El insulto: el arte de insultar (2ª parte)

tonta

El arte de insultar

La Biblia está llena de palabras malsonantes, lo mismo que la obra de Cervantes y Quevedo. Pero hay injurias que exhiben ingenio y otras que sólo muestran zafiedad

TEXTO: IÑAKI ESTEBAN

http://www.diariosur.es/prensa/20060821/sociedad/arte-insultar_20060821.html

EN el principio fue el insulto. Dios usó la palabra 'maldito' para despreciar a la serpiente, a Adán y Eva, y luego a Caín, homicida de su hermano Abel. El hijo de Dios, Jesús, tampoco se anduvo con chiquitas. A los cuatro o cinco años llamó a un hijo de Anás «grano execrable de iniquidad, hijo de la muerte» y «oficina de Satán», según el Evangelio del pseudo Mateo.

El insulto, viejo como el ser humano, vuelve a estar de actualidad gracias a dos libros, el 'Diccionario de la injuria' (Losada), un inventario de 3.000 palabras procaces y por lo general imaginativas, recopiladas por los argentinos Sergio Bufano y Jorge S. Perednik; y el 'Viatge a l'origen dels insults' (Ara Llibres), del mallorquín Joan Avellanada, que indaga en el contenido despectivo de términos como 'sudaca', 'charnego' y 'polaco'.

Las groserías eran muy normales en el mundo románico, abundaron en la Edad Media y términos como 'hideputa' se convirtieron en literatura gracias a Cervantes y Quevedo. «Algunos insultos se usaban como apellidos de la gente, hasta que en el siglo XVIII empezaron a tomarse en serio los censos y entonces todo esto se dulcificó», explica el profesor de Filología Ricardo Cierbide.

Estas palabras se nutren de concisas observaciones biológicas, anatómicas y sociales, según los argentinos Bufano y Perednik. Así, el variado mundo animal provee de términos como burro, gorila, sapo, cotorra, hiena y víbora; la fisionomía aporta enano, cabezón, bizco, narigón, orejudo y mofletudo; y leproso, sifilítico y paranoico no significan lo que aparece en el diccionario cuando se dicen con la voz levantada y airada.

Inconfesable placer

En este sentido, estos dos escritores reconocen que insultar produce, en la mayoría de las personas, un inconfesable placer, aunque las consecuencias de los insultos sean con frecuencia negativas y terminen en peleas, despidos o enemistades de por vida.

Joan Avellaneda, autor del 'Viatge a l'origen dels insults', asegura que jamás ha insultado a nadie, «excepto quizá alguna vez en los días de escuela». Sin embargo, conocer de dónde vienen esas palabras le causa una enorme satisfacción, un gusto que empezó a experimentar cuando preparaba una exposición sobre diversidad lingüística. «Yo creo que las palabras ofensivas tienen que limitarse, a no ser que sepamos darles un tono humorístico, porque la convivencia es un bien precario», advierte Avellaneda.

Geógrafo de profesión, se ha especializado en los insultos relacionados con la procedencia. Por ejemplo, la palabra 'guiri', por extranjero, se originó en el País Vasco. «Viene de 'kiristinu', el término con el que los carlistas vascos llamaban a los soldados de la Reina María Cristina, entre los que había muchos extranjeros».

«El contacto entre culturas ha producido conflicto, los habitantes de pueblos muy próximos se tienen desconfianza y, además, tendemos a clasificarlo todo, también a las personas», dice Avellaneda para explicar el indudable éxito histórico dae los insultos. El profesor Ricardo Cierbide, por su parte, considera que los insultos pueden revelar el ingenio popular, pero también lo contrario. «Hay veces que te llaman pobre bestia cuando el que te lo dice o insinúa tampoco parece un dechado de civilidad», apunta el filólogo.

Decirlo no basta. Sin añadirle un énfasis en la pronunciación y algún gesto que le dé aún mayor fuerza dramática, el insulto no funciona. Ninguna injuria es de por sí injuriosa, de modo que se puede llamar a una persona 'cabrón' con cariño, argumentan Bufano y Perednik, lo que también demuestra que el uso del término no tiene nada que ver con su significado original.

Los autores argentinos aluden a una curiosa enfermedad, llamada 'coprolalia', que etimológicamente significa algo así como lenguaje o palabras excrementales, y que se define como la «perturbación mental caracterizada por el abuso de palabras obscenas». Los autores del diccionario sugieren que, si esto es así, los campos de fútbol estarían repletos de gente aquejada de este trastorno.

La enfermedad afecta a una de cada 200 personas y está provocada por un desequilibrio químico en el cerebro, conocido como síndrome de Tourette o del malhablado. Los afectados hablarían así por la carga emocional de las palabras injuriosas y por su repercusión en sus circuitos neuronales.

LENGUA SUCIA. Los insultos suelen acompañarse de gestos y énfasis en la pronunciación

LO MÁS INGENIOSO

Ablandabrevas: Persona inútil, holgazán.

Ablandahigos: Ablandabrevas.

Aceitado: Sobornado.

Agachón: El marido que se resigna con facilidad a la infidelidad de su esposa. Pusilánime.

Babasfrías: Pavote, papanatas.

Batuquero: Bullangero, ruidoso.

Butifarra: Falo, pene, 'chorizo', 'morcilla'. Derivado de la longaniza catalana y formado por el latín 'butyrum', manteca, y 'farcire', rellenar.

Calientabancos: Alumno indiferente que sólo hace acto de presencia en el aula. Pretendiente que se eterniza en el noviazgo.

Chingolo: Persona inocente y candorosa, chorlito. Colita de cuadril.

Estreñido: Amarrete, egoísta.

Fumasolo (como apellido): Fumador tacaño que no invita.

Gil: Poco diestro, torpe. Abombado, alcauhete, bambaco, bobalicón, bobeta, bodoque, cachirulo, caspiento, caspudo, chambón, nabo, naboncio, pajarón, pelandrún...

Inflabolas: Pesado, hinchapelotas.

Jodón: Bromista, chistoso.

Malevo: Prepotente, malvado, matón. Persona de malvivir que no duda en pelear y causar muerte.

Manguero: El que pide dinero prestado, el 'mangón'.

Manflorita: Homosexual.

Mediopolvo: Lento, cansino, que no termina nunca lo que empieza, perezoso.

Pandorgo: Hombre panzón. Barrigudo.

Piojo resucitado: Nuevo rico.

Quitamotas: Lisonjero, adulador, excesivamente obsequioso.

Uñaslargas: Carterista, ladrón, ratero que roba en transportes públicos.