Psicologo de Parejas Santa Perpetua

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After sex, o cómo rematar bien la jugada

El después de una relación sexual es más importante de lo que pensamos. ¿Hemos descuidado demasiado esta parte centrándonos solo en los preliminares?

RITA ABUNDANCIA | 27 ENERO, 2015 | 07:33 H

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Foto: Cordon Press

Etiquetas: sexo

Los preliminares y el acto sexual han sido minuciosamente estudiados por la ciencia, los sexólogos y la literatura; sin embargo, muy poco se ha dicho sobre el comportamiento post coital, con la excepción del cine que se ha encargado de recalcar, una y otra vez, que la etiqueta exigía fumarse un cigarrillo, aunque con la ley antitabaco es posible que las cosas hayan cambiado. Con tan pocas referencias, nos encontramos que, tras dar por finalizado el cuerpo a cuerpo y sin información disponible al respecto, hay que improvisar, volver al mundo real y enfrentarse a la dura verticalidad. Por eso, esta es una de las tareas más difíciles del sexo, una asignatura pendiente que puede arruinar una excelente performance en la cama o, por el contrario, hacernos olvidar un rendimiento medio-bajo, y reescribir lo sucedido hace tan solo unos minutos con la misma benevolencia con la que algunos jueces despachan los casos de corrupción política. Si los preliminares nos preparan fisiológicamente para el sexo, el after sex nos predispone psicológica y mentalmente para la próxima relación. Un trabajo más a largo plazo y, por lo tanto, más difícil.

El buen amante, decía una revista francesa, debe serlo antes, durante y después. Porque el después es lo que nos asegura que habrá un mañana y que la persona estará en actitud de presentarse a un siguiente round. Pero no es de extrañar que en esta época, donde impera la filosofía del usar y tirar, se descuide esta última fase. Toma el dinero y corre, piensan muchos. Mientras que los que se quedan oscilan, generalmente, entre los polos opuestos: las telenovelas latinoamericanas, con sobredosis de almíbar, y el cine francés, con sus largos silencios, planos interminables, monosílabos e inevitables cigarrillos.

Para qué preocuparse, pensarán muchos/as, el mal –o el bien– ya está hecho. Por la misma regla de tres podríamos pensar que el aprés sky es algo banal e inútily que lo que la gente quiere realmente cuando va a una pista de esquí es esquiar, comer y dormir. Olvidando que, probablemente, ésta sea la modalidad deportiva más practicada en la nieve.

La mayoría de la literatura y la información respecto a lo que debería ser un buen aprés sex está cargada de tópicos y lugares comunes, sin caer en la cuenta de que las mujeres ya no provienen de Venus ni los hombres de Marte. Pero casi todo el mundo coincide en que nosotras queremos mimos y carantoñas y a ellos les entra el sueño. Algo fatal, que deben evitar a toda costa para que su pareja no llegue a la conclusión de que se ha ido a la cama, de nuevo, con otro mastuerzo. Mientras ellos piensan en comida, a ellas les gusta hablar y hablar, por eso una revista masculina aconsejaba a sus lectores hacerle preguntas abiertas a las mujeres, para que ellas pudieran explayarse a gusto, mientras ellos se relajaban pensando en los cerros de Úbeda o los cayos de Florida.

Como cuenta la revista Psychology Today, desde mediados del siglo pasado la ciencia empezó a interesarse por este periodo de la actividad sexual. En 1970, los psicólogos James Halpern y Mark Sherman realizaron un estudio entre más de 250 norteamericanos; el resultado fue el libro Afterplay: A Key to Intimacy, que giraba en torno a la idea de que lo que hacemos o dejamos de hacer después del sexo es una parte fundamental. Los participantes en este experimento, sin distinción de género, expusieron su deseo de prolongar el after play, o como los americanos lo llaman elpillow talk, y se estableció una relación entre la duración del periodo post coital y la satisfacción en la relación.

