Homosexualidad en Grecia y Roma

Las "causas" de la homosexualidad sólo constituyen un problema importante para las sociedades que consideran a los gays como individuos extraños y anómalos. La mayoría de la gente no se pregunta por las "causas" de las características estadísticamente ordinarias, como el deseo heterosexual o el uso de la mano derecha; sólo se buscan "causas" de atributos personales que se suponen al margen de los patrones ordinarios de vida. En el mundo antiguo eran muy pocos los que consideraban rara o anormal la conducta homosexual, en ninguna obra de la literatura clásica se encuentran explicaciones del deseo homosexual que, aparentemente, todo el mundo consideraba extendido por doquier y completamente normal.

En el mundo antiguo era tan poca la gente que se ocupaba de clasificar a sus contemporáneos en función del sexo al que se sentían eróticamente atraídos, que no había en uso término alguno para expresar esta distinción. Se concebía a las personas como ''castas'' o no castas'', ''románticas'' o no románticas'', o "célibes", incluso como "activas" o "pasivas", pero a nadie se le ocurría que la distinción de las personas por su orientación sexual, por sí sola, fuera útil o importante, y las categorías de "homosexual" y "heterosexual" lisa y llanamente no existían en la conciencia de la mayor parte de los griegos ni de los romanos.

Sócrates y Alcibíades, Ilustración de Paul Avril (1843 (o 49) – 1928) para el libro de Friedrich Karl Forberg titulado De Figuris Veneris. Manuel d’érotologie classique, traducido literalmente del latín por Isidore Liseux, 1906.

Jenofonte expresaba la opinión de la mayoría de los griegos de su época. Todos los análisis platónicos del amor dan por supuesta la ubicuidad de la atracción homosexual, y en algunos de ellos la heterosexualidad aparece como una preferencia en cierto modo inferior. Siglos más tarde, Filostrato se queja de un joven que no responde a su afecto, "se opone al mandato de la naturaleza".

Aristófanes, que ridiculizó todos los aspectos de la conducta humana, se burlaba a menudo de prominentes “gays” de Atenas, pese a lo cual describía el deseo homosexual como una "necesidad natural", de la misma manera que el deseo heterosexual, el comer, el beber y el reír. Cuando comentaba que la homosexualidad era una parte de la "naturaleza humana".

Incluso los aspectos de la conducta homosexual que Aristóteles consideraba más inusuales y menos "normales" (por ejemplo, la pasividad en los varones) le parecían "naturales", puesto que, en el pensamiento aristotélico, la "naturaleza" era la creadora tanto de lo estadísticamente ordinario como de lo menos común.

"Esta disposición se da naturalmente en ciertas personas (...) Cuando la naturaleza es responsable, a nadie se le ocurriría llamar inmorales a esas personas en mayor medida que a las mujeres, porque en el coito éstas son más bien pasivas que activas (...) Y el que un individuo con esta disposición la venza o ceda a ella no es un problema moral propiamente dicho".

Plutarco no sólo insinúa en todos sus escritos su convicción de que los seres humanos son atraídos por los dos sexos, sino que en muchos pasajes la hace explícita:

"El doble amante de la belleza se enamora toda vez que contempla la excelencia y el esplendor de las dotes naturales, prescindiendo por completo de los detalles fisiológicos (...) El amante de la belleza humana, lejos de suponer que varones y mujeres son tan diferentes en materia de amor como lo son en sus vestimentas, mantendrá una actitud imparcial e igualmente bien dispuesta ante uno y otro sexo".

Los autores griegos de la antigüedad estaban mucho mejor dotados para comentar la homosexualidad como fenómeno público que como práctica privada. Reconocían que sus manifestaciones públicas variaban enormemente según la época y el lugar, y llamaban la atención sobre el significado de esto. No es sorprendente que en Atenas se la considerara como cuestión política. Por ejemplo, en El banquete, Platón equipara específicamente aceptación de la homosexualidad y democracia:

“Los jonios y muchos otros bajo dominación extranjera consideran una deshonra tal cosa. También lo es para los bárbaros debido al despotismo de su gobierno, del mismo modo que lo son la filosofía y los ejercicios atléticos, pues es evidente que a estos gobernantes no les interesa que sus súbditos conciban elevados pensamientos, ni que mantengan amistades o uniones físicas vigorosas, que es lo que el amor tiende particularmente a producir. Nuestros propios tiranos aprendieron esta lección a través de una amarga experiencia, cuando el amor entre Aristogitón y Harmodio se hizo tan fuerte que destruyó su poder. Sin embargo, siempre que se ha proclamado que verse envuelto en relaciones homosexuales (literalmente, gratificar a los amantes) es una deshonra, se ha debido a la maldad de los legisladores, al despotismo de los gobernantes y a la cobardía de los gobernados”.

Mira los dos pequeños documentales que cuentan como eran las relaciones entre hombres en la antigua Grecia.

