Arte Extremo
La ética, la política y el morbo irracional en tela de juicio.
M. Camí (28/06/2024)
La ética, la política y el morbo irracional en tela de juicio.
M. Camí (28/06/2024)
Todos hemos apartado la mirada viendo una película, puesto caras de disgusto al ver un cuadro demasiado gráfico, incluso cerrado un libro al leer una descripción demasiado sangrienta. Al igual que mucha gente prefiere consumir entretenimiento agradable y apacible, todos, de alguna manera, nos sentimos atraídos y cautivados por el dolor ajeno, por la miseria y decadencia humana. El concepto de repulsión forma parte tanto del arte en sí como de toda la industria del entretenimiento. Actualmente, hay miles de artistas mundialmente reconocidos por ser explícitos y extremos con su arte. No obstante, ¿debemos ser tolerantes con este tipo de arte tan extremo y explícito?
La pregunta que me planteo se relaciona con los límites del arte con respecto a su extremismo; es decir, ¿puede seguir siendo considerada arte una obra demasiado macabra y extrema? ¿O el arte se mantiene pese a sus implicaciones éticas? ¿Es el arte del sufrimiento ajeno inherente a la satisfacción humana?
Hay varios artistas con obras explícitas y polémicas que me parecen interesantes de comentar; en este ensayo, pues, se tratarán temas relacionados con el maltrato físico a seres vivos, la privación de la libertad, abusos sexuales, racismo, odio político y activismo extremo. Este ensayo se dividirá en 3 capítulos, donde a través de una selección de obras artísticas exploraré la cuestión del 'Arte Extremo'.
El sufrimiento ajeno como estímulo para explorar la naturaleza humana
El sufrimiento ajeno y la desgracia humana en el cine es algo inevitable. Todo el cine de terror comercial se sustenta gracias al sufrimiento ajeno: una familia atormentada por los fantasmas de la nueva mansión que se han comprado, la masacre en el campamento de verano o la muñeca que se encontraron en la basura y que jamás deberían haberse quedado. Cuando hablamos del uso de la especie humana como objeto de angustia y de padecimiento es imposible no mencionar al rey de la polémica cinematográfica: Gaspar Noé. Este argentino con cara de que se va a cagar encima en cualquier momento ha sido capaz de revolver los acostumbrados estómagos de miles de espectadores en prestigiosos festivales de cine. A veces, incluso siento profunda admiración por su capacidad de engañar a todos esos pijos que querían presenciar una francesada pretenciosa y que acabaron viendo una guarrada como I Stand Alone (1998), su debut cinematográfico que tanto furor causó en el festival de Cannes de 1998.
Gaspar Noé nos ha dado películas como Enter the Void (2009), Irreversible (2002) o Clímax (2018), películas que como muchas otras muestran una parte de la experiencia humana sin pelos en la lengua, sin partes del cuerpo censuradas y con actuaciones crudas y descarnadas. Este es el caso de Irreversible (2002), filme que cuenta la historia de Marcus y Pierre, dos hombres decididos a vengar la violación brutal de Alex, actual novia de Marcus y exnovia de Pierre. Esta película, además de la salvaje y violenta forma de retratar la venganza, invierte cronológicamente los hechos, por lo que se parte del momento en el que se vengan y así hasta llegar al momento donde aún no ha ocurrido la violación. La polémica aquí surge tanto por la explícita escena de violación como por la violencia física hacia el abusador de Alex. La escena de la violación dura más de 10 minutos, sin cortes ni parones; de hecho, llega un punto en el que el espectador empieza a dudar de si de verdad es una actuación. Independientemente de lo que la escena muestra, conviene más fijarse en la forma en la que se muestra. Gaspar Noé propone un plano estático, apoyando la cámara en el suelo para que nos situemos a la altura de la víctima; Noé quiere que vivamos la experiencia de la violación (aunque puede que sea esta insistencia lo que ha enfurecido a tantos espectadores).
