Como maestra en formación, es mucho lo que cuestiono con el fin de identificar hacia dónde debo dirigirme. A diario me pregunto: ¿Por qué y para qué debo educar? ¿Cuál es mi propósito como educadora? ¿Qué debo hacer para ser considerada como buena maestra? ¿A qué me enfrento? ¿Qué quiero aportar a mi país? En fin, me planteo qué es ser educadora y busco incansablemente respuestas a esta gran interrogante…
Sucede que nuestra sociedad no espera menos de los maestros, sino que los ve como los responsables de crear el futuro y sostener el presente. ¡Qué gran responsabilidad siento! Más allá de su labor profesional, el magisterio carga con un gran compromiso social. Son quienes contribuyen a la formación y transformación de los ciudadanos. Es por esto que tienen asignado el papel protagónico en esta gran historia titulada Vida. Esto es una herramienta de doble filo, pues si algo falla todo el peso de la culpa tiende a caer sobre los maestros. Esta realidad es una con la que no concuerdo debido a que el proceso educativo debe ser responsabilidad de todos y no solo del educador.
Al estar conscientes de nuestra importancia, nos toca plantearnos nuestros roles. Primero, debemos poseer dominio y conocer a profundidad la materia que nos propongamos enseñar. Así mismo, es nuestro deber tener conocimiento en diversas áreas, entonces, el educador será capaz de conectar lo que enseña con la realidad; además, igual de importante es entender que el proceso didáctico debe ir de la mano con las competencias tecnológicas. Tampoco un buen maestro debe conformarse con lo que sabe, sino que debe estar en constante búsqueda de conocimiento a través de la investigación. Es igual de importante investigar constantemente en el salón de clases con el fin de identificar cualquier necesidad educativa, social, personal, emocional o institucional que reflejen los estudiantes. Es así como estaremos familiarizados con la gran diversidad, en la manera en la que se desarrollan y aprenden nuestros estudiantes. Por lo anterior, el maestro debe emplear diversos métodos de enseñanza con el fin de potencializar a cada alumno. Si interesamos que este proceso de enseñanza sea efectivo, entonces es necesario que lo planifiquemos para tener claros los objetivos hacia los cuales nos dirigimos y para los que trabajamos. Como educadores, emplear estrategias de avalúo nos ayudarán en el proceso de recoger la información del aprendizaje de nuestros estudiantes en las aulas; con el objetivo de fomentar el desarrollo continúo del estudiante, a la vez que reflexionamos sobre nuestra propia práctica.
Por otro lado, es nuestro deber crear un ambiente socio-emocional adecuado, el cual promueva la interacción y participación activa de todos. También, en el que prevalezca el diálogo abierto entre maestro-estudiante, con el fin de promover el cuestionamiento, pensamiento crítico y la capacidad para construir conocimiento nuevo. De igual manera, debemos involucrarnos, relacionarnos y eliminar toda barrera que exista entre la comunidad, esto nos ayudará a apoyar el aprendizaje y el bienestar psicosocial de los estudiantes. La realidad es que el educador nunca termina de desarrollarse, sino que es vital que se proponga el continuo desarrollo tanto personal y académico, como profesional.
¡Qué valientes! ¿No? Definitivamente, digo. Aceptar tal reto en una sociedad en la cual nos hacen los responsables de las acciones y resultados en los ámbitos académicos, educativos y sociales; pero no nos dan la importancia necesaria. Ciertamente, nos exigen mucho, pero, a la vez, nos menosprecian el doble. Es un acto de coraje –en el sentido de valentía-. Afirmo, muy convencida, que ser educadora es un gran reto… quizás el más difícil que encontraré en mi vida; pero ¿saben qué? Con el optimismo que la práctica requiere, estoy segura que valdrá la pena, pues el valor de educar me recompensará.