La sociedad romana, en comparación con las naciones que terminaron por desarrollarse a partir de ella presenta la asombrosa diferencia de que ninguna de las leyes, ninguna de las normas, ninguno de los tabúes que regulaban el amor o la sexualidad castigaba a las personas gays o a su sexualidad; y la intolerancia a este respecto era tan rara que en los grandes centros urbanos podría considerársela inexistente. En sentido riguroso los gays eran una minoría, pero su inclinación no tenía, ni para ellos ni para sus contemporáneos, nada de perjudicial, de extravagante, de inmoral ni de amenazador, y estaban plenamente integrados en todos los niveles de la vida y la cultura romana.

El temprano Imperio Romano puede considerarse el "periodo base" en lo que respecta a la tolerancia social de los gays en Occidente. Ni la religión romana ni el derecho romano reconocían diferencia alguna entre el erotismo homosexual y el erotismo heterosexual, y mucho menos aún inferioridad del primero. En general, los prejuicios que afectaban a la conducta a los roles o al decoro sexual afectaban a todas las personas por igual. La sociedad romana sostenía casi de manera unánime que los varones adultos eran capaces de mantener relaciones sexuales con ambos sexos y hasta de interesarse directamente en ello.

Es extraordinariamente difícil transmitir a los públicos modernos la absoluta indiferencia de la mayoría de los autores latinos ante la índole masculina o femenina del deseo sexual, por ejemplo; de unas cincuenta y cinco cartas de amor de Filostrato, veintitrés están dirigidas a hombres; treinta, a mujeres. Ambos grupos son tan semejantes en el tono que algunos manuscritos invierten el sexo de los destinatarios.

Catulo dice de dos amigos enamorados de dos veroneses, hermano y hermana; "Celio está loco por Aufileno, Quincio por Aufilena, flor de la juventud veronesa; el primero por el hermano, el último por la hermana".

Marcial insiste ante su "mujer" en que la satisfacción homosexual y la satisfacción heterosexual son igualmente necesarias y que ninguna de ellas puede reemplazar a la otra ("Tú usas tu parte, deja que los muchachos usen la suya"), pero en general deja traslucir una total indiferencia respecto de la masculinidad y feminidad del objeto de sus atenciones.

Ganímedes de Correggio, 1531-32

La mayor parte de los debates imperiales del amor yuxtaponen las pasiones gays y no-gays como el anverso y el reverso de una misma moneda: de este modo afirmaba Marcial: “Como águila se presentó Zeus a Ganimedes, semejante a un dios; como cisne a la madre Helena, la de rubios cabellos. De modo que no hay comparación entre ambas cosas; una persona le gusta una, a otra le gusta otra; a mí me gustan ambas”.

Tampoco habían exageradas afirmaciones de la pasión homosexual, pues no se la imaginaba como la única forma noble de amor, ni se pensaba que quienes a ella se adherían fueran poseedores de ningún genio especial. Esto no quiere decir que no hubiera prejuicios o tabúes sexuales en la sociedad romana, sino únicamente que ninguno de ellos se refería directamente a las relaciones homosexuales como a una clase aparte.

Al parecer, sí había un marcado prejuicio contra la conducta pasiva de un ciudadano romano adulto. Los adultos que no eran ciudadanos (por ejemplo los extranjeros o los esclavos) podían incurrir en esa conducta sin pérdida de estatus, lo mismo que los jóvenes romanos, siempre que la relación fuera voluntaria y no mercenaria (mediante pago). En realidad estas personas podían mejorar considerablemente su posición en la vida por medio de relaciones de este tipo. Pero si un ciudadano adulto se permitía abiertamente semejante conducta se lo veía con malos ojos. Al margen de las cuestiones generales de las expectativas de uno y otro sexo y de la diferenciación sexual, la causa principal de este prejuicio parece haber residido en una asociación popular entre la pasividad sexual y la impotencia política. Quienes más comúnmente desempeñaban el papel pasivo en el coito eran muchachos, mujeres y esclavos, es decir, personas excluidas de la estructura del poder. Un varón que adoptara voluntariamente el papel sexual de los que carecían de poder, compartía con ellos su estatus inferior.

Este prejuicio resulta particularmente evidente en la poesía de Catulo, quien hacia amplia gala de conquistar muchachos como de algo viril y digno de aprecio, pero amenazaba con perpetrar el mismo acto en un ciudadano adulto como si al hacerlo hundiera a su víctima en las profundidades absolutas de la degradación y la infamia. Julio César, por ejemplo, fue objeto de considerables irreverencias debido a sus relaciones con Nicomedes, rey de Bitinia, porque corrió ampliamente el rumor de que había adoptado una actividad pasiva. Suetonio dice que Dolabela llamó a César "rival de la reina"; su compañero en el consulado lo describe en un edicto como la "reina de Bitinia"; sus soldados, tras el triunfo celebrado en honor de su conquista de la Galia, cantaban: “César conquistó la Galia; Nicomedes, a César”; Curio el Antiguo lo llamaba “mujer de todos los hombres y hombre de todas las mujeres”

Durante los primeros tiempos del Imperio, este tipo de prejuicio decayó totalmente, quizá gracias a que se sabía que algunos emperadores eran pasivos, o a que se admitía que lo fueran. Aunque Marcial se mofa de la pasividad de ciertos amigos, siguen siendo sus amigos, y en la sátira de Juvenal sobre Virro no hay ningún indicio de que emplear un prostituto activo tenga algo de escandaloso para un ciudadano adulto.

