VISITA A LA FOSA DE PICO REJA

El día 30 de abril de este año 2021, 45 alumnas y alumnos de 2º de bachillerato divididos en tres grupos, han visitado los trabajos de exhumación de la Fosa de Pico Reja. Los arqueólogos de Aranzadi la han explicado para que pudiéramos entender todo lo que nos enseñaba la tierra.

Olga Olivares, alumna de 2º de bachillerato, escribe esta reflexión.

El pasado viernes 30 de abril, el alumnado de segundo de Bachillerato del Colegio Aljarafe acudió a la fosa común de Pico Reja, ubicada en el cementerio de San Fernando de Sevilla, en una actividad organizada por nuestra profesora de Historia Rosario Santos, como parte del proyecto de Memoria Histórica realizado en nuestro colegio.

En primer lugar, nos presentaron la principal excavación donde están expuestos al menos una decena de restos humanos, correspondientes a las víctimas de la represión franquista durante y después de la Guerra Civil. Lo que más nos impactó fue asomarnos a la fosa y ver con nuestros propios ojos lo que llevamos escuchando y estudiando durante años. Nos conmovió hasta tal punto, que al principio no fuimos capaces ni de mirar ni de decir palabra ante aquellos restos que nos daban información sobre ellos mismos de manera tan atroz. Como nos dijo la profesional que nos guió durante la visita, "si les ponemos cara, nos derrumbamos". Con su ayuda, fuimos capaces de observar las pruebas evidentes de lo que ocurrió, y diferenciar los cuerpos que habían sido enterrados dignamente (se veía la marca del ataúd, los cuerpos distribuidos en hileras, los brazos en cruz), de los que habían sido lanzados a la fosa tras un balazo: cadáveres amontonados, con los signos visibles de la violencia que ejercieron sobre ellos, boca abajo, donde no se distinguían unos cuerpos de otros.

Vimos cómo, paradójicamente, el tiempo había pasado por encima de cuerpos como el de Horacio Hermoso, alcalde de Sevilla durante la Segunda República, y toda la Corporación municipal, dejando solo sus restos, mientras que en cambio, la historia, la memoria y la justicia, se habían quedado petrificadas e inmóviles dentro de la fosa. Por ejemplo, a quienes tiraron boca abajo permanecen en la misma postura, como si los acabaran de fusilar, guardando toda la información de los hechos que ocurrieron y esperando a ser enterrados con dignidad.

Un dato nos provocó impotencia a todos: debido a la tardanza de la exhumación, 84 años después, hay pocos descendientes directos de los desaparecidos y por tanto es más difícil identificar sus restos con el ADN de los familiares. Salimos de allí con el deseo de que los pocos parientes que quedan encuentren a sus seres queridos.

Agradecemos enormemente la labor de restauración y justicia que está haciendo Aranzadi, unaasociación científica sin ánimo de lucro, con la iniciativa del Ayuntamiento de Sevilla, y por supuesto, la oportunidad que nos han dado nuestros profesores del Colegio Aljarafe de vivir esta experiencia.

Porque así se enseña Historia y se mantiene viva nuestra memoria colectiva.

Ana Acuña, alumna de 2º de bachillerato


El pasado viernes 30 de abril, los alumnos de segundo de bachillerato del Colegio Aljarafe tuvimos la oportunidad de visitar la fosa común pico de reja en el cementerio municipal San Fernando, en Sevilla. 


Si en algo coincidimos todos y todas es en que la excursión nos impresionó y nos sorprendió. Íbamos con unas expectativas, que sin duda se superaron. Personalmente, nunca había visitado el cementerio y el simple hecho de ver lo grande, bonito y sobre todo la gran cantidad de historias que guarda me emocionó. 


Debo destacar el buen trato que ejercieron los miembros de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, fueron capaces de mantenernos atentos durante toda la explicación, es más, nos pareció tan interesante que fuimos los propios alumnos los que no paramos de lanzar preguntas.


Es difícil imaginarse lo dura que tuvo que ser la guerra civil, pero haber tenido la ocasión de visitar un lugar tan emblemático y sobre todo tan ilustrativo de lo que supuso dicho conflicto nos hace ver las cosas de otra forma. Nos permite salir de las aulas, aunque solo sea unas horas, a observar, a recordar y sobre todo a disfrutar aprendiendo. Sin duda, una experiencia que recordaré siempre y que no dudaré en compartir con mi familia y amigos.


