Esporas, vainas, clones
Arte político y Uncanny Valley en La invasión de los ladrones de cuerpos (1956).
M. Camí (03/03/2025)
Arte político y Uncanny Valley en La invasión de los ladrones de cuerpos (1956).
M. Camí (03/03/2025)
Hace unos días hablaba con mi psicóloga sobre “mi verdadero cine de terror”; ese terror que no necesariamente debe adherirse al género y que te remueve las entrañas, haciéndote olvidarlo todo con tal de no vivir en un constante estado de pánico. En mi caso ya no se trata tanto de cabezas rodando y destripamientos (aunque también podría serlo), sino más bien de escenas que retratan mis mayores temores; escenas sin banalidad alguna, llenas de mensaje, sentimiento e insoportable hostilidad. Hace unos días también, vimos una película en clase que, todo y no poder nombrarla integrante de esta lista, sí que trataba sobre uno de mis mayores miedos y recurrentes sueños: el Uncanny Valley; una teoría psicológica centrada en la incomodidad que sentimos cuando algo parece casi humano, pero que, aun así, conserva ciertos rasgos extraños o antinaturales. Esa sensación de que todo en tu vida está en orden —tu familia, amigos, pareja—, pero, aun así, algo no termina de encajar. Tus amigos, a la vista de todos, son los mismos. Sin embargo, tú sabes que no lo son; están cambiados, carecen de identidad, de emoción, son casi robóticos, inhumanos. Nadie te entiende, eres un loco. Con respecto a este fenómeno, el verdadero terror reside en la aparente normalidad.
La película en cuestión se trataba de La invasión de los ladrones de cuerpos (1956) del director norteamericano Don Siegel; película que cumplía todos los requisitos para que me maravillara: argumento, personajes, ritmo, mensaje, connotación sociopolítica y, por supuesto, fantasía. En esta especie de artículo, ensayo o vomitona de ideas, hablaremos sobre el argumento que plantea, los recursos estéticos y narrativos que la convierten no solo en una película de ciencia ficción, sino también de terror, y, sobre todo, del bagaje sociopolítico que pone de manifiesto, junto con las diferentes interpretaciones de la misma.
A continuación haré spoilers sobre toda la película.
Póster original La invasión de los ladrones de cuerpos (1956)
Póster alternativo La invasión de los ladrones de cuerpos (1956)
Parte 1: Terror a plena luz del día
Históricamente, el cine de terror se ha aferrado a unos arquetipos temáticos y visuales relacionados con la monstruosidad como pieza central para evocar miedo en el espectador. Entre ellos, los clásicos monstruos (el monstruo de Frankenstein, los vampiros, los muertos vivientes, las brujas…), pero también seres humanos con monstruosidad en su interior como las posesiones o incluso los asesinos en serie. En este plano, la ciencia ficción y el terror comparten un elemento común: la fantasía como recurso para adentrarse en la psique de lo humano, lo terrenal. No obstante, esta relación puede encontrarse de manera más explícita, como en Nosferatu (1922), en La mujer y el monstruo (1954) de Jack Arnold, incluso en El exorcista (1973) de William Friedkin, donde lo natural y lo sobrenatural comparten espacio dentro del inocente cuerpo de una preadolescente de 12 años. Sin embargo, prefiero centrarme en la otra cara de la moneda; en ese cine que busca el terror en lo cotidiano, inofensivo y familiar; explotando esa especie de Uncanny Valley al que anteriormente hacía referencia. Y precisamente, este es el caso de La invasión de los ladrones de cuerpos (1956), película sobre una invasión extraterrestre y la aparición de unas vainas de donde surgirán copias idénticas de seres humanos. Más concretamente, seguimos la vida del Doctor Miles, interpretado por Kevin McCarthy, que tras regresar de un congreso al anodino pueblo de Santa Mira se topa con una serie de situaciones extrañas: un niño que se niega rotundamente a ir al colegio, ciudadanos que dicen que no reconocen a sus familiares más cercanos, y más adelante, la aparición de cuerpos exactamente iguales a los de ciudadanos del pueblo –aunque con ligeras diferencias, como la ausencia de huellas dactilares o rasgos faciales indistintos. El doctor, junto con su antiguo amor, Becky Driscoll, y unos amigos, descubren que los residentes de Santa Mira están siendo reemplazados por réplicas que emergen de estas misteriosas vainas; una invasión implacable que pone de manifiesto una amplia lectura política sobre las diferencias ideológicas de los años 50, pero cuyas implicaciones siguen siendo relevantes en la actualidad.