Pero los que más han estudiado el the end de la actividad sexual han sido los psicólogos evolutivos Daniel Kruger y Susan Hughes, de la Universidad de Michigan y el Albright College de Pensilvania, respectivamente. Según cuenta la revista digital Alternet, en un artículo titulado Do men and women want different things after sex?, en el año 2011 ambos expertos publicaron el resultado de un estudio sobre comportamiento post coital. Según ellos, las actividades preferidas por los hombres son comer, prepararse una bebida, fumar y pedir favores a su pareja –haz esto o tráeme aquello–. Ellas, sin embargo, dan más importancia a comportamientos relacionados con la intimidad, los abrazos, caricias y las manifestaciones de amor. Si bien esto no hace sino confirmar la teoría general entre hombres y mujeres, Kruger y Hughes llegaron también a la conclusión de que no hay diferencias entre ambos sexos a la hora de quién es el que se duerme antes, a pesar de que en el imaginario colectivo está la idea de que quien pliega primero la oreja es él. La consecución o no del orgasmo parece ser lo que más marca la diferencia en el comportamiento final, ya que el cóctel de hormonas que el clímax conlleva –oxitocina, prolactina, endorfinas– es el responsable de hacernos sentir felices, amigables, parlanchines, relajados y dispuestos a cerrar los ojos cuanto antes. Según cuenta esta revista, el resultado de esta química nos hace incluso “momentáneamente menos atractivos a nuestra pareja”, por aquello de darnos un respiro.

Según Kruger apunta en el artículo, “las diferencias relativas al orgasmo pueden ser como echar sal en una herida”. Los psicológicos efectos de las hormonas y sus sensaciones de bienestar, de haber tenido un sexo equitativo, son muy importantes y deberían tenerse en cuenta antes de empezar a hacer conclusiones relativas a la diferencia de géneros.

La sal en la herida, de Kruger, hace mención a que el after sex es el momento en que generalmente nos encaramos a nuestros problemas y deficiencias, cuando los monstruos de la vida sexual imperfecta hacen su aparición para entristecernos, cabrearnos o meternos miedo. Es como la Navidad, una etapa en la que todos debemos estar muy felices y en la que cualquier pequeña tristeza se eleva al cuadrado. Es como cuando Adán y Eva, tras comer la fruta prohibida, sintieron vergüenza por primera vez y cayeron en la cuenta de que estaban desnudos. Es, en definitiva, el detector de mentiras del sexo, cuando el otro te ha visto como realmente eres, sin maquillaje ni photoshop. Por eso, la edición inglesa de la revista Marie Claire sostenía que “dormirse inmediatamente después de la relación sexual es un signo de que la pareja tiene una fuerte y significativa relación”. Los fantasmas son casi siempre los culpables de mantenernos despiertos.

Poco se sabe de lo que debería ser un buen after sex, excepto que, si se trata de un cóctel y existe uno con ese nombre, los ingredientes son: vodka, crema de bananas y zumo de naranja. Pero lo que sí se intuye es lo que puede ser un mal punto y final, y las actitudes que pueden contribuir a ello. Para empezar, hay que evitar por encima de todo iniciar el “cuestionaire”: preguntas, rankings, comparaciones, tamaños… Algo a lo que los hombres son muy adeptos porque buscan así acariciar sus egos. “¿Te ha gustado?”, “¿es más grande la mía que la de tu ex?” –si le dices que no, es probable que siga “pero más ancha, sí ¿no?”–. Además de pesado –créanme he trabajado años haciendo encuestas– y egocéntrico, esta sarta de interrogantes no denota otra cosa que un inmenso desconocimiento en materia sexual, ya que uno debería saber si su pareja se lo ha pasado bien o no. Sin contar con que, en muchas ocasiones, la insistencia obliga a incurrir en la mentira piadosa como mal menor. Un patoso individuo me preguntó al acabar que cuántos orgasmos había tenido. Le contesté que había perdido la cuenta. En el extremo opuesto están los inseguros, que piden perdón y disculpas –generalmente con razón–, pero que insisten en autoflagelarse, sin darse cuenta que no hacen otra cosa sino publicitar y aumentar sus fallos. No nos olvidemos de los amantes de la limpieza, que desperdician estos valiosos momentos encerrándose horas en el baño, recogiendo preservativos y prendas del suelo y poniendo en orden sus ropas y enseres personales como si fueran a abandonar un vuelo de Ryanair. Los osos amorosos tienden a ser muy afectivos y a repartir cumplidos, a veces exagerados e increíbles, lo que los convierte automáticamente en sátira. Aunque casi todos somos Charlie, algunos/as pueden no serlo y coger la broma por el lado malo. En el bando opuesto están los que vuelven a la realidad y adoptan, de forma un tanto brusca, el tono de voz ‘no erótico’, es decir, el que utilizan en el bar para pedir a gritos otra caña cuando se retransmite un partido de fútbol y uno de los equipos acaba de marcar un gol.