Gaspar Noé es un director que personalmente no acabo de entender, pues a pesar de haber demostrado una propuesta original y profesional como director, sigue abordando situaciones tan delicadas a la sensibilidad humana que hace que me plantee los límites de la explicitud en el cine; ¿por qué deberíamos tolerar que el arte se nutra de artistas como Noé que dedican su obra a retratar una realidad tan desagradable y asquerosa? ¿O es precisamente esta honestidad y transparencia lo que de verdad busca el arte? Esta representación tan burda y extrema de los abusos sexuales es para muchos una carencia artística, puesto que no denota ninguna profesionalidad el hecho de plantar una cámara y mostrar crudamente una violación. No obstante, me gusta pensar en el concepto de ‘honestidad’ al ver el cine de Noé, pues al final del día lo que hace es plasmar en la gran pantalla una realidad recurrente; sin tapujos, ni pretenciosidades, ni ornamento alguno. Esto, claro, conlleva que su obra caiga muchas veces en el morbo extremo y convierta el ver una película en una experiencia traumática.
Esto mismo ocurre con Climax (2018), cuya indagación en la existencia y filosofía humana hace que la experiencia sea dura y, a su vez, artísticamente estimulante. En Climax, Noé nos presenta a un grupo de bailarines que residen en un internado aislado de la ciudad, donde, rodeados de nieve, ensayan para una competición próxima. Tras una tarde de ensayo, todos beben sangría y bailan, pero es cuando se dan cuenta de que alguien ha metido LSD en la sangría, que la situación se vuelve retorcida e incómoda. Ahora, todos bajo los efectos de esta droga alucinógena, inevitablemente pondrán a prueba sus propios límites y mostrarán una parte de ellos mismos desconocida por el resto. La película se vuelve en un instante irreverente y extrema, haciendo del ser humano su propio némesis. Climax es un claro ejemplo de dolor, sufrimiento y decadencia humana; sin embargo, en esta película se aprecia un elemento estético diferente a Irreversible. Mientras que en Irreversible solo nos quedamos con las desgarradoras imágenes de sufrimiento humano, Climax consigue crear una atmósfera llena de lujuria, drogas, baile, conflicto y luces de neón. Es verdad que Climax presenta escenas muy turbias para el ojo humano, como dolor físico, sufrimiento infantil o incesto, pero puede que sea el elemento artístico el que hace de todo este sufrimiento otra forma de comprender la naturaleza humana.
Gaspar Noé hace uso del dolor, del sufrimiento y de la crueldad hacia el ser humano para contar historias reales; sin embargo, el argentino parece rozar los límites de lo que el espectador considera apropiado y respetuoso hacia el arte. Climax es personalmente una de las películas más únicas y retorcidas que he visto; por ello, mientras que no recomiendo Irreversible por su excesiva e injustificada violencia, Climax me parece una película cargada de emociones fuertes, de cultura queer, de situaciones problemáticas y de una inmensa cantidad de cuestiones filosóficas relacionadas con la existencia del ser humano.
2. Los límites del arte
Llevo ya meses sin poder dejar de pensar en los límites que debemos ponerle al arte. Mientras que una parte de mí me dice que el arte no comprende límites y que todo es arte mientras sea producto de la necesidad de expresarse, otra parte de mí me arrastra hacia el moralismo ofendidito, donde se rechazará todo aquello que viole cualquier derecho fundamental. Un claro ejemplo en donde se activan las alarmas de las limitaciones artísticas es el caso de Guillermo Vargas Jiménez. Este “artista” (y lo dejamos entre comillas porque realmente me planteo la credibilidad artística de esta persona) es conocido por exhibir a un perro callejero atado a la pared de una galería de arte en Nicaragua; el problema no fue el mero hecho de exponerlo, lo cual ya desafía las implicaciones éticas de su obra, sino dejarlo allí atado sin ningún tipo de comida ni bebida; desnutrido y esquelético; siendo humillado y observado por miles de espectadores con los labios sellados. Esta era su obra: ‘Exposición Nº1’ se llamaba. Es suficiente un animal en estado de inanición y un letrero arriba con la frase “Eres lo que lees” para incitar una gran reflexión acerca de lo que debemos (y no debemos) considerar arte.
Actualmente no se sabe el paradero ni el estado físico de este animal, aunque lo más probable es que haya muerto por desnutrición y mala salud. Incluso más allá de que el animal muera o no, esta obra realmente descoloca todo el discurso liberal artístico, el cual se basa en la no imposición de cánones ni reglas que condicionen la forma de crear y percibir arte; este, pues, es libre y debe escapar de cualquier juicio supremo. Pero, ¿deberíamos respetar toda forma artística independientemente de sus implicaciones éticas, siguiendo así el discurso liberal, o deberíamos condenar socialmente toda forma de arte que atente contra los derechos más fundamentales?
