El control en la antigua Roma

Si la primera preocupación de la pareja romana era tener hijos, la segunda era no tener demasiados. La mayoría de las inscripciones funerarias indicaban sólo uno o dos hijos por familia. Tener tres o más era considerado excepcional. En muchos casos se tomaban medidas para espaciar los embarazos o interrumpirlos cuando resultaban inoportunos o peligrosos. "El control de la fertilidad -afirma Brent D. Shaw- se limitaba en muchas familias a las soluciones prácticas de "matar, vender o abandonar a los hijos excesivos que sobrevivían".

Relieve romano que representa un parto en posición sedente.

El abandono y el infanticidio

Para un ciudadano romano el ritual de reconocimiento público de su paternidad era "aceptar" al niño recogiéndolo del suelo donde lo dejaba la comadrona en cuanto nacía. Los intereses familiares, interpretados por los "pater familias", dictaban si el bebé era aceptado o no. Las mujeres viudas y solteras de la élite gozaban del mismo privilegio. Incluso los más pobres abrigaban la remota esperanza de que un niño abandonado fuera encontrado y adoptado. La prueba de que muchos sobrevivían se halla implícita en la existencia de leyes que trataban de sus derechos y obligaciones. Todo parece indicar que se abandonaban más niñas que niños. El abandono de niñas recién nacidas era un eslabón en la cadena de explotación sexual de las mujeres que conducía a la esclavitud y a la prostitución. El abandono era, para el padre egocéntrico, la forma más sencilla de control de fertilidad. Podía engendrar todos los hijos que quisiera y luego abandonar el excedente.La castidad

La forma más sencilla de posponer o espaciar los nacimientos era abstenerse de relaciones sexuales. Los hombres parecían más interesados en los beneficios que la abstinencia ofrecía a su salud que en la protección contra los embarazos que ésta prometía a sus esposas. Epicuro decía que todo tipo de coito era malo. Rufo de Efeso (100 d.C.) le seguía muy de cerca y señaló que la pérdida de calor que sufría el hombre, pero no la mujer, era causa de indigestión, pérdida de memoria, esputos de sangre y debilitamiento de la vista y el oído. Sorano afirmaba que el acto carnal contribuía a contraer pleuresía, apoplejía, locura, parálisis, nefritis y hemorragias.Pablo de Egina afirmaba que vegetales fríos como la ruda, la lechuga, y la linaza entorpecían los apetitos venéreos, un plato de plomo atado a los genitales prevenía sueños estimulantes y los polvos de ruda o pimiento silvestre rociados sobre la cama garantizaban la continencia.El coitus interruptus

La primera sugerencia de Sorano para los que trataban de evitar la concepción era "cuidado con tener relaciones sexuales en los períodos más propicios para la fecundación". Con esto quería decir que la mujer debía guardar un ritmo y evitar el sexo durante los días siguientes a la menstruación. Las amas de cría, cuyo sustento dependía de no quedarse embarazadas para poder continuar trabajando, posiblemente recurrían al coitus interruptus. Sus contratos normalmente requerían evitar el embarazo entre seis meses y tres años. "Mientras se le pague puntualmente, debe tener el cuidado debido", se leía en un documento, "consigo misma y con el niño, cuidando de no estropear su leche, no dormir con ningún hombre y no quedar embarazada". Tal vez el uso generalizado del coitus interruptus explica por qué casi nunca se le mencionaba.

Esta variante del coitus interruptus era la que recomendaba Sorano:

"Y durante el acto sexual, en el momento crítico, cuando el hombre está a punto de expulsar el semen, la mujer debe contener la respiración y apartarse un poco, para que el semen no se deposite profundamente en la cavidad del útero. Y levantándose inmediatamente y agachándose debería intentar estornudar y limpiarse con cuidado la zona genital; debería incluso beber algo frío". Plinio el Viejo, al hablar del cedro afirmaba: "Los rumores dejan constancia de un milagro: que si se frota por los genitales del hombre antes del coito previene la concepción". Se supone que se refería a la goma de cedro, igual que Dioscórides.

