Allá, cuando Natura, en su fuerza primera,
a diario concebía un hijo monstruoso,
yo junto a una giganta vivir querido hubiera
como junto a una reina un gato voluptuoso.
Y ver cómo su cuerpo con su alma florecía
creciendo libremente en su terrible juego,
y adivinar en ella una llama sombría
a través de la niebla de sus ojos de fuego.
Acariciar a gusto sus formas prodigiosas,
trepar por su vertiente —rodillas poderosas—,
y, a veces, en estío cuando de un sol violento
derribada ella fuera en la vasta campaña,
de su seno a la sombra descansar somnoliento
lo mismo que una aldea al pie de una montaña.