En este caso, estoy parcialmente de acuerdo con la opinión del filósofo John Stuart Mill, la cual establece que como sociedad no debemos ni tolerar ni permitir cualquier forma artística que arremeta contra la libertad de otros seres vivos, sea haciendo daño físico o mental. Mill argumenta que como sociedad debemos limitar el arte ofensivo, dañino o que difunde discursos de odio, en algunos casos; no obstante, discrepo en esto último con el filósofo, pues estoy de acuerdo en seguir adelante con cualquier destreza artística que promueva un claro mensaje de odio, siempre que este no fomente la discriminación sistemática de cualquier comunidad. Esto lo abordaré mejor en el punto 3 del ensayo, donde hablaré del arte extremo como estrategia política.
Piotr Pavlenski es el ejemplo perfecto para abordar tanto el arte político como para explorar la libertad individual cuando el objeto artístico es el propio artista. Pavlenski es un artista ruso performativo que ha causado un gran revuelo a nivel mundial por sus arriesgadas y extremas performances. Envolverse por varias capas de alambre de púas, coserse los labios, clavarse el escroto al suelo adoquinado de la calle con un clavo o seccionarse el lóbulo de la oreja son varios ejemplos de sus obras más irreverentes y transgresoras. Es el momento en el que el artista se está haciendo daño físico para la realización de su obra que nos empezamos a plantear los límites que deberían existir en un arte tan extremo como este.
Pavlenski se cortó el lóbulo en octubre de 2014 para protestar en contra del abuso de la psiquiatría a todo aquél disidente a la política; sin embargo, ¿cómo podemos saber que lo hizo con plena consciencia y responsabilidad personal? El arte no debería dañar a nadie, claro, pero si el dañado es el propio responsable de la obra entonces es cuando deberíamos plantearnos si esa persona es consciente de lo que está haciendo. Esto es muy difícil de medir y observar, pues idealmente se debería explorar la cantidad de libertad individual que tienen los artistas para tomar una decisión ni condicionada por su entorno cercano ni por el sistema sociopolítico en el que viven. Si me pongo cínico pienso: ¿qué diferencia hay entre hacer una danza contemporánea y clavarse el escroto en el suelo de la calle? Al final del día son dos formas de expresar un mensaje mediante el arte, y aunque ambas se diferencian en el riesgo que asume el que performa, finalmente ambas acaban reduciéndose al concepto de performance. Por lo tanto, aunque se deberían tener en cuenta otros factores, está claro que cualquier forma de expresión artística que conlleva el sufrimiento de seres vivos ajenos o una violación de los derechos humanos jamás será considerada arte. Esto significa que la exposición que llevó a cabo Guillermo Vargas está completamente fuera de lugar y jamás debería ser relacionada con ninguna destreza artística. En cambio, gran parte del arte de Pavlenski comprende un dolor y un sufrimiento que solamente asume él mismo (el artista), por lo que no traspasaría este límite que el arte tiene.
Guillermo Vargas y Piotr Pavlenski son dos personas que realmente han desafiado la naturaleza de los seres vivos, aunque de diferentes maneras y rozando los límites de la ética y del arte. Personalmente, creo que el arte sí que tiene ciertos límites, y este (violar los derechos fundamentales) es uno que jamás debería excederse.
3. Arte (anti) político
Cómo se ha visto con el artista performativo Piotr Pavlenski, el arte está –al menos actualmente– muy relacionado con la política; pero, ¿en qué momento de la historia se empieza a hacer uso del arte para transmitir un mensaje político?
