RECUERDO DE UN HIJO DE LA CIUDAD


Fray Mocho ¿ya vive aquí?


Por: Mirta Harispe

Casa de "Fray Mocho" en Gualeguaychú , Entre Ríos.

(Calle Fray Mocho Nº 135)

El gran escritor y periodista nació como José S. Álvarez en Gualeguaychú el 26 de agosto de 1856. Hijo de don Desiderio Gadea y de doña Corina Escalada, perteneció a una familia de “criollos viejos” que desde 1880, 1890, 1900, en un país que había abolido los títulos nobiliarios, ha significado una importante prosapia.

Su tío abuelo fue aquel teniente Gadea, uno de los 33 Orientales, compañeros de Lavalleja, y tuvo entre sus descendientes a muchos payadores. Por parte de su madre, ella era bisnieta del coronel José Celedonio Escalada que estuvo con San Martín en la campaña del Litoral que culminó en San Lorenzo.

El futuro Fray Mocho pasó sus primeros doce años en una estancia que administraba otro criollo, socio de su padre. Esta infancia montaraz, su ascendencia y la educación familiar serán el sedimento de “su corazón generoso, del ingenio socarrón, de la voluntad aventurera y del patriotismo instintivo que destacó Ricardo Rojas en la personalidad y en la obra de Fray Mocho.

Ingresó tardíamente en la escuela primaria en Gualeguaychú y cursó su secundario hasta tercero en el Colegio de Concepción del Uruguay, famoso por su internado “La Fraternidad”.

Sabemos por Leguizamón las lecturas abundantes y los libros que frecuentó.

Siguió en la Escuela Normal de Paraná sus estudios de maestro de donde no retiró su diploma por una revuelta estudiantil en la que participó contra el rector, Prof. José María Torres.

A los veintidós se instala definitivamente en Bs As y se inicia en periodismo en “El Nacional”. Se vincula con Onésimo Leguizamón, Ministro de Instrucción Pública y con Martiniano, el autor de “Calandria”; también entrerrianos.

Es cronista policial en “La Pampa” y se relaciona con Eduardo Gutiérrez, el autor de Juan Moreira. Pasa a “La Patria Argentina” de Gutiérrez y luego a “La Nación”, donde intima con “Bartolito” Mitre y Vedia.

Álvarez publica en esa época su primer libro de cuentos, desenfadados y picarescos, casi procaces, estilo que abandonará pronto. Se vuelca al género de costumbres y a contar el otro país. Elige este género narrativo, dirá Luis Gudiño Kramer, otro gran y prolífico narrador entrerriano, “atraído por una realidad que comprendía bien” (Prólogo a “Un país…” EUDEBA 1966).

Es nombrado Comisario de Investigaciones y le da formas definitivas a la función. Escribe “Vida de los ladrones célebres de Buenos Aires y su manera de robar”. En 1897, “Memorias de un vigilante”, con el seudónimo de Fabio Carrizo. Su gran registro del habla popular se vuelca en retratos y situaciones muy novedosas, en especial en los diálogos.

Enviado en misión oficial a reclutar jóvenes para la Marina se interna en las islas del Paraná santafesinas y entrerrianas, la región del Delta, hasta Rosario y Victoria donde convive con cazadores, pescadores y prófugos de la justicia. De esa experiencia publica en 1897 el libro que en su tercera edición tendrá el nombre definitivo de “Viaje al país de los matreros”. Su lectura no ha perdido el encanto de sus personajes y descripciones del paisaje. Ñá Ciriaco es uno de sus inolvidables personajes; y en este libro Álvarez inaugura un género y un estilo sintético, colorido y eficaz.

Sus seudónimos en la etapa periodística fueron: “Gamin”, “Gavroche”, “Stick”, “Juvencio López”, J. S. A. Pinchuria”, “Pancho Claro”, “Nemesio Machuca” y “Fabio Carrizo”.

Finalmente adoptará el famoso “Fray Mocho”. Sus compañeros de colegio lo llamaban “Mocho” por su cara acarnerada y por su andar ladeado “de ternero mocho”; le agregaron “Fray” sus compañeros periodistas en Bs As por “la socarronería frailuna”. Álvarez lo incorporó como su firma más habitual y decía desafiante: “Tengo demasiado punta para ser mocho”

“Su habilitación residía en su situación de provinciano y de no integrante de la élite dirigente liberal conservadora y, sobre todo, en su falta de participación del furor cosmopolita y secularizante de los demás hombres del 80”, opina Marta Marín en “Fray Mocho” (CEAL 1967).