La película, todo y ser catalogada como cine de ciencia ficción, creo que plantea una situación realmente espeluznante. Ni monstruos, ni posesiones, ni gore logran crear un ambiente tan aterrador como la idea de que el pueblo haya sido suplantado por una serie de réplicas robóticas desprovistas de alma; iguales en forma y capaces de recordarlo todo, pero sin sentimiento ni emoción. Unos enemigos que se encuentran cerca de ti, pero que jamás podrías diferenciar si son o no ellos. Para mí, hay dos aspectos que claramente hacen de esta película una de terror. Primeramente, esta sensación de familiaridad mezclada con la de inquietud e inseguridad al saber que hay algo mal. Para Becky y el Dr. Miles no hay escapatoria; ahora cohabitan en una sociedad en la que, a ojos de los forasteros, todo parece completamente normal, y que, por tanto, podría convertirse en una nueva normalidad de lo más desasosegante. Personalmente, esto fue lo que me llenó el cuerpo de verdadero temor; pese a ser autoconsciente de lo que verdaderamente ocurre, ser incapaz de demostrarlo públicamente. Incluso llegar hasta el punto de no saber qué es la realidad y qué es producto de tu insania. Actualmente, este fenómeno recibiría el nombre de Uncanny Valley, el terror o incomodidad que produce aquello inhumano, pero con verosímiles facciones antropomorfas. Los nuevos habitantes de Santa Mira son aparentemente humanos, pero, como bien se dice en la película, carentes de tal sentimiento y emoción, que el verdadero humano sabe reconocer su artificialidad. En la película vemos el paso de una sociedad segura y costumbrista –donde todos se conocen entre todos y el vecino confía en el vecino–, a una basada en una constante sospecha ante tu propia comunidad. Ya no queda en quién confiar, y tú lo sabes... pero, ¿alguien más lo sabe?
La reacción del doctor Miles ante la invasión en cuestión nos lleva al segundo aspecto terrorífico: que tras una experiencia traumática, nadie te otorgue credibilidad. Al final de la película, cuando el doctor escapa tras haber descubierto que Becky había sido invadida también, se encuentra incapaz de convencer al resto de la invasión que se avecina. “Estás borracho, ¡fuera!”, “¡Loco idiota!”. De hecho, tras contarle la historia a los policías y médicos, estos valoran la opción de someterle a un proceso de psicoterapia, puesto que se trata “de una pesadilla”. Esta pérdida de credibilidad está estrechamente relacionada con el poder de las masas, una gran reflexión política que el filme plantea y que trasciende al declive del pensamiento crítico en la actualidad.
La invasión de los ladrones de cuerpos plantea un terror muy real, crudo y aplicable a nuestra vida, todo y que tiene un componente clave de ciencia ficción. Obviamente, es poco probable que debido a la caída de unas esporas y la formación de unas vainas nazcan unos clones que usurpen nuestro libre albedrío y autonomía cognitiva; sin embargo, la película plantea una terrorífica idea fácilmente transferible al ámbito sociopolítico. Al igual que el doctor y Becky desarrollan inseguridad, desconfianza y paranoia frente a lo que aparentemente siempre ha sido un lugar seguro, nosotros, como seres sociales también podemos hacerlo en este mundo cada vez más automatizado y acrítico. Un terror que trasciende el umbral de lo sobrenatural y que se consolida como un miedo distópico, pero más que posible.
Parte 2: Mc Carthy y otras interpretaciones políticas
¿Qué es lo que nos intuye este filme de los años 50?