Hasta hace relativamente poco, el arte seguía siendo un mero encargo del poder; de las comunidades burguesas, eclesiásticas y adineradas. Como bien dice John Berger en su obra ‘Modos de Ver’, desde el nacimiento del óleo como técnica artística entre los siglos XVI y XVII, el arte ha reflejado el poder supremo de las clases altas; de hecho, esos pomposos y relucientes bodegones que tanto vemos por las actuales galerías de arte, eran solamente una reafirmación del poder que poseía la burguesía. En este caso, la palabra ‘poseer’ es clave, pues lo que realmente vemos en las pinturas al óleo es la riqueza y las posesiones de la clase alta del 1500. ‘El archiduque Leopoldo Guillermo en su galería de pinturas en Bruselas’ de Teniers (el cuadro de la derecha) es un claro ejemplo de lo que se quería conseguir mediante el comercio de arte. Bien lo dice Berger en su obra:
“They show him sights: sights of what he may possess. / Le muestran vistas: vistas de lo que puede poseer.”
(Berger. 85)
Los cientos de cuadros que tiene en exposición no son nada más que una manera de reafirmar su poder social, político y económico.
Esto, claro, desaparece en gran medida con la democratización de la cultura, específicamente con el inicio y desarrollo de la revolución industrial. La cultura deja de ser de unos pocos, pasando a reflejar la cultura silenciada del pueblo; los periódicos empezaban a ser ocupados por una clase trabajadora con mucha crítica y sátira social para ofrecer. Como bien dice Rafael Canogar, el arte ahora es “un arte donde el protagonista, al contrario del héroe histórico, o del líder glorificado de los regímenes totalitarios, son las víctimas anónimas que sufren la opresión.”
Desde el pasado siglo, no solo ha habido un gran cambio en el paradigma artístico, sino que se ha levantado el grito de las comunidades más silenciadas con tal de poner en tela de juicio la hegemonía mundial. Piotr Pavlenski con obras como ‘Libertad’ o ‘Amenaza’ ha conseguido intimidar a los líderes políticos más poderosos. Sin embargo, parece que no le bastó con prenderle fuego a la entrada de la sede del Servicio Federal de Seguridad, pues en 2020 sacó a la luz una nueva obra llamada ‘Pornopolítica’, donde mediante la creación de un sitio web se dedicaba a publicar vídeos sexuales de los representantes políticos más relevantes.
Otra artista que ha sido (y sigue siendo) un referente queer y antipolítico es Divine, actriz y travesti protagonista en el irreverente filme ‘Pink Flamingos’. Esta película ha sido catalogada por muchos como una de las pelis más bestias y descaradas de los últimos tiempos. En ella seguimos la vida de Divine, una drag queen metida en una feroz competencia por el título de la “persona más repugnante del mundo", enfrentándose a los criminales Connie y Raymond Marble. Puede que después de verla, sientas una profunda sensación de ¿por qué cojones he decidido ver esto?, pero justo es eso lo que quiere transmitir la película. Quiere provocar, encender y enfadar; quiere dejar de seguir las normas sociales impuestas por la sociedad; hacer apología de lo burdo, repugnante y feo; rechazar la ordinariez y el moralismo racional, reivindicando el mal gusto, el inconformismo y lo camp. Por ello, nos encontramos escenas perturbadoras de sexo, violencia sexual, anos (sí, ojetes) y una escena final donde Divine decide comerse una mierda de perro (sí, una caca). Incluso, la película tiene un increíble y transgresor discurso por parte de Divine:
“Kill everyone now! Condone first degree murder! Advocate cannibalism! Eat Shit!!! Filth is my politics! Filth is my life! / ¡Maten a todos ahora! ¡Permitid el asesinato de primer grado! ¡Abogad por el canibalismo! ¡Comed mierda! ¡La suciedad es mi política! ¡La suciedad es mi vida!”
A pesar de que esta película también puede ser objeto de estudio al explorar los límites en el arte, con lo que respecta a lo político se sirve de una enorme dosis de sátira, de poca profesionalidad y de mal gusto, oponiéndose a todo lo establecido por el sistema. La podéis ver en FILMIN.