A los prestigiosos y europeizantes escritores fragmentarios del 80 los reunía la cronología, la educación, la clase social. Eran integrantes de la elite gobernante que en la plena expansión económica, con la consecuente multiplicación de los canales del ascenso económico y social, los enfrenta “a la angustia de carácter social y axiológica: liberales por formación, contribuyen a una nueva realidad política y social, pero como miembros del patriciado, lamentan el nuevo orden de las cosas”.

El pase de una sociedad a otra, tan agudamente pintado por Fray Mocho tiene como un factor importante la llegada de la inmigración europea, con un promedio de 80.000 personas por año. Se produce además el proceso de urbanización, la nueva y rica arquitectura y el crecimiento del nuevo proletariado urbano ocupado en las nacientes industrias, en especial la construcción.

Por otra parte, se desarrolla una nueva clase de pequeños propietarios agrícolas radicados en las colonias del Litoral.

El proceso es complejo: los nuevos habitantes aspiran a asimilarse y a imitar los rasgos exteriores del nivel social alto; mientras los jóvenes de las familias tradicionales sin bienes ni títulos se ubican en empleos de carácter público y aspiran a integrar la nueva pequeña burguesía.

Parte importante de los inmigrantes permanecen en Bs As por las restricciones en la distribución de tierras prometidas, dan nacimiento a los conventillos en las casonas subalquiladas de la élite que ha migrado al barrio Norte y a las afueras de la ciudad por la epidemia de la fiebre amarilla.

Este es el proceso que registrará Fray Mocho y, “ridendo moris”, nos dejará un colorido, sabio y gracioso fresco de la época.

Desafiado por sus colegas porque solo escribía sobre asuntos vividos y no tenía obra de imaginación, Álvarez publica “En el mar austral” (1897).

Allí extrapola los procedimientos usados en “Viaje…”, sin conocer personalmente lo que cuenta y logra gran vivacidad en la descripción de tipos y costumbres de los loberos de

Tierra del Fuego. Como se ha señalado tanto Un viaje al país de los matreros, Memorias de un vigilante y En el mar austral coinciden en mostrar una confrontación “entre la sociedad reconocida y esas sociedades clandestinas que se sitúan al margen de sus propias normas”.

También coinciden en el manejo de las lenguas populares: jergas de oficios, formas de la lengua rural y registro brillante de las nuevas jergas cruce del castellano con las lenguas de inmigrantes. Nunca incorpora voces del inglés ni el francés, evidenciando la diferencia con la registro políglota de “los del ochenta”, marca lingüística e ideológica. Tampoco de restos de lenguas indígenas en ámbitos en que estas están sobreviviendo.

José S. Álvarez está en Bs As de 1879 hasta l903, año de su muerte, víctima de la tuberculosis. Pasa la primera presidencia de Roca, la de Juárez Celman, la crisis del 90, las presidencias de Pellegrini, Luis Sáenz Peña, de Uriburu y nuevamente Roca.

Durante todos estos períodos perduró la política conservadora y cierta inmovilidad productiva que se mantuvo tradicionalista. Por contraste la cultura, pródiga y liberal, desarrolló tempranamente las leyes, las instituciones, los monumentos y las artes, fundantes del orden secular que tenemos hoy.

La intervención en la vida pública de Fray Mocho, además de su tarea de funcionario y periodista, se hace fuerte con “Caras y Caretas”, que funda con “Bartolito” Mitre en 1898. Mitre renuncia y ya al salir el primer número la dirección queda a cargo de Álvarez, quien la comparte con Mayol, caricaturista, y Pellicer, poeta humorístico y gran comentarista político.

Marta Marín destaca el carácter profesional que adquiere la tarea literaria de Fray Mocho, quien escribe y dispone de la publicación para su independencia laboral ya que allí va publicando sus cuentos y solventa su autonomía de opinión y posición, reforzada por la popularidad de “Caras y Caretas”, sus viñetas, caricaturas y humor punzante.

Es el primer medio que paga las colaboraciones literarias. Tuvo escritores notables en los movidos años y su recorrido muestra la importancia que le dieron a la literatura, en especial a la literatura criollista. Entre sus colaboradores también están modernistas como Roberto J Payró, Rubén Darío, Leopoldo Lugones, José Ingenieros, Horacio Quiroga.

