DOMINGO 6-C DE PASCUA
NVulgata 1 Ps 2 E – BibJer2ed (en) – Concordia y©atena Aurea (en)
(1/3) Juan Pablo II, Homilía en la parroquia de San Félix de Cantalicio 4-5-1986 (it):
«1. Su templo es el Señor (cf Ap 21, 22).
Este domingo el Evangelio de san Juan nos lleva al Cenáculo. Al despedirse de los Apóstoles –el día anterior a su muerte en la cruz–, Jesús dice: "El que me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14, 23). Precisamente momentos antes de ser entregado, su Corazón divino manifiesta por nosotros la cima de un amor sin límites, revelándonos el misterio de la inhabitación de Dios en nosotros: el hombre está llamado a convertirse en "templo" y "morada" de la Santísima Trinidad.
¿A qué grado mayor de comunicación con Dios podría jamás aspirar el hombre? ¿Qué prueba mayor que esta podría jamás dar Dios de querer entrar en comunión con el hombre? Toda la historia milenaria de la mística cristiana, aun con algunas expresiones sublimes, no puede menos de hablarnos muy imperfectamente de esta inefable presencia de Dios en lo íntimo del hombre.
2. De esta dimensión del "templo" (lo íntimo del hombre, el alma humana) pasamos, en la liturgia pascual de hoy, a la dimensión de la Iglesia. La lectura de los Hechos de los Apóstoles nos lleva tras las huellas de los comienzos de la Iglesia. Es una comunidad que nace del misterio pascual de Cristo, y que es guiada y vivificada por el Espíritu Santo, de manera que la actuación de la Iglesia comporta un nexo necesario de responsabilidad humana y de inspiración divina: "Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros...", como se dice en la citada lectura (Hc 15, 28).
Lo mismo que el alma del cristiano está habitada por la Santísima Trinidad, así también la Iglesia, que es la comunidad cristiana, está habitada por la Santísima Trinidad. Más aún, el cristiano es "templo" del misterio trinitario precisamente en cuanto es miembro del Cuerpo místico de Cristo, en cuanto es "sarmiento" vivo, injertado en la verdadera "Vid" que es Cristo.
Ya desde aquí abajo, a pesar de las miserias de esta vida, la Iglesia goza de esta intimidad con Dios, que es el fundamento de su infalibilidad e indefectibilidad.
3. Al mismo tiempo, juntamente con esta dimensión "histórica" de la Iglesia, la liturgia de hoy nos muestra su dimensión "mística": Jerusalén, la Ciudad santa, "que bajaba del cielo, de Dios, trayendo la gloria de Dios" (Ap 21, 10). Es la Iglesia del cielo, es la Iglesia formada por las almas de aquellos que, por la redención de Cristo, han vencido en sí mismos el pecado y la muerte, y ahora gozan el premio de la vida eterna.
Como san Juan evangelista, debemos tener siempre fijos los ojos de nuestro corazón en esta Jerusalén celeste y gloriosa, que es la meta trascendente de nuestro camino y de nuestras fatigas terrenas. Debemos contemplar siempre esta "bienaventurada visión de paz", que nos estimula y nos consuela y es objeto de nuestra esperanza. Arriba nos esperan los hermanos que han conseguido la salvación. Desde arriba ruegan e interceden por nosotros, para que también un día podamos estar con ellos.
4. La Iglesia, nacida de la cruz de Cristo y de su resurrección, es guiada constantemente por el Espíritu Santo, el Consolador. "El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho" (Jn 14, 26).
La Iglesia terrena, la Iglesia de aquí abajo, es guiada constantemente por el Espíritu de Jesús resucitado a una profundización continua de esa misma verdad que recibió desde el principio de labios del divino Maestro. Ella, durante los siglos, comprende cada vez mejor, gracias a la luz del Espíritu, las mismas palabras que un día comunicó Cristo a los Apóstoles para que las transmitieran a todo el mundo.
De este modo la Iglesia "histórica" se acerca cada vez más al pleno conocimiento de Jesús-Verdad, que ya es posesión de la Iglesia celeste, la "Jerusalén de arriba" (Ga 4, 26). El Espíritu "consuela" a la Iglesia de aquí abajo precisamente con la visión de la Iglesia del paraíso, hacia la cual tiende la Iglesia terrena con todas sus fuerzas, con el deseo ardiente de unirse a ella.
5. El salmo responsorial nos lleva a considerar que la Iglesia, en su desarrollo histórico, es enviada por Dios a todas las naciones (...), "para que conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación" (Sal 67, 3).
En esta misión universal de salvación la Iglesia está constantemente animada e impulsada por el Espíritu del Resucitado, y por el deseo de llevar a todos los hombres a la bienaventuranza, de la que ya gozan los santos del cielo. Por otra parte, estos ayudan a la Iglesia misma –por medio de sus plegarias– en el desarrollo de su misión. Y ella, por su parte, mirando con ojos de fe a la Jerusalén celeste, encuentra en esto la luz y la esperanza que le permiten mostrar con seguridad al mundo el camino de la salvación y de la santidad.
6. De este modo la Iglesia en el mundo guía al hombre –en medio de las diversas naciones de la tierra– a este templo definitivo, que según el Apocalipsis de Juan, se encuentra en la Jerusalén eterna.
"Templo no vi ninguno, porque su templo es el Señor Dios Omnipotente y el Cordero" (Ap 21, 22).
La Jerusalén celeste, a diferencia de la Iglesia de aquí abajo –"siempre necesitada de purificación" (Lumen gentium, 8)–, es totalmente pura, totalmente santa: totalmente consagrada a Dios. Por tanto, en ella no hay nada profano que deba distinguirse de lo sagrado. En ella, como dice el Apocalipsis, no hay templos, porque en ella todo es templo, todo manifiesta espléndida y claramente la presencia beatífica de la Santísima Trinidad (...).
9. Hoy, según las palabras del Evangelio de Juan, el Señor Jesús prepara a los discípulos a su partida de la tierra. Dice: "Me voy... Si me amaseis, os alegraríais, porque voy al Padre, pues el Padre es mayor que yo" (Jn 14, 28).
La Iglesia relee estas palabras al cumplirse los cuarenta días de la resurrección de Cristo, es decir, la Ascensión. Sin embargo, Cristo no dice solo "me voy", sino también "vuelvo a vosotros" (Jn 14, 28).
La marcha significa solo la conclusión de la misión mesiánica terrena. Sin embargo, no es una separación.
La misión de Cristo termina con la venida del Espíritu Santo y con el nacimiento de la Iglesia. En la Iglesia de Cristo –siempre presente y siempre operante con la fuerza del Espíritu Consolador– nos lleva a la Jerusalén eterna. La misión de la Iglesia es la de conducir a la humanidad a este destino definitivo que cada uno de los hombres tiene en Dios. En efecto, es un templo en el que Dios quiere habitar.
La marcha de Cristo no produce, pues, turbación. Está llena de paz. Dice el Salvador: "La paz os dejo, mi paz os doy". Cada día repetimos estas palabras en la liturgia eucarística antes de la comunión. Y añade: "No se turbe vuestro corazón, ni se acobarde... Me voy, y vuelvo a vosotros" (Jn 14, 27-28)».
(2/3) Catecismo de la Iglesia Católica P1, S2, C3, A12, VI: "La esperanza de los cielos nuevos y de la tierra nueva".
(3/3) Benedicto XVI, Homilía en Aparecida (Brasil) 13-5-2007 (ge sp en it po)
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LA PALABRA DEL PAPA.– «Jesús, al dar a Simón (...) el título, más aún, el don, el carisma de la fuerza, de la dureza, de la capacidad de resistir y sostener –como es precisamente la naturaleza de una piedra, de una roca, de un peñasco–, asociaba el mensaje de su palabra a la virtud nueva y prodigiosa de este apóstol, que había de tener la función, él y quien le sucediera legítimamente, de testimoniar con incomparable seguridad ese mismo mensaje que llamamos Evangelio» (Pablo VI, Audiencia general 3-4-1968 fr it). «El mensaje de Cristo, de generación en generación, nos ha llegado a través de una cadena de testimonios, de la que Nos formamos un eslabón como sucesor de Pedro, a quien el Señor confió el carisma de la fe sin error» (Pablo VI, Homilía 20-9-1964 it). «Junto a la infalibilidad de las definiciones "ex cáthedra", existe el carisma de asistencia del Espíritu Santo concedido a Pedro y a sus sucesores para que no cometan errores en materia de fe y de moral y para que, por el contrario, iluminen bien al pueblo cristiano» (Juan Pablo II, Audiencia general 24-3-1993 sp it). «Al escogerme como Obispo de Roma, el Señor ha querido que sea su Vicario, ha querido que sea la "piedra" en la que todos puedan apoyarse con seguridad» (Benedicto XVI, Homilía en la capilla Sixtina 20-4-2005 ge sp fr en it lt po).
LOS ENLACES A LA NEO-VULGATA.– «Esta edición de la Neo-Vulgata puede servir también (además de especialmente para la liturgia) para que la tengan en cuenta las versiones en lengua vulgar que se destinan a uso litúrgico y pastoral, y (...) como base segura para los estudios bíblicos» (Juan Pablo II, Constitución apostólica Scripturarum thesaurus 25-4-1979 ge sp fr en lt po). «La palabra sagrada debe presentarse lo más posible tal como es, incluso en lo que tiene de extraño y con los interrogantes que comporta» (Benedicto XVI, Carta al presidente de la C.E. Alemana sobre un cambio en las palabras de la Consagración 14-4-2012 ge sp fr en it pl po).
Texto preparado por Fr. Gregorio Cortázar Vinuesa, O.C.D. España.
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Comentario del P. Tomás Álvarez, ocd
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DOMINGO 5-C DE PASCUA
NVulgata1 Ps 2 E – BibJer2ed (en) – Concordia y ©atena Aurea (en)
(1/3) Juan Pablo II, Homilía en la parroquia de San Gregorio VII 27-4-1986 (it)
«1. "He aquí que hago nuevas todas las cosas" (Ap 21, 5).
Hay algunos lugares particulares a los que nos guía la liturgia del tiempo pascual. El primero de ellos es el Cenáculo de Jerusalén (...). A él están vinculados los principales acontecimientos pascuales: la última Cena y la institución de la Eucaristía; la primera aparición de Cristo a los Apóstoles tras la Resurrección la tarde del primer día "después del sábado" de la Pascua; la segunda aparición del Resucitado para convencer a Tomás; y luego, después de la ascensión del Señor, la presencia de la comunidad apostólica en oración juntamente con María, la Madre del Señor, en espera del Consolador; y finalmente, Pentecostés, la venida del Espíritu Santo.
El Cenáculo se convirtió en lugar de ocultamiento, donde maduraron los comienzos pascuales de la Iglesia. Luego se convirtió en el lugar de un nuevo éxodo del Pueblo de Dios de la Nueva Alianza por el mundo. Justamente pueden grabarse en este lugar las palabras del Apocalipsis: "He aquí que hago nuevas todas las cosas".
2. Al Cenáculo está vinculado también el Sermón de despedida de Cristo, del que hemos leído un pasaje en la liturgia de este domingo. Es un hecho significativo que precisamente después de la salida de Judas del Cenáculo, Cristo hable de la glorificación de Dios en su humanidad, y también de la glorificación del Hijo por el Padre.
Y estas palabras las dice precisamente cuando el apóstol traidor inicia las actividades que llevarán al prendimiento de Jesús, precisamente en el momento en que su pasión y muerte están ya decididas. Humanamente no podrían esperarse semejantes palabras, porque todo lo que va a suceder será, humanamente, una negación de la glorificación de Cristo, su radical abajamiento y despojo.
Sin embargo, las palabras de Jesús no se prestan a las medidas humanas; comportan la medida del misterio divino. En la cruz de Cristo será glorificado Dios como Amor y Verdad, como Justicia y Misericordia. También Dios glorificará a Cristo, y el signo de esta glorificación será su resurrección "el tercer día".
Cristo, pues, en tales circunstancias, dice esas palabras tan insólitas y, simultáneamente, tan llenas de otra verdad: la verdad divina y salvífica. Con esas palabras él "hace nuevas todas las cosas".
3. La liturgia del tiempo de Pascua se inspira además abundantemente en los Hechos de los Apóstoles. Hoy seguimos el camino apostólico de Pablo y Bernabé por las diversas ciudades del Oriente Medio donde se comienza a anunciar el Evangelio y nace la Iglesia.
Este desarrollo gradual del Evangelio y de la Iglesia es fruto del misterio pascual que se realizó en Jerusalén. Los acontecimientos, vinculados al principio con el Cenáculo, tienen su continuación orgánica precisamente en estas rutas de la primera evangelización testimoniada por los Hechos de los Apóstoles.
Solo con la fuerza de Cristo crucificado y resucitado, con la potencia del Espíritu Consolador, los Apóstoles y los discípulos apostólicos pudieron anunciar que "es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios" (Hc 14, 22). En efecto, Cristo mostró a todos este camino. La Iglesia nacía en los corazones, nacía en las nuevas comunidades, nacía en cada lugar de su misterio pascual, de la cruz y la resurrección.
4. Así ha sido a través de las generaciones. Y nosotros (...) vivimos de la heredad de este nacimiento salvífico de la Iglesia (...).
6. Hoy debe revivir en nosotros de modo particular el recuerdo del Cenáculo y de las palabras que el Señor Jesús dijo allí. Leemos en el Evangelio de hoy: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os amáis los unos a los otros" (Jn 13, 34-35).
Este precepto de la caridad hay que recordarlo siempre y vivirlo (...). "La señal por la que conocerán que sois discípulos míos": la recíproca fraternidad, conocimiento, estima, colaboración, entendimiento; es decir, si hay en todos vuestros esfuerzos una unidad juntamente con una serena armonía y celo con la intención de servir al Señor, buscando el bien de las almas: "Que os améis los unos a los otros como yo os he amado" (...).