Este texto irá dedicado a mi experiencia personal tras la visita del pasado viernes a las fosa de Pico Reja situada en el cementerio de San Fernando en Sevilla: La primera fosa común que se abrió en el cementerio de San Fernando de Sevilla tardó en colmatarse apenas dos semanas después del golpe militar del 36. Los trabajos de intervención se han iniciado en una de las ocho fosas que se ubican en la capital andaluza, una de las más represaliadas por el régimen franquista. La conocida fosa de PicoReja podría albergar 1103 cuerpos en su interior. Extracción de un artículo escrito por María Serrano en Sevilla el 28 de Enero de 2018 y publicado en Público.

Se llama fosa común al lugar donde se entierran los cadáveres que por diversas razones no tienen sepultura propia. Las fosas comunes han sido, a lo largo de la humanidad, un método muy usado para disponer de los cadáveres de dos o más personas. En este caso, según estudios realizados la fosa alberga más de mil cuerpos.

Para mi la excursión no comienza cuando llegamos al cementerio, para mi esta experiencia no comienza cuando mi profesora de historia hace una primera mención sobre la fosa de Pico Reja. Nunca jamás en mi vida había visitado una fosa y sinceramente llevaba unas expectativas bastante bajas que a lo largo del texto explicaré cómo se superan. Cuando Rosario menciona la excursión, mi mente idealiza la fosa y me imagino un trozo de piedra con una forma determinada en el suelo con un texto que explicaría la represión sobre las personas que se hallaban debajo.

Cuando llegamos al cementerio, estuvimos dando una vuelta por él y como me suele pasar siempre que visito uno, me empezaron a surgir preguntas sobre la vida de las personas que allí estaban enterradas. Sobre todo, lo que más me llamaba la atención eran los panteones de la entrada, algunos como verdaderas capillas y palacios. Me llama mucho la atención de los cementerios cómo puede haber tanta diferencia entre la manera de tratar un cuerpo sin vida. Como una familia le construye un verdadero palacio a un cuerpo dentro de un ataúd que no saldrá de ahí y como otras personas dentro de sus posibilidades apenas pueden poner una lápida con el nombre del fallecido y una breve dedicatoria.

Después de la breve investigación por el cementerio, comienzo a ver unas vallas que ocultaban el interior de un recinto del que sobresalían unas carpas. Pensé que serían obras del cementerio porque llevaba la idea de ver una especie de jardincito con una piedra en medio. Cuando entramos en el recinto de la fosa, mi curiosidad aún presente en mí provocó un sentimiento de necesidad de explorarlo todo sin perderme ni un solo hueco por mirar. Mi cabeza busca un lugar donde poder verlo todo, pararme unos segundos a pensar y diera una vuelta sobre mi misma echando un vistazo sin perderme ni un solo dato que pudiera apoyar mis conclusiones (es algo que suelo hacer cuando llego a un sitio desconocido). La última vez que me ocurrió esto fue con la llegada a la Plaza del Obradoiro en Santiago de Compostela tras acabar el camino, otra de las excursiones que ha organizado mi colegio y que me ha aportado tantas experiencias gratificantes.

Durante mi observación me dio tiempo a ver muchas carpas, mucha tierra, vallas, pero lo que más me llama la atención es una mesa de madera en la que descansaban los huesos de una persona totalmente ordenados y situados como se organizan en el cuerpo cuando aún tiene todos sus componentes, y una carpa destapada con un agujero tan profundo que desde mi posición no se alcanzaba a ver el suelo de este. La mayoría de carpas estaban cerradas para evitar que el viento y la lluvia estropearan los restos. De repente una ráfaga de viento hace que el plástico de una de las carpas se desplace y vista alcanza a observar el trabajo que realizaban los arqueólogos en el interior de los agujeros, me dio tiempo de ver montones de huesos, entre ellos dos cráneos, enredados en una red de raíces. Mientras continuaba girando al fondo había una carpa al descubierto con un agujero tan profundo que desde mi posición no alcanzaba a ver más que las paredes que lo delimitaban, como he mencionado antes. Casi llegando ya a mi posición inicial, observo que las vayas que limitaban el recinto de la fosa tenían en fila un montón de fotos, unas 30, de personas represaliadas con una breve descripción de su pasado, que quizás fuera el motivo por el que acabaron tirados en la fosa. Supongo que serían de las más de mil personas, las que sus familiares reclamaron.