Caras y Caretas “señaló una revolución tipográfica, publicitaria y literaria en Bs As”. Hasta el 22 de agosto de 1903. Allí, a la muerte temprana de Fray Mocho se publica, por cuenta de la revista los “Cuentos”, en el número del 29 de agosto. Lleva prólogos de Miguel Cané y Martiniano Leguizamón, textos escritos como homenaje. Luego de la muerte de Fray Mocho la publicación sigue pero en decadencia y en estos años reaparece mensualmente con una impronta editorial muy definida políticamente y otros formatos.

¿Cuál es el eje de sentido de los “Cuentos? Sin duda el contraste, el pase entre las formas tradicionales de vivir, de comerciar, de relacionarse; y las nuevas en las que las costumbres se reemplazan por la norma, la ordenanza, los sello, las patentes y la sofisticación social.

Sus temas: la evocación del pasado aldeano, nostálgico y un presente incierto para los sectores populares y, en el tránsito de épocas, el peligro de la pérdida de la nacionalidad.

Si Álvarez parte del artículo costumbrista, tan caro a nuestra tradición hispano criolla, en sus cuentos va imprimiendo otro sesgo narrativo y habilidades literarias notables: agudeza de oído para registrar literariamente por primera vez las hablas de su tiempo, una “mirada de lince” para observar los tipos humanos que se convertirán en personajes genéricos.

La suspensión del narrador testigo inicial, que deja libre en la acción escénica a los personajes, destreza y la densidad de un escritor que supera al periodista, explica el consejo de Miguel Cané de que se dedique a la escritura teatral. Los dos últimos años de los cuentos son lo mejor de su producción. Ya pintaba al novelista y al dramaturgo.

Será el género menor del sainete el que aprovechará anécdotas, personajes y hablas pero deformando el lenguaje, haciéndolo jerga incomprensible y banal y transformando a los personajes en caricaturas.

En Fray Mocho hay una influencia no señalada del naturalismo literario que influencia a novelistas de la época como Eugenio Cambaceres. Para marcar el público y la moral de la época, basta una anécdota: La Nación, entonces una avanzada cultural en el continente, había comenzado a publicar en entregas en el diario, como en la vieja tradición en el Rio de la Plata, la novela de Emilio Zolá “La Taberna”, novela del determinismo ambiental naturalista.

Ya circulaba en Bs As una traducción de “Naná”. El diario se vio obligado a interrumpir la publicación porque ofendía a la moral impuesta. Hay que recordar que el medio de trasmisión de los modelos de pensamiento, de usos sociales, de formas de vivir se transmitían por los medios gráficos, populares o “cultos” y que el ascenso social y laboral estaban marcados por estas pautas.

No hemos valorado lo suficiente, por la colonialidad cultural con la que se construyó la historia de nuestra literatura, el valor de nuestro escritor. Hoy los Estudios Culturales, antes la Sociología de la Lit. nos indican que Alvarez, junto con los folletines de Eduardo Gutiérrez y la poesía post romántica de la época construyeron un nuevo lector, producto de la urbanización y de la naciente educación pública y con necesidad de afianzar sus propios intereses de grupo social disidente.

Los lectores de entonces de Caras y Caretas y los lectores actuales de los Cuentos pueden reconocer la oposición a Roca de Álvarez, quien lo hace centro de sus críticas chispeantes:“Pero mire quien…Roca…Ese larga luces, pero a que no larga la cuchara (“Luz y sombra”).

“Aura v´ resultar que uno ya no v´ha poder ni peliarse con la mujer si no es del partido é Roca.” (El café de la Recova)“aura Roca no precisa de naides para fabricar los pasteles y hasta se chupa los dedos pa no perder la grasita…”(Callejera).

En el contexto de sus referencias está la naciente presencia de Alem, la incipiente revolución del 90 y el descontento de un sector agrario importante con los tratados con Inglaterra por el intercambio desigual y el monopolio de los frigoríficos ingleses que los perjudica.

También el malestar de la iglesia con el patriciado liberal.

Fray Mocho agranda su visión porque pasa de la mirada elegíaca y crítica a la caricatura y ese distanciamiento humorístico, que aleja la identificación, y que señala Bergson como necesario para la risa, es la clave de su éxito y popularidad, cuando sus cuentos eran simultáneos e instantáneos, por el medio que usaba, a los hechos que contaba.