8. Hay todavía otro libro en el que se fija la liturgia del período pascual, es el Libro del Apocalipsis de san Juan. El libro de los "últimos tiempos". La resurrección de Cristo dio comienzo históricamente a la evangelización apostólica y a la Iglesia, y a la vez se convirtió en el comienzo del "último cumplimiento" de todo en Cristo. Así pues, principalmente en el tiempo pascual la Iglesia renueva su conciencia de existir en la "dimensión escatológica", en la dimensión del cumplimiento definitivo.
En la segunda lectura de la Misa de hoy, el último cumplimiento de las cosas se nos presenta como el momento de la suprema y definitiva alegría de la ciudad santa, la Iglesia, la nueva Jerusalén.
Fue creada y querida por el Corazón de Dios para este último y eterno momento. Ella, pues, "desciende del cielo", de Dios, porque es fruto del amor y de la iniciativa divina, fruto de la gracia que coronará toda la historia humana. "Arreglada como una novia que se adorna para su esposo" (Ap 21, 2), porque la Iglesia se cumplirá en el momento definitivo de la alianza, y en ella será llevado el amor a su perfección, a su plenitud.
Todas las lágrimas derramadas a lo largo de la historia, como todas las lágrimas de los hombres causadas por el mal, por la culpa y la maldad, desaparecerán; pues Dios mismo, "Dios-con-ellos", enjugará el llanto, siendo él mismo la alegría plena de cada uno de los hombres.
La maravillosa página del Apocalipsis nos dice que en la mente de Dios el hombre está destinado a este gozo pleno sin ocaso, cuando sea definitivamente liberado como por una nueva creación: "He aquí que hago nuevas todas las cosas".
9. (...). Somos la Iglesia peregrina. Nos encontramos en el camino de la Jerusalén celestial, hacia esa definitiva "novedad del cielo y de la tierra" que viene de Dios juntamente con Cristo crucificado y resucitado.
Y el camino hacia lo que es "nuevo" en Cristo nos invita a pasar a través del mandamiento del amor. Efectivamente, también este es un mandamiento "nuevo": "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros como yo os he amado".
Acojamos este mandamiento. Renovemos en nosotros su fuerza. Respondamos a las múltiples exigencias que nos propone. Hagamos todo lo posible para cumplirlo en nuestra vida.
De este modo el misterio pascual de Jesucristo impregnará constantemente la realidad, toda la realidad, incluso la normal, cotidiana, y sin embargo siempre "nueva". Nueva con la potencia de la cruz y la resurrección de Cristo. Y así seremos "su pueblo" y él será "el Dios-con-nosotros" (cf Ap 21, 3)».
(2/3) Juan Pablo II, Audiencia general 28-6-2000 (ge sp fr en it po): "La Jerusalén celestial".
(3/3) Juan Pablo II, Homilía 13-5-2001 (ge sp fr en it po), con ordenaciones sacerdotales.
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LA PALABRA DEL PAPA.– «Jesús, al dar a Simón (...) el título, más aún, el don, el carisma de la fuerza, de la dureza, de la capacidad de resistir y sostener –como es precisamente la naturaleza de una piedra, de una roca, de un peñasco–, asociaba el mensaje de su palabra a la virtud nueva y prodigiosa de este apóstol, que había de tener la función, él y quien le sucediera legítimamente, de testimoniar con incomparable seguridad ese mismo mensaje que llamamos Evangelio» (Pablo VI, Audiencia general 3-4-1968 fr it). «El mensaje de Cristo, de generación en generación, nos ha llegado a través de una cadena de testimonios, de la que Nos formamos un eslabón como sucesor de Pedro, a quien el Señor confió el carisma de la fe sin error» (Pablo VI, Homilía 20-9-1964 it). «Junto a la infalibilidad de las definiciones "ex cáthedra", existe el carisma de asistencia del Espíritu Santo concedido a Pedro y a sus sucesores para que no cometan errores en materia de fe y de moral y para que, por el contrario, iluminen bien al pueblo cristiano» (Juan Pablo II, Audiencia general 24-3-1993 sp it). «Al escogerme como Obispo de Roma, el Señor ha querido que sea su Vicario, ha querido que sea la "piedra" en la que todos puedan apoyarse con seguridad» (Benedicto XVI, Homilía en la capilla Sixtina 20-4-2005 ge sp fr en it lt po).
LOS ENLACES A LA NEO-VULGATA.– «Esta edición de la Neo-Vulgata puede servir también (además de especialmente para la liturgia) para que la tengan en cuenta las versiones en lengua vulgar que se destinan a uso litúrgico y pastoral, y (...) como base segura para los estudios bíblicos» (Juan Pablo II, Constitución apostólica Scripturarum thesaurus 25-4-1979 ge sp fr en lt po). «La palabra sagrada debe presentarse lo más posible tal como es, incluso en lo que tiene de extraño y con los interrogantes que comporta» (Benedicto XVI, Carta al presidente de la C.E. Alemana sobre un cambio en las palabras de la Consagración 14-4-2012 ge sp fr en it pl po).
Texto preparado por Fr. Gregorio Cortázar Vinuesa, O.C.D. España.
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Comentario del P. Tomás Álvarez, ocd
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4-C DE PASCUA: DOMINGO DEL BUEN PASTOR (21 abril 2013)
NVulgata 1 Ps 2 E – BibJer2ed (en) – Concordia y©atena Aurea (en)
(1/2) Juan Pablo II, Homilía en Santa María in Trastevere 27-4-1980 (sp it po): «3. La liturgia de este domingo está llena de la alegría pascual, cuya fuente es la resurrección de Cristo. Todos nosotros nos alegramos de ser "su pueblo y ovejas de su rebaño" (Sal 100, 3) (...).
Toda la Iglesia se alegra hoy porque Cristo resucitado es su Pastor, el Buen Pastor. De esta alegría participa cada una de las partes de este gran rebaño del Resucitado, cada una de las falanges del Pueblo de Dios en toda la tierra (...).
4. La Iglesia propone con frecuencia a los ojos de nuestra alma la verdad sobre el Buen Pastor. También hoy escuchamos las palabras que Cristo dijo de sí mismo: "Yo soy el Buen Pastor, y conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí" (Canto del Aleluya: Jn 10, 14) (...).
Cristo crucificado y resucitado ha conocido de modo particular a cada uno de nosotros (...). Cristo Buen Pastor nos conoce a cada uno de manera distinta (...). A tal propósito dice estas insólitas palabras: "Mis ovejas oyen mi voz; yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna, y no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, es mayor que todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno" (Jn 10, 27-30) (...).
Miremos hacia la cruz, en la que se ha realizado el misterio del divino "legado" y de la divina "heredad". Dios, que había creado al hombre, después del pecado del hombre, restituyó ese hombre, cada hombre y todos los hombres, de modo particular a su Hijo.
Cuando el Hijo subió a la cruz, cuando en ella ofreció su sacrificio, aceptó y abrazó, con su sacrificio y con su amor, al hombre, a cada uno de los hombres y a todos los hombres, y, simultáneamente, lo confió a Dios, Creador y Padre (...). En la cruz se hizo "nuestra Pascua" (1Co 5, 7).
Nos ha devuelto, a cada uno y a todos, al Padre, como al que nos había creado a su imagen y semejanza, y que, a imagen y semejanza de este su propio Hijo eterno, nos ha predestinado "a la adopción de hijos suyos por Jesucristo" (Ef 1, 5) (...).
La resurrección se ha convertido en la confirmación de su victoria: victoria del amor del Buen Pastor, que dice: "Ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna, y no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano".
5. Nosotros somos de Cristo.
La Iglesia quiere que miremos (...) hacia la cruz y la resurrección, y que midamos nuestra vida humana con el metro de este misterio (...). Cristo es el Buen Pastor porque conoce al hombre, a cada uno y a todos. Lo conoce con este conocimiento único pascual. Nos conoce porque nos ha redimido. Nos conoce porque "ha pagado por nosotros": hemos sido "rescatados a gran precio".
Nos conoce con el conocimiento y con la ciencia más "interior", con el mismo conocimiento con que él, el Hijo, conoce y abraza al Padre y, en el Padre, abraza la verdad infinita y el amor. Y mediante la participación en esta verdad y en este amor, él hace nuevamente de nosotros, en sí mismo, los hijos de su eterno Padre; obtiene de una vez para siempre la salvación del hombre, de cada uno de los hombres y de todos, de aquellos que nadie arrebatará de su mano.
En efecto, ¿quién podría arrebatarlos? ¿Quién puede aniquilar la obra de Dios mismo que ha realizado el Hijo en unión con el Padre? ¿Quién puede cambiar el hecho de que estemos redimidos, un hecho tan potente y tan fundamental como la misma creación?
A pesar de toda la inestabilidad del destino humano y de la debilidad de la voluntad y del corazón del hombre, la Iglesia nos manda hoy mirar a la potencia, a la fuerza irreversible de la redención, que vive en el Corazón y en las manos y en los pies del Buen Pastor, de aquel que nos conoce.
Hemos sido hechos de nuevo propiedad del Padre por obra de este amor que no retrocedió ante la ignominia de la cruz, para poder asegurar a todos los hombres: "Nadie os arrebatará de mi mano" (cf Jn 10, 28).
La Iglesia nos anuncia hoy la certeza pascual de la redención, la certeza de la salvación. Y cada uno de los cristianos está llamado a la participación de esta certeza:
¡Verdaderamente he sido comprado a gran precio! ¡Verdaderamente he sido abrazado por el Amor, que es más fuerte que la muerte y más fuerte que el pecado! ¡Conozco a mi Redentor, conozco al Buen Pastor de mi destino y de mi peregrinación!
6. Con esta certeza de la fe, certeza de la redención revelada en la resurrección de Cristo, partieron (...) Pablo y Bernabé por los caminos de su primer viaje al Asia Menor. Se dirigen a los que profesan la Antigua Alianza, y cuando no son aceptados, se dirigen a los paganos, se dirigen a los hombres nuevos y a los pueblos nuevos.
En medio de estas experiencias y de estas fatigas comienza a fructificar el Evangelio. Comienza a crecer el Pueblo de Dios de la Nueva Alianza.
¿A través de cuántos países, pueblos y continentes pasaron estos viajes apostólicos hasta el día de hoy? ¿Cuántos hombres han respondido con gozo al mensaje pascual? ¿Cuántos hombres han aceptado la certeza pascual de la redención? ¿A cuántos hombres y pueblos ha llegado y llega siempre el Buen Pastor?
Al final de esta grandiosa misión se delinea lo que el Apóstol Juan ve en su Apocalipsis: "Una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos... Vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero" (Ap 7, 9-14).
Así pues, también nosotros (...) confesamos la resurrección de Cristo, renovamos la certeza pascual de la redención, renovamos la alegría pascual que brota del hecho de que nosotros somos "su pueblo y ovejas de su rebaño" (Sal 100, 3).
Que siempre tengamos al Buen Pastor. Perseveremos junto a él. Cantemos a su Madre (...): Regina coeli, laetare».
(2/2) Benedicto XVI, Homilía 29-4-2007 (ge sp fr en it po).
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LA PALABRA DEL PAPA.– «Jesús, al dar a Simón (...) el título, más aún, el don, el carisma de la fuerza, de la dureza, de la capacidad de resistir y sostener –como es precisamente la naturaleza de una piedra, de una roca, de un peñasco–, asociaba el mensaje de su palabra a la virtud nueva y prodigiosa de este apóstol, que había de tener la función, él y quien le sucediera legítimamente, de testimoniar con incomparable seguridad ese mismo mensaje que llamamos Evangelio» (Pablo VI, Audiencia general 3-4-1968 fr it). «El mensaje de Cristo, de generación en generación, nos ha llegado a través de una cadena de testimonios, de la que Nos formamos un eslabón como sucesor de Pedro, a quien el Señor confió el carisma de la fe sin error» (Pablo VI, Homilía 20-9-1964 it). «Junto a la infalibilidad de las definiciones "ex cáthedra", existe el carisma de asistencia del Espíritu Santo concedido a Pedro y a sus sucesores para que no cometan errores en materia de fe y de moral y para que, por el contrario, iluminen bien al pueblo cristiano» (Juan Pablo II, Audiencia general 24-3-1993 sp it). «Al escogerme como Obispo de Roma, el Señor ha querido que sea su Vicario, ha querido que sea la "piedra" en la que todos puedan apoyarse con seguridad» (Benedicto XVI, Homilía en la capilla Sixtina 20-4-2005 ge sp fr en it lt po).
LOS ENLACES A LA NEO-VULGATA.– «Esta edición de la Neo-Vulgata puede servir también (además de especialmente para la liturgia) para que la tengan en cuenta las versiones en lengua vulgar que se destinan a uso litúrgico y pastoral, y (...) como base segura para los estudios bíblicos» (Juan Pablo II, Constitución apostólica Scripturarum thesaurus 25-4-1979 ge sp fr en lt po). «La palabra sagrada debe presentarse lo más posible tal como es, incluso en lo que tiene de extraño y con los interrogantes que comporta» (Benedicto XVI, Carta al presidente de la C.E. Alemana sobre un cambio en las palabras de la Consagración 14-4-2012 ge sp fr en it pl po).
Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones Sacerdotales y Religiosas
Mensaje de Benedicto XVI
«Las vocaciones signo de la esperanza fundada sobre la fe»
Texto preparado por Fr. Gregorio Cortázar Vinuesa, O.C.D. España.
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Comentario del P. Tomás Álvarez, ocd
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DOMINGO 3-C DE PASCUA (14-04-2013)
NVulgata 1 Ps 2 E – BibJer2ed (en) – Concordia y ©atena Aurea (en)
(1/4) Juan Pablo II, Audiencia general 2-12-1987 (sp it): «Las pescas milagrosas son para los Apóstoles y para la Iglesia las "señales" de la fecundidad de su misión si se mantienen profundamente unidas al poder salvífico de Cristo (cf Lc 5, 4-10; Jn 21, 3-6) (...). Juan, tras la narración de la pesca después de la resurrección, coloca el mandato de Cristo a Pedro: "Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas" (cf Jn 21, 15-17). Es un acercamiento significativo».