La visita comenzó y cuando tuve la posibilidad de asomarme a aquel agujero profundo, mi mente entró en shock, en mi vida había visto tantos huesos juntos de personas humanas que habían tenido su vida, y habían acabado allí por vivirla de la manera que ellos creían oportuna.

Cuando por fin pude reaccionar, no pude evitar preguntar algunas de las tantas dudas que se me presentaron, la mujer que nos guiaba trató de resolverlas todas sin dejarse nada atrás, hizo de la visita algo especial y un poco más familiar. Está claro que la mujer no pretendía hacernos la típica visita guiada con un diálogo estudiado y con el fin de darnos una información irrelevante para ella, de verdad quería que nos llegara al corazón lo que nos estaba contando y provocar en nosotros una reacción de curiosidad e interés, y sobre todo que entendiéramos lo que había pasado.

Después del impacto que ocasionó en mí la fosa con huesos al descubierto y totalmente a la vista, de lo que fueron por lo menos 30 cuerpos, visitamos la anterior mencionada mesa con el esqueleto de aquella persona. En la mesa estaba el esqueleto de un varón que trabajaba en el ayuntamiento de Sevilla, dato que pudieron recoger gracias a que había sido ‘enterrado’ con el uniforme municipal y pudieron rescatar un botón que claramente presentaba el emblema de NO8DO. Además nos explicaron que el hombre había sido llevado a la fosa junto con otros 5 trabajadores, y que todos presentaban un orificio en el cráneo, signo de un disparo que provocaría su muerte y que además se llevaría a cabo durante un rutinario fusilamiento por parte del bando nacional.

En este segundo sitio la mujer aún tuvo un símbolo más de aprecio y nos explicó que había llegado hasta ese momento porque anteriormente había estado buscando a su bisabuela que fue también asesinada por el régimen franquista. Después de haberla encontrado con mucho trabajo y especial colaboración de un vecino del pueblo, se propuso ponerse a disposición de las familias de los represaliados para poderlos ayudar a encontrar a sus familiares perdidos, como ella había tenido la oportunidad de hacer, y que pudieran alcanzar esa paz que ella consiguió al encontrar los restos de su bisabuela y poder enterrarla dignamente.

Al salir de la fosa, en mi cabeza había una mezcla de sentimientos. La visita a la fosa supuso para mí un choque de realidad. De verdad impacta cuando ves tantos huesos juntos y como gente que no necesariamente tiene relación directa con ellos, los tratan con tanto aprecio y cariño como si su vida dependiera de ello. Mi cabeza no entendía cómo había ocurrido todo ello y sobre todo el empeño y la lucha que las familias de estas personas tendrían que llevar a cabo para haber conseguido tal avance, aunque no había nada prometido. De verdad vi la cara de felicidad y satisfacción en la mujer que nos explicó todo durante la visita. En ningún momento se mostró desinteresada por su trabajo, ni mostró signos de no querer seguir respondiendo dudas y explicando sus experiencias personales, al revés, para mí que cada vez tenía más interés en destaparnos el falso mito popular e intentar que comprendiéramos la realidad.

Personalmente, las expectativas de esta excursión se han superado por mil. Esta visita ha despertado en mí el interés que había desaparecido con el típico monotema de lucha entre nacionales y republicanos. Ahora tengo muchísimas más ganas de adentrarme en el tema y conocer la verdad profunda y las verdaderas causas y consecuencias. La visita se me hizo bastante corta y no me quedé con ninguna pregunta pero seguro que a lo largo de mi vida me surgirán otras muchas que no dudaré en resolver. Me encantaría llevar a toda la gente que conozco a la fosa y que conocieran esa parte delas consecuencias, pero estoy segura de que no en todo el mundo provocaría el mismo sentimiento.

Muchas gracias Rosario por la experiencia.

Marta García Acal, 2º de Bachillerato

Elena Mateos, 

profesora de filosofía Colegio Aljarafe

April 30, 2021


Sobre lo humano, el perdón y la promesa.