Otro ejemplo perfecto es la película ‘El Club del Odio’, una de las películas que por su trama y argumento me parecen maravillosas y necesarias. Dirigida por Beth de Araújo, esta película explora el tema racial en América, pero desde una perspectiva conservadora, racista, especista y, como no, Trumpista. La película, grabada en plano secuencia, nos presenta a un grupo de mujeres que han creado un club llamado “Hijas por la Unidad Aria” (que con eso ya te lo dicen todo vaya…) en donde comparten sus experiencias como mujeres conservadoras en una América “cegada por el movimiento WOKE” y la “glorificación y excesivo privilegio de las minorías”. Sinceramente, lo más aterrador de la película son los primeros 20 minutos, donde las cinco mujeres expresan sus resentimientos y prejuicios hacia minorías raciales o movimientos como el feminismo o el LGTBIQ+. En sus discursos se puede apreciar la justificación de su odio bajo un manto de preocupación por la "pureza" y la "seguridad" del país. Este filme consigue erizar el vello y remover estómagos solamente con un simple pero violento diálogo. Con esta obra, la directora quiere que como espectadores apreciemos la violencia desmesurada que existe en los Estados Unidos con lo que respecta a la diversidad racial y étnica; una violencia que nace de la imposición de valores conservadores que apelan a la tradición, al cristianismo y a la supremacía blanca. Personalmente, creo que no se acaba de apreciar del todo con palabras, por ello, os recomiendo a todos verla. Se encuentra en FILMIN.
Estos son solamente unos cuantos ejemplos de la presencia de la política en el arte, pero hay muchos más casos donde se ha desafiado la norma establecida y el sistema opresor, como por ejemplo la fotografía en blanco y negro de Robert Mapplethorpe, artista contemporáneo conocido por sus sofisticados pero atrevidos retratos de varones llevando a cabo prácticas BDSM. Este, aunque uno de sus objetivos principales era alcanzar la belleza y la perfección, conseguía desafiar la norma mediante la visibilización de subculturas socialmente marginadas relacionadas con el colectivo gay.
Por tanto y en resumen, aunque estas obras puedan parecer una provocación o una representación excesiva de la realidad, cabe mencionar que todas ellas forman parte de la realidad misma; es decir, todos estos extremos y polémicos retratos de la realidad no son nada más que representaciones de lo que ha ocurrido y de lo que sigue ocurriendo. La visibilización de las comunidades minoritarias o la defensa de la lucha racial son dos ejemplos de por qué el arte tiene un componente político esencial para combatir las represiones políticas y exigir justicia a todos aquellos que jamás han sido valorados. Estas realidades existen. El odio por cuestiones de etnia existe. La comunidad trans existe. La subcultura Leather existe. Todo esto existe y, por ello, el arte tiene todo el derecho a mostrarlo sin ningún pelo en la lengua; aunque sea feo, aunque sea horrible para el espectador. Al final, ¿por qué no plasmar la realidad mediante el arte? ¿O es que solo interesan las realidades impresionistas, con prados verdes y esos ideales juegos de luz y color? El arte es, aparte de una forma de expresión humana, un catalizador de realidades, un medio por el que las personas expresan sentimientos y experiencias; otra cosa es que nos aterre el dolor extremo, el horror real; y me refiero al que va más allá de un exorcismo en una pantalla IMAX; me refiero a la violencia de género, al maltrato racial, a los asesinatos a minorías… eso es realidad; igual de realidad que los nenúfares de Monet.
El arte no debe nada a nadie más allá del respeto y consentimiento entre sus integrantes; por ello, siempre defenderé que mediante el arte, se plasmen realidades duras y polémicas al ojo humano, pues solo hará que salgamos de la zona de interés y enfrentemos la realidad humana.
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Mediante los ejemplos que he empleado, he pretendido poner en tela de juicio el extremismo en el arte, evaluar sus implicaciones éticas y analizar si es de verdad dañino que se haga uso de recursos extremos para plasmar realidades extremas. Creo que, en cuanto a trasladar una realidad, el arte debe ser fiel a los deseos del propio artista; es decir, una película debe ser fiel al mensaje que el propio creador quiere transmitir, pese a lo extrema y polémica que pueda llegar a ser. Sí que es cierto que hay límites que no creo que deban ser excedidos, sea el maltrato o daño a alguna de las partes integrantes de la obra de arte, puesto que jamás nadie debería morir en nombre del arte. Sin embargo, este debate sigue abierto en mi mente. Es inevitable pensar que todas estas películas deberían estar vetadas por ser excesivamente violentas o extremas; que no deberíamos tolerar que se haga arte como este. Sin embargo, el arte siempre quedará como uno de los campos de conocimiento más abstractos y abiertos a la interpretación y al gusto personal.
Posiblemente por eso me gusta tanto.