Charles Baudelaire
XXIX Una carroña

Alma mía, recuerde aquello que miramos

Esa bella mañana de tan suave verano:

A vuelta de un sendero una carroña infame

Sobre un lecho sembrado de guijarros,


Las patas levantadas, como de hembra lasciva

Ardiente y exudando sus venenos,

Despreocupada y cínica ella abría

Su vientre de exhalaciones pleno.


El sol daba de lleno sobre esa podredumbre,

Como para cocerla a punto,

Y devolver cien veces a la naturaleza

Lo que ésta puso junto;


Y el cielo miraba la carcasa soberbia

abierta como se abre una flor.

La fetidez era tan fuerte, que en la hierba

Creyó usted desvanecerse a causa del hedor.


Las moscas susurraban sobre ese vientre pútrido,

Del que salían las larvas en negros batallones 

Que como un líquido espeso fluía a borbotones

A lo largo de esos harapos palpitantes.


Aquello descendía, subía como ola

O brotaba brillante

Se diría que el cuerpo, por vago aliento hinchado,

vivía propagándose.


Y ese mundo ofrecía una canción extraña,

Como el agua que corre y como viento, el grano

que el que criba con movimiento rítmico

Agita y luego vuelca en su furgón.


Las formas se borraban y sólo eran un sueño,

Un lento esbozo que aparece

En la tela olvidada, que el artista acaba

Sólo por el recuerdo.


Detrás del pedregal, había una perra inquieta

Que con los ojos torvos nos miraba

Espiando el momento de volver al esqueleto

Para buscar el pedazo que había soltado allí. 


—Usted será, con todo, como aquella basura,

Como esa horrible infección,

Estrella de mis ojos, de mi naturaleza sol,

¡Usted, mi ángel, mi pasión!


¡Sí! Así será, oh reina de las gracias,

Cuando reciba los últimos sacramentos

Cuando, debajo de la hierba y de las flores carnosas,

A pudrirse vaya entre las osamentas.


Entonces, ¡mi belleza!, ¡dígales a los gusanos

Que la comerán a besos,

Que conservé la forma y la divina esencia

De mis amores descompuestos!


Charles Baudelaire en Spleen e ideal de Les Fleurs du Mal, París [1857]