Y es notable la vigencia hoy de su humor naturalista ya que produce el mismo efecto en el lector actual, en especial al familiarizado con el referente, y con el conocimiento vívido de una época.

Nunca didáctico, nunca opinador, moralista en el sentido filosófico, los Cuentos de Fray Mocho pueden trasladarse bien a acciones y hechos actuales porque calaron hondo en hábitos privados y públicos, en la idiosincrasia de nuestro pueblo y son casi un registro sociológico de sus prácticas.

Además de su permanente personaje del lechero, obligado ahora a la pasteurización y el tacho reglamentario, están las mucamas, los policías. Un cuento retrata el abandono del policía de la novia mucama porque para el ascenso necesita una novia de más lustre. Otro a Pascualino, el verdulero italiano cuyo pregón de anuncio en cada barrio es: “¡Se me caen los pantalones!...¡ay!...¡se me caen los pantalones!”.

Personajes reconocibles: las señoras que dejan de recibir hasta a sus tías con mate porque volvieron de París con la costumbre del recibo en día pautado, con tarjeta, sirvientes y té. Las señoras que se encierran en su estancia fingiendo haber viajado a París por unos meses como impone el mandato de la moda y el prestigio. Haber estado en París significa además de traer costumbres y modas nuevas para los “nuevos ricos” la marca del nivel alcanzado.

En “Las etcéteras” muestra los usos culturales de la burguesía de la ciudad: el teatro, la ópera, los paseos en coche por Palermo. Los personajes del cuento se quejan de que nunca salen en la crónica, que repite los mismos apellidos en los asistentes a la Opera y las relega a ser etcéteras. Hasta se proponen interpelar al periodista para poder figurar en la lista.

Cala hondo Fray Mocho en un rasgo social nacional: el prejuicio de juzgar por la apariencia, la mistificación, la simulación social.

Otro motivo habitual en los cuentos es el de la aspiración a conseguir un empleo o un ascenso en el Estado. El objetivo se manifiesta en los personajes no como empeño o formación sino “por ser recomendado”, así todos exhiben influencias políticas. La confusión de valores, la haraganería premeditada, la autopropaganda, son certeros dardos de Fray Mocho a su época “de cajón de turco”, mezcolanza, como juzga el sector tradicionalista. Tanto en los sectores oficiales como populares.

AUTOR IRREMPLAZABLE

También está el que sirve a la política y a los funcionarios como apoyo y piensa que le convendrá postularse él en las listas para las próximas elecciones, porque ellos mismos opinan que ya ha aprendido el oficio.

El arribismo más sucio tiene su exponente en el que está dedicado, por mandado directo, a sembrar mentiras sobre los opositores, ensuciar reputaciones de los oponentes para obtener ventajas políticas para su sector a cambio de un empleo futuro.

Como certeramente opinara una crítica, los personajes de fray Mocho “añoran lo que fueron, o “aspiran a ser”. Como en “Me mudo al Norte”: aspiración social, mejora cierta y reproche porque “le han corrido el río”.

Un tópico destacado es la rivalidad criolla con los inmigrantes “metidos a gente” (Después del recibo). Elogio al trabajo y prejuicio se juntan en la disputa por lugares y posesiones, pero también amorosas: (Cuentos de caza. De raza, Tirando al aire, Entre dos copas, De baquet´a a sacatrapo, Después del recibo, La bienvenida).

Los Cuentos juntan dos temas centrales: una vuelta a Gualeguaychú, sus leyendas, los banquetes en la Isla, los originales nombre de sus comercios, y Los Cuentos propiamente dichos.

Los primeros son muy interesantes para nosotros, sus copoblanos, los Cuentos no nos pertenecen ya están en la tradición literaria nacional.

Como dice Juan Carlos Ghiano: Tal vez el autor confiara en que su prestigio literario se asentara en la escritura embellecida de sus recuerdos del terruño, mientras dejaba sus cuadros de costumbres porteñas en el nivel de las crónicas periodísticas. Si Fray Mocho pensó así, los años han negado su confianza: para los lectores actuales es el autor irreemplazable de los “cuadros de la ciudad” recogidos en el volumen de 1906.

Revistas Semanario Nº 100-101 - Agosto-Septiembre 2020 - Dirección Periodística: Rubén H. Skubij