estrés

Estrés

Lluís Orfila, Garro

La semana había comenzado desapacible. El cielo gris, un viento molesto. Parecía que el tiempo era consciente de que algo malo estaba pasando.

El día anterior, el domingo por la noche, le habían dicho a Kirian que su madre no se quedaría en casa durante un par de semanas. Tenía mucho trabajo en el Hospital “Mateu Orfila” y debía descansar en la casa de la abuela.

Debía estar relacionado con lo que les había explicado la maestra en clase. La señorita Julia les había dicho: “Que había llegado un virus muy infeccioso que se propagaba con mucha rapidez a través de la tos, los estornudos, la saliva y el contacto. Las bacterias son seres diminutos que pueden observarse en un microscopio normal. Cada uno de nosotros es portador de millones de bacterias. Muchas de ellas son útiles, las que nos ayudan con la alimentación o a deshacernos de las células muertas. Otras propagan enfermedades y pueden tratarse con antibióticos. Los virus son más pequeños y simples que las bacterias y disponemos de pocas medicinas para combatirlos. Por eso debemos quedarnos en casa un par de semanas. Pero no os preocupéis su efecto es el de una gripe: tos, dolor de cabeza, malestar general y un poco de fiebre. Os he dejado trabajo para hacer en casa. No son vacaciones. Terminó la profesora con una media sonrisa”.

Los chicos salieron de clase sin entender muy bien lo que les acababan de explicar.

El lunes al bajar al comedor encontró a su padre desayunando y a su hermana Ariadna en el sofá mirando la televisión. Su padre le dijo que se sentara y desayunara, ya que quería hablar con él.

—Estos días serás el hombre de la casa.

Kirian levanto los ojos del zumo de naranja que estaba bebiendo para escuchar atentamente.

—Como te dijimos, mamá tiene mucho trabajo y papá debe ir a la oficina. Algunas mañanas me quedaré en casa y trabajaré desde aquí, pero no siempre podré. Tienes que cuidar de tu hermana y prométeme que no saldréis de casa. Está terminantemente prohibido. Tienes tareas de clase y con Ariadna os podéis turnar para ver la televisión.

—Ella siempre quiere mandar. Si no le dejo ver lo que quiere se pone a llorar. —dijo Kirian.

—Ella es pequeña, tiene seis años. Tú tienes catorce. Debes cuidarla. Si lo haces con inteligencia, verás como puedes ver los programas que te gustan: las series y la NBA.

—Claro, papá.

El primer día todo transcurrió con tranquilidad. Kirian le había prometido a Ariadna que si le dejaba ver lo que quería, le compraría chucherías de la tienda “El Chocolate”. Su padre quedó encantado, cuando llego al mediodía, al ver a sus hijos tan tranquilos. Estaba orgulloso de Kirian, cuando quería era un buen chico. No entendía que las maestras lo castigaran tan habitualmente.

El segundo día Jesús, el padre, se quedó en casa. Estaba encantado con el comportamiento de sus hijos, ojala durara mucho tiempo. Su mujer, Pili, era enfermera y estaba en la planta del hospital donde se trataban los pacientes del coronavirus. Ella había insistido que no quería dormir en casa. Se quedaría unos días en el piso de su madre que estaba vacío. Su madre había ingresado, hacía unos meses, en la residencia de ancianos del ayuntamiento. Los niños eran, según decían, menos propensos a desarrollar la enfermedad pero eran portadores del virus y lo contagiaban fácilmente. Por lo que Pili, sabiéndose fuente de riesgo, quería evitar que sus hijos pudieran contagiarse.

Jesús también estaba nervioso por su trabajo. Esta pandemia vírica amenazaba con convertirse en una pandemia económica. La economía de la isla dependía en un elevado tanto por ciento del turismo y él trabajaba en una compañía hotelera, en el departamento de ventas. Sus jefes hacía ya unos días que estaban insoportables. Desde la noticia de la llegada del virus a España se habían producido muchas cancelaciones de reservas. Al tener que soportar los malos modos de los jefes, se le juntaba la intranquilidad de la dolorosa experiencia que estaba viviendo Pili en el Hospital.

Mientras Jesús teletrabajaba, le llamo Pili:

— ¿Cómo se portan los niños?