Si bien puede verse solo con fines de entretenimiento –como otra película de serie B sin mayor trasfondo–, esta obra ha sido interpretada, analizada y contextualizada de diversas maneras, todas con una fuerte lectura política. Por ejemplo, la más famosa de ellas, basada en una lectura anticomunista de la sociedad norteamericana de mitades del siglo XX. Según esta postura, la invasión de los ladrones de cuerpos es solamente una metáfora para implicitar el verdadero mal que se ha apoderado de los pueblos americanos: el comunismo. Especialmente se cree que la película hace una clara referencia al movimiento macartista, liderado por el senador republicano Joseph McCarthy –cuyo nombre, curiosamente, es el mismo que el del actor que interpreta al protagonista del filme– y que manifestaba una ideología basada en la persecución política contra lo que ellos consideraban “comunista” en aquellos tiempos (o sea, todo aquel afín a la izquierda). Iván Escobar, columnista en Ethic, define el movimiento macartista como “el mayor caso de vigilancia masiva en la historia de Estados Unidos del siglo XX”. En la película, las esporas representarían las ideas marxistas, que posteriormente darían origen a los clones automatizados –nacidos de las vainas– y que funcionarían como una representación de lo que el comunismo supondría para las sociedades americanas. Un retroceso en libertades y oportunidades; el fin del sueño americano. Para el macartismo, la visión gregaria y sin alma (atea) de la vida que presentan los comunistas, sugiere una clara amenaza de infiltración progresiva y represiva tanto en América como en el resto del mundo. Su discurso se basa en la plena atención y cautela ante todos los comunistas enmascarados como “buenos ciudadanos”. Por ello, debido al carácter conservador del director y a otros factores, como la coincidencia del estreno con la época de purgas anticomunistas en Norteamérica, se ha considerado que la película pretendía ser una advertencia contra el comunismo, que, según los macartistas, 'acechaba' el American Dream.
No obstante, el filme también se ha entendido desde una perspectiva anti-macartista, denunciando la manía persecutoria y el período de histeria colectiva que vivió Estados Unidos y que hizo que cayesen individuos manipulados por altos cargos como McCarthy. De hecho, el senador en cuestión realizó unas listas con los nombres de “presuntos comunistas”, haciendo que personas (fuesen o no comunistas) recibiesen castigos que oscilaban entre el despido laboral y la condena social. La película pues, en este sentido, funcionaría como un retrato del impacto macartista en las sociedades estadounidenses, en el momento llenas de bots automatizados y cegados por una tunnel vision que no cesaba en demonizar cualquier progresismo americano de la época. De hecho, el guionista de la película, Daniel Manwaring, fue uno de los miembros de la industria de Hollywood más perseguidos por el macartismo, hecho que legitima y respalda la veracidad de esta postura.
Joseph McCarthy
Histeria colectiva desencadenada por el movimiento macartista
De igual modo, si no tienes el contexto sociopolítico macartista de la época, es difícil llegar a interpretar la película de estas dos maneras. Sin embargo, mi lectura de la película fue más encaminada hacia una mirada incisiva a la sociedad de masas contemporánea; al borreguismo y a los valores capitalistas y consumistas de la época postmoderna. En este caso, la invasión paulatina de la tecnocracia y un turbocapitalismo desmesurado será lo que nos convierta en clones, diferentes en forma física, pero iguales en procedimiento mental. La invasión funcionaría como un símbolo de uniformidad al que la sociedad cada vez más se encamina; donde casi nadie presenta rasgos distintivos ni singularidades. El fin de la idiosincrasia. Una lectura realmente terrorífica y distópica, pero cómo he destacado anteriormente, nada alejada del futuro próximo.
Aunque estas tres lecturas son las que más han resonado en el mundo cinematográfico, muchas otras han sido tenidas en cuenta, como la invasión como crítica a la hostilidad que reside en aquello disidente y no adherido a la norma. Al final, ¿no son los clones simplemente personas con una ideología contraria a la nuestra? ¿Una representación de lo que jamás desearíamos para una sociedad, aquello que es demasiado peligroso? O incluso aquellas otras que declaran que se trata de una reivindicación de lo humano; del sentimiento y la emoción; de la comunidad y de nuestra propia individualidad en relación con ella. Es esta diferencia de interpretaciones, pues, la que pone de manifiesto un conflicto de intereses ideológicos entre los espectadores; muy problemático hermenéuticamente hablando, pero realmente reconfortante a nivel artístico. Un ejemplo más del poder del arte.
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La invasión de los ladrones de cuerpos ya se ha convertido en una de mis películas favoritas del género de terror y de la ciencia ficción, con un trasfondo político estremecedor y un eficaz uso del terror a plena luz del día. Un filme que trasciende la concepción banal de lo que el arte implica y que, una vez más, pone de relieve el debate sobre la automatización del individuo y las fronteras del terror social, temas candentes en los Estados Unidos del siglo XX, pero más relevantes que nunca en la era del scroll y de la proliferación de clones.