Muchas relaciones homosexuales eran permanentes y exclusivas. Entre las clases bajas podían haber predominado las uniones informales, pero en las clases altas eran legales y comunes los matrimonios entre hombres o entre mujeres. El biógrafo de Heliogábalo sostiene que tras el matrimonio del emperador con un atleta de Esmirna, todo hombre que aspirara a progresar en la corte imperial debía tener marido o simular que lo tenía. Marcial y Juvenal mencionan las ceremonias públicas con participación de las familias, dotes y precisiones legales. Marcial señala que los dos hombres que toman parte en una ceremonia nupcial son completamente masculinos (el barbudo Calistrato se casó con el robusto Afer) y que el matrimonio se efectúa según la misma ley que regula el matrimonio entre hombres y mujeres. Nerón se casó sucesivamente con dos hombres, en ambos casos con ceremonia nupcial pública y el ritual adecuado al matrimonio legal. Al menos una de estas uniones fue reconocida por griegos y romanos. Uno de los hombres, Esporo, acompañaba a Nerón a las funciones públicas, donde el emperador lo abrazaba cariñosamente. Permaneció con Nerón durante todo su reinado y estuvo a su lado cuando murió.

Es probable que la más famosa pareja de amantes del mundo romano sea la del emperador Adriano y Antinoo. Adriano (s. lI d.C.) fue el más notable de los "cinco buenos emperadores". Hizo un gobierno pacífico y productivo y fue el primer emperador que, después de Tiberio, se retiró en paz en vez de sucumbir asesinado o morir en el campo de batalla. Parece haber sido exclusivamente gay. El enorme atractivo del amor entre Adriano y Antinoo puede haberse debido en parte al predominio de las parejas del mismo sexo en la literatura romántica popular de la época, en pleno pie de igualdad con sus correspondientes heterosexuales.

Adriano y Antinoo en Egipto. Ilustración de Paul Avril (1843 (o 49) – 1928) para el libro de Friedrich Karl Forberg titulado De Figuris Veneris. Manuel d’érotologie classique, traducido literalmente del latín por Isidore Liseux, 1906.

En este contexto vale la pena observar que el período de mayor producción de literatura gay no corresponde a la decadencia del Imperio -los escritos homosexuales fueron cada vez más raros a partir del siglo III-, sino a los dos primeros siglos del Imperio, cuando Roma se hallaba en la cúspide de poder y prestigio. Ni Petronio, ni Juvenal, ni Marcial, ni Plutarco (Erotikos), ni Aquiles Tacio, ni Luciano, ni muchos de los poetas griegos tardíos, trabajaron durante el hundimiento del Imperio de los siglos III y IV, sino en el pujante y vital Imperio de los siglo I y II, tras las huellas de Virgilio, Catulo y otros, que habían escrito antes aún. Hacia la época en que el Imperio se hallaba en franco declive, era muy escasa la literatura que trataba temas homosexuales, y la que lo hacía describía una sociedad en la que la tolerancia de la homosexualidad declinaba tan rápidamente como la estabilidad política.

La descomposición del Imperio Romano al mismo tiempo que ascendía una nueva moral pública: el cristianismo, conllevó el nacimiento de una sociedad intolerante e intransigente con esta manera de concebir el amor entre personas del mismo sexo que no contribuyó a liberar al ser humano sinó a confundirlo y empobrecerlo.

Ganímedes raptado por Zeus es llevado al Olimpo, obra de Rubens, s. XVII.

Escenas homoeróticas extraídas de cerámicas áticas de figuras negras, s. VI aC y de figuras rojas s. V-IV aC, de diversas procedencias.

Aquiles y Patroclo durante la guerra de Troya, arriba. Y Aquiles custodia el cuerpo de Patroclo, debajo.

Escena báquica de un sarcogafo romano de la época imperial. Baco borracho y montado en un carro se apoya en un sátiro de su cortejo que le acaricia. Roma, Museo Nacional Romano.

Escena de Simposium de la Tumba del Saltador del Museo de Paestum, Italia. 475-470 aC.

Harmodio y Aristogiton los héroes amantes y tiranicidas de Atenas.

Orestes y Pilades

Pan y Dafni. Mármol, copia romana de un originale griego de HeliodoroMuseo archeologico nazionale de Nápoles. (ss. III-II a.C.). Collezione Farnese.

Aquiles y Patroclo, Loggia dei Lanzi, Plaza de la Señoria, Florencia.

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