Yo diría que cualquier conversación está permitida excepto hablar de otras parejas y establecer comparaciones; empezar a clasificar la relación, especialmente si es la primera vez, y hacerse preguntas filosóficas y existenciales del tipo ¿qué somos?, ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos? Y por último, hablar de temas serios cuando la relación está enferma. Eso es mejor dejarlo para otro momento y ubicación geográfica. Por último, las redes sociales brindan un nuevo plan after sex para los más exhibicionistas, hacerse un sex selfie y colgarlo. Yo sigo defendiendo que el ‘no me gusta’ se incluya también en el abanico de opciones de respuesta. Como decía un chiste: “¿Qué te parece la ejecución del guitarrista? –Por mí que lo ejecuten”.

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El desarrollo psicológico de una persona es un proceso en el que se han de superar varias etapas. Erikson, eminente psicólogo, señaló que la vida transcurre entre ocho crisis o etapas (de 0 a 50 años) y de cómo el sujeto elabore esas situaciones crecerá psicológicamente o no. Los primeros años de vida (de 0 a 6 años) son decisivos en la formación de la personalidad. En este periodo el niño pasa por diferentes crisis: confianza-desconfianza, autonomía-vergüenza, iniciativa-culpa. Según Erikson, cada una de las crisis depende entre sí, de tal manera que la buena salida de una de ellas posibilita la siguiente. Por tanto, nuestro progreso en cada etapa está determinado, en buena parte, por el éxito o fracaso de las etapas precedentes.

Desde esta perspectiva, la vida humana la podemos comparar con un hermoso rosal, en que cada flor (etapa) tiene un tiempo de maduración diferente, pero a su vez influenciada por la floración de la anterior y ella también determina el proceso de otra. Erikson afirma que, si pasamos bien de una etapa a otra, desarrollamos ciertas virtudes o fuerzas psicosociales; si no lo conseguimos, se producirá una mala adaptación y consiguientemente malestar psíquico.

El desarrollo del niño es multidimensional (cognitivo, afectivo, relacional, físico),progresivo (el último avance se apoya en el anterior), en interacción con el medio(familia, cultura, etc.) y además tenemos que tener en cuenta la carga genéticacon la que el sujeto nace. Somos lo que somos por la interacción de la herencia con el entorno.

La familia, catalizadora del desarrollo psicológico

La familia funciona como los vasos comunicantes: cualquier modificación en un punto repercute en el otro extremo, de forma más o menos manifiesta. Pero, además, el sistema familiar se organiza no solamente por "fuerzas conscientes", sino también por "fuerzas inconscientes" (vivencias que influyen en la vida cotidiana de cada persona, pero que no han salido a la luz del día; nos dirigen incluso a pesar nuestro). Y eso es así, porque la familia es un haz de tensiones (positivas y negativas) que tienden necesariamente al equilibrio, aunque para ello se deba sacrificar una parte de la misma realidad grupal.Así, pues, la familia es como una gran masa de agua: podemos contemplar los objetos de la superficie (conflictos expresados), pero las corrientes subterráneas del fondo pasan inadvertidas (son esas energías inconscientes que constituyen la trama de la misma existencia individual o familiar).En términos generales, podríamos afirmar que el entorno familiar puede facilitar o dificultar el desarrollo psicológico del niño. Lo que es evidente es que la familia nunca será un elemento insensible en la evolución del niño, sino que, como un catalizador en una reacción química, tiene el poder de acelerar o retardar el final del proceso. Lo favorecerá creando un encuadre acogedor y, al mismo tiempo, liberador de las posibles tensiones y conflictos internos del niño. Es preciso que el niño se sienta amado, aceptado y comprendido, no solo cuidado, por todos los miembros familiares, principalmente por los progenitores.

La familia es, por tanto, catalizadora del desarrollo psicológico de los hijos. Como las sustancias químicas que aceleran o retrasan las reacciones, la familia puede impulsar o frenar eldesarrollo de una buena salud emocional en los hijos.A este respecto, recuerdo que, en las clases de física y química del antiguo bachiller, mi querido profesor D. Fernando nos explicaba el tema de los catalizadores poniendo como ejemplo el juego de Di Stéfano (el mejor jugador de fútbol de su época). "De él dependía -nos contaba nuestro profesor- que el equipo jugara mejor o peor; él repartía y distribuía el juego y facilitaba o entorpecía toda la labor del equipo". Hoy esta función estaría representada por jugadores como Xabi Alonso, Iniesta o Kroos, por poner solamente tres ejemplos cercanos.El principio de mutualidad

También es bueno recordar aquí, el principio de mutualidad, descrito por el propio Erikson, que podemos enunciar así: no solamente los padres influyen en los hijos, sino que éstos influyen en los padres. Se lo podemos preguntar a cualquier pareja joven que haya tenido un hijo (han pasado de ser un dúo a ser un trío) y podremos constatar los cambios que se han producido en su sistema familiar: reorganización del tiempo de ocio, distribución de tareas, cambios a nivel relacional, afectivo, etc. Pero esto es otra historia que desarrollaremos en otra entrada del blog.

