Jose Antonio Fraga

Me gustaría compartir con todos vosotros un artículo escrito por el gallego Álvaro Cunqueiro en el períodico vespertino "La Noche", de Santiago de Compostela.

A mi parecer, Cunqueiro es , tras Gabriel García Marquez, el mejor cuentista que han dado nuestras letras (pero ésta es mi modesta opinión)

El artículo se titula LA ÚLTIMA MÁQUINA, y fue escrito el 10 de noviembre de 1960, hace hoy justamente 53 años

Los gobernadores del Imperio Secreto ordenaron que dos oradores o nuncios de la Cámara Apostólica recorrieran los diversos territorios unidos, asociados y confederados, -que de las tres condiciones los había en la compleja Constitución Imperial- observando las señales de los tiempos, si se aproximaban mudanzas, y si había los que el señor Guicciardini llamó "puntos de podredumbre", y qué los producía. Los embajadores eran gente a la vez ociosa y erudita, y se tomaron largos años para su vida en el diagnóstico del siglo, limitándose a enviar a la Cancillería de Aquisgrán de vez en cuando relaciones a la manera de los venecianos, descripciones de costumbres y paisajes, -acaso, inconscientemente, el modelo "El viaje sentimental" de Sterne- plantas y semillas, y estudios sobre nuevas máquinas.

Uno de los embajadores se llamaba Civilis y el otro Cerealis, y fue casualidad que se juntasen en la misma misión los nombres del atrevido insurrecto y del hábil romano cónsul de la guerra de los germánicos caninefatos, en el 70 después de Cristo. Pero entonces eran corrientes en el Imperio nombres semejantes. Civilis por elogio de la condición y dignidad políticas, y Cerealis porque la geórgica virgiliana tenían parte muy grande en la educación.

Los embajadores, en su dilatado viaje, iban dejando para última hora la visita a las grandes concentraciones industriales, a cuyo frente estaban poderosos técnicos que toleraban mal la intervención de la Cancillería Imperial, a la que acusaban de espíritu poético, incitación a la vagancia, ánimo reaccionario, incapacidad científica y miedo a la máquina. La verdad es que el Emperador, a lo largo de varias décadas, se habría transformado en el defensor del hombre contra la máquina, como antaño los reyes en defensores del pueblo contra los grandes [señores] feudales. Los miembros de la Cancillería habían advertido que las máquinas estaban dejando su condición de siervas para alcanzar un poder propio e independiente estimuladas por los técnicos, que descansaban en ellas para tomar decisiones que alcanzaban a miles de hombres. Las máquinas regían las fábricas, y por ende grandes sectores de población estaban a su arbitrio. Por ejemplo, en Parías, el día cinco de noviembre de 1969...

Sí, en París. Los directores de la fábrica Renault encargaron a un cerebro electrónico la busca, entre el personal de ella, de los nueve mil obreros menos necesarios, y que podían ser despedidos si se producía una disminución en las ventas. El cerebro realizó la operación pedida en seis horas y facilitó la lista. Tres mil obreros fueron despedidos por la compleja máquina el día cinco de noviembre, festividad de San Zacarías. Otros despidos fueron anunciados como inminentes. El cerebro reunía datos suministrados por otras máquinas, -algunas de ellas registraban el número de hijos del obrero, otras su capataz-, y daba una opinión aséptica... Los embajadores imperiales llegaron a la Renault ese mismo día, y quedaron verdaderamente aterrados. No quiero extenderme sobre su reacción ante el hecho, ni sobre el contenido de sus informes. Me remito a los decretos imperiales: el cerebro susodicho fue destruido y sus congéneres prohibidos en el territorio del imperio. Y en lo que respecta a la colocación y despido de obreros en las fábricas, se consideró que el sistema buscado por los técnicos era inmoral, y sin duda uno de los más profundos "puntos de podredumbre", y que la propagación del método conduciría en breve plazo a una inmensa catástrofe. Pero la Cancillería Imperial insistió sobre todo en la inmoralidad, y el sabio Civilis y el sabio Cerealis, en su horror, sostenían que un sistema basado en las recomendaciones e influencias -"el que tiene padrino se bautiza" repetía Cerealis- era tan eficaz como el cerebro electrónico, pero además, conforme con la condición humana, y con la necesidad que el hombre siente, en su alma, de esperanza y caridad.

Fue la última máquina, el cerebro de la Renault, que se permitió inventar en el Imperio. El Emperador y sus consejeros decretaron, razonablemente, que el hombre ya había inventado bastante

Este artículo está recogido, junto con los otros 232 que Cunqueiro escribió para el mencionado periódico, en el libro "Los días en La Noche (Santiago de Compostela, 1959-1962)" de la editorial Follas Novas