Charles Baudelaire
El reloj

Los chinos ven el tiempo en los ojos de los gatos.


Un día, un misionero que caminaba por las afueras de Nanjing notó que había olvidado su reloj y le preguntó la hora a un niño que pasaba.


Al inicio, el niño del Imperio Celestial guardó silencio; luego, cambiando de opinión, respondió: «Se la voy a decir». Un instante después reapareció cargando en brazos un gato muy, muy grande, y mirándolo fijamente a los ojos, afirmó sin titubear: «Aún no es mediodía». Lo cual era verdad.


En mi caso, si me acerco a la hermosa Felina, quien así se llama de una forma tan acertada y que es a la vez el honor de su propio sexo, el orgullo de mi corazón y el perfume de mi espíritu, ya sea de noche o de día, a plena luz o en la sombra opaca, en el fondo de sus ojos adorables veo siempre la hora con claridad, siempre la misma, una hora vasta, solemne, tan grande como el espacio, sin divisiones de minutos ni de segundos, una hora inmóvil que no está marcada por los relojes y que, sin embargo, es ligera como un suspiro y rápida como una mirada.


Y si algún extraño viniera a molestarme mientras mi mirada descansa en esta esfera deliciosa, si algún Genio impúdico e intolerante, si algún Demonio siniestro viniera a decirme: «¿Qué ve ahí con tanta concentración? ¿Qué busca en los ojos de ese ser? ¿Acaso ve el tiempo, derrochador y perezoso mortal?»


Respondería sin dudar: «Sí, veo el tiempo. ¡La Eternidad!»


¿No es esto, mujer, un madrigal con suficiente mérito, y tan enfático como usted misma? De verdad: tuve tanto placer en tejer esta pretenciosa atención, que nada le voy a pedir a cambio.