—Muy bien. Esperemos que dure.

—Cuando quieren son un encanto. El problema es que conforme vayan pasando los días, esta situación se les hará larga. La cuarentena no está concebida para niños, aunque Kirian ya sea todo un jovencito.

—Solo tiene catorce años —contestó el padre.

—Pero cuando quiere es un hombrecito. —dijo la orgullosa madre.

— En el hospital, ¿como va?

—Todo el mundo está ayudando. Ya tenemos tres casos. Los pacientes tienen que estar en una habitación individual aislada, no salir a las áreas comunes y con visitas restringidas. Nosotras llevamos equipos de protección individual muy completos. Puedes estar tranquilo.

—Ya sabes que no lo estoy.

—Te quiero, amor. Mañana por la tarde hablaré con los niños.

El tercer día los niños ya estaban más nerviosos. Su padre ya se había marchado al trabajo. Kirian era un chico listo, alto para su edad, con unas gafas redondas, parecía estar siempre enfadado. Aquel día, mientras cambiaba de canal, oyó que en la Sexta hablaban del coronavirus. Escuchó todo lo que comentaban los tertulianos. A pesar de su edad, le quedó claro todo lo que estaban diciendo. El peligro de su madre, el riesgo de la avanzada edad de la abuela y los problemas económicos de las empresas. Al terminar el programa, se fue a la habitación a pensar. Dejó a su hermana Ariadna disfrutando con los dibujos.

Al llegar su padre al mediodía, lo vio más serio de lo habitual. Estaba claro que el chico estaba viviendo una situación anormal. Su profesora les había explicado lo de la pandemia y el chico debía hacerse películas sobre lo que estaba pasando. Pero, de momento, creyó oportuno no decirle nada. Cuando hablara con su madre ya vería que todo iba bien.

Por la tarde, Pili llamo a los niños. Al terminar de hablar un rato con Ariadna, se puso al teléfono Kirian.

— ¿Como estas cariño?

—Bien, mamá.

—Estás de capitán en la casa, como en el basket de la Salle.

—Sí, mamá. — Kirian meditó unos segundos para continuar. — ¿Tu como estas, mamá?

—La profesora Julia os explicó que estamos padeciendo una enfermedad vírica. Estos virus son muy contagiosos y es mejor que estos días descanse al acabar el trabajo. En el hospital estamos protegidas de cualquier contingencia.

Esto no era lo que Kirian había oído en el programa de la Sexta.

—Claro que si, mamá. Lo entiendo. Cuídate, que te quiero mucho.

La madre lo escucho incrédula; nunca le hacía cumplidos. Era un pequeño Charles Bronson.

—Claro que me voy a cuidar. Yo también os quiero. Portaos bien, nos iremos llamando. Muchos besos.

Al quinto día, el padre debía ir al trabajo pero se quedó en casa. En la empresa habían practicado un expediente temporal de regulación de empleo y deberían estar dos meses sin ir al trabajo. Cuando la niña, que aún no se enteraba de muchas cosas, se fue a mirar la televisión, padre e hijo empezaron la conversación:

— A papá le han dado vacaciones.

—¿No te han hecho un ERTE?

Su padre lo miró extrañado.

—Como sabes que es un ERTE? —le pregunto el padre.

—Lo vi en un programa de la Sexta.

Su padre no entendía que hubiera visto esta clase de programas. Solo miraba series y basket.

—Sí. En la empresa han hecho un ERTE, son como unas vacaciones. En un par de meses volvemos a empezar. No te lo he dicho antes porque creía que no sabrías lo que era.

—Claro, papá. —dijo Kirian, no muy convencido.

En el turno de Pili todo se complicó. Una compañera se contagió del virus. A las demás les debían aplicar una estricta cuarentena. Debían estar aisladas de todo contacto exterior durante catorce días. El hospital llamó a Jesús. No podían llamar por teléfono, ni recibir visitas. Jesús trataba de estar tranquilo pero todo se estaba complicando ¿Como se lo debía contar a Kirian? Mejor explicar la verdad, el chico sospechaba que todo iba mal. Y, la verdad, es que a su manera, comprendía muchas cosas.

—Mamá no llamará estos días.

El chico puso cara de alarmado.

— ¿Qué pasa, papá?