Infusiones, brebajes y tampones

Los médicos modernos estarían de acuerdo en que las sustancias que inmovilizaban el esperma o bloqueaban su entrada eran claramente efectivas. Hay que señalar que soluciones similares de vinagre o zumo de limón eran todavía recomendadas por los defensores del control de la natalidad a principios del siglo XX.

La referencia de Sorano a una bebida fría se puede asociar con el hecho de que los romanos, al igual que los griegos, recurrían a infusiones de hierbas como anticonceptivos. Los tampones consistían generalmente en algodón empapado en una sustancia viscosa como miel, aceite de oliva, plomo blanco o alumbre.

Sorano dejó una relación completa del uso de infusiones, brebajes y tampones:

“También ayuda a prevenir la concepción untar el orificio del útero por todas partes antes del coito con aceite de oliva viejo o miel o resma de cedro o jugo del árbol del bálsamo, solo o con plomo blanco; o con un ungüento húmedo de cera y aceite de mirto y plomo blanco, o con alumbre humedecido o con gálbano y vino; o poner una vedija de lana fina en el orificio del útero; o usar supositorios vaginales justo antes del coito, que puedan contraerse y condensarse. Porque como todas estas cosas son astringentes, taponadoras y refrescantes, hacen que se cierre el orificio del útero antes del coito y no dejan pasar el semen al fondo”.

El aborto

Los romanos compartían la opinión griega de que el feto no tenía una existencia independiente hasta su nacimiento. Por ejemplo, el filósofo neoplatónico Porfirio (232-305 d.c.) argumentaba que el embrión era poco más que un vegetal. Los estoicos como Séneca opinaban que el aborto inducido era una debilidad femenina comparable al uso de maquillaje. De acuerdo con esto, el aborto y la anticoncepción no estaban tan claramente separados en la mente de los romanos como lo estaría en sociedades posteriores.

Ni la anticoncepción ni el aborto "per se" eran tratados como ilegales. Brunt sugiere que un aborto practicado en contra de los deseos del esposo era una ofensa matrimonial punible con una multa de un octavo de la dote después del divorcio. Pero como afirmaba el estatuto, la práctica sólo era considerada un delito si se realizaba en contra del deseo del esposo. Era él, no el feto, la parte ofendida. A partir del siglo IV se observó una disminución obvia en la discusión de los temas de anticoncepción y aborto, y posiblemente en su uso también, a medida que se propagaba la religión cristiana y el irracionalismo y descendía la posición social de la mujer.

La mayoría de las mujeres romanas presumiblemente compartían la opinión de Sorano de que "era más ventajoso no concebir que destruir el embrión". Pero si fallaba la anticoncepción, podían intentar procurarse un aborto. Legalmente tenían "derecho" a hacerlo. Su recurso a tales prácticas, que demostraba la capacidad de controlar su propio cuerpo, era mirada por algunos hombres con desconfianza. Si los hombres se oponían al aborto era porque pensaban que amenazaba sus intereses, no porque violase la vida del feto. Tal era la preocupación porque un hombre no fuera privado de "su" hijo, que en siglo II Rotilio Severo obtuvo una orden para que fuera custodiado el útero de su antigua esposa.

Continúa en: El control de la fetilidad en los primeros siglos del cristianismo.

Colección de frescos extraídos de los muros de Pompeya que se encuentran en el Gabinetto Segreto del Museo Nacional de Arqueologia de Nápoles.

Fresco pompeyano de Polifemo y Galatea.

Sorano de Efeso, fue un médico griego que practicaba en la época de Trajano (98-117 d.C.) y Adriano (117-138 d.C.), fue el mejor escritor romano de temas ginecológicos.

Panel con un cunilingus extraído del lupanar de Pompeya

Posturas coitales con la mujer en posición superior.

El dios romano Mercurio, dios del comercio y de la abundancia, aparece fundido con el dios romano Príapo, de la fecundidad y de la abundancia. Fresco de la Casa dei Vettii, Pompeya.

Frescos extraídos del lupanar de Pompeya

Panel con un trio amoroso.