“Se es siempre bárbaro con los débiles”

Simone Weil.

Dentro del ir y no venir del tiempo cotidiano, en una mañana nublada y algo fría, hemos llegado a la puerta del cementerio San Fernando de Sevilla. Está entre una gran avenida y el Vacie, una barriada de chabolas al norte de la ciudad. El cementerio es conocido por “La venta de los gatos”, obra de Bécquer. Hoy, sin embargo, no perseguíamos leyendas.

Justo al pisar el umbral de entrada, ha empezado el cielo gris a descargar agua con más fuerza. Refugiados bajo unos toldos, la profesora de lengua ha contado lo que sabe del lugar. Al poco, la lluvia se ha vuelto más amable y hemos podido adentrarnos en la avenida principal del camposanto. Risueños, hemos comparado mausoleos y esculturas, hasta cruzar más de medio recinto. Desviándonos hacia la izquierda, de entre nichos vacíos y tumbas apelotonadas, vemos aparecer unos entoldados sobre un gran espacio de tierra ambarina. Hacia ellos nos dirigimos, cuando ya las nubes han dejado de gotear.

Nos recibe una mujer -ya se me ha olvidado su nombre, borroso entre la bruma de sensaciones. Nos guía por los entresijos del trabajo de exhumación de la primera fosa común abierta en Sevilla, una de varias en ese mismo cementerio. Bajo nuestros pies se acumulan los huesos de más de 1.100 represaliados tras el golpe de estado y la sublevación del 36, represaliados políticos que ni siquiera habían tenido tiempo de responder al golpe con violencia, y que fueron fusilados y arrojados a la fosa sin haber cometido delito de sangre alguno. Fueron recogidos en sus lugares de trabajo, como la Tabacalera; en una reunión de compañeros de trabajo, como los empleados municipales; en sus casas, como tantos otros. Nos habla de detalles de la tierra y las condiciones de los huesos, nos cuentas fechas: aquí únicamente se enterraron represaliados durante el verano del 36. Recién infligido el golpe de estado: más de 1.100 esqueletos.

Esta es la teoría, y tú también la sabes. Yo la sabía y sin embargo la desconocía. La fosa está ahí pero parece no estarlo. Mientras la buscaba entre la hilera de tumbas, pasando por la rotonda de La Piedad o la calle de La Fe, he parado a preguntar a un par de obreros que descansaban justo allí junto a su zona de trabajo. Por la ubicación de Google Maps sabía que estaba a pocos metros y seguía sin ver los toldos… Los obreros, extrañados, han respondido que no sabían nada de aquella fosa común.

Conozco la teoría y se desmorona cuando miro hacia delante y hacia abajo, ya frente a la fosa: a unos dos metros de profundidad se agolpan huesos. Adivinamos sus posturas: bocabajo, piernas amontonadas. Unas columnas sobre otras, unos cráneos sobre otros. No consigo apartar los ojos, creo que ninguno de los que me rodean puede hacerlo.


En todo el mundo retumba esa ira. ¿Qué cabía esperar? Lo único que pedían era no entender nada e incluso se juntaban varios para ello, porque el hombre es incapaz de ser necio o malvado él solo, condición misteriosa reservada seguramente al proscrito.

George Bernanos, Los grandes cementerios bajo la luna.


Después del golpe vuelvo a reconstruir las teorías que conozco, y que me ayudan a construir una especie de refugio. Pienso en Hannah Arendt, testigo de la barbarie nazi de aquel mismo tiempo descompuesto. Ella, apátrida. Ella, víctima. Ella, marginada por su propio pueblo desarraigado. Escribió, con la calma de quien ha paseado su mirada por todos los recovecos del alma humana, Vita Activa (así se llamó para mí en italiano, aunque en español se tradujo como La condición humana). Contaba que el ser humano tiene dos dimensiones: la activa y la contemplativa. De la contemplativa no pudo terminar de escribir; de la activa nos dejó una obra preciosa y salvífica.

En la dimensión de la vida social y determinada, el ser humano tiene tres modos de existir: la labor (animal laborans), el trabajo (homo faber) y la acción (condición humana). La acción define lo humano: participar en lo público, hacerse presente en la vida política… Es un volver a nacer, una segunda natalidad que nos separa de la simple supervivencia, el mero quehacer y el trabajo alienante.

