organismo,

se ciñe de una tenue corteza su blando tórax,

en fronda sus pelos, en ramas sus brazos crecen,

el pie, hace poco tan veloz, con morosas raíces se prende..."

Fue así como, mientras corría, Dafne fue convertida en laurel enraizado en tierra.

Llega Apolo inflamado, rodea el tronco con sus brazos, siente palpitar bajo la corteza su pecho, y lo llena de besos. Pero “rehúye, aun así, sus besos el leño”.  Ahora que ya no podrás ser mi esposa –dice Apolo-, al menos sí serás árbol mío, y podré amarte eternamente. Tus ramas coronarían las cabezas de los héroes y adornarán las jambas de sus puertas. Ahora ya Dafne-laurel, con sus recién hechas ramas, asiente; y como si fuese la cabeza, agitó –consintiendo- su copa.

A partir de ese momento las coronas triunfales con las que coronó a los generales victoriosos, y con las que se coronó a los emperadores de la antigua Roma, fueron las trenzadas con ramas de laurel (también a los grandes poetas, que eran muy considerados en la antigüedad). Y por eso ha llegado hasta nuestros días el laurel como símbolo de la victoria.