(2/4) Juan Pablo II, Homilía en la parroquia de San Felipe Apóstol 17-4-1983 (it): «Queridos hermanos y hermanas (...). La Iglesia canta con júbilo el Aleluya a Cristo resucitado (...).
"¡Es el Señor!". Así dice a Pedro "el discípulo al que Jesús amaba" (Jn 21, 7). Y lo dice cuando, ocupados en la pesca en el lago de Genesaret, oyeron una voz bien conocida que les llegaba desde la orilla.
El personaje aparecido en la orilla les pregunta primero: "¿Tenéis algo que comer?", y cuando ellos responden: "No", les manda que echen la red a la derecha de la barca (cf 21, 5-6).
Se verifica el mismo hecho que había tenido ya lugar una vez cuando Jesús de Nazaret se hallaba en la barca de Pedro. Entonces les había mandado que echaran las redes para pescar y, aunque no habían cogido nada antes, la red se llenó de peces (cf Lc 5, 1-11) (...).
Esta vez dice Juan: "¡Es el Señor!". Y lo dice después de la resurrección; por ello esta frase reviste un significado particular. Jesús de Nazaret había manifestado ya su dominio sobre lo creado mientras estuvo como "Guía" y como "Maestro" con los Apóstoles. Pero en los inolvidables días transcurridos entre el Viernes Santo y la mañana del "día después del sábado", había revelado su absoluto dominio sobre la muerte.
Es decir, que ahora se acerca a los Apóstoles en el lago de Genesaret como Señor de su propia muerte. Ha vencido a la muerte padecida en la cruz, y vive. Vive con su propia vida, con una vida que es la misma de antes y, a la vez, de tipo nuevo. A esto se refiere la expresión "¡Es el Señor!" (...).
"Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hc 5, 29). Así se expresan Pedro y los Apóstoles ante el Sumo Sacerdote y el Sanedrín, cuando estos les ordenaron que no continuaran enseñando en el nombre de Jesucristo (cf Hc 5, 27-28).
De la respuesta de Pedro es preciso deducir que "obedecer" quiere decir "someterse a causa de la verdad" o simplemente "someterse a la verdad". Esta verdad, la verdad salvífica, está contenida en la misión de Cristo. Está contenida en la enseñanza de Cristo. Dios mismo la ha confirmado con la resurrección de Cristo. "La diestra de Dios lo exaltó como Jefe y Salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo que Dios da a los que le obedecen" (Hc 5, 31-32) (...).
"Sígueme" (Jn 21, 19). Esta expresión la dirige Cristo Señor de modo definitivo a Simón Pedro después de la resurrección. Ya antes le había llamado y le había hecho Apóstol; pero ahora, después de la resurrección, le vuelve a llamar. Primero le hace tres veces la pregunta: "¿Me amas?". Y recibe la respuesta. Y tres veces le repite: "Apacienta mis corderos", "apacienta mis ovejas" (cf Jn 21, 15-17).
Y añade: "Te lo aseguro, cuando eras joven tú mismo te ceñías e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras" (Jn 21, 18). Así habló Cristo Señor a Simón Pedro. Y el Evangelista prosigue: "Esto lo dijo indicando con qué muerte había de glorificar a Dios" (Jn 21, 19) (...).
"Es el Señor", "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres", "Sígueme". Cada una de estas expresiones nos indica qué quiere decir ser cristiano. El tiempo de Pascua nos obliga a responder con fe renovada a este reto concreto: Cristo ha resucitado, y yo soy cristiano».
(3/4) Juan Pablo II, Homilía en Notre Dame, París 30-5-1980 (sp fr it po): «Tres veces preguntó Cristo a Pedro, y tres veces respondió Pedro. "Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Sí, Señor, tú sabes que te amo". Pedro emprendió desde entonces, con esa pregunta y esa respuesta, el camino que debía seguir hasta el fin de su vida.
Ante todo debía poner en práctica el admirable diálogo que acababa de producirse también tres veces: "Apacienta mis corderos", "apacienta mis ovejas". Sé el pastor de este rebaño del que yo soy la Puerta y el Buen Pastor (cf Jn 10, 7).
Para siempre, hasta el fin de su vida, Pedro debía avanzar por ese camino, acompañado de esa triple pregunta: "¿Me amas?". Y conformaría todas sus actividades a la respuesta que entonces había dado (...).
Pedro jamás puede olvidar esa pregunta: "¿Me amas?". La lleva consigo adondequiera que va. La lleva a través de los siglos, a través de las generaciones. En medio de los nuevos pueblos y de las nuevas naciones. En medio de lenguas y de razas siempre nuevas. La lleva él solo y, sin embargo, no está solo. Otros la llevan también con él (...).
"¿Tú amas?". Es la pregunta que decide sobre la verdadera dimensión del hombre. En ella debe expresarse el hombre por entero y debe también en ella superarse a sí mismo (...). La vida tiene valor y sentido solo y exclusivamente en la medida en que es una respuesta a esta misma pregunta: "¿Tú amas? ¿Me amas?" (...). Es una pregunta que Dios hace al hombre. Y el hombre debe hacérsela continuamente a sí mismo (...).
La respuesta a esa pregunta (...) construye en la historia de la humanidad el mundo del bien. Solo el amor construye dicho mundo. Lo construye con trabajo. Debe luchar para darle forma. Debe luchar contra las fuerzas del mal, del pecado, del odio; contra la codicia de la carne, la codicia de los ojos y la soberbia de la vida (cf 1Jn 2, 16) (...).
Qué elocuencia tan extraordinaria la de esta pregunta de Cristo: "¿Me amas?". Es fundamental para cada uno y para todos (...). Cristo es la piedra angular de esta construcción, de esta forma que el mundo, nuestro mundo, puede tomar gracias al amor (...).
Pedro lo sabía (...). Lo sabía, aunque a la hora de la prueba negó tres veces a su Maestro. Y su voz temblaba cuando respondió: "Señor, tú sabes que te amo" (Jn 21, 15) (...). Al decir esto sabía ya que Cristo es la piedra angular sobre la cual, por encima de toda debilidad humana, puede crecer en él, en Pedro, esta construcción que tendrá la forma del amor (...).
La Madre de Dios, entre todos los seres humanos, es la que ha dado la respuesta más perfecta a esa pregunta: ¿Tú amas? ¿Me amas? ¿Me amas cada vez más? Su vida entera ha sido, en efecto, una respuesta perfecta, sin error alguno, a esa pregunta (...).
Que todos y cada uno escuchemos en toda su elocuencia la pregunta que Cristo hizo un día a Pedro: ¿Tú amas? ¿Me amas? Que esa pregunta resuene y encuentre eco profundo en cada uno de nosotros».
(4/4) Benedicto XVI, Homilía en Floriana (Malta) 18-4-2010 (ge sp fr en it po).
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LA PALABRA DEL PAPA.– «Jesús, al dar a Simón (...) el título, más aún, el don, el carisma de la fuerza, de la dureza, de la capacidad de resistir y sostener –como es precisamente la naturaleza de una piedra, de una roca, de un peñasco–, asociaba el mensaje de su palabra a la virtud nueva y prodigiosa de este apóstol, que había de tener la función, él y quien le sucediera legítimamente, de testimoniar con incomparable seguridad ese mismo mensaje que llamamos Evangelio» (Pablo VI, Audiencia general 3-4-1968 fr it). «El mensaje de Cristo, de generación en generación, nos ha llegado a través de una cadena de testimonios, de la que Nos formamos un eslabón como sucesor de Pedro, a quien el Señor confió el carisma de la fe sin error» (Pablo VI, Homilía 20-9-1964 it). «Junto a la infalibilidad de las definiciones "ex cáthedra", existe el carisma de asistencia del Espíritu Santo concedido a Pedro y a sus sucesores para que no cometan errores en materia de fe y de moral y para que, por el contrario, iluminen bien al pueblo cristiano» (Juan Pablo II, Audiencia general 24-3-1993 sp it). «Al escogerme como Obispo de Roma, el Señor ha querido que sea su Vicario, ha querido que sea la "piedra" en la que todos puedan apoyarse con seguridad» (Benedicto XVI, Homilía en la capilla Sixtina 20-4-2005 ge sp fr en it lt po).
LOS ENLACES A LA NEO-VULGATA.– «Esta edición de la Neo-Vulgata puede servir también (además de especialmente para la liturgia) para que la tengan en cuenta las versiones en lengua vulgar que se destinan a uso litúrgico y pastoral, y (...) como base segura para los estudios bíblicos» (Juan Pablo II, Constitución apostólica Scripturarum thesaurus 25-4-1979 ge sp fr en lt po). «La palabra sagrada debe presentarse lo más posible tal como es, incluso en lo que tiene de extraño y con los interrogantes que comporta» (Benedicto XVI, Carta al presidente de la C.E. Alemana sobre un cambio en las palabras de la Consagración 14-4-2012 ge sp fr en it pl po).
Texto preparado por Fr. Gregorio Cortázar Vinuesa, O.C.D. España.
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Liturgia para el 3ºDomingo de Pascua (14-4-2013)
en power point, por José-Román Flecha Andrés
Comentario del P. Tomás Álvarez, ocd
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DOMINGO 2-C DE PASCUA 2013
FIESTA DE LA DIVINA MISERICORDIA
NVulgata 1 Ps 2 E – BibJer2ed (en) – Concordia y ©atena Aurea (en)
(1/3) Benedicto XVI, Ángelus 11-4-2010 (ge hr sp fr en it po)
(2/3) Juan Pablo II, Homilía en la Plaza de San Pedro 22-4-2001 (ge sp fr en it po):
«1. "No temas: yo soy el primero y el último, el que vive. Estuve muerto, y ahora vivo por los siglos de los siglos" (Ap 1, 17-18).
En la segunda lectura, tomada del libro del Apocalipsis, hemos escuchado estas consoladoras palabras, que nos invitan a dirigir la mirada a Cristo, para experimentar su tranquilizadora presencia. En cualquier situación en que nos encontremos, aunque sea la más compleja y dramática, el Resucitado nos repite a cada uno: "No temas"; morí en la cruz, pero ahora "vivo por los siglos de los siglos"; "yo soy el primero y el último, el que vive".
"El primero", es decir, la fuente de todo ser y la primicia de la nueva creación; "el último", el término definitivo de la historia; "el que vive", el manantial inagotable de la vida que ha derrotado la muerte para siempre. En el Mesías crucificado y resucitado reconocemos los rasgos del Cordero inmolado en el Gólgota, que implora el perdón para sus verdugos y abre a los pecadores arrepentidos las puertas del cielo; vislumbramos el rostro del Rey inmortal, que tiene ya "las llaves de la muerte y del infierno" (Ap 1, 18).
2. "Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia" (Sal 117, 1). Hagamos nuestra la exclamación del salmista, que hemos cantado en el Salmo responsorial: la misericordia del Señor es eterna. Para comprender a fondo la verdad de estas palabras, dejemos que la liturgia nos guíe al corazón del acontecimiento salvífico, que une la muerte y la resurrección de Cristo a nuestra existencia y a la historia del mundo.
Este prodigio de misericordia ha cambiado radicalmente el destino de la humanidad. Es un prodigio en el que se manifiesta plenamente el amor del Padre, el cual, con vistas a nuestra redención, no se arredra ni siquiera ante el sacrificio de su Hijo unigénito.
Tanto los creyentes como los no creyentes pueden admirar en el Cristo humillado y sufriente una solidaridad sorprendente, que lo une a nuestra condición humana más allá de cualquier medida imaginable. La cruz, incluso después de la resurrección del Hijo de Dios, "habla y no cesa nunca de decir que Dios Padre es absolutamente fiel a su eterno amor por el hombre... Creer en ese amor significa creer en la misericordia" (Dives in misericordia 30-11-1980, 7).
Queremos dar gracias al Señor por su amor, que es más fuerte que la muerte y que el pecado. Ese amor se revela y se realiza como misericordia en nuestra existencia diaria, e impulsa a todo hombre a tener, a su vez, "misericordia" hacia el Crucificado. ¿No es precisamente el programa de vida de todo bautizado y de la Iglesia entera amar a Dios y amar al prójimo, e incluso a los "enemigos", siguiendo el ejemplo de Jesús?
3. Con estos sentimientos, celebramos el II Domingo de Pascua, que desde el año 2000, el año del gran jubileo, se llama también "Domingo de la Divina Misericordia" (...). Un día Jesús le dijo a sor Faustina Kowalska: "La humanidad no encontrará paz hasta que se dirija con confianza a la divina misericordia" (Diario, p. 132). ¡La divina misericordia! Este es el don pascual que la Iglesia recibe de Cristo resucitado y que ofrece a la humanidad en el alba del tercer milenio.
4. El evangelio que acabamos de proclamar nos ayuda a captar plenamente el sentido y el valor de este don. El evangelista san Juan nos hace compartir la emoción que experimentaron los Apóstoles durante el encuentro con Cristo después de su resurrección.
Nuestra atención se centra en el gesto del Maestro, que transmite a los discípulos temerosos y atónitos la misión de ser ministros de la divina misericordia. Les muestra sus manos y su costado con los signos de su pasión, y les comunica: "Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo" (Jn 20, 21). E inmediatamente después exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos" (Jn 20, 22-23).
Jesús les confía el don de "perdonar los pecados", un don que brota de las heridas de sus manos y de sus pies, y sobre todo de su costado traspasado. Desde allí una ola de misericordia inunda toda la humanidad.
Revivamos este momento con gran intensidad espiritual. También a nosotros el Señor nos muestra hoy sus llagas gloriosas y su Corazón, manantial inagotable de luz y verdad, de amor y perdón.
5. ¡El Corazón de Cristo! Su "Sagrado Corazón" ha dado todo a los hombres: la redención, la salvación y la santificación. De ese Corazón rebosante de ternura, santa Faustina Kowalska vio salir dos haces de luz que iluminaban el mundo. "Los dos rayos –como le dijo el mismo Jesús– representan la sangre y el agua" (Diario, p. 132). La sangre evoca el sacrificio del Gólgota y el misterio de la Eucaristía; el agua, según la rica simbología del evangelista san Juan, alude al bautismo y al don del Espíritu Santo (cf Jn 3, 5; 4, 14).