—Una compañera se ha infectado del virus. Ya sabes que es como una gripe pero aún no tienen el antídoto. Pero a tu madre y a sus compañeras las han recluido para estar aisladas y no correr ningún peligro. En la habitación no hay teléfono, ni podemos visitarla. —Jesús, al ver la cara de su hijo, prosiguió —No te preocupes. En unos días la tendremos aquí.

El chico se levantó muy serio para dirigirse a su habitación. En la habitación conectó la radio en la que estaban explicando que las residencias de ancianos estaban sufriendo muchos casos de pandemia. El locutor al final explicó que los ancianos, al padecer otras patologías, estaban más expuestos. Normalmente morían. Kirian no pudo dormir en toda la noche.

A la mañana siguiente, al levantarse, le dijo a su padre que quería ir a ver a la abuela. Hacía mucho tiempo que no iban. Su padre le dijo que era imposible, porque en la residencia no dejaban entrar a nadie aquellos días. Ariadna, que no se enteraba de nada, al oír aquello se puso a llorar. Ella adoraba a su abuela y la quería ver.

En el geriátrico no dejaban entrar a nadie. Había un par de ancianos que estaban infectados y habían adoptado la drástica medida de cerrar el centro a las visitas. Jesús se lo explico a Ariadna y a Kirian. Ariadna estaba enfurruñada, en cambio Kirian, estaba taciturno. Su padre decidió regresar a casa. No puede ser que vaya peor, todo se calmara, pensó.

Al llegar a casa, Kirian, a pesar de la insistencia de su padre, se fue directamente a la cama sin cenar. Por la noche volvió a escuchar las noticias sobre la pandemia y sus dañinas consecuencias.

Kirian tuvo pesadillas, casi no pudo dormir en toda la noche. A la mañana siguiente se levantó con fiebre, sufría dolor de estomago y tuvo que vomitar. Su padre estaba alarmado. Tenía que ver al médico.

Al terminar de visitar al chico, el doctor, que había hablado a solas con Kirian mucho tiempo, le hizo salir y se quedó en la consulta con Jesús. El doctor era un buen amigo de la familia.

—Kirian padece estrés juvenil.

—Estaba seguro que debía ser una patología relacionada con los nervios. Esta semana ha sido caótica. Ya sabes que Silvia está aislada en el hospital y la abuela en el geriátrico con toda la intranquilidad que se respira allí. Para acabar de rematarlo, en mi empresa han practicado un ERTE en el que estoy incluido.

— ¿El chico es consciente de todo?

—Sí. A su manera, lo comprende todo.

—El estrés es la respuesta a cambios negativos en su vida. Preocupaciones por los seres queridos, por la economía, peleas con los amigos. Los problemas se inoculan en su mente y esta los expulsa en forma de desarreglos físicos. Le daré unos ansiolíticos, para que esté más tranquilo. Aunque hasta que sus preocupaciones vayan menguando, no se encontrará bien. Tendría que hablar con su madre y su abuela.

—No me dejan.

—Yo te lo arreglaré. Esta tarde os llamarán las dos. No me gusta romper las normas, pero creo que es necesario. Lo conseguiré.

Por la tarde, mientras miraban una serie de Netflix, “Por trece razones”, su madre los llamó. Al terminar de hablar con su madre, Kirian se quedó mucho más tranquilo. Luego llamó la abuela.

—Ya ves que todos están bien. Todo se calmará. —Le dijo Jesús mientras le daba un beso en la mejilla que, cosa rara, Kirian aceptó.

—Sí, estaba preocupado por ellas, papá. Las noticias dicen que el coronavirus es terrible.

—Ahora sí, porque no lo tienen controlado. Pero el problema es que tienen el sistema colapsado y los hospitales no pueden acoger a todos los enfermos. Pero, en un par de semanas, se controlará.

Jesús miró a su padre, que estaba más relajado. Se le veía más sereno.

—Ya me he tranquilizado, papá. Esta noche voy a intentar no soñar, pero es difícil. Quiero volver a estar con mamá y la abuela —después alzo la mirada para terminar diciendo: lo de tu trabajo no me preocupa, solo es dinero.

El padre miró a su hijo, sonriendo, mientras pensaba, “es mucho más sabio que yo”.


22/03/2020