En esta página de la Fundación Miguel Hernández, podéis encontrar toda la información sobre el poeta así como consultar su obra.

Sangre que no se desborda, juventud que no se atreve, ni es sangre, ni es juventud, ni relucen, ni florecen. Cuerpos que nacen vencidos, vencidos y grises mueren: vienen con la edad de un siglo, y son viejos cuando vienen.


Pintada, no vacía: pintada está mi casa del color de las grandes pasiones y desgracias. Regresará del llanto adonde fue llevada con su desierta mesa, con su ruinosa cama.

Florecerán los besos sobre las almohadas. Y en torno de los cuerpos elevará la sábana su intensa enredadera nocturna, perfumada. El odio se amortigua detrás de la ventana. Será la garra suave. Dejadme la esperanza.

Jornaleros que habéis cobrado en plomo sufrimientos, trabajos y dineros. Cuerpos de sometido y alto lomo: jornaleros.

Españoles que España habéis ganado labrándola entre lluvias y entre soles. Rabadanes del hambre y del arado: españoles.

Esta España que, nunca satisfecha de malograr la flor de la cizaña, de una cosecha pasa a otra cosecha: esta España.

Si me muero, que me muera con la cabeza muy alta. Muerto y veinte veces muerto, la boca contra la grama, tendré apretados los dientes y decidida la barba. Cantando espero a la muerte, que hay ruiseñores que cantan encima de los fusiles y en medio de las batallas.

Si me muero, que me muera con la cabeza muy alta. Muerto y veinte veces muerto, la boca contra la grama, tendré apretados los dientes y decidida la barba. Cantando espero a la muerte, que hay ruiseñores que cantan encima de los fusiles y en medio de las batallas.

Dos especies de manos se enfrentan en la vida, brotan del corazón, irrumpen por los brazos, saltan, y desembocan sobre la luz herida a golpes, a zarpazos.

La mano es la herramienta del alma, su mensaje, y el cuerpo tiene en ella su rama combatiente. Alzad, moved las manos en un gran oleaje, hombres de mi simiente.

Escribí en el arenal los tres nombres de la vida: vida, muerte, amor.

Una ráfaga de mar, tantas claras veces ida, vino y los borró.

Tristes guerras, si no es amor la empresa. Tristes, tristes.

Tristes armas, si no son las palabras. Tristes, tristes.

Tristes hombres, si no mueren de amores. Tristes, tristes.

"Andaluces de Jaen" de Miguel Hernández

ACEITUNEROS

Andaluces de Jaén,

aceituneros altivos,

decidme en el alma: ¿quién,

quién levantó los olivos?


No los levantó la nada,

ni el dinero, ni el señor,

sino la tierra callada,

el trabajo y el sudor.


Unidos al agua pura

y a los planetas unidos,

los tres dieron la hermosura

de los troncos retorcidos.


Levántate, olivo cano,

dijeron al pie del viento.

Y el olivo alzó una mano

poderosa de cimiento.


Andaluces de Jaén,

aceituneros altivos,

decidme en el alma: ¿quién

amamantó los olivos?


Vuestra sangre, vuestra vida,

no la del explotador

que se enriqueció en la herida

generosa del sudor.


No la del terrateniente

que os sepultó en la pobreza,

que os pisoteó la frente,

que os redujo la cabeza.


Árboles que vuestro afán

consagró al centro del día

eran principio de un pan

que sólo el otro comía.


¡Cuántos siglos de aceituna,

los pies y las manos presos,

sol a sol y luna a luna,

pesan sobre vuestros huesos!


Andaluces de Jaén,

aceituneros altivos,

pregunta mi alma: ¿de quién,

de quién son estos olivos?


Jaén, levántate brava

sobre tus piedras lunares,

no vayas a ser esclava

con todos tus olivares.


Dentro de la claridad

del aceite y sus aromas,

indican tu libertad

la libertad de tus lomas.



Miguel Hernández: el verso que no cesa , con guión de Javier Lostalé, hace un recorrido por la vida y la obra del poeta, guiados por los profesores universitarios Carmen Alemany, Francisco Javier Díez de Revenga y Jorge Urrutia. También se escucha, procedentes del Fondo Documental de RNE, al propio Miguel Hernández; su viuda, Josefina Manresa; compañeros de las cárceles franquistas, entre ellos Antonio Buero Vallejo, y el premio Nobel Vicente Aleixandre que fue uno de sus primeros amigos en Madrid. Además, tres estudiosos de la obra de Miguel Hernández ya desaparecidos, los poetas Concha Zardoya y Leopoldo de Luis y el dramaturgo Juan Guerrero Zamora, explican algunos aspectos de sus investigaciones.