A pesar de todo lo dicho, debemos concluir que la familia no es determinante en el desarrollo del niño, sino que éste es el protagonista principal de su propia biografía. Es decir, a pesar de haber vivido en una “familia disfuncional” el sujeto puede realizar un desarrollo adecuado, y también existen personas que han vivido en un “familia funcional” y su desarrollo ha sido anómalo.

Dos ejemplos

Juan tiene 30 años. Es el tercero de seis hermanos. Nació y se crió en una familia de clase media alta española. Relata que fue un niño feliz, sin grandes experiencias traumáticas y en un hogar que rezumaba cariño y seguridad. Nos dice: “No me faltó de nada. Tenía el amor de mis padres y de mis hermanos”. Mi padre era médico y mi padre profesora de un instituto. Los problemas surgieron en la adolescencia. Comenzó a salir con chicos que hacían “pellas” y descubrió el mundo de los porros. Pasó de ser un niño obediente y aplicado a mostrar gran rebeldía e incluso, en ocasiones, conductas agresivas con sus hermanos. Cada vez se fue sintiendo más extraño en su medio familiar hasta que a los 18 años se marchó de casa con su novia. Ahora, después de varios empleos temporales y de estar un año en la cárcel por comerciar con la droga, acude a la consulta pues quiere organizar su vida y dejar el consumo de cocaína.

Como Juan existen muchos chicos que, a pesar de haber vivido en un medio familiar adecuado, en un momento de sus vidas toman el camino equivocado. ¿Quién falló? ¿La familia? ¿El sujeto? La respuesta es compleja y habrá que analizar cada caso. Pero una cosa es cierta: cada persona es la responsable última de su destino. En el caso de Juan, el resto de los hermanos tuvieron un desarrollo psicológico adecuado.

Otro ejemplo: María tiene 33 años. Casada y con un niña de dos años. Su infancia se desarrolló en una familia disfuncional: padre alcohólico, la madre sufrió las consecuencias de ser una mujer maltratada y estuvo en tratamiento psiquiátrico, porpadecer una depresión, durante toda su vida. Sus recuerdos de infancia se mezclan con imágenes festivas en la escuela y escenas de terror cuando oía que el padre abría la puerta: las agresiones eran frecuentes y los insultos y las descalificaciones contínuas. Cuando tenía ocho años, los padres se separaron y, a los dos años, murió la madre por un cáncer de mama. María fue entonces recogida por la abuela materna. Actualmente María ha podido formar su propia familia y es cajera en unos grandes almacenes. María es una persona feliz y goza de una buena salud emocional.

María, como otras personas, a pesar de haber vivido en una familia disfuncional, ha sabido recuperarse y elaborar de forma adecuada su infancia traumática. Es decir, a pesar de tener una familia que actuaba como un catalizador negativo, gracias a su esfuerzo y con el apoyo, en este caso, de la abuela materna, ha conseguido tener un desarrollo psicológico normal. En terminología actual, podemos decir que María es una persona resiliente: ha sido capaz de ser feliz a pesar de su infancia traumática.

Lógicamente, ni Juan se llama Juan en la vida real ni María se llama María; pero se corresponden (con algunos pequeños detalles modificados) con dos casos verdaderos.

Es cierto que el ser humano nace tan frágil que sin la ayuda de los demás no podría sobrevivir. Pero también es cierto que, a nivel psicológico, toda persona es capaz de recuperarse incluso en las situaciones más adversas. Por esto decimos que la familia no es determinante en el desarrollo psicológico del niño, sino catalizadora de ese proceso.

De la misma manera que, aunque Kroos, Iniesta o Xabi Alonso jueguen mal, sus equipos, Real Madrid, Barcelona o Bayern de Munich, pueden ganar (y a la inversa); podemos concluir que el niño siempre es protagonista de su propia historia y, a pesar de vivir o no en una familia funcional, puede triunfar en la vida y ser feliz.