A través del misterio de este Corazón herido, no cesa de difundirse también entre los hombres y las mujeres de nuestra época el flujo restaurador del amor misericordioso de Dios. Quien aspira a la felicidad auténtica y duradera, solo en él puede encontrar su secreto.
6. "Jesús, confío en ti". Esta jaculatoria, que numerosos devotos rezan, expresa muy bien la actitud con la que también nosotros queremos abandonarnos con confianza en tus manos, oh Señor, nuestro único Salvador.
Tú ardes del deseo de ser amado, y el que sintoniza con los sentimientos de tu Corazón aprende a ser constructor de la nueva civilización del amor. Un simple acto de abandono basta para romper las barreras de la oscuridad y la tristeza, de la duda y la desesperación. Los rayos de tu divina misericordia devuelven la esperanza, de modo especial, al que se siente oprimido por el peso del pecado.
María, Madre de misericordia, haz que mantengamos siempre viva esta confianza en tu Hijo, nuestro Redentor. Ayúdanos también tú, santa Faustina, que hoy recordamos con particular afecto. Fijando nuestra débil mirada en el rostro del Salvador divino, queremos repetir contigo: "Jesús, confío en ti". Hoy y siempre. Amén».
(3/3) Cf Benedicto XVI, Homilía 15-4-2007 (ge sp fr en it po): «La sombra de Pedro».
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LA PALABRA DEL PAPA.– «Jesús, al dar a Simón (...) el título, más aún, el don, el carisma de la fuerza, de la dureza, de la capacidad de resistir y sostener –como es precisamente la naturaleza de una piedra, de una roca, de un peñasco–, asociaba el mensaje de su palabra a la virtud nueva y prodigiosa de este apóstol, que había de tener la función, él y quien le sucediera legítimamente, de testimoniar con incomparable seguridad ese mismo mensaje que llamamos Evangelio» (Pablo VI, Audiencia general 3-4-1968 fr it). «El mensaje de Cristo, de generación en generación, nos ha llegado a través de una cadena de testimonios, de la que Nos formamos un eslabón como sucesor de Pedro, a quien el Señor confió el carisma de la fe sin error» (Pablo VI, Homilía 20-9-1964 it). «Junto a la infalibilidad de las definiciones "ex cáthedra", existe el carisma de asistencia del Espíritu Santo concedido a Pedro y a sus sucesores para que no cometan errores en materia de fe y de moral y para que, por el contrario, iluminen bien al pueblo cristiano» (Juan Pablo II, Audiencia general 24-3-1993 sp it). «Al escogerme como Obispo de Roma, el Señor ha querido que sea su Vicario, ha querido que sea la "piedra" en la que todos puedan apoyarse con seguridad» (Benedicto XVI, Homilía en la capilla Sixtina 20-4-2005 ge sp fr en it lt po).
LOS ENLACES A LA NEO-VULGATA.– «Esta edición de la Neo-Vulgata puede servir también (además de especialmente para la liturgia) para que la tengan en cuenta las versiones en lengua vulgar que se destinan a uso litúrgico y pastoral, y (...) como base segura para los estudios bíblicos» (Juan Pablo II, Constitución apostólica Scripturarum thesaurus 25-4-1979 ge sp fr en lt po). «La palabra sagrada debe presentarse lo más posible tal como es, incluso en lo que tiene de extraño y con los interrogantes que comporta» (Benedicto XVI, Carta al presidente de la C.E. Alemana sobre un cambio en las palabras de la Consagración 14-4-2012 ge sp fr en it pl po).
Texto preparado por Fr. Gregorio Cortázar Vinuesa, O.C.D. España.
Comentario del P. Tomás Álvarez, ocd
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DOMINGO 7-B DE PASCUA
NVulgata 1 Ps 2 E --- BiJe2 1 Ps 2 E --- Concordia y ©atena Aurea (en)
Homilía de Juan Pablo II en Koekelberb, Bruselas 19-5-1985 (nl it)
«1. "Por ellos me consagro yo para que también se consagren ellos en la verdad" (Jn 17, 19).
Queridos hermanos y hermanas: En la liturgia de este domingo siguiente a la Ascensión, la Iglesia proclama hoy las palabras de la oración sacerdotal de Cristo. A los apóstoles congregados en oración en el Cenáculo con María, la Madre de Cristo, esas palabras les resuenan con eco todavía reciente. Cristo las había pronunciado hacía muy poco, en el discurso de despedida la tarde del Jueves Santo antes de comenzar su pasión.
Entonces se dirigía al Padre como muchas otras veces, pero de manera absolutamente nueva. Pidió: "Padre santo: guárdalos en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros" (Jn 17, 11).
"Guárdalos"..., como los he guardado yo, como he velado por ellos (cf Jn 17, 12), pero "ahora voy a ti" (Jn 17, 13). Me voy, dejo el mundo. "No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal" (Jn 17, 15).
"Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad" (Jn 17, 17): a ellos, que he enviado al mundo como tú me enviaste al mundo (cf Jn 17, 18), santifícalos en la verdad.
2. Esta es la gran oración del Corazón de Cristo.
Hoy se pronuncia en la liturgia que celebramos en el centro de vuestro país, al pie de la basílica del Sagrado Corazón. Es el lenguaje del Corazón del Redentor. En ella encontramos expresadas las características más profundas que marcaron toda su vida, toda su misión mesiánica. Ha llegado el momento en que esta vida y misión tocan a su fin y, al mismo tiempo, alcanzan la cima.
La cima es ésta: "Me consagro yo". Palabra misteriosa, profunda, que viene a decir en cierta manera: "Me santifico", "me entrego totalmente al Padre". Y también: "Me sacrifico", "ofrezco mi persona y mi vida en ofrenda santa a Dios por los hombres y, a través de ello, paso de este mundo a mi Padre". Es la palabra última y definitiva y, a la vez, la palabra suprema del diálogo que mantiene el Hijo con el Padre. Con esta expresión, Jesús en cierto modo pone el sello mesiánico sobre toda la obra de la redención.
Al mismo tiempo, los apóstoles están comprendidos en este "me consagro yo"; la Iglesia entera, hasta el final de los siglos, está comprendida en estas palabras. Y estamos también comprendidos todos nosotros que estamos aquí reunidos ante la basílica del Sagrado Corazón.
En las palabras de la oración sacerdotal, la Iglesia nace de la consagración del Hijo al Padre, para nacer seguidamente en la cruz cuando estas palabras "se encarnen", cuando el Corazón sea atravesado por la lanza del centurión romano.
3. ¿Qué pide Jesús para sus apóstoles, para la Iglesia, para nosotros? Que también nosotros seamos santificados en la verdad.
Esta Verdad es el Verbo de Dios vivo. El Verbo del Padre, el Hijo. Y es también la palabra del Padre a través del Hijo: El Verbo se ha hecho carne y luego se ha expresado en medio del mundo. En medio de la historia de la humanidad.
Y, al mismo tiempo, él, Cristo, el Verbo encarnado, "no es de este mundo" (cf Jn 17, 14). La Palabra que ha trasmitido del Padre, la Buena Noticia, el Evangelio, no es de este mundo. Y los que aceptan enteramente esta Palabra, fácilmente pueden ganarse el odio por el hecho de no ser del mundo.
Y, sin embargo, sólo esta Palabra es Verdad. Es la verdad última. Es la plenitud de la verdad. Hace compartir la Verdad en que vive el mismo Dios.
A través de la expresión patética de la oración sacerdotal, a través de la honda emoción del Corazón de Cristo, una vez por todas, la Iglesia tiene conciencia de que únicamente esta Verdad es salvadora, de que bajo ninguna condición le está permitido cambiar esta Verdad por cualquiera otra que exista, ni confundirla con otra, incluso si humanamente pueda parecer más "verosímil", más sugestiva, más adecuada a la mentalidad de hoy [cf Audiencia general 13-4-1988: Contenido y lenguaje de la catequesis cristológica (sp it)].
Por el grito del Corazón de Jesús en el Cenáculo y por la cruz que lo confirmó, la Iglesia se siente afincada en esta Verdad, consagrada en la Verdad.
La oración sacerdotal es asimismo una gran "súplica" de la Iglesia. El apóstol Pablo la mencionará al escribir a Timoteo: "Guarda el depósito" (depositum custodi, 1Tm 6, 20), y también: "No os ajustéis a este mundo" (nolite conformare huic saeculo, Rom 12, 2), en otras palabras, no os hagáis semejantes a lo que es transitorio, a lo que el mundo proclama.
4. Esta es la gran oración del Corazón del Redentor. Explica todo el designio de la redención y la redención encuentra en ella su explicación.
¿Qué pide el Hijo al Padre? "Guárdalos en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros" (Jn 17, 11).
La Iglesia nace de esta oración del Corazón de Jesús marcada con la señal de la unidad divina. No sólo de la unidad humana, sociológica, sino de la Unidad divina, "para que sean uno, como nosotros" (Jn 17, 22). "Como tú, Padre, en mí y yo en ti" (Jn 17, 21).
Esta unidad es el fruto del amor. "Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros... En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu... Dios es amor. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios" (1Jn 4, 12-13. 16).
Se trata, pues, de la unidad que tiene su origen en Dios. La unidad que hay en Dios es la vida del Padre en el Hijo y la vida del Hijo en el Padre en la unidad del Espíritu Santo. La unidad en la que Dios uno y trino se comunica en el Espíritu Santo a los corazones humanos, a las conciencias humanas, a las comunidades humanas».
Texto preparado por Fr. Gregorio Cortázar Vinuesa, O.C.D. España.
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LA PALABRA DEL PAPA.- «Jesús, al dar a Simón (...) el título, más aún, el don, el carisma de la fuerza, de la dureza, de la capacidad de resistir y sostener –como es precisamente la naturaleza de una piedra, de una roca, de un peñasco–, asociaba el mensaje de su palabra a la virtud nueva y prodigiosa de este apóstol, que había de tener la función, él y quien le sucediera legítimamente, de testimoniar con incomparable seguridad ese mismo mensaje que llamamos Evangelio» (Pablo VI, Audiencia general 3-4-1968). «El mensaje de Cristo, de generación en generación, nos ha llegado a través de una cadena de testimonios, de la que Nos formamos un eslabón como sucesor de Pedro, a quien el Señor confió el carisma de la fe sin error» (Pablo VI, Homilía 20-9-1964). «Junto a la infalibilidad de las definiciones “ex cáthedra”, existe el carisma de asistencia del Espíritu Santo concedido a Pedro y a sus sucesores para que no cometan errores en materia de fe y de moral y para que, por el contrario, iluminen bien al pueblo cristiano» (Juan Pablo II, Audiencia general 24-3-1993). «Al escogerme como Obispo de Roma, el Señor ha querido que sea su Vicario, ha querido que sea la “piedra” en la que todos puedan apoyarse con seguridad» (Benedicto XVI, Homilía en la capilla Sixtina 20-4-2005).
ENLACES A LA NEO-VULGATA.- «Esta edición de la Neo-Vulgata puede servir también (además de especialmente para la liturgia) para que la tengan en cuenta las versiones en lengua vulgar que se destinan a uso litúrgico y pastoral, y (...) como base segura para los estudios bíblicos» (Juan Pablo II, Constitución apostólica “Scripturarum thesaurus” 25-4-1979).
DOMINGO 6-B DE PASCUA
NVulgata 1 Ps 2 E --- BibJer2ed (en) --- Concordia y ©atena Aurea (en)
Juan Pablo II, Homilía en la parroquia de Santa María del Olivo 5-5-1991 (it):
«1. "Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado" (cf Evangelio).
Queridísimos hermanos y hermanas, en el clima gozoso del tiempo pascual, a la vez que celebramos la plenitud del amor de Dios hacia la humanidad, manifestado y comunicado a nosotros en su Hijo muerto y resucitado, la liturgia de este día nos lleva a la consideración de este gran "don", del que brota el mandamiento del amor hacia los hermanos.
Contemplamos, ante todo, el amor de Dios hacia el hombre, tal como se ha revelado plenamente en Cristo su Hijo.
"Dios es amor", nos ha recordado el apóstol Juan. Y es amor, porque es "comunión" que une al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en la vida trinitaria. Es amor, porque es "don". En efecto, el amor de Dios no permanece encerrado en sí mismo, sino que se difunde y se vuelca en el corazón de todos aquellos que ha creado, llamándolos a ser hijos suyos.
El amor de Dios es un amor gratuito que se adelanta a la espera y a la necesidad del hombre. "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó" (cf Segunda lectura). Nos ha amado primero, ha tomado la iniciativa. Esta es la gran verdad que ilumina y explica todo lo que Dios ha realizado y realiza en la historia de la salvación.
El amor de Dios, además, no está reservado a algunos, a pocos, sino que se dirige y abarca a todos los hombres, invitándolos a formar una sola familia. Lo afirma el mismo apóstol Pedro en su discurso de evangelización que pronunció en casa del centurión Cornelio, adonde habían acudido muchas personas. Dios –afirma– "no hace distinciones: acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea" (cf Primera lectura).
El amor de Dios hacia los hombres no conoce límites, no se detiene ante ninguna barrera de raza o de cultura: es universal, es para todos. Sólo pide disponibilidad y acogida; sólo exige un terreno humano para fecundar hecho de conciencia honrada y de buena voluntad.
Es, finalmente, un amor concreto hecho de palabras y de gestos que abarcan al hombre en las diversas situaciones, incluso en las de sufrimiento y opresión, porque es amor que libera y salva, que ofrece amistad y crea comunión. Todo esto en virtud del don del Espíritu, derramado como don de amor en el corazón de los creyentes, para hacerlos capaces de glorificar a Dios y anunciar sus maravillas a todos los pueblos.