En La condición humana Arendt sorprende, sin previo aviso, rescatando dos conceptos que ningún judío de su generación quiso poner sobre la mesa: el perdón y la promesa. “La verdad es que la ira de los imbéciles llena el mundo. Reíd si queréis: de ella no se librará nada ni nadie, es incapaz de perdonar“, escribía también Bernanos, después de presenciar la violencia radical de los sublevados en Mallorca.

¿De qué perdón nos puede hablar una judía que ha huido de un campo en Francia y permanece apátrida en EEUU? Del perdón como aquello contrario a la venganza y al olvido. Del perdón como remedio al destino infalible y calamitoso de las relaciones sociales electrificadas por el conflicto pasado. Del perdón que se otorga sin dejar de lado la justicia de la memoria. Y, ¿ante qué emerge? Ante el peso de la infalibilidad del pasado.

Salvándonos de la infalibilidad de la historia con el perdón, toca el turno a la promesa. La promesa emerge ante el miedo que provoca la impredecibilidad del porvenir, del futuro; causa de la desconfianza entre unos y otros. La promesa ofrece “islas de seguridades en un mar de incertidumbres”, escribe Arendt.

Nuestra acción pública nos libra de una naturaleza animal radical y capaz de maldad. ¿Existe mayor esperanza que esta?

Arendt leyó y releyó Los grandes cementerios bajo la luna de Bernanos, un escritor francés católico que residía en Mallorca cuando se desató el golpe sublevado. El hijo de Georges Bernanos, Yves, fue a combatir junto a los falangistas. Su padre describió el horror de la violencia sublevada en esta obra, perfecta descripción del fascismo según la propia Arendt.

Otra filósofa, Simone Weil, de profunda sensibilidad hacia los problemas de la clase obrera, viajó de París a Barcelona en el 36 y se alistó en la columna Durruti.

He conocido ese olor de guerra civil, de sangre y de terror que desprende su libro; lo había respirado“, escribe Weil a Bernanos a su regreso a Francia, alejándose para siempre de la violencia. Se puede entender el rechazo a la espiral de locura en este fragmento de su misiva:


Ni entre los españoles, ni siquiera entre los franceses llegados, sea para combatir, sea para darse un paseo —estos últimos con mucha frecuencia intelectuales blandos e inofensivos—, he visto nunca expresar, ni siquiera en la intimidad, la repulsión, el desagrado ni tan sólo la desaprobación por la sangre vertida inútilmente. Usted habla de miedo. Sí, el miedo ha tenido una parte en esas matanzas; pero allí donde yo estaba no he visto la parte que usted le atribuye. Hombres aparentemente valientes —de uno de ellos, al menos, he constatado personalmente su valor— contaban con una sonrisa fraternal, en medio de una comida llena de camaradería, cómo habían matado a sacerdotes o a «fascistas», término muy amplio.

Carta a Bernanos, Simone Weil.


Expresemos nosotros la repulsión hacia la violencia. Ya la hemos expresado quienes nos hemos visto en los zapatos de las víctimas. Repetitivamente nos han negado el perdón y la justicia social aquellos que siguen en los zapatos de los vencedores.

La equidistancia sólo se exige a la víctima y no al verdugo, reflexionábamos Rosario y yo en el autobús de vuelta. ¿Qué equidistancia tenemos derecho a exigir a la nieta de un represaliado, que continúa desparramado junto a otro millar de ellos, mientras los descendientes de los verdugos se niegan a sacar de la basílica de la Macarena a Queipo de Llano? ¿Qué equidistancia exigirnos a nosotros mismos mientras la sonrisa resabida de Vox siga vendiendo el relato ensortijado de los vencedores?

Fascismo es creer que una patria (sea lo que sea eso) valga más que una sola vida. Fascismo es considerar enemigos de estado a quienes piensan de un modo diferente al propio. Fascismo es odiar a tu conciudadano por querer cuestionar el orden que te hace sentir cómodo. Y contra el patriotismo de aires fascistas… Siempre, siempre, la dignidad de la vida humana.

Por cierto: justo al final de nuestra visita, despidiéndonos afectivamente de nuestra guía, brilló el sol.