2. De la contemplación del amor de Dios brota la exigencia de una respuesta, de un compromiso. ¿Cuál? Es justo preguntárselo. Y la palabra de Dios, que acabamos de escuchar, colma nuestra espera.
Ante todo se pide al hombre que se deje amar por Dios. Esto sucede cuando se cree en su amor y se lo toma en serio, acogiendo el don de la propia vida para dejarse trasformar y modelar por él, especialmente en las relaciones de solidaridad y de fraternidad que unen a los hombres entre sí. En efecto, Cristo Jesús pide a los que han sido alcanzados por el amor del Padre que se amen unos a otros y que amen a todos como él los ha amado.
La originalidad y la novedad de su mandamiento estriban precisamente en ese "como", que habla de gratuidad, apertura universal, concreción de palabras y de gestos verdaderos y capacidad de entrega hasta el supremo sacrificio de sí mismos. De este modo su vida puede difundirse, transformar el corazón humano y hacer de todos los hombres una comunidad congregada en su amor.
Jesús pide además a los suyos que permanezcan en su amor, es decir, que permanezcan establemente en la comunión con él, en una relación constante de amistad y de diálogo. Y esto, para gozar de la alegría plena, para hallar la fuerza de observar sus mandamientos y, finalmente, para dar frutos de justicia y de paz, de santidad y de servicio.
3. Queridísimos hermanos y hermanas (...).
4. Acoged con conciencia renovada el Evangelio del amor que Cristo Jesús revela con su palabra y con su vida.
Él os ha elegido y, con el don de su Espíritu, os ha "constituido" y establecido en él, haciéndoos sus amigos y partícipes de su misma vida mediante el bautismo. Permaneced en su amor, perseverad en él, cultivad el diálogo de la oración con él, creced en la comunión a través de la participación en los sacramentos y en la liturgia, custodiad fielmente en el corazón su palabra y observad sus mandamientos.
Y amaos los unos a los otros, porque "todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios". En efecto, cuando se testimonia y se vive el amor fraterno, se hace creíble el Evangelio del amor de Dios a "quienes están fuera" y ello se convierte así en la primera forma de evangelización para los hombres de nuestro tiempo. Ellos os lo piden y tienen el derecho a esperarlo de quienes están en Cristo Jesús y son amados por él.
Este amor mutuo, concretado en vuestra comunidad parroquial, está destinado a manifestarse en múltiples formas de empeño y de servicio.
Exige disponibilidad y acogida hacia todos y, especialmente, hacia los pequeños, los pobres, los que sufren; pide colaboración efectiva y armónica en las diversas iniciativas que tienden a crear y reforzar la comunión; comporta la valoración de los carismas personales y de grupo, con el fin de orientarlos hacia el bien común y la edificación de la comunidad, superando los impulsos fáciles del individualismo y de la búsqueda de intereses particulares. En una palabra, os exige "caminar juntos", guiados por quien es pastor en la Iglesia, hacia la meta común del reino de Dios.
5. Finalmente, el Evangelio del amor pide a todos y a cada uno ir y dar fruto y un fruto que permanezca. Es el deber de la "misión", que os insta a llevar la reconciliación y la paz allí donde hay división y enemistad; a crear solidaridad allí donde hay marginación y soledad; a promover la vida allí donde se difunden los signos de la muerte; a construir participación allí donde el egoísmo alza barreras y prejuicios en la familia, en el ambiente de trabajo y en la vida del barrio.
"Con gritos de júbilo anunciadlo y proclamadlo; publicadlo hasta el confín de la tierra. Decid: el Señor ha redimido a su pueblo. Aleluya" (Antífona de entrada).
Queridísimos hijos, vivid en el amor de Dios y en la alegría, sobre todo en este mes de mayo consagrado María Santísima, Patrona celestial de vuestra parroquia; impetradle la paz, cuyo símbolo y auspicio es el olivo. Amén».
Homilía en el Jubileo de la diócesis de Roma 28-5-2000 (ge sp fren it po):
«1. "Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor" (Jn 15, 9). Cristo, la víspera de su muerte, abre su corazón a los discípulos reunidos en el Cenáculo. Les deja su testamento espiritual. En el período pascual, la Iglesia vuelve sin cesar espiritualmente al Cenáculo, a fin de escuchar de nuevo con reverencia las palabras del Señor y obtener luz y consuelo para avanzar por los caminos del mundo (...).
Las palabras que (...) escucha hoy de los labios de su Señor son fuertes y claras: "Permaneced en mi amor... Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado" (Jn 15, 9. 12) (...). El amor es exigente. Cristo dice: "Nadie tiene amor mayor que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13). El amor llevará a Jesús a la cruz. Todo discípulo debe recordarlo.
El amor viene del Cenáculo y vuelve a él. En efecto, después de la resurrección, precisamente en el Cenáculo los discípulos meditarán en las palabras pronunciadas por Jesús el Jueves santo y tomarán conciencia del contenido salvífico que encierran.
En virtud del amor de Cristo, acogido y correspondido, ahora son sus amigos: "Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn 15, 15).
Reunidos en el Cenáculo después de la resurrección y la ascensión del divino Maestro al cielo, los Apóstoles comprenderán plenamente el sentido de sus palabras: "Os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure" (Jn 15, 16). Bajo la acción del Espíritu Santo, estas palabras los convertirán en la comunidad salvífica que es la Iglesia. Los Apóstoles comprenderán que han sido elegidos para una misión especial, es decir, testimoniar el amor: "Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor".
Esta consigna pasa hoy a nosotros: en cuanto cristianos, estamos llamados a ser testigos del amor. Este es el "fruto" que estamos llamados a dar, y este fruto "permanece" en el tiempo y por toda la eternidad.
2. La segunda lectura, tomada de los Hechos de los Apóstoles, habla de la misión apostólica que brota de este amor. Pedro, llamado por el centurión romano Cornelio, va a su casa en Cesarea y asiste a su conversión, la conversión de un pagano.
El mismo Apóstol comenta ese importantísimo acontecimiento: "Está claro que Dios no hace distinciones: acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea" (Hc 10, 34-35). Del mismo modo, cuando el Espíritu Santo desciende sobre el grupo de creyentes provenientes del paganismo, Pedro comenta: "¿Se puede negar el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros?" (Hc 10, 47). Iluminado desde lo alto, Pedro comprende y testimonia que todos están llamados por el amor de Cristo.
Nos encontramos aquí ante un viraje decisivo en la vida de la Iglesia: un viraje al que el libro de los Hechos atribuye gran importancia. En efecto, los Apóstoles, y en particular Pedro, aún no habían percibido claramente que su misión no se limitaba sólo a los hijos de Israel. Lo que sucedió en la casa de Cornelio los convenció de que no era así. A partir de entonces comenzó el desarrollo del cristianismo fuera de Israel, y se consolidó una conciencia cada vez más profunda de la universalidad de la Iglesia: todo hombre y toda mujer, sin distinción de raza y cultura, están llamados a acoger el Evangelio. El amor de Cristo es para todos, y el cristiano es testigo de este amor divino y universal».
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LA PALABRA DEL PAPA.- «Jesús, al dar a Simón (...) el título, más aún, el don, el carisma de la fuerza, de la dureza, de la capacidad de resistir y sostener –como es precisamente la naturaleza de una piedra, de una roca, de un peñasco–, asociaba el mensaje de su palabra a la virtud nueva y prodigiosa de este apóstol, que había de tener la función, él y quien le sucediera legítimamente, de testimoniar con incomparable seguridad ese mismo mensaje que llamamos Evangelio» (Pablo VI, Audiencia general 3-4-1968). «El mensaje de Cristo, de generación en generación, nos ha llegado a través de una cadena de testimonios, de la que Nos formamos un eslabón como sucesor de Pedro, a quien el Señor confió el carisma de la fe sin error» (Pablo VI, Homilía 20-9-1964). «Junto a la infalibilidad de las definiciones “ex cáthedra”, existe el carisma de asistencia del Espíritu Santo concedido a Pedro y a sus sucesores para que no cometan errores en materia de fe y de moral y para que, por el contrario, iluminen bien al pueblo cristiano» (Juan Pablo II, Audiencia general 24-3-1993). «Al escogerme como Obispo de Roma, el Señor ha querido que sea su Vicario, ha querido que sea la “piedra” en la que todos puedan apoyarse con seguridad» (Benedicto XVI, Homilía en la capilla Sixtina 20-4-2005).
ENLACES A LA NEO-VULGATA.- «Esta edición de la Neo-Vulgata puede servir también (además de especialmente para la liturgia) para que la tengan en cuenta las versiones en lengua vulgar que se destinan a uso litúrgico y pastoral, y (...) como base segura para los estudios bíblicos» (Juan Pablo II, Constitución apostólica “Scripturarum thesaurus” 25-4-1979).
DOMINGO 5-B DE PASCUA
NVulgata 1 Ps 2 E - BibJer2ed 1 Ps 2 E (en) - Concordia y ©atena Aurea (en)
Benedicto XVI, Regina caeli 14-5-2006 (ge hr sp fr en it po)
Juan Pablo II, Regina caeli 5-5-1985 (sp it)
Homilía de canonización de 27 mártires mexicanos 21-5-2000 (ge sp fr en it po)
Juan Pablo II, Homilía en Civita Castellana 1-5-1988 (it):
«1. "Permaneced en mí y yo (permaneceré) en vosotros" (Jn 15, 4).
Hoy, V Domingo de Pascua, la Iglesia vuelve a leer en su liturgia la parábola de Cristo sobre la vid y los sarmientos.
La contó nuestro Señor Jesucristo la víspera de su muerte, al despedirse de los Apóstoles en el Cenáculo. Estas palabras, al tener como fondo ese acontecimiento, revisten una elocuencia especial. Se hacen especialmente penetrantes.
En efecto, Cristo va hacia la pasión y la cruz. El día siguiente será la sentencia de muerte, la más infame, y la agonía en el Gólgota.
Para los Apóstoles que lo escuchaban en el Cenáculo, éste había de ser el día de la prueba más grande. A esta prueba tenía que someterse su fidelidad al Maestro, su "perseverancia" en él.
Y sin embargo, Cristo dice: "Permaneced en mí y yo (permaneceré) en vosotros". Precisamente la prueba de la cruz se convertirá en el "lugar" en que los Apóstoles definitivamente se enraizarán en Cristo. Identificándose con su misterio que da la vida.
Y no sólo ellos, sino también todos nosotros, a quienes se refiere la parábola de la vid y los sarmientos.
2. Esta parábola nos muestra un amplio cuadro de la economía salvífica de Dios. En el centro de este cuadro está "el Padre, el viñador" (cf Jn 15, 1). Jesucristo es "la vid" (cf Jn 15, 5), por la que todos reciben la vida como sarmientos.
Sí. La vida de Dios se ha dado a los hombres en el Hijo de Dios, que se ha hecho hombre. Sólo si permanecemos en él, como el sarmiento que permanece en la vid, podremos tener en nosotros esta vida.
Así pues, esta parábola penetrante, contada en la perspectiva cercana de la muerte en cruz, expresa un contenido pascual. Se refiere a la plena revelación de Cristo como verdadera Vid en la resurrección. La resurrección hace definitivamente a todos conscientes de que Cristo es el Señor, de que en él está la plenitud de esa vida que no sufre la muerte humana.
Si esta vida se ha abierto al hombre es por obra de la muerte de Cristo. La resurrección de nuestro Señor ha revelado de modo definitivo que la muerte que él sufrió se ha convertido en el manantial de la vida para todos.
Y por eso Cristo, la víspera de su muerte, decía: "Permaneced en mí y yo (permaneceré) en vosotros".
3. En esta permanencia mutua –de Cristo en nosotros y de nosotros en Cristo– se apoya toda la economía de la salvación que tiene su comienzo en el Padre eterno.
"Mi Padre es el viñador". Él "cultiva" la viña, dándonos al Hijo para que tengamos vida en él y la tengamos en abundancia.
La "cultiva", buscando en cada uno de nosotros los frutos de la Vid: Esos frutos que produce nuestro permanecer en el Hijo de Dios y su permanecer en nosotros.
"A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca y al que da fruto lo poda para que dé más fruto" (Jn 15, 2). En esto consiste el trabajo de todo viñador que cultiva las vides.
Para el Padre –visto desde el aspecto del reino de Dios como aquel que cultiva la viña del cosmos, del hombre y de su historia en la tierra– el principio del cultivo, el principio de esta economía salvífica es la vida que él ofrece a todos los hombres en su Hijo.
"Como el sarmiento no puede dar frutos por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí" (Jn 15, 4), dice Cristo.
4. Permanecemos en Cristo por medio de la verdad. Permanecemos en Cristo por medio del amor.
El apóstol Juan –casi como complemento a lo que se contiene en la parábola de la vid y los sarmientos descrita en su Evangelio– dice en su Primera Carta: "No amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad. En esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestra conciencia ante él" (1Jn 3, 18-19).
Esto muy importante. En efecto, las palabras sobre los sarmientos que se arrancan si no dan fruto deben provocar en nosotros una justa inquietud: ¿Doy yo fruto? ¿No me arrancarán? Lo que describe san Juan en su Primera Carta es muy importante, especialmente las palabras que vienen a continuación: "En caso de que nos condene nuestra conciencia, Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo" (cf 1Jn 3, 20).
Y por eso el Apóstol reaviva la esperanza: "Queridos, si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios" (1Jn 3, 21).
5. "Dios es mayor que nuestra conciencia".
Es más grande por su amor paterno. Es más grande porque dio "a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna" (Jn 3, 16). ¡Es más grande por su Don inefable!
Más grande por la cruz y la resurrección del Hijo. Por su sacrificio a causa de "los pecados del mundo". Más grande en el misterio pascual de Cristo.
Así pues, todo hombre ha de procurar dar fruto en su vida. Debe hacer todo lo que está en su mano. Todo lo que le manda la sana y recta conciencia.
Pero sobre todo ha de tener confianza en Dios. Y pedir. Rezar. La oración es la manifestación principal de nuestra esperanza.
Dice Cristo en su parábola: "Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseéis y se os cumplirá. Con esto recibe gloria mi Padre con que deis fruto abundante" (Jn 15, 7-8). ¡Quiere que demos fruto! ¡Lo desea! No quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Quiere que demos fruto en Cristo-Vida. Y se alegra de ello.
6. En la primera lectura, sacada de los Hechos de los Apóstoles, se habla de la conversión de Pablo de Tarso. Los discípulos de Cristo aún tienen miedo de ese perseguidor suyo. Y, sin embargo, él es ya otro hombre.
A él se le reveló el Señor en el camino de Damasco. Se le reveló la vida de Dios que está en él: la verdadera vid.
Y Pablo se unió a esta vid con todo el ardor de su alma. ¡Sabemos cuántos frutos abundantes dio! ¡Qué gozo tan grande fue para la Iglesia! ¡Cuánto fue glorificado el eterno Padre en este sarmiento fructuoso de la vid!
Y precisamente él, Pablo, escribió de sí mismo: "Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí" (Ga 2, 20).
Y así, por medio de su ministerio apostólico, Cristo crucificado y resucitado parece repetir a todas las generaciones: "Permaneced en mí y yo (permaneceré) en vosotros. El que permanece en mí, da fruto abundante"».
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LA PALABRA DEL PAPA.- «Jesús, al dar a Simón (...) el título, más aún, el don, el carisma de la fuerza, de la dureza, de la capacidad de resistir y sostener –como es precisamente la naturaleza de una piedra, de una roca, de un peñasco–, asociaba el mensaje de su palabra a la virtud nueva y prodigiosa de este apóstol, que había de tener la función, él y quien le sucediera legítimamente, de testimoniar con incomparable seguridad ese mismo mensaje que llamamos Evangelio» (Pablo VI, Audiencia general 3-4-1968). «El mensaje de Cristo, de generación en generación, nos ha llegado a través de una cadena de testimonios, de la que Nos formamos un eslabón como sucesor de Pedro, a quien el Señor confió el carisma de la fe sin error» (Pablo VI, Homilía 20-9-1964). «Junto a la infalibilidad de las definiciones “ex cáthedra”, existe el carisma de asistencia del Espíritu Santo concedido a Pedro y a sus sucesores para que no cometan errores en materia de fe y de moral y para que, por el contrario, iluminen bien al pueblo cristiano» (Juan Pablo II, Audiencia general 24-3-1993). «Al escogerme como Obispo de Roma, el Señor ha querido que sea su Vicario, ha querido que sea la “piedra” en la que todos puedan apoyarse con seguridad» (Benedicto XVI, Homilía en la capilla Sixtina 20-4-2005).
ENLACES A LA NEO-VULGATA.- «Esta edición de la Neo-Vulgata puede servir también (además de especialmente para la liturgia) para que la tengan en cuenta las versiones en lengua vulgar que se destinan a uso litúrgico y pastoral, y (...) como base segura para los estudios bíblicos» (Juan Pablo II, Constitución apostólica “Scripturarum thesaurus” 25-4-1979).
Capítulo 15 del Libro de las Fundaciones
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Mensaje para la XLIX Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones
DOMINGO 4-B DE PASCUA: DOMINGO DEL BUEN PASTOR
NVulgata 1 Ps 2 E --- BibJer2ed (en) --- Concordia y ©atena Aurea (en)
Benedicto XVI, Homilía en la plaza de San Pedro 3-5-2009 (ge sp fr en it po)
Benedicto XVI, Homilía en la plaza de San Pedro 7-5-2006 (ge sp fr enit po):
«Queridos hermanos y hermanas; queridos ordenandos:
En esta hora en la que vosotros, queridos amigos, mediante el sacramento de la ordenación sacerdotal sois introducidos como pastores al servicio del gran Pastor, Jesucristo, el Señor mismo nos habla en el evangelio del servicio en favor de la grey de Dios.
La imagen del pastor viene de lejos. En el antiguo Oriente los reyes solían designarse a sí mismos como pastores de sus pueblos. En el Antiguo Testamento Moisés y David, antes de ser llamados a convertirse en jefes y pastores del pueblo de Dios, habían sido efectivamente pastores de rebaños. En las pruebas del tiempo del exilio, ante el fracaso de los pastores de Israel, es decir, de los líderes políticos y religiosos, Ezequiel había trazado la imagen de Dios mismo como Pastor de su pueblo. Dios dice a través del profeta: "Como un pastor vela por su rebaño..., así velaré yo por mis ovejas. Las reuniré de todos los lugares donde se habían dispersado en día de nubes y brumas" (Ez 34, 12).
Ahora Jesús anuncia que ese momento ha llegado: él mismo es el buen Pastor en quien Dios mismo vela por su criatura el hombre, reuniendo a los seres humanos y conduciéndolos al verdadero pasto. San Pedro, a quien el Señor resucitado había confiado la misión de apacentar a sus ovejas, de convertirse en pastor con él y por él, llama a Jesús el "archipoimen", el Mayoral, el Pastor supremo (cf 1P 5, 4), y con esto quiere decir que sólo se puede ser pastor del rebaño de Jesucristo por medio de él y en la más íntima comunión con él. Precisamente esto es lo que se expresa en el sacramento de la Ordenación: el sacerdote, mediante el sacramento, es insertado totalmente en Cristo para que, partiendo de él y actuando con vistas a él, realice en comunión con él el servicio del único Pastor Jesús, en el que Dios como hombre quiere ser nuestro Pastor.
El evangelio que hemos escuchado en este domingo es solamente una parte del gran discurso de Jesús sobre los pastores. En este pasaje, el Señor nos dice tres cosas sobre el verdadero pastor: da su vida por las ovejas; las conoce y ellas le conocen a él, y está al servicio de la unidad. Antes de reflexionar sobre estas tres características esenciales del pastor, quizá sea útil recordar brevemente la parte precedente del discurso sobre los pastores, en la que Jesús, antes de designarse como Pastor, nos sorprende diciendo: "Yo soy la puerta" (Jn 10, 7). En el servicio de pastor hay que entrar a través de él. Jesús pone de relieve con gran claridad esta condición de fondo, afirmando: "El que sube por otro lado, ese es un ladrón y un salteador" (Jn 10, 1).
Esta palabra "sube" (anabainei) evoca la imagen de alguien que trepa al recinto para llegar, saltando, adonde legítimamente no podría llegar. "Subir": se puede ver aquí la imagen del arribismo, del intento de llegar "muy alto", de conseguir un puesto mediante la Iglesia: servirse, no servir. Es la imagen del hombre que, a través del sacerdocio, quiere llegar a ser importante, convertirse en un personaje; la imagen del que busca su propia exaltación y no el servicio humilde de Jesucristo.
Pero el único camino para subir legítimamente hacia el ministerio de pastor es la cruz. Esta es la verdadera subida, esta es la verdadera puerta. No desear llegar a ser alguien, sino, por el contrario, ser para los demás, para Cristo, y así, mediante él y con él, ser para los hombres que él busca, que él quiere conducir por el camino de la vida.
Se entra en el sacerdocio a través del sacramento; y esto significa precisamente: a través de la entrega a Cristo, para que él disponga de mí; para que yo lo sirva y siga su llamada, aunque no coincida con mis deseos de autorrealización y estima. Entrar por la puerta, que es Cristo, quiere decir conocerlo y amarlo cada vez más, para que nuestra voluntad se una a la suya y nuestro actuar llegue a ser uno con su actuar.
Queridos amigos, por esta intención queremos orar siempre de nuevo, queremos esforzarnos precisamente por esto, es decir, para que Cristo crezca en nosotros, para que nuestra unión con él sea cada vez más profunda, de modo que también a través de nosotros sea Cristo mismo quien apaciente.
Consideremos ahora más atentamente las tres afirmaciones fundamentales de Jesús sobre el buen pastor. La primera, que con gran fuerza impregna todo el discurso sobre los pastores, dice: el pastor da su vida por las ovejas. El misterio de la cruz está en el centro del servicio de Jesús como pastor: es el gran servicio que él nos presta a todos nosotros. Se entrega a sí mismo, y no sólo en un pasado lejano. En la sagrada Eucaristía realiza esto cada día, se da a sí mismo mediante nuestras manos, se da a nosotros. Por eso, con razón, en el centro de la vida sacerdotal está la sagrada Eucaristía, en la que el sacrificio de Jesús en la cruz está siempre realmente presente entre nosotros.
A partir de esto aprendemos también qué significa celebrar la Eucaristía de modo adecuado: es encontrarnos con el Señor, que por nosotros se despoja de su gloria divina, se deja humillar hasta la muerte en la cruz y así se entrega a cada uno de nosotros. Es muy importante para el sacerdote la Eucaristía diaria, en la que se expone siempre de nuevo a este misterio; se pone siempre de nuevo a sí mismo en las manos de Dios, experimentando al mismo tiempo la alegría de saber que él está presente, me acoge, me levanta y me lleva siempre de nuevo, me da la mano, se da a sí mismo.
La Eucaristía debe llegar a ser para nosotros una escuela de vida, en la que aprendamos a entregar nuestra vida. La vida no se da sólo en el momento de la muerte, y no solamente en el modo del martirio. Debemos darla día a día. Debo aprender día a día que yo no poseo mi vida para mí mismo. Día a día debo aprender a desprenderme de mí mismo, a estar a disposición del Señor para lo que necesite de mí en cada momento, aunque otras cosas me parezcan más bellas y más importantes. Dar la vida, no tomarla. Precisamente así experimentamos la libertad. La libertad de nosotros mismos, la amplitud del ser. Precisamente así, siendo útiles, siendo personas necesarias para el mundo, nuestra vida llega a ser importante y bella. Sólo quien da su vida la encuentra.
En segundo lugar el Señor nos dice: "Conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre" (Jn 10, 14-15). En esta frase hay dos relaciones en apariencia muy diversas, que aquí están entrelazadas: la relación entre Jesús y el Padre, y la relación entre Jesús y los hombres encomendados a él. Pero ambas relaciones van precisamente juntas porque los hombres, en definitiva, pertenecen al Padre y buscan al Creador, a Dios. Cuando se dan cuenta de que uno habla solamente en su propio nombre y tomando sólo de sí mismo, entonces intuyen que eso es demasiado poco y no puede ser lo que buscan.
Pero donde resuena en una persona otra voz, la voz del Creador, del Padre, se abre la puerta de la relación que el hombre espera. Por tanto, así debe ser en nuestro caso. Ante todo, en nuestro interior debemos vivir la relación con Cristo y, por medio de él, con el Padre; sólo entonces podemos comprender verdaderamente a los hombres, sólo a la luz de Dios se comprende la profundidad del hombre; entonces quien nos escucha se da cuenta de que no hablamos de nosotros, de algo, sino del verdadero Pastor.
Obviamente, las palabras de Jesús se refieren también a toda la tarea pastoral práctica de acompañar a los hombres, de salir a su encuentro, de estar abiertos a sus necesidades y a sus interrogantes. Desde luego, es fundamental el conocimiento práctico, concreto, de las personas que me han sido encomendadas, y ciertamente es importante entender este "conocer" a los demás en el sentido bíblico: no existe un verdadero conocimiento sin amor, sin una relación interior, sin una profunda aceptación del otro.
El pastor no puede contentarse con saber los nombres y las fechas. Su conocimiento debe ser siempre también un conocimiento de las ovejas con el corazón. Pero a esto sólo podemos llegar si el Señor ha abierto nuestro corazón, si nuestro conocimiento no vincula las personas a nuestro pequeño yo privado, a nuestro pequeño corazón, sino que, por el contrario, les hace sentir el Corazón de Jesús, el Corazón del Señor. Debe ser un conocimiento con el Corazón de Jesús, un conocimiento orientado a él, un conocimiento que no vincula la persona a mí, sino que la guía hacia Jesús, haciéndolo así libre y abierto. Así también nosotros nos hacemos cercanos a los hombres.
Pidamos siempre de nuevo al Señor que nos conceda este modo de conocer con el Corazón de Jesús, de no vincularlos a mí sino al Corazón de Jesús, y de crear así una verdadera comunidad.
Por último, el Señor nos habla del servicio a la unidad encomendado al pastor: "Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo pastor" (Jn 10, 16). Es lo mismo que repite san Juan después de la decisión del sanedrín de matar a Jesús, cuando Caifás dijo que era preferible que muriera uno solo por el pueblo a que pereciera toda la nación. San Juan reconoce que se trata de palabras proféticas, y añade: "Jesús iba a morir por la nación, y no sólo por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn 11, 52).
Se revela la relación entre cruz y unidad; la unidad se paga con la cruz. Pero sobre todo aparece el horizonte universal del actuar de Jesús. Aunque Ezequiel, en su profecía sobre el pastor, se refería al restablecimiento de la unidad entre las tribus dispersas de Israel (cf Ez 34, 22-24), ahora ya no se trata de la unificación del Israel disperso, sino de todos los hijos de Dios, de la humanidad, de la Iglesia de judíos y paganos. La misión de Jesús concierne a toda la humanidad, y por eso la Iglesia tiene una responsabilidad con respecto a toda la humanidad, para que reconozca a Dios, al Dios que por todos nosotros en Jesucristo se encarnó, sufrió, murió y resucitó.
La Iglesia jamás debe contentarse con la multitud de aquellos a quienes, en cierto momento, ha llegado, y decir que los demás están bien así: musulmanes, hindúes... La Iglesia no puede retirarse cómodamente dentro de los límites de su propio ambiente. Tiene por cometido la solicitud universal, debe preocuparse por todos y de todos. Por lo general debemos "traducir" esta gran tarea en nuestras respectivas misiones. Obviamente, un sacerdote, un pastor de almas debe preocuparse ante todo por los que creen y viven con la Iglesia, por los que buscan en ella el camino de la vida y que, por su parte, como piedras vivas, construyen la Iglesia y así edifican y sostienen juntos también al sacerdote.
Sin embargo, como dice el Señor, también debemos salir siempre de nuevo "a los caminos y cercados" (Lc 14, 23) para llevar la invitación de Dios a su banquete también a los hombres que hasta ahora no han oído hablar para nada de él o no han sido tocados interiormente por él. Este servicio universal, servicio a la unidad, se realiza de muchas maneras. Siempre forma parte de él también el compromiso por la unidad interior de la Iglesia, para que ella, por encima de todas las diferencias y los límites, sea un signo de la presencia de Dios en el mundo, el único que puede crear dicha unidad.
La Iglesia antigua encontró en la escultura de su tiempo la figura del pastor que lleva una oveja sobre sus hombros. Quizás esas imágenes formen parte del sueño idílico de la vida campestre, que había fascinado a la sociedad de entonces. Pero para los cristianos esta figura se ha transformado con toda naturalidad en la imagen de Aquel que ha salido en busca de la oveja perdida, la humanidad, en la imagen de Aquel que nos sigue hasta nuestros desiertos y nuestras confusiones, en la imagen de Aquel que ha cargado sobre sus hombros a la oveja perdida, que es la humanidad, y la lleva a casa. Se ha convertido en la imagen del verdadero Pastor Jesucristo. A él nos encomendamos. A él os encomendamos a vosotros, queridos hermanos, especialmente en esta hora, para que os conduzca y os lleve todos los días; para que os ayude a ser, por él y con él, buenos pastores de su rebaño. Amén».
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LA PALABRA DEL PAPA.- «Jesús, al dar a Simón (...) el título, más aún, el don, el carisma de la fuerza, de la dureza, de la capacidad de resistir y sostener –como es precisamente la naturaleza de una piedra, de una roca, de un peñasco–, asociaba el mensaje de su palabra a la virtud nueva y prodigiosa de este apóstol, que había de tener la función, él y quien le sucediera legítimamente, de testimoniar con incomparable seguridad ese mismo mensaje que llamamos Evangelio» (Pablo VI, Audiencia general 3-4-1968). «El mensaje de Cristo, de generación en generación, nos ha llegado a través de una cadena de testimonios, de la que Nos formamos un eslabón como sucesor de Pedro, a quien el Señor confió el carisma de la fe sin error» (Pablo VI, Homilía 20-9-1964). «Junto a la infalibilidad de las definiciones “ex cáthedra”, existe el carisma de asistencia del Espíritu Santo concedido a Pedro y a sus sucesores para que no cometan errores en materia de fe y de moral y para que, por el contrario, iluminen bien al pueblo cristiano» (Juan Pablo II, Audiencia general 24-3-1993). «Al escogerme como Obispo de Roma, el Señor ha querido que sea su Vicario, ha querido que sea la “piedra” en la que todos puedan apoyarse con seguridad» (Benedicto XVI, Homilía en la capilla Sixtina 20-4-2005).
ENLACES A LA NEO-VULGATA.- «Esta edición de la Neo-Vulgata puede servir también (además de especialmente para la liturgia) para que la tengan en cuenta las versiones en lengua vulgar que se destinan a uso litúrgico y pastoral, y (...) como base segura para los estudios bíblicos» (Juan Pablo II, Constitución apostólica “Scripturarum thesaurus” 25-4-1979).
DOMINGO 3-B DE PASCUA
NVulgata 1 Ps 2 E --- BibJer2ed (en) --- Concordia y ©atena Aurea (en)
Benedicto XVI, Regina caeli 30-4-2006 (ge hr sp fr en it po)
Juan Pablo II, Homilía en Madrid 4-5-2003 (ge sp fr en it po)
Juan Pablo II, Homilía en Sarajevo 13-4-1997 (sp en it po):
«"Tenemos un abogado ante el Padre: a Jesucristo el justo" (1Jn 2, 1).
1. Tenemos un abogado que habla en nuestro nombre. ¿Quién es este abogado que se hace nuestro portavoz? La liturgia de hoy nos da una respuesta completa: "Tenemos un abogado ante el Padre: a Jesucristo el justo" (1Jn 2, 1).
Leemos en los Hechos de los Apóstoles: "El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús" (Hc 3, 13). Sus compatriotas lo traicionaron y renegaron, incluso cuando Pilato quería ponerlo en libertad. Pidieron que fuera indultado en su lugar un asesino, Barrabás. De ese modo, condenaron a muerte al autor de la vida (cf Hc 3, 13-15). Pero "Dios lo resucitó de entre los muertos" (Hc 3, 15).
Así habla Pedro, que fue testigo directo de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Como tal, fue enviado a los hijos de Israel y a todas las naciones del mundo. Sin embargo, al dirigirse a sus compatriotas, no se limita a acusarlos, también los excusa: "Hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia y vuestras autoridades lo mismo" (Hc 3, 17).
Pedro es testigo consciente de la verdad sobre el Mesías que, en la cruz, cumplió las antiguas profecías: Jesucristo se ha convertido en abogado ante el Padre, el abogado del pueblo elegido y de toda la humanidad.
San Juan añade: "Tenemos un abogado ante el Padre: a Jesucristo el justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero" (1Jn 2, 1-2).
El Sucesor de Pedro, que por fin ha llegado a vuestra tierra, ha venido a repetiros esta verdad. ¡Pueblo de Sarajevo y de toda Bosnia-Herzegovina, hoy vengo a decirte: Tienes un abogado ante Dios, su nombre es Jesucristo el justo!
2. Pedro y Juan, así como también los demás Apóstoles, se convirtieron en testigos de esta verdad, pues vieron con sus ojos a Cristo crucificado y resucitado. Se había presentado en medio de ellos en el cenáculo, mostrando las heridas de la pasión; les había permitido tocarlo, para que pudieran convencerse personalmente de que era el mismo Jesús que habían conocido antes como "el Maestro". Y para confirmar totalmente la verdad sobre su resurrección, aceptó el alimento que le habían ofrecido, comiéndolo con ellos como lo había hecho tantas veces antes de morir.
Jesús conservó su identidad -a pesar de la extraordinaria transformación que se había producido en él después de su resurrección- y todavía la conserva. Él es el mismo hoy como ayer, y seguirá siéndolo por los siglos (cf Hb 13, 8). Como tal, como verdadero hombre, es el abogado de todos los hombres ante el Padre; más aún, es el abogado de toda la creación redimida por él y en él.
Se presenta ante el Padre como el testigo más experto y más competente de cuanto mediante la cruz y la resurrección se ha realizado en la historia de la humanidad y del mundo.
Habla con el lenguaje de la redención, es decir, de la liberación de la esclavitud del pecado. Jesús se dirige al Padre como Hijo consustancial y, al mismo tiempo, como verdadero hombre, hablando el lenguaje de todas las generaciones humanas y de toda la historia humana: de las victorias y las derrotas, de todos los sufrimientos y todos los dolores de cada hombre y, a la vez, de cada pueblo y cada nación de la tierra entera.
Cristo habla con vuestro lenguaje, queridos hermanos y hermanas de Bosnia-Herzegovina, probada durante tanto tiempo y tan dolorosamente. Él dijo: "Así estaba escrito: el Mesías padecerá", pero añadió: "Resucitará de entre los muertos el tercer día... Vosotros sois testigos de esto" (Lc 24, 48-49). ¡Ánimo, habitantes de esta tierra tan probada! Tenéis un abogado ante Dios. Su nombre es Jesucristo el justo.
3. Sarajevo, ciudad que se ha convertido en un símbolo, en cierto sentido en el símbolo del siglo XX. En 1914 el nombre de Sarajevo se asoció al estallido del primer conflicto mundial. Al término de este mismo siglo, el nombre de esta ciudad evoca la dolorosa experiencia de la guerra que, a lo largo de cinco años, ha dejado en esta región una impresionante estela de muerte y devastación.
Durante ese período, el nombre de esta ciudad no dejó de ocupar las páginas de la crónica y de ser tema de intervenciones políticas por parte de jefes de naciones, estrategas y generales. Todo el mundo ha seguido hablando de Sarajevo en términos históricos, políticos y militares.
También el Papa hizo oír su voz sobre esa trágica guerra, y muchas veces y en diferentes circunstancias tuvo en sus labios, y siempre en su corazón, el nombre de esta ciudad.
Ya desde hace algunos años deseaba con ardor venir a visitaros personalmente. Hoy, por fin, ese deseo se ha hecho realidad. ¡Demos gracias al Señor! Las palabras con las que os saludo afectuosamente son las mismas con las que Cristo, después de su resurrección, se dirigió a sus discípulos: "Paz a vosotros" (Lc 24, 26). ¡Paz a vosotros, hombres y mujeres de Sarajevo! ¡Paz a vosotros, habitantes de Bosnia-Herzegovina! ¡Paz a vosotros, hermanos y hermanas de esta amada tierra! (...).
La paz que Jesús da a sus discípulos no es la que imponen los vencedores a los vencidos, los más fuertes a los más débiles. No se legitima con las armas; por el contrario, nace del amor. Amor de Dios al hombre, y amor del hombre al hombre. Hoy resuena fuerte el mandamiento de Dios: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón", "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Dt 6, 5; Lv 19, 18). Con estos firmes requisitos puede consolidarse y edificarse la paz alcanzada. Y "bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios" (Mt 5, 9).
¡Sarajevo, Bosnia-Herzegovina, tienes un abogado ante Dios: Jesucristo el justo!
4. El Papa, como servidor del Evangelio, en unión con los pastores de Bosnia-Herzegovina y con toda la Iglesia, quiere revelar una dimensión más profunda aún, escondida en la realidad de la vida de esta región que, desde hace años, centra la atención de todo el mundo.
Sarajevo, Bosnia-Herzegovina, tu historia, tus sufrimientos, las experiencias de los pasados años de guerra, que esperamos no se repitan nunca más, tienen un abogado ante Dios: Jesucristo el único justo. En él tienen un abogado ante Dios los numerosos muertos, cuyas tumbas se han multiplicado en esta tierra; aquellos a quienes lloran sus madres, sus viudas y sus hijos huérfanos. ¿Qué otro puede ser abogado ante Dios de todos estos sufrimientos y todas estas pruebas? Sarajevo, ¿qué otro puede leer en su totalidad esta página de tu historia? Países balcánicos, Europa, ¿quién puede leer en su totalidad esta página de vuestra historia?
No se puede olvidar que Sarajevo se ha convertido en símbolo del sufrimiento de toda Europa en este siglo. Lo fue al inicio del siglo XX, cuando estalló aquí la primera guerra mundial; lo fue, de modo diferente, por segunda vez, cuando el conflicto se desarrolló totalmente en esta región. Europa participó como testigo. Pero, tenemos que preguntarnos: ¿Ha sido un testigo siempre plenamente responsable? No se puede evitar esta pregunta. Es preciso que los estadistas, los políticos, los militares, los estudiosos y los hombres de cultura traten de darle una respuesta. Todos los hombres de buena voluntad desean que lo que simboliza Sarajevo quede circunscrito al siglo XX, y no se repita su tragedia en el milenio ya inminente.
5. Para ello, dirijamos con confianza nuestra mirada a la divina Providencia. Pidamos al Príncipe de la paz, por intercesión de María su Madre, tan amada por los pueblos de toda la región, que Sarajevo llegue a ser para toda Europa un modelo de convivencia y colaboración pacífica entre pueblos de etnias y religiones diversas.
Reunidos en la celebración del sacrificio de Cristo, no dejamos de darte gracias a ti, ciudad tan probada, y a vosotros, hermanos y hermanas que vivís en esta tierra de Bosnia-Herzegovina, porque, en cierto modo, con vuestro sacrificio habéis aceptado el peso de esta tremenda experiencia, en la que todos tienen su parte. Os repito a vosotros: tenemos un abogado ante Dios, que es Cristo el único justo.
Ante ti, Cristo crucificado y resucitado, se presentan hoy Sarajevo y toda Bosnia-Herzegovina, con el triste balance de su historia. Tú eres nuestro gran abogado. Esta humanidad te invoca para que impregnes con la fuerza de tu redención la dolorosa historia vivida aquí. Tú, Hijo de Dios encarnado, como hombre caminas a través de las vicisitudes de los hombres y de las naciones. Camina a través de la historia de esta gente y de estos pueblos vinculados más estrechamente al nombre de Sarajevo, al nombre de Bosnia-Herzegovina.
6. Amadísimos hermanos y hermanas, cuando en 1994 deseaba intensamente venir a visitaros, me referí a un pensamiento que había resultado muy significativo en un momento crucial de la historia europea: "Perdonemos y pidamos perdón". Se dijo entonces que la hora no había llegado aún. ¿Ha llegado, quizás, ya la hora?
Por tanto, hoy vuelvo a ese pensamiento y a esas palabras, que quiero repetir aquí, para que penetren en la conciencia de quienes están unidos por la dolorosa experiencia de vuestra ciudad y de vuestra tierra, de todos los pueblos y naciones desgarradas por la guerra: "Perdonemos y pidamos perdón". Si Cristo debe ser nuestro abogado ante el Padre, no podemos menos de pronunciar estas palabras. No podemos menos de emprender la peregrinación, difícil pero necesaria, del perdón, que lleva a una profunda reconciliación.
"Ofrece el perdón, recibe la paz", he recordado en el Mensaje de este año para la Jornada mundial de la paz; y añadí: "El perdón, en su forma más alta y verdadera, es un acto de amor gratuito" (n. 5), como lo fue la reconciliación que Dios ofreció al hombre mediante la cruz y la muerte de su Hijo encarnado, el único justo. Ciertamente, "el perdón, lejos de excluir la búsqueda de la verdad, la exige", porque "presupuesto esencial del perdón y de la reconciliación es la justicia" (ib.). Pero sigue siendo siempre verdad que "pedir y ofrecer perdón es una vía profundamente digna del hombre" (ib. 4).
7. Mientras hoy aparece claramente la luz de esta verdad, mi pensamiento se dirige a ti, Madre de Cristo crucificado y resucitado, a ti, a quien veneran y aman en numerosos santuarios de esta tierra tan probada. Alcanza para todos los creyentes el don de un corazón nuevo. Haz que el perdón, palabra central del Evangelio, llegue a ser realidad aquí. Oh clemente, oh piadosa, Madre de Dios y Madre nuestra, oh dulce Virgen María, te lo pide, abrazada fuertemente a la cruz de Cristo, la Iglesia que está reunida hoy en Sarajevo. Amén».
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LA PALABRA DEL PAPA.- «Jesús, al dar a Simón (...) el título, más aún, el don, el carisma de la fuerza, de la dureza, de la capacidad de resistir y sostener –como es precisamente la naturaleza de una piedra, de una roca, de un peñasco–, asociaba el mensaje de su palabra a la virtud nueva y prodigiosa de este apóstol, que había de tener la función, él y quien le sucediera legítimamente, de testimoniar con incomparable seguridad ese mismo mensaje que llamamos Evangelio» (Pablo VI, Audiencia general 3-4-1968). «El mensaje de Cristo, de generación en generación, nos ha llegado a través de una cadena de testimonios, de la que Nos formamos un eslabón como sucesor de Pedro, a quien el Señor confió el carisma de la fe sin error» (Pablo VI, Homilía 20-9-1964). «Junto a la infalibilidad de las definiciones “ex cáthedra”, existe el carisma de asistencia del Espíritu Santo concedido a Pedro y a sus sucesores para que no cometan errores en materia de fe y de moral y para que, por el contrario, iluminen bien al pueblo cristiano» (Juan Pablo II, Audiencia general 24-3-1993). «Al escogerme como Obispo de Roma, el Señor ha querido que sea su Vicario, ha querido que sea la “piedra” en la que todos puedan apoyarse con seguridad» (Benedicto XVI, Homilía en la capilla Sixtina 20-4-2005).
ENLACES A LA NEO-VULGATA.- «Esta edición de la Neo-Vulgata puede servir también (además de especialmente para la liturgia) para que la tengan en cuenta las versiones en lengua vulgar que se destinan a uso litúrgico y pastoral, y (...) como base segura para los estudios bíblicos» (Juan Pablo II, Constitución apostólica “Scripturarum thesaurus” 25-4-1979).
DOMINGO 2-B DE PASCUA
«FIESTA DE LA DIVINA MISERICORDIA»
NVulgata 1 Ps 2 E --- BibJer2ed (en) --- Concordia y ©atena Aurea (en)
Homilía de Juan Pablo II en la canonización de Faustina Kowalska 30-4-2000 (ge sp fr en it po)
«1. "Confitemini Domino quoniam bonus, quoniam in saeculum misericordia eius", "Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia" (Sal 118, 1). Así canta la Iglesia en la octava de Pascua, casi recogiendo de labios de Cristo estas palabras del Salmo; de labios de Cristo resucitado, que en el Cenáculo da el gran anuncio de la misericordia divina y confía su ministerio a los Apóstoles: "Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo... Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos" (Jn 20, 21-23).
Antes de pronunciar estas palabras, Jesús muestra sus manos y su costado, es decir, señala las heridas de la Pasión, sobre todo la herida de su Corazón, fuente de la que brota la gran ola de misericordia que se derrama sobre la humanidad. De ese Corazón sor Faustina Kowalska, la beata que a partir de ahora llamaremos santa, verá salir dos haces de luz que iluminan el mundo: "Estos dos haces -le explicó un día Jesús mismo- representan la sangre y el agua" (Diario, Librería Editrice Vaticana, p. 132).
2. ¡Sangre y agua! Nuestro pensamiento va al testimonio del evangelista san Juan, quien, cuando un soldado traspasó con su lanza el costado de Cristo en el Calvario, vio salir "sangre y agua" (Jn 19, 34). Y si la sangre evoca el sacrificio de la cruz y el don eucarístico, el agua, en la simbología joánica, no sólo recuerda el bautismo, sino también el don del Espíritu Santo (cf Jn 3, 5; 4, 14; 7, 37-39).
La misericordia divina llega a los hombres a través del Corazón de Cristo crucificado: "Hija mía, di que soy el Amor y la Misericordia en persona", pedirá Jesús a sor Faustina (Diario, p. 374). Cristo derrama esta misericordia sobre la humanidad mediante el envío del Espíritu que, en la Trinidad, es la Persona-Amor. Y ¿acaso no es la Misericordia un "segundo nombre" del Amor (cf Encíclica Dives in misericordia 30-11-1980, 7 ge sp fr en it lt pl po), entendido en su aspecto más profundo y tierno, en su actitud de aliviar cualquier necesidad, sobre todo en su inmensa capacidad de perdón?
Hoy es verdaderamente grande mi alegría al proponer a toda la Iglesia, como don de Dios a nuestro tiempo, la vida y el testimonio de sor Faustina Kowalska. La divina Providencia unió completamente la vida de esta humilde hija de Polonia a la historia del siglo XX, el siglo que acaba de terminar.
En efecto, entre la primera y la segunda guerra mundial, Cristo le confió su mensaje de misericordia. Quienes recuerdan, quienes fueron testigos y participaron en los hechos de aquellos años y en los horribles sufrimientos que produjeron a millones de hombres, saben bien cuán necesario era el mensaje de la misericordia.
Jesús dijo a sor Faustina: "La humanidad no encontrará paz hasta que no se dirija con confianza a la misericordia divina" (Diario, p. 132). A través de la obra de la religiosa polaca, este mensaje se ha vinculado para siempre al siglo XX, último del segundo milenio y puente hacia el tercero. No es un mensaje nuevo, pero se puede considerar un don de iluminación especial, que nos ayuda a revivir más intensamente el evangelio de la Pascua, para ofrecerlo como un rayo de luz a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
3. ¿Qué nos depararán los próximos años? ¿Cómo será el futuro del hombre en la tierra? No podemos saberlo. Sin embargo, es cierto que, además de los nuevos progresos, no faltarán, por desgracia, experiencias dolorosas. Pero la luz de la misericordia divina, que el Señor quiso volver a entregar al mundo mediante el carisma de sor Faustina, iluminará el camino de los hombres del tercer milenio.
Pero, como sucedió con los Apóstoles, es necesario que también la humanidad de hoy acoja en el cenáculo de la historia a Cristo resucitado, que muestra las heridas de su crucifixión y repite: "Paz a vosotros". Es preciso que la humanidad se deje penetrar e impregnar por el Espíritu que Cristo resucitado le infunde. El Espíritu sana las heridas de nuestro corazón, derriba las barreras que nos separan de Dios y nos desunen entre nosotros, y nos devuelve la alegría del amor del Padre y la de la unidad fraterna.
4. Así pues, es importante que acojamos íntegramente el mensaje que nos transmite la palabra de Dios en este segundo domingo de Pascua, que a partir de ahora en toda la Iglesia se designará con el nombre de "DOMINGO DE LA MISERICORDIA DIVINA".
A través de las diversas lecturas, la liturgia parece trazar el camino de la misericordia que, a la vez que reconstruye la relación de cada uno con Dios, suscita también entre los hombres nuevas relaciones de solidaridad fraterna. Cristo nos enseñó que "el hombre no sólo recibe y experimenta la misericordia de Dios, sino que está llamado a usar misericordia con los demás: Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia (Mt 5, 7)" (Dives in misericordia, 14). Y nos señaló, además, los múltiples caminos de la misericordia, que no sólo perdona los pecados, sino que también sale al encuentro de todas las necesidades de los hombres. Jesús se inclinó sobre todas las miserias humanas, tanto materiales como espirituales.
Su mensaje de misericordia sigue llegándonos a través del gesto de sus manos tendidas hacia el hombre que sufre. Así lo vio y lo anunció a los hombres de todos los continentes sor Faustina, que, escondida en su convento de Lagiewniki, en Cracovia, hizo de su existencia un canto a la misericordia: "Misericordias Domini in aeternum cantabo".
5. La canonización de sor Faustina tiene una elocuencia particular: con este acto quiero transmitir hoy este mensaje al nuevo milenio. Lo transmito a todos los hombres para que aprendan a conocer cada vez mejor el verdadero rostro de Dios y el verdadero rostro de los hermanos. El amor a Dios y el amor a los hermanos son efectivamente inseparables, como nos lo ha recordado la primera carta del apóstol san Juan: "En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos" (1Jn 5, 2). El Apóstol nos recuerda aquí la verdad del amor, indicándonos que su medida y su criterio radican en la observancia de los mandamientos.
En efecto, no es fácil amar con un amor profundo, constituido por una entrega auténtica de sí. Este amor se aprende sólo en la escuela de Dios, al calor de su caridad. Fijando nuestra mirada en él, sintonizándonos con su Corazón de Padre, llegamos a ser capaces de mirar a nuestros hermanos con ojos nuevos, con una actitud de gratuidad y comunión, de generosidad y perdón. ¡Todo esto es misericordia!
En la medida en que la humanidad aprenda el secreto de esta mirada misericordiosa, será posible realizar el cuadro ideal propuesto por la primera lectura: "En el grupo de los creyentes, todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía" (Hc 4, 32). Aquí la misericordia del corazón se convirtió también en estilo de relaciones, en proyecto de comunidad y en comunión de bienes. Aquí florecieron las "obras de misericordia", espirituales y corporales. Aquí la misericordia se transformó en hacerse concretamente "prójimo" de los hermanos más indigentes.
6. Sor Faustina Kowalska dejó escrito en su Diario: "Experimento un dolor tremendo cuando observo los sufrimientos del prójimo. Todos los dolores del prójimo repercuten en mi corazón; llevo en mi corazón sus angustias, de modo que me destruyen también físicamente. Desearía que todos los dolores recayeran sobre mí para aliviar al prójimo" (p. 365). ¡Hasta ese punto de comunión lleva el amor cuando se mide según el amor a Dios!
En este amor debe inspirarse la humanidad hoy para afrontar la crisis de sentido, los desafíos de las necesidades más diversas y, sobre todo, la exigencia de salvaguardar la dignidad de toda persona humana. Así, el mensaje de la misericordia divina es, implícitamente, también un mensaje sobre el valor de todo hombre. Toda persona es valiosa a los ojos de Dios, Cristo dio su vida por cada uno, y a todos el Padre concede su Espíritu y ofrece el acceso a su intimidad.
7. Este mensaje consolador se dirige sobre todo a quienes, afligidos por una prueba particularmente dura o abrumados por el peso de los pecados cometidos, han perdido la confianza en la vida y han sentido la tentación de caer en la desesperación. A ellos se presenta el rostro dulce de Cristo y hasta ellos llegan los haces de luz que parten de su Corazón e iluminan, calientan, señalan el camino e infunden esperanza. ¡A cuántas almas ha consolado ya la invocación "Jesús, confío en ti", que la Providencia sugirió a través de sor Faustina! Este sencillo acto de abandono en Jesús disipa las nubes más densas e introduce un rayo de luz en la vida de cada uno.
8. "Misericordias Domini in aeternum cantabo" (Sal 89, 2). A la voz de María santísima, la "Madre de la misericordia", a la voz de esta nueva santa, que en la Jerusalén celestial canta la misericordia junto con todos los amigos de Dios, unamos también nosotros, Iglesia peregrina, nuestra voz.
Y tú, Faustina, don de Dios a nuestro tiempo, don de la tierra de Polonia a toda la Iglesia, concédenos percibir la profundidad de la misericordia divina, ayúdanos a experimentarla en nuestra vida y a testimoniarla a nuestros hermanos. Que tu mensaje de luz y esperanza se difunda por todo el mundo, mueva a los pecadores a la conversión, elimine las rivalidades y los odios, y abra a los hombres y las naciones a la práctica de la fraternidad. Hoy, nosotros, fijando, juntamente contigo, nuestra mirada en el rostro de Cristo resucitado, hacemos nuestra tu oración de abandono confiado y decimos con firme esperanza: "Jesús, confío en ti"».
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LA PALABRA DEL PAPA.- «Jesús, al dar a Simón (...) el título, más aún, el don, el carisma de la fuerza, de la dureza, de la capacidad de resistir y sostener –como es precisamente la naturaleza de una piedra, de una roca, de un peñasco–, asociaba el mensaje de su palabra a la virtud nueva y prodigiosa de este apóstol, que había de tener la función, él y quien le sucediera legítimamente, de testimoniar con incomparable seguridad ese mismo mensaje que llamamos Evangelio» (Pablo VI, Audiencia general 3-4-1968). «El mensaje de Cristo, de generación en generación, nos ha llegado a través de una cadena de testimonios, de la que Nos formamos un eslabón como sucesor de Pedro, a quien el Señor confió el carisma de la fe sin error» (Pablo VI, Homilía 20-9-1964). «Junto a la infalibilidad de las definiciones “ex cáthedra”, existe el carisma de asistencia del Espíritu Santo concedido a Pedro y a sus sucesores para que no cometan errores en materia de fe y de moral y para que, por el contrario, iluminen bien al pueblo cristiano» (Juan Pablo II, Audiencia general 24-3-1993). «Al escogerme como Obispo de Roma, el Señor ha querido que sea su Vicario, ha querido que sea la “piedra” en la que todos puedan apoyarse con seguridad» (Benedicto XVI, Homilía en la capilla Sixtina 20-4-2005).
ENLACES A LA NEO-VULGATA.- «Esta edición de la Neo-Vulgata puede servir también (además de especialmente para la liturgia) para que la tengan en cuenta las versiones en lengua vulgar que se destinan a uso litúrgico y pastoral, y (...) como base segura para los estudios bíblicos» (Juan Pablo II, Constitución apostólica “Scripturarum thesaurus” 25-4-1979).
P. Eduardo Sanz de Miguel:
El domingo IV de Pascua llamado del Buen Pastor 2011. 15 kb Ver Descargar
La octava de Pascua y el tiempo pascual. (P. Eduardo Sanz de Miguel) 14 kb Ver Descargar
El Domingo de Pascua 2011.(P. Eduardo Sanz de Miguel) 17 kb Ver Descargar
Pascua de resurrección 2010. (P. Eduardo Sanz de Miguel) 